
XXVII Miércoles durante el año
on 5 octubre, 2022 in Lucas
Lucas 11,1-4
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”.
El les dijo entonces: “Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación”.
Palabra del Señor
Comentario
¿Cómo hacer para aumentar nuestra fe? Es la gran pregunta… Dijimos ayer que principalmente, pidiéndola… porque es un don, pero… y ¿Qué más? Por otro lado, aceptando lo que Dios nos enseña, dejando de lado nuestra soberbia y orgullo que no nos permiten escuchar, la dulce voz de nuestro Padre y poder así aceptar sus verdades. La fe no es pedir algo para que pase lo que queremos, o pedir que Dios haga lo que nosotros queremos que haga, sino que es, principalmente, pedirle a Dios que nos ayude a hacer lo que Él quiere que hagamos, pedirle a Dios que nos aumente nuestra confianza en Él para aceptar definitivamente que lo que nos enseña, por medio de su palabra, es verdad y hace bien vivirlo. ¿Pensaste en esto alguna vez? Te cuento que, a mí, pensarlo, me lleva a que se me «de vuelta» la cabeza, me lleva a cambiar radicalmente mi manera de ver la fe y de vivirla. Pienso que a veces perdimos mucho tiempo en la vida, en nuestra vivencia de la fe, por no haber sabido cosas tan esenciales, tan básicas, que el Evangelio enseñó desde siempre, pero que no se transmitieron bien, o no supimos entender.
Por eso, hoy te propongo que le digamos juntos a Jesús: «Aumentános la fe», ayudanos a aceptar tus enseñanzas, a saber, que es posible vivir la fe, vivir como nos enseñás. No podemos reducir la fe a pedirle a Dios Padre lo que se nos antoja, o lo que pretendemos, olvidándonos de lo que Él nos enseña, de lo que Él pretende y desea para nosotros, debemos dar vuelta la ecuación… primero Dios, solo Él… después nosotros. Especialmente hoy, podemos pedir que nos enseñe a rezar, «Jesús enseñame a orar, enseñame a rezar; enseñame a reconocerte, a disfrutarte, a darme cuenta que estás –eso es la oración: darnos cuenta que Dios está siempre–, enseñanos a escuchar al Padre, enseñame a rezar como rezabas mientras estuviste con nosotros». El que tiene fe no puede vivir sin la oración. Es la sabia interior del corazón del hombre de fe.
Hoy, Algo del Evangelio se hace oración porque es el mismo Jesús, el mismo Señor que con sus palabras nos enseña hacia dónde tiene que estar orientado nuestro corazón.
Digamos juntos hoy: «Jesús, enseñanos a orar». Jesús, necesitamos la oración como el aire de nuestros pulmones, necesitamos darnos cuenta que sin escuchar al Padre vamos experimentado una orfandad del corazón, aunque Él nunca nos deje y no deja de ser nuestro Padre; dejamos de escuchar lo más esencial, «sos mi hijo amado», esa voz que todo hijo quiere escuchar, aunque no se dé cuenta. Enseñanos a caer en la cuenta que somos hijos, que siendo todos hijos; somos hermanos. «Enseñanos a rezar en este día la oración que hoy nos enseñas».
Porque la oración es un don; no es simplemente una obligación, algo que tenemos que hacer. Cómo nos enseñaron a veces eso ¿no?, que hay que «cumplir» con la oración, que hay que rezar. ¡No!, la oración debe convertirse en una necesidad.
«Señor regalanos el don de necesitar escucharte y hablarte»; porque eso es rezar, eso es orar: escuchar y hablar, dialogar como un hijo habla con su Padre; y con Jesús, nuestro hermano: como un amigo le habla a otro; y en el Espíritu Santo que habita en nosotros y nos mueve desde adentro enseñándonos a clamar –como decía san Pablo– “Abbá” (es decir Papá, Papito), eso significa Papá.
Hoy tomémonos cinco o diez minutos, miremos al cielo, miremos algo de la creación de Dios, algo de lo que Dios hizo para nosotros. Recitemos el Padre Nuestro como nunca antes lo hayamos hecho; recitalo al ritmo del corazón y no al de los labios que muchas veces repiten sin saber qué es lo que dicen. No lo repitas; decilo, pensalo, rézalo, escuchá lo que decís, imaginá lo que rezás, sentí lo que pensás…
Y terminemos agradeciendo la simplicidad y la sencillez de esta oración; la oración más completa, más plena, más necesaria de todo cristiano, de todo hijo de Dios.
«Gracias Jesús por enseñarnos a orar, gracias por dejarnos el Padre Nuestro; gracias por permitirnos llamar a Dios como “Padre”, como tu Padre, como nuestro Padre; gracias por hacernos hijos, gracias por dejarnos compartir el ser hijos».
Hoy al rezar el Padre Nuestro no dejes de mirar también a los demás como hermanos; no dejes de pedir por todos los hijos de nuestro Padre, especialmente por los que menos sienten su presencia; no dejes de perdonar a los que te ofendieron; no dejes de hacer su voluntad; no te dejes vencer por el pecado; no te dejes vencer por la tentación, por la prueba, por el mal; no dejes de alimentarte de lo mejor, no dejes de elegir lo mejor, aquello que nadie te puede quitar.
«Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Que las palabras que nos enseñó Jesús, calen en lo más profundo de nuestro corazón, porque lo necesitamos, vos y yo, vos que estás triste, que estás enfermo, que estás sufriendo, vos que estás bien alegre, también lo necesitás, porque pedirle a nuestro Padre lo que Él nos enseña a pedir, eso aumenta nuestra fe.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.