XXIX Domingo durante el año

on 18 octubre, 2020 in

 

Mateo 22, 15-21

Los fariseos se reunieron entonces para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque Tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?»

Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto».

Ellos le presentaron un denario. Y Él les preguntó: «¿De quién es esta figura y esta inscripción?»

Le respondieron: «Del César».

Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios».

Palabra del Señor

Comentario

El domingo, el día del Señor, es -por supuesto-, como lo dice la Palabra, su día; pero no es solamente ir a Misa, aunque siempre es bueno que vayamos, pase lo que pase, estemos como estemos, nos sintamos como nos sintamos y pensemos lo que pensemos. Por eso, la Iglesia nos pide que una vez por semana frenemos y le dediquemos por lo menos una hora al Señor; pero, en realidad, no es que vamos a Misa solo por ir nomás, solo porque la Iglesia lo pide. Vamos principalmente a celebrar, a disfrutar, a recordar, a dar gracias, a instruirnos, a descansar, a escuchar, a aprender, a ver, a gustar, a alegrarnos, a alimentarnos, a recibir consuelo y a tantas cosas más, que ni siquiera nosotros podemos terminar de descubrir y no podemos ponerle tantas palabras. ¿Qué te enseñaron en tu vida sobre la Misa? ¿Por qué vas o por qué no vas?, ¿o cómo vas?

El domingo -vuelvo a decir- no es solamente asistir a Misa, aunque es el alma del día; sino que es además imagen de lo que será el domingo sin ocaso, como dice la liturgia: «El domingo eterno, en el que la humanidad entrará en el descanso de Dios». La Vida eterna será algo así como debería ser nuestro domingo en esta vida terrenal. Y es por eso que el domingo tenemos que disfrutarlo como anticipo de lo que será la vida futura, la vida que Dios Padre nos tiene preparada desde siempre. ¡Qué lindo es que vivamos el domingo así! ¡Y qué feo cuando transformamos este día en un día más con nosotros mismos en donde no hay espacio para el compartir, para estar con otros, para entrar en comunión, para compartir el banquete, para comer juntos!

No importa de quién es la culpa sobre el porqué y el cómo hoy no vivimos el domingo como un verdadero día del Señor. Sé que es difícil transmitir la fe con el sano equilibrio que Jesús nos enseñó en el evangelio como para no caer en un extremo o el otro; en el extremo de la obligación vacía, sin corazón, que tarde o temprano se desintegra o en el otro extremo de reducir nuestro deber al sentimiento, al porque no lo siento no lo hago. Como si el amor se tratara siempre de una cuestión de sensibilidad y no se tratara también de una decisión, pase lo que pase, cueste lo que cueste. Es difícil -ya lo sé- si sos padre o madre, es difícil si sos catequista, es difícil si somos sacerdotes o consagrados; transmitir esto. Hay que reconocerlo, pero es lindo el desafío también. Estamos viviendo un tiempo difícil pero muy lindo, que -aunque no lo parezca- es momento en donde la libertad puede resurgir de una manera nueva, donde cada uno pone su libertad más en juego; y eso puede ayudar a hacer relucir más la pureza de la fe, el descubrimiento de una necesidad profunda, el valor de lo que realmente vale -valga la redundancia-, pero que vale por decisión propia también. Qué preferimos: ¿templos llenos de cuerpos sin almas o templos con celebraciones llenas de corazones y cuerpos, aunque no seamos muchos? ¿Qué Iglesia queremos vivir: la de las masas o la de la fidelidad y la sencillez (la Iglesia de las pequeñas comunidades)?

Algo del Evangelio de hoy de alguna manera nos viene como anillo al dedo. Jesús da una respuesta magistral ante el intento de los fariseos por encontrarle algo en qué acusarlo y condenarlo. Los fariseos venían enojadísimos con las parábolas de los domingos anteriores -¿te acordás?-. El enojo a veces nos hace hacer cosas malísimas. Nunca debemos actuar dominados por el enojo porque saca lo peor de nosotros, que siempre está latente ahí, escondido y dormido -como el hombre viejo-. Estaban enojadísimos porque Jesús les decía cosas en la cara sin ningún problema, les mostraba la hipocresía de sus corazones.

Pero lo que hoy nos interesa es la reacción de Jesús, acompañada de esa respuesta que quedó para siempre en la historia: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios». Es una frase muy conocida, llena de verdad y llena también de malas interpretaciones. A veces la verdad es tan evidente; pero, al mismo tiempo, tan difícil de interpretarla, que produce grandes desviaciones y caricaturas.

Está muy mal usada tanto como para los que pretenden separar absolutamente lo espiritual y religioso, de lo mundano y profano, como para los que unen tanto que ya no distinguen las diferencias y terminan confundiéndose. Ni una cosa ni la otra. Es complejo. Por eso, te propongo que hoy no nos metamos tanto en eso, y mucho menos con el clima político en el que vivimos; no solo en Argentina, sino en el mundo entero. Cosa que, en realidad, de un modo o de otro se dieron siempre en la historia de la humanidad de múltiples maneras. Eso podemos verlo en la semana.

Lo importante de hoy es algo más profundo. Lo esencial de esta magistral respuesta de Jesús es algo más profundo de lo que imaginamos a simple vista y no tanto lo que tenemos que hacer como ciudadanos de este mundo. ¿Qué es lo importante? «A Dios lo que es de Dios», y por eso sale la pregunta: ¿y entonces qué es de Dios? «¿Qué es lo que es de Dios?», pregunté una vez en una misa. ¿Quién me respondió? ¿Te acordás? Sí, me respondió ese amigo nuestro: Jony. ¿Te acordás? ¿Qué me respondió? Bueno, me dijo: «La fe, Padre». Con su sencillez de niño me respondió todo. ¿Y qué es la fe?, podríamos preguntarnos hoy nosotros. Nuestra absoluta confianza en su amor, nuestra adhesión total a lo que Él es y nos enseña.

¿Y en quién confías y a quién le das tu corazón? Esa es la pregunta que debemos hacernos todos en este día. ¿Qué le damos a Dios y qué le damos a las cosas y personas de este mundo? ¿Qué le damos en este domingo a Dios Padre y qué le damos a este mundo que al fin y al cabo es pasajero y muchas veces nos engaña? ¿En qué urna depositamos nuestro voto de confianza, pero no solo hoy, sino todos los días?, ¿en la de los supuestos líderes de este mundo o en la urna del corazón de Jesús que jamás nos miente y nos abandona? Como dice el Salmo: «No confíen en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar; exhalan el espíritu y vuelven al polvo, ese día perecen sus planes». ¿En quién confiamos nosotros: en los líderes de este mundo o en Dios?

Si le diéramos realmente a Dios cada día lo que es suyo, le daríamos a los Césares de este mundo lo que realmente les corresponde, o sea, bastante poco, muy poco. En cambio, cuando no le damos a Dios lo que en realidad es de Él, toda nuestra vida, nuestra fe, nuestra confianza; terminamos dándole nuestra vida a cualquier cosa, a cualquier causa, a cualquier ideología, a cualquier corazón. ¿Qué queremos darle hoy a Dios?