XXVII Martes durante el año

on 6 octubre, 2020 in

Memoria de San Bruno – Lucas 10, 38-42

Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra.

Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude.»

Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada.»

Palabra del Señor

Comentario

Vivir la vida como un don es el mejor remedio para, te diría, casi todos los problemas que nos surgen día a día, para tantas angustias. Si fuéramos más agradecidos, nos evitaríamos más amarguras, más quejas, más juicios temerarios, más tristezas, más enojos y todo lo que puedas imaginarte vos mismo mientras estás escuchando. Y cuando digo la vida, me refiero a todo, desde la existencia hasta el poder levantarnos de la cama y respirar, hasta el más mínimo detalle que nos ayude a descubrir que todo nos fue dado, que todo es don, que lo más esencial de la vida no depende de nosotros. Por eso, hoy te propongo y me propongo empezar el día dando gracias. Y solo da gracias aquel que no se adueña de las cosas, sino que siempre las considera regalos, y por eso es agradecido. Todo lo contrario a lo que les pasó a los sacerdotes y fariseos del evangelio del domingo que escuchábamos.

Qué difícil es todo cuando vivimos en un mundo donde todo se compra y se vende, donde todo tiene un valor monetario. Y eso lentamente, de algún modo, nos va «adormeciendo» la capacidad de reconocer lo que, en realidad, no tiene valor, porque justamente su valor es incalculable. A lo realmente necesario no se le puede poner precio.

Es un ejercicio que debemos hacer todos. Por eso, si podés en este momento, tené un gesto. Por ejemplo, mirá el cielo, arrodillate, o mirá un lugar que te ayude a concentrarte, cerrá los ojos. Lo que sea para poder decir a Dios, tu Padre: «Gracias. Gracias por todo. Gracias a pesar de todo». Ponele nombre a esas gracias. Además, animate a agradecer lo que no tenés muchas ganas de agradecer; eso que parece que no tuvo sentido en tu vida, en tu día; eso que no te pareció necesario y, sin embargo, pasó, aunque no te gustó. Gracias por lo agradable y por lo que no es tan agradable. Te aseguro de que, si todos aprendiéramos a ser agradecidos, viviríamos muy distinto, hasta entre nosotros nos miraríamos distinto.

Algo del Evangelio de hoy, con esta escena tan linda y conocida, nos enseña que lo esencial de la vida no es siempre lo que parece desde afuera. Nos enseña que en la vida debemos aprender a elegir bien y que hay cosas que no se compran con nada; que hay valores que, si aprendemos a cultivarlos, nadie nos lo podrá quitar. Nuestro gran valor, lo mejor que podemos tener, es a Jesús, es su amor.

No siempre el ser agradecido se manifiesta «haciendo cosas» hacia fuera -como lo hizo Marta queriendo servir a Jesús-, sino que la primera actitud del que sabe agradecer una presencia es el escuchar, es el estar quieto, es el hacer silencio. Eso es lo que necesita Jesús de nosotros, lo que necesitaba de Marta. Eso es lo que necesitamos como hermanos. Eso es lo que debemos hacer también como Iglesia. Basta de tanto ruido, basta de tanto hacer.

Hoy quiero yo mismo, y quiero que todos lo quieran, ser como María, que «tirada» a los pies de Jesús escuchaba su Palabra. Quiero que nos convenzamos, que nos demos cuenta de que estar a los pies de Jesús no es «perder el tiempo». Quiero que nos demos cuenta de que vivir con el corazón puesto en lo importante es justamente lo necesario para vivir en paz y construir un mundo de paz, y después hacer cosas buenas. Quiero que «dejemos de oír» las voces de este mundo que nos quieren hacer creer que en la vida lo importante es «hacer y hacer» sin rumbo claro, solo por el hecho de que «hacer» parece ser lo mejor y es lo que más «seguidores» da. ¡Cuánto de esto vivimos hoy en la Iglesia!

La Iglesia siempre corre este peligro de caer en esa tentación «tan tentadora» de hacer por hacer, de difundir lo que hace, creyendo que ese es el camino. La Iglesia hoy más que nunca debe cuidarse de no caer en la «mundanidad espiritual», de la que tanto habló el Papa Francisco; el sentir y pensar como piensa este mundo, sin discernir y frenar, haciendo por hacer y enorgulleciéndose por el solo hecho de hacer. El mundo se lleva todo por delante y no mira los corazones de las personas; al contrario, hasta puede usarlos para «quedar» bien. El mundo cree que el «hacer», el construir, el mostrar lo que hace, el «pavonearse» con lo que hace, es el fin de todo y es lo que lo hace «dormir» en paz. Y por esto, hasta incluso dentro de la Iglesia, podemos ver que se usa sin querer a los pobres para quedar como buenos y solidarios. ¡Cuidado!

El mundo y la parte del mundo, del hombre viejo que llevamos en el corazón, piensa muchas veces así. Se inquieta y se inquieta por muchas cosas y se olvida de la necesaria, de la que jamás nos podrá ser quitada. Aunque nos quiten todo, aunque nos dejen encerrados para siempre, nadie nos podrá quitar a Jesús.

Esta es la sabiduría del evangelio y la de los santos, como San Francisco de Asís que les decía a sus hermanos: «Recuerda que cuando abandones esta tierra, no podrás llevarte contigo nada de lo que has recibido, solo lo que has dado». Lo que damos es lo que perdura y queda para siempre; lo que damos de nosotros mismos, no las cosas. Y lo mejor que podemos dar a los demás es a Jesús y a su amor, es darnos nosotros mismos y no tanto acciones hacia fuera.

Marta fue muy buena, incluso es santa, pero ese día estando con Jesús se equivocó; como cualquiera de nosotros que teniendo en frente al mismo Dios, muchas veces también en un pobre, en nuestra familia, en la Iglesia, en una adoración, en la visita a un enfermo, nos desgastamos en cosas que al final no suman o no aportan lo mejor. Nos perdemos en lo que no es necesario. No nos inquietemos por cosas que no perduran, por cosas que no son necesarias. Aprendamos de Marta, que se equivocó y eso nos ayuda a no equivocarnos hoy. Aprendamos de María, que supo elegir lo mejor, aunque su hermana la acusó ese día de no ayudarla. No nos acusemos entre nosotros y aprendamos a elegir siempre lo mejor.