
XXX Jueves durante al año
on 29 octubre, 2020 in Lucas
Lucas 13, 31-35
En ese momento se acercaron algunos fariseos que le dijeron: «Aléjate de aquí, porque Herodes quiere matarte.»
Él les respondió: «Vayan a decir a ese zorro: hoy y mañana expulso a los demonios y realizo curaciones, y al tercer día habré terminado. Pero debo seguir mi camino hoy, mañana y pasado, porque no puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne bajo sus alas a los pollitos, y tú no quisiste!
Por eso, a ustedes la casa les quedará vacía. Les aseguro que ya no me verán más, hasta que llegue el día en que digan: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»
Palabra del Señor
Comentario
Buen día. Una vez más a levantarnos. A levantarnos con la Palabra de Dios, que es la que siempre estará. Todo pasará. «Cielo y tierra pasará, pero mis palabras no pasarán», dice el Señor. Por eso, una vez más te animo a que empieces este día escuchando sinceramente, verdaderamente, con todo el corazón la Palabra de Dios. «Con todo el corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu». ¿Te acordás aquello del evangelio del domingo pasado, en donde, de una manera fuerte el Señor nos pide que le entreguemos todo, que no se puede andar entregando poquito a Dios, que nos da todo? Pero bueno, el camino es difícil. Hay que entenderlo. Hay que reconocer nuestra debilidad, hay que reconocer que nos cuesta. Y por eso si partimos desde esa base, desde la aceptación humilde y sencilla de que no podemos, de que amar al prójimo como él nos enseña, de que incluso amarlo como nos amamos a nosotros, cuesta bastante. Cuesta muchísimo, porque justamente nuestro amor está herido.
Nuestro amor no solo hacia los demás, sino hacia nosotros mismos está herido y tenemos que, de algún modo, dejarnos restaurar por la gracia y el amor de Dios. Pero con la gracia se puede. No podés bajar los brazos y decir que no podés perdonar, que no podés volver a empezar. La vida no se mide por éxitos humanos, sino que en el fondo se mide por volverse a levantar una y otra vez con la cabeza alta, diciendo: «Aquí estoy. Quiero volver a empezar. Quiero volver a pedir perdón. Quiero volver a escuchar. Quiero volver a darme cuenta de que se puede, de la mano de Jesús, amar como él nos enseña». Sigamos en este camino que nos va a ir bastante bien.
Con respecto a Algo del Evangelio de hoy, deberíamos decir que, evidentemente -y aunque suene medio redundante-, Jesús fue muy sincero, muy sincero. No fue un «sincericidio» digamos, como se dice, sino que fue sincero. Dijo lo que pensaba en los momentos justos. Podríamos decir que rezó con sinceridad, de cara a su Padre, sin ocultarle nada de lo que sentía y, además, fue muy sincero con los demás cuando tuvo que serlo, cuando tuvo que expresar lo que sentía y pensaba para el bien de los otros por amor. Porque ahí está la clave: ser sinceros por amor. Ser sinceros no quiere decir buscar -como decía recién- el «sincericidio», o sea, estar diciendo en todo momento y lugar y frente a cualquier persona lo que pensamos y sentimos. Ese no siempre es el camino.
Pero -vuelvo a decir- ser sinceros sí nos puede llevar muchas veces a tener que enfrentarnos con personas y situaciones, aunque no nos gusten. Cuando él lo tuvo que hacer, lo hizo y no tuvo, como se dice, «pelos en la lengua». Le dijo zorro a Herodes, el gobernador de ese momento, y les dijo en la cara a los fariseos lo que les tenía que decir. Por supuesto que no les gustaba, pero ¿pensás que Jesús se detuvo mucho en lo que pensarían los demás? ¿Crees que Jesús hubiera hecho todo lo que hizo si hubiese estado pendiente de los «me gusta» de los demás, de los seguidores, como a veces estamos nosotros? Muchas palabras y acciones de él jamás fueron «políticamente correctas». Todo lo contrario, generaron la ira y la bronca de muchos. Y esa fue una de las razones por las cuales le tocó la muerte, y una muerte tan dolorosa y triste.
Me pregunto: ¿Y a nosotros hoy qué nos pasa? ¿Por qué nos cuesta tanto ser sinceros y veraces? ¿No será que muchas veces vivimos camuflados en un mundo que le encanta la hipocresía y la mentira? ¿No será que la mentira nos molesta únicamente cuando nos toca de cerca, pero mientras tanto vivimos en un mundo que nos miente de algún modo, y eso parece que es parte de la vida? Hay muchos Herodes «zorros» en este mundo que hoy quieren matar a los que dicen la verdad. En muchos lugares del mundo hay hombres y mujeres que mueren por hablar, por ser sinceros, por ser cristianos incluso.
¿Nosotros de qué lado queremos estar? ¿Queremos ser zorros encubriendo la mentira en nuestros ambientes, en los trabajos deshonestos, en la política que no siempre busca el bien de los demás con sinceridad, en ciertos sectores de la Iglesia que dice lo que hay que hacer y no lo hace, en nuestras familias?
Hay algo que tenemos que tener claro. Si somos sinceros, tarde o temprano algo nos costará. La sinceridad no viene sin nada bajo el brazo; a Jesús le costó muchísimo, porque el mundo la odia. Odia la sinceridad, odia la transparencia. A nosotros también nos va a costar algún día y nos cuesta día a día abrir el corazón de par en par.
Una vez un amigo me contó algo que le pasó. Fue a denunciar un intento de corrupción en su trabajo. Fue decidido y fue recibido con mucho entusiasmo por su jefe. Él salió orgulloso y feliz de haber hecho el bien, lo que debía hacer. Pero la alegría y la ilusión de pensar que la situación corrupta iba a cambiar duró lo que dura una estrella fugaz. ¿Sabés qué pasó? Nunca más lo llamaron para un trabajo en ese lugar. La sinceridad cuesta, pero da paz cuando se logra. ¿Vos crees que este amigo ahora está en la calle sin trabajo y no puede mantener a su familia? No, nada de eso. Tiene otros trabajos, porque creo que Dios no nos abandona de algún modo cuando nosotros somos fieles a su Palabra. Nunca nos soltará la mano. Se puede, se puede ser sinceros. Se puede vivir en la verdad y se puede. Solo hay que buscarlo, desearlo y alcanzarlo.