XXVII Martes durante el año

on 4 octubre, 2022 in

Lucas 10, 38-42

Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude».

Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada».

Palabra del Señor

Comentario

Señor, «auméntanos la fe», lo necesitamos. Lo necesito. «Necesito volver a confiar y a creer que es posible amar y ser amados, «ser amados para amar». Te animo a que hagas propias estas palabras que me brotan también del corazón. Porque, en definitiva, en el fondo de todo lo que decimos día a día, «tener fe», decir que tenemos fe, fundamentalmente quiere decir, confiar en que somos amados por el Padre, más allá de todo, a pesar de todo. Él es el único que nos ama como deseamos, como anhelamos y Él es el único que puede tendernos la mano cuando parece que todo se vuelve oscuro y difícil. ¿Tenemos plena confianza en esto? ¿Nos fiamos de esa verdad? «Señor, auméntanos la fe, lo necesitamos. Queremos creer en esto, queremos creer cada día más, todos, especialmente los que escuchamos día a día tu Palabra».

Alguien me preguntó, a raíz de los comentarios al Evangelio del domingo, qué hay que hacer para aumentar la fe. Bueno, es una respuesta difícil o larga para contestar y creo que ya te habrás dado cuenta que a mí mucho no me gusta dar recetas, no es mi estilo, nunca me gustó, porque en general a mí mismo no me sirven, aunque pueden ayudar en algún momento de la vida espiritual, no reniego de eso. Por eso, sigo proponiendo que reflexionemos profundamente sobre qué es la fe, para saber, justamente, como hacer para que crezca. Si no sabemos qué es la fe, o tenemos una idea equivocada de ella, todo lo que hagamos puede ser en vano, puede caer en saco roto. Pero claramente, un consejo, es pedirla, porque, antes que nada, la fe es un don que Dios nos regala, y por eso debemos pedirla, es gracia que nos invita a responderle con amor y libertad, poniendo en juego todo lo que somos, corazón y cabeza, voluntad e inteligencia, y no por partes, sino con todo nuestro ser.

Pero algo importante es considerar el por qué pedimos más fe, el por qué los discípulos en esas circunstancias, en esa situación, le pidieron a Jesús que les aumente la fe. Consideraron que para hacer lo que Jesús les pedía necesitaban tener más fe, o sea, la fuerza para poder perdonar siempre. Esto nos tiene que ayudar a considerar que, entre tantas cosas, la fe no es magia para poder hacer lo que nosotros no queremos o no podemos hacer, tampoco es magia para que pase lo que queremos que pase, supliendo lo que en realidad deberíamos hacer nosotros, o lo que deberíamos aceptar con humildad. No, la fe no es eso, aunque a veces haya milagros, sino que la fe es la aceptación de las verdades de vida que nos enseña Jesús, para que, gracias a la ayuda de su amor, podamos hacer lo que Él nos pide, y no lo que nosotros ciegamente a veces pretendemos.

Pero vamos a Algo del Evangelio de hoy. Me gustaría que, siguiendo la línea de pedirle a Jesús más fe, también podamos pedirle lo mejor que podemos pedir, según la respuesta que Él mismo le da a Marta en la escena de hoy. Jesús: «Queremos ser como María, que «tirada» a tus pies, escuchaba tu palabra. Queremos convencernos, de que estar a tus pies, no es «perder el tiempo». Queremos darnos cuenta, de que vivir con el corazón puesto en lo importante es justamente lo necesario para poder vivir en paz y construir un mundo de paz. Queremos «dejar de oír» las voces de este mundo que nos quieren hacer creer, que en la vida lo importante es «hacer y hacer» sin un rumbo claro, solo por el hecho de que «hacer» parece ser lo mejor.

¡Cuánto de esto vivimos hoy en la Iglesia! La Iglesia siempre corre el riesgo de caer en esta tentación, «tan tentadora», de «hacer y hacer». La Iglesia hoy más que nunca debe cuidarse de no caer en la «mundanidad espiritual» de la que tanto hablaba el Papa Francisco. El sentir y pensar cómo piensa el mundo, sin discernir y frenar, haciendo por hacer y enorgulleciéndose por el solo hecho de hacer. El mundo se lleva todo por delante y no mira los corazones de las personas, al contrario, hasta puede usarlos. El mundo cree que el «hacer», el construir, el mostrar lo que se hace, el «pavonearse» con lo hecho es el fin de todo y es lo que nos hace «dormir» en paz. El mundo y la parte del mundo, del hombre viejo que llevamos en el corazón, piensa muchas veces así. Se inquieta y se inquieta por muchas cosas y se olvida la necesaria, la que jamás nos podrá ser quitada, aunque nos quiten todo. Un santo, San Francisco de Asís entendió esto y lo vivió.

Por eso decía a sus hermanos: «Recuerda que cuando abandones esta tierra, no podrás llevarte contigo nada de lo que has recibido, sólo lo que has dado». Lo que damos es lo que perdura y queda para siempre. Lo que damos de nosotros mismos. Y lo mejor que podemos dar a los demás es a Jesús y a su amor, es darnos a nosotros mismos y no «cosas», y eso solo podremos hacerlo estando más tiempo con Él. Marta fue muy buena, incluso llegó a ser santa, pero ese día estando con Jesús, se equivocó, como cualquiera de nosotros, que teniendo en frente a Jesús muchas veces, en un pobre, en nuestra familia, en la Iglesia, en una adoración, en la visita a un enfermo, nos desgastamos en cosas que al final no suman o no aportan lo mejor. No nos inquietemos por cosas que no perduran, por cosas que no son necesarias.

Aprendamos de Marta, que se equivocó pero después seguramente cambió; aprendamos de María que supo elegir lo mejor, aunque parecía en otra cosa; aprendamos de San Francisco que se fue de este mundo «sin nada» pero dejó todo, dejó sembrado «de todo» en el corazón de los demás. Terminemos con su mejor oración: «Señor, hazme un instrumento de tu paz. Donde haya odio siembre yo amor; donde haya ofensa, perdón; donde hay duda, fe; donde hay desesperación, esperanza; donde haya tinieblas, luz; donde haya tristeza, alegría».

Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.