XXVI Lunes durante el año

on 28 septiembre, 2020 in

Lucas 9, 46-50

A los discípulos de Jesús se les ocurrió preguntarse quién sería el más grande.

Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, tomó a un niño y acercándolo, les dijo: «El que recibe a este niño en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe a aquel que me envió; porque el más pequeño de ustedes, ese es el más grande.»

Juan, dirigiéndose a Jesús, le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre y tratamos de impedírselo, porque no es de los nuestros.»

Pero Jesús le dijo: «No se lo impidan, porque el que no está contra ustedes, está con ustedes.»

Palabra del Señor

Comentario

Hay que empezar este lunes con todo, con todo lo que podemos, con todo el corazón. Mirar para adelante, mirar el presente, pero también todo lo que podemos hacer de aquí en adelante. Miremos todo lo que podemos hacer en este día con ojos de fe. Pensemos en lo que planeamos hacer estos días. Hay que volver a entusiasmarse con el evangelio, con la Palabra de Dios, con el amor que tenemos en el corazón y podemos dar a los demás, estemos donde estemos, estemos como estemos. Sí, entiendo, por ahí estás empezando este día con cara y cuerpo de cansancio, pero se puede cambiar, se puede hacer un esfuerzo y decir: «Yo quiero otra cosa. Quiero transmitir alegría por donde ande. Quiero hacer eso donde me toque estar, sonreír y animar a los demás».

La vida de Jesús es una invitación a la alegría y a superar las dificultades. Esta semana, además de ir desmenuzando el evangelio del domingo, veremos cómo Jesús es muy incomprendido, por propios y extraños. Por eso, ¿vos pensás que sos el único o la única a quien no la comprenden? ¿Vos pensás que a Jesús se le hizo fácil? Vamos a ver cómo Jesús parece que habla un «idioma» en el que casi nadie lo entiende y no logran conocer su corazón. Esto no es para resignarnos, sino para animarnos y sentirnos acompañados. Además, si al mismo Dios le pasó y le pasa, ¿por qué no a nosotros? Incluso en el evangelio de ayer, Jesús se enfrenta con los fariseos, con los sacerdotes, con los notables de ese tiempo, que se creían los primeros y juzgaban a los demás, y Jesús les dice en la cara: «Los publicanos y las prostitutas entrarán antes al Reino de los Cielos que ustedes».

¡Qué dureza la de Jesús, pero qué gran verdad! Por eso, la soberbia del corazón, aquella que no busca aceptar al otro en principio tal como es, para después ver si se puede cambiar algo, es la que nos aleja de la verdad de Dios, que vino a este mundo a cambiarnos, pero primero a aceptarnos; a cambiarnos por el amor y no por el juzgarnos y condenarnos. El evangelio del domingo es durísimo. Volvelo a leer si tenes tiempo y vas a ver cómo iremos descubriéndole cosas nuevas a esta gran parábola que nos dejó Jesús.

A los discípulos en Algo del Evangelio de hoy se les ocurrió cualquier cosa. Ellos estaban, como decimos en Argentina, «en cualquiera». En realidad, estaban en la de ellos, estaban en ellos mismos. A vos y a mí por ahí se nos hubiese ocurrido lo mismo: pensar quién es el mejor, el más grande, y además en poner barreras a otros para que sean cercanos a Jesús. Las dos grandes tentaciones: el «poder» y el «exclusivismo». Cosas que pasan todavía en nuestra Iglesia. Todos de una manera u otra buscamos «ser alguien» en este mundo por medio del poder, que en sí mismo no es malo, sino que es la capacidad de hacer cosas, más o menos oculto. Pero al mismo tiempo es la gran debilidad de todos.

Por si no te enteraste, así nacemos, así vinimos a este mundo: «fallados de fábrica», con la mancha original de la desobediencia a nuestro Creador y sin «querer o a veces queriendo», disimuladamente, deseamos ponernos en el lugar de Dios. Queremos buscarnos lugares de poder en el que nos sintamos bien, bien apreciados y queridos por otros, poniendo nuestra seguridad en opiniones pasajeras y cambiantes. Somos así de raros e ingenuos a veces. Igual que los discípulos que mientras Jesús les hablaba de humildad, del servicio, del poder -pero entregándonos-, iban pensando por dentro suyo quién sería el más grande.

Lo peor que nos puede pasar hoy es que nosotros pensemos para adentro: «Ay, ¿cómo se les va a ocurrir semejante cosa a los discípulos?» Como si fuese que a nosotros no nos pasa lo mismo, que en la Iglesia no pasa lo mismo. ¡Pobre Jesús, incomprendido ayer, hoy y siempre! Jesús en vida humilde y sencillo. Jesús hoy en cada Eucaristía humilde, sencillo e incomprendido. También hoy en la Iglesia podemos caer en eso los consagrados, los sacerdotes, buscando lugares de poder donde nos sintamos más queridos. También aquellos que son el Pueblo de Dios, los laicos, pueden caer en eso, creando bandos, prefiriendo a unos más que a otros, creyendo que unos son mejores que los otros. ¡Qué poca mirada evangélica tenemos a veces!

El que quiere andar con Jesús, tiene que andar como él anduvo. El que quiere ir con Jesús, tiene que comprender que no es cuestión de grandeza humana, de logros pasajeros. Tiene que comprender que estar con Jesús no da «poder» al estilo de este mundo, que no es para tener poder y ser reconocido como grande por otros, tener muchísimos seguidores y que todos nos aplaudan. Eso es del mundo. El que ande con Jesús tiene que aceptar que hay «otros» que pueden hacer cosas buenas también en su Nombre, que pueden colaborar al Reino de Dios, que el bien no se reduce a nuestras cuatro paredes o a nuestro corazón. Estar con él no nos hace exclusivos, sino que nos hace inclusivos. Nos debería hacer incluir a todos los que trabajan por el Reino.

Todo lo demás, todo aire de poder, de grandeza humana, de creer que tenemos el «monopolio» del bien, de pensar que porque tenemos un lugar de servicio somos más que otros, de pensar que en nuestros propios grupos, parroquia, movimiento, congregación, hacemos las cosas mejores que en otros lugares. Todo eso… no es del evangelio. Sí podemos mirar para aprender y crecer, pero no para menospreciar. Todo eso no es de Jesús. Eso no viene de su corazón, eso viene del nuestro. Y, mientras pensemos así, no estaremos todavía completamente convertidos a él.

Que no se te ocurra preguntar esas cosas, aunque las pienses. No repitamos errores viejos del evangelio. No todo lo que pensamos hay que decirlo, pero sí hay que ser sinceros con nosotros mismos y con los demás. ¿Qué ando buscando con Jesús? ¿Me busco a mí mismo o lo busco a él? ¿Quién es el más grande?, podemos preguntarnos a veces. Y… ¡Jesús!, claramente. El que se hizo pequeño, el que siendo grande, el que siendo fuerte, se hizo débil; el que siendo rey se hizo nuestro servidor. Todo lo demás no vale la pena preguntarlo.