XXIX Sábado durante el año

on 24 octubre, 2020 in

Lucas 13, 1-9

En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. El respondió:

«¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.»

Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: “Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?” Pero él respondió: “Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás.”»

Palabra del Señor

Comentario

Qué lindo que es aprovechar el sábado, un día que es muchas veces para descansar, para hacer cosas que nos gustan, para estar en familia; y también aprovecharlo para justamente hacer cosas que nos alimentan: para leer un libro, para enriquecerse con una buena lectura y obviamente para escuchar otra vez la Palabra de Dios, para retomar algo de la semana, para volver a meditar un Evangelio. Qué bien nos hace escuchar la Palabra de Dios, qué bien nos hace darnos cuenta que “es viva y eficaz”.

Y hoy simplemente quería detenerme en esta pequeña parábola del viñador y contarte una anécdota que nos puede ayudar a comprender lo que es la “infinita paciencia” de Dios; que nos envió a Jesús -que es el viñador–, que intercede por nosotros y busca siempre “apostar” a nosotros.

Podemos pensar a veces que Dios tiene esa actitud ¿no? –como la que escuchábamos del dueño de la viña– que a veces quiere cortar la planta porque no da fruto; pues en esa situación es Jesús el que intercede, es Él quien dice: «¡No!, todavía dale tiempo» … ¿Cuánto tiempo nos ha dado Dios esperando que demos fruto en nuestras vidas? ¿Cuántas veces habrá apostado por nosotros?

Él “apostó” por nosotros dando la vida, vino al mundo a decirle a Dios Padre: «¡No!, todavía hay que darle una oportunidad al ser humano, hay que darles una oportunidad; Yo voy a morir por ellos, voy a morir y con mi amor voy a abonar la tierra de sus vidas para que se den cuenta que tienen que dar fruto».

Tenemos que “dar fruto”. No podemos ser mediocres, no podemos ser plantas estériles, no podemos estar plantados en la tierra de esta vida sin hacer nada; sin dar frutos de amor. Ese es el verdadero sentido de nuestra vida.

Pero entonces pensemos en esta doble dimensión: la necesidad que tenemos de dar frutos para vivir plenos y, por otro lado; cómo Jesús apuesta, apuesta a nosotros, ¿cuántas veces removió la tierra de nuestro corazón para abonarla y volver a darnos oportunidades? ¿Cuántas veces?… Por eso dale oportunidades a tus hijos, dale oportunidades a tu marido, a la gente que está a tu cargo, a tus hermanos, a tus amigos; todos podemos volver a dar fruto, aunque parezcamos estériles. No queramos arrancar las cosas, demos tiempo. A veces la paciencia nos hace sufrir, la paciencia de Dios nos hace sufrir. Dios es tan paciente que a veces nosotros no comprendemos.
Pero quería terminar contándote una anécdota de algo que me pasó que realmente me removió la “tierra” del corazón y fue un “abono” para mi vida sacerdotal.

El otro día –hace unas semanas– iba en el auto, frené en un semáforo y se acercó uno de estos chicos que limpian los vidrios y se acercan a ofrecernos ese servicio; y cuando me vio vestido de sacerdote se metió por la ventana, me agarró la mano y me dijo:

–¡Padre era lo que necesitaba, yo no puedo creer Dios pensó en mí; mirá tengo la piel de gallina! —me dice.

–Qué pasa? —le dije.

–No, yo necesito hablar, hablar con alguien —me dice— ¿podés hablar conmigo?

–Sí, bueno… —le digo.

Me frené, me estacioné al costado, fui a otra calle, me bajé del auto y me abrazó, se puso a llorar y me dijo:

–Yo necesitaba esto Padre, yo necesitaba un signo de Dios, yo me estaba por suicidar, me quiero suicidar, me quiero tirar de un puente, ¡no soporto más esta vida, no soporto la culpa de vivir así!  –¿Qué te pasó? —le digo.

–No, porque yo estuve preso y a raíz de eso mi familia una vez me fue a visitar y en el camino tuvieron un accidente y se murieron todos en la ruta. ¡No puedo vivir así Padre! ¿Cómo puedo vivir así? ¡Ayudame a sacarme esta culpa!

Bueno… al final no fue una confesión sacramental –por decirlo así–, pero fue una verdadera confesión de vida. Ese hombre necesitaba sacar lo que traía, remover la tierra, sentirse amado. Le dije: “Dios sabe lo que hiciste y te perdona, Dios te ama, Dios apuesta por vos”. Bueno, finalmente el hombre me abrazó, me dijo su nombre yo le dije el mío y partimos.

¡Qué removida de corazón fue eso para mí! ¡Qué removida y que abono para mi vida sacerdotal! Para decirme: ¡vale la pena ser sacerdote!, vale la pena andar vestido de sacerdote y que los demás vean un signo de Dios. Y seguramente para él fue una removida de corazón y un abono para su vida; para dar fruto.

Dios nos remueve la tierra del corazón y nos abona de mil maneras. Hay que estar atentos, hay que estar atentos y abiertos a las sorpresas de Dios, porque Él espera de nosotros grandes frutos. Que algunas palabras de este Evangelio te ayuden a vivir un sábado en paz, dispuesto a dar fruto y dispuesto también a dejarte “remover” la tierra de tu corazón.