XXVI Sábado durante el año

on 3 octubre, 2020 in

Lucas 10, 17-24

Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre.»

El les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo.»

En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»

Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: «¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!»

Palabra del Señor

Comentario

La propuesta desde Algo del Evangelio de hoy, de este sábado, es que puedas meditar y rezar por tu cuenta, es ayudarte a que hagas un poco el esfuerzo de tu parte, no porque todos los días no lo hagas, sino porque siempre se puede hacer algo más. Por eso solo daré algunas pinceladas, sencillas de lo que nos dice la palabra de Dios de este día.

Igualmente, me vienen al corazón las palabras del salmo, el 118: “Nunca me olvidaré de tus preceptos, por medio de ellos me has dado vida”. Intentemos aplicar esta enseñanza del salmo: ¿Cuáles son las palabras que recuerdo de lo que acabo de escuchar? O ¿Qué palabras no quisiéramos olvidar? Seguramente mientras yo te estoy hablando, ya algo te vino a la cabeza y al corazón, de lo que hoy, o incluso esta semana pudiste escuchar y meditar.

Y eso es, creo lo más importante; que espontáneamente tomes tu Biblia otra vez y anotes en un cuaderno o grabes en tu corazón qué palabras de Dios escuchaste especialmente, esas que naturalmente se grabaron en tu corazón, como Dios grabó la ley en las tablas.

Por ahí no te acordás literalmente lo que Dios te dijo, pero te acordás lo que te quiso decir, eso también es importante, y no es lo mismo. Por eso no es cuestión solamente de acordarse de “memoria” un versículo, como un loro que repite algo que le dijeron, sino de recordar lo que experimentaste e interpretaste de lo que Dios te dijo; porque eso es lo que jamás te vas a olvidar y eso es lo que no tenemos que olvidar; porque si lo recordamos es porque realmente fue importante, o porque algo nos quiso decir, o porque algo nos marcó, era lo que necesitábamos en ese momento.

Bueno, hagamos ese esfuerzo, si realmente no recordamos nada de los evangelios de esta semana, o el de hoy, volvamos a escuchar alguno (por ahí eso te ayuda), vuelvo a decir que por ahí no fue una frase literal, pero si fue una actitud que sentiste que Dios te pidió cambiar, un modo de ser que te invita a vivir, un consuelo que te regaló, cualquier cosa que cada uno puede haber vivido de una forma especial.

Hagamos este ejercicio: sentate, recordá y escribí si podés, y una vez que lo escribas, podés hacer ese método que utilizan algunos monjes de repetir esa frase; repetirla, repetirla interiormente para que quede grabada en el corazón.
Y bueno si es algo que tenemos que cambiar, algo que debemos hacer; pidámosle a Dios la gracia de que nos ayude a vivirlo estos días: “Ayudame a cambiar esto, ayudame a vivir esto, ayudame a acercarme a tal persona…ayudame a dejar ese sentimiento que me atormenta” Bueno, que cada uno que pida la gracia que más necesita a Dios.

Ojalá que puedas recordar lo que Dios te dijo; porque cuando Dios te dice algo al corazón, jamás se olvida y si no se olvida, eso es lo que nos da vida.

Es lindo reflexionar, sencillamente, desde algo del evangelio de hoy, la actitud de los discípulos al volver de misionar, sus sentimientos, y por otro lado la respuesta de Jesús y su enseñanza según lo que ellos habían experimentado. Jesús es tan Maestro, que no solo nos envía a misionar, sino que nos enseña a regresar y a saber qué hacer con lo que vivimos gracias a su envío. Esto es algo particular y lindo para pensar. Siempre Él ayudando a sus discípulos a que vean más allá de lo que veían, más allá de lo que experimentaban. Es, por un lado, natural y lógico el sentimiento de gozo de los discípulos al ver que “hasta los demonios se sometían en su Nombre”, pero, por otro lado, es necesaria la actitud y de algún modo, la corrección de Jesús, para que sus amigos no se adueñen de lo que lograban y que su alegría esté fundada en algo más profundo y no únicamente en el poder que experimentaban.

No hay que olvidar que detrás de toda obra evangelizadora, de toda acción misionera, además de la gracia de Dios, por detrás está la acción del demonio que quiere destruir y dividir, y que, si no sabemos discernir eso, por más bien que hagamos, todo puede venirse abajo. Sin embargo, Jesús les dice: “Nada podrá dañarlos”, como diciendo “si están conmigo, si se dejan guiar por mi amor, nada podrá destruirlos”. El demonio, dice la palabra, “ronda buscando a quién devorar”, ronda buscando a quien destruir, y mucho más a los que están siendo enviados por Jesús para hablar del Reino de Dios. Por eso la oración y la cercanía con Jesús debe ser nuestro anhelo y nuestra alegría. La alegría y el gozo de evangelizar no debe ponerse tanto en los frutos de la misión, sino en que todo lo que hagamos, por más que no veamos nada, por más que nuestro corazón esté árido y seco, tiene su sentido, tiene su recepción en el corazón del Padre que todo lo ve, todo lo recibe, todo lo acepta.

Alegrémonos de que, por amar, seguir y trabajar por Jesús, nuestros nombres están escritos en el cielo de un modo especial.