XXX Domingo durante el año

on 23 octubre, 2022 in

Lucas 18, 9-14

Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:

Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas».

En cambio, el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!»

Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se eleva será humillado y el que se humilla será elevado».

Palabra del Señor

Comentario

Es bueno los domingos también, al escuchar la palabra de Dios, recordar algo del domingo anterior, porque también de algún modo los evangelios de los domingos van como entrelazados, van llevando una lógica y una pedagogía divina, de fe. ¿Te acordás la parábola del domingo pasado? ¿Te acordás qué era lo que Jesús nos enseñaba por medio de esa parábola? Por ahí sí, por ahí, no… no importa, entiendo que a veces no nos acordemos el hilo conductor de cada lectura del domingo. Pero vale la pena esta vez recordarla juntos. Empezaba así: “Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse” Toda la semana, intentamos seguir escuchando lo mismo, intentamos profundizar esta enseñanza de Jesús que toca el “nervio” más profundo de nuestra relación con el Padre, con nuestro buen Dios.  En el fondo la pregunta que respondía Jesús era sobre el  “porqué” tenemos que rezar, o “qué” tenemos que hacer frente a Dios. Me parece que hoy, la pregunta de fondo que se nos responde, y lo que debería brotarnos espontáneamente al ser conscientes sobre la necesidad de rezar es… Pero… ¿Cómo? ¿Cómo tenemos que orar? ¿Alcanza solo con rezar por rezar, con decir palabras? ¿Alcanza con rezar de cualquier manera? ¿Es suficiente orar solo porque “es necesario orar”?

Son muchas preguntas a la vez, es verdad, no es para que las respondamos todas hoy. No es bueno atragantarse de tantas palabras. Por eso Jesús, como siempre, la hace bien simple pero complicada a la vez. Cuenta una parábola, nos ayuda a reflexionar con una parábola. A pensar se ha dicho. A reflexionar se ha dicho. Quiere que pongamos de nuestra parte en todo esto. Jesús quiere enseñarnos a pescar y no darnos el pescado. Quiere enseñarnos a “pescar” en nuestro corazón para encontrar la verdad. Él quiere sacar lo mejor de todos y por eso, da oportunidades para pensar. Pero bueno, me fui un poco de tema. Volvamos. Jesús nos cuenta una parábola.

Dos hombres, un fariseo y un publicano. El fariseo un hombre religioso, cumplidor, tenido por bueno ante los demás, correcto, aparentemente caritativo y honesto. El publicano, un pecador para los otros, un desastre ante los ojos de sus compatriotas, un descarado, seguramente no muy practicante de su fe, sin embargo, muy consciente de su debilidad. Pero es bueno preguntarnos: ¿Cómo reza cada uno? ¿Cómo se para frente a Dios el fariseo y el publicano? ¿Qué le dice el fariseo y qué dice el publicano? ¿Cómo se fue el fariseo y como se fue el publicano? No sabemos la cara y los sentimientos que habrán tenido los dos, lo que sí sabemos es que según la mirada de Dios, de Jesús, uno se fue justificado y el otro no. El publicano se fue santificado, purificado, agradó a Dios, en cambio el fariseo, aunque él haya pensado que lo que hizo estaba bien, no se fue justificado, no se fue purificado, no hizo lo que agradaba a Dios. ¿Qué paradoja no? El supuestamente más bueno, se terminó “comportando mal” y el más malo ante la mirada ajena, terminó siendo el más bueno ante los ojos de Dios.

Locuras de Jesús, locuras de sus parábolas que nos descolocan y nos desarticulan toda la estructura de lo que a veces pensamos y nos enseñaron o creemos. ¿Cuántas cosas nos jugamos ante la mirada de Dios pero que ante los ojos de los hombres parecen insignificantes? ¿Cuántas cosas se juegan en el silencio de un corazón que habla con Dios? ¿Cuántas cosas nos jugamos cuando rezamos frente a nuestro Padre, mientras otros nos pueden estar mirando mal?

Sí, es necesario orar siempre, sin desanimarse, pero algo muy importante que complementa lo del domingo anterior, es necesario orar bien, como Jesús nos enseña y no como se nos ocurra. No basta con rezar, sino que tenemos que rezar como el publicano. Tenemos que rezar como esos que parecen que no rezan bien. Cuidado que nos pueden sorprender. El fariseo lo único que hizo fue, bajo una falsa humildad, enorgullecerse de lo bueno que era. La verdad es que ir a rezar para terminar hablando de uno mismo… ¡Qué pérdida de tiempo! ¡Cuánto tiempo perdemos a veces frente a Dios hablando de nosotros mismos! No sabía este fariseo quién era y a quién le hablaba. En cambio, el publicano, habló lo justo y necesario: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!» Sabía quién era y a quién le hablaba. Mejor hablar poco y bien, que hablar mucho y patinar.

¿Y si terminamos este audio diciendo juntos las palabras más justas y sinceras que podamos decir frente a Dios? «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!» Soy el primero que necesita piedad y amor, piedad y misericordia. ¿Qué sería de mí si no me hubieses perdonado y  librado de tantas cosas? Vamos otra vez, digamos juntos estas lindas palabras: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!» Aprendamos a rezar escuchando a Jesús, todo lo demás es palabrería que no siempre es acorde a un corazón humilde como Jesús lo quiere.