XXIX Sábado durante el año

on 22 octubre, 2022 in

Lucas 13, 1-9

En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. El respondió:

«¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera».

Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: “Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?” Pero él respondió: “Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás”».

Palabra del Señor

Comentario

¡Qué linda semana hemos vivido! ¡Qué lindo fue poder profundizar un poco más en esas palabras de Jesús sobre la oración, sobre la necesidad, sobre eso de rezar siempre, sobre el desánimo, también! ¡Cuánto me ayudó a mí el grabar estos audios profundizar sobre un tema que tenía un poco olvidado, lo reconozco! Muchas veces y muchas personas me agradecen los audios de cada día y eso me alegra porque descubro como la Palabra de Dios va obrando lenta, silenciosa, pero eficazmente en tantas personas. Pero si supieras y supieran cuánto me ayuda a mí poder hacer esto cada día, cuánto me reconforta todos los días hacer el esfuerzo por rezar, entender y explicar de la forma más sencilla pero profunda que pueda, lo que Dios nos dice cada día. La alegría del predicador es predicar, no ver los frutos. La alegría del que transmite la palabra de Dios no esté tanto en ver como los demás se transforman, sino en asimilar uno mismo la Palabra y vivirla, porque en definitiva esa es la mejor predicación, la de la misma vida. Un predicador puede ser el mejor y más atractivo orador del mundo, pero si no vive lo que dice de nada sirve, son palabras vacías.

Un predicador, un sacerdote, cualquier servidor de Dios, ya sea en la Iglesia o en medio del mundo también se desanima muchas veces. También pierde la paciencia y quiere, como el dueño de la viña de hoy, arrancar de raíz las “higueras” que no dan fruto. ¿No te pasó alguna vez eso de perder la paciencia con tus alumnos, con tus hijos, con tus niños de catequesis, con tus feligreses, con tus hermanos de grupo, movimiento o comunidad?

La paciencia es hermana cercana de la oración. Es en realidad el sostén de la oración. El impaciente no sabe orar porque no sabe esperar. Por eso es lindo terminar esta semana con este Evangelio, porque además de hacer el repaso de los días que vivimos, además de poder sintetizar un poco o lo que hemos rezado en estos días, también podemos relacionar la paciencia con la oración, y la impaciencia con el desánimo.

Cuando nos acercamos a la oración acelerados, eléctricos, inquietos, esperando resultados mágicos difícilmente seremos perseverantes con el tiempo. Lo mismo podemos pensar de cada encuentro con las personas que se nos cruzan en la vida, que de alguna manera se transforman en oración, en diálogo con Dios. Orar siempre significa también hacer todo oración, transformar todo en diálogo con Dios Padre, no quiere decir estar siempre encerrados rezando solos, sino que también quiere decir mirar a todos, como seres amados que Dios pone en mi camino para escuchar y amar. Por eso el paciente, el que sabe esperar a Dios en todo, de repente, mientras habla con alguien se da cuenta de que está también escuchando también a Dios. Eso es orar siempre, eso es también encontrar ánimo para seguir, para saber que Él está en todos lados. No tenemos que perder el ánimo y dejar que Él nos consuele cuando Él quiera.

Me tocó en estos días entrar, por gracia de Dios, en la casa más pobre que entré en mi vida. Nunca había visto nada así. Nunca había visto tanta pobreza junta, tanto abandono, tanto dolor exterior e interior. Yo no podía hablar. Solo me dediqué a escuchar y mirar a los ojos a la señora que me recibió. Hice el ejercicio de mirar a los ojos y no mirar tanto la suciedad y tantas cosas más, que no entran en la lógica de los que tenemos la gracia de tener algo mejor. Nunca había escuchado que alguien me cuenta tanta maldad, realizada y sufrida. Solo me quedó esta frase que me dijo: «Padre, con todo lo que sufrí, con todo lo que me hicieron en mi vida, soy bastante buena para lo que podría haber sido». Es verdad, lo creo así. Si yo y vos hubiéramos sufrido un cuarto, un centésimo de lo que esa mujer sufrió a lo largo de su vida, y lo que estaba sufriendo, creo que seríamos mucho peores personas.

¡Qué paciencia nos tiene Dios a todos! ¡Qué bueno que es Jesús en esperarnos, en remover nuestra tierra-corazón para que algún día demos frutos! No dejemos de rezar, siempre. Siempre tenemos que rezar. No nos desanimemos, no nos desanimemos que todavía nos queda mucho por recorrer.

Que tengas un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.