XXXI Jueves durante el año

on 5 noviembre, 2020 in

Lucas 15, 1-10

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola:

“Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?

Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”. Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.

Y les dijo también: “Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla?

Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido”.

Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte”.

Palabra del Señor

Comentario

El gran mal de los fariseos, de los escribas, de aquellos que se creían un poco más que los demás; el gran mal de nuestro corazón que también a veces se impregna, de alguna manera, de esta manera de ser, de esta soberbia del corazón, que siempre estará al acecho, que pareciera ser como una doble naturaleza de nuestra vida, que impide que nos veamos tal cual somos: con toda la verdad, con nuestras virtudes, pero también con nuestros defectos. Esa soberbia del corazón es la que finalmente –como decíamos ayer– nos hace mirarnos distintos, nos hace creernos que por tener etiquetas distintas, por tener títulos, logros, diferencias sociales, diferencias de color de piel, diferencias de edad; nos hace mirarnos como personas que tenemos distinta superioridad. Y la verdad que el evangelio en el fondo es un camino totalmente contrario, un camino de reconocimiento de nuestro ser hijos y criaturas, de ser amados –sí–, de ser perdonados. Y, al mismo tiempo, eso nos iguala frente a todos los seres humanos, a todos los seres humanos. Tenemos que reconocer que nuestra gran verdad es la hermandad, la que nos iguala, y por eso Jesús vino a salvarnos de esa búsqueda de superioridad que tenemos tantas veces; y eso que se nos va colando en el corazón que el mundo nos enseña y nos atrapa, creyendo que nos distinguimos por tener tal o cual cosa, por ser de una manera o de otra. Sigamos luchando día a día contra este virus, el peor virus de todos, que es el del fariseísmo en el corazón, el fariseísmo tanto en la vida cotidiana como en nuestra vida de fe, como en la religiosidad, que cuando se impregna es muy difícil de eliminarla.

Pero hoy frenemos un poco en la lógica de Dios. Dejemos de lado nuestra pobre lógica que a veces es mucho menos sabia que la de Dios. Pero hoy en Algo del evangelio frenémonos por un momento en la lógica de Dios, que nos sacude un poco. Pareciera ser que a veces nuestro buen Dios no es tan lógico o por lo menos –deberíamos decir– que no concuerda con nuestra lógica, que es bastante ilógica. Y justamente acá no debemos caer en el pensamiento «fácil» de decir: «Dios es un poco ilógico, no lo entiendo», sino todo lo contrario. Darnos cuenta que Dios es mucho, infinitamente, más sabio que nosotros, que él tiene una lógica distinta y, como no la entiendo, muchas veces debo aceptarla con humildad y por humildad y dejarme enseñar por ella, sabiendo siempre, siempre que él sabe más que yo y que sus caminos no son los caminos de nosotros. ¡Qué distinto pensar así!, ¿no? ¡Qué distinto abrirse a la sabiduría divina que nos va transformando el corazón!

Bueno, esa es la primera lógica –valga la redundancia– que tenemos que cambiar. La lógica de Dios es superior a la nuestra, es la verdadera. La sabiduría de Dios es infinitamente más grande.

Y la «buena noticia» de Dios de hoy, de este evangelio, o por lo menos una de tantas que podemos sacar es que él hace lo que nadie haría, o por lo menos sería muy raro que alguien lo haga: dejar noventa y nueve ovejas por buscar a una sola, arriesgarse a perder todo por una sola.

Nuestra lógica práctica, utilitarista y materialista jamás se arriesgaría a perder muchísimo –noventa y nueve–, casi todo, por rescatar solamente a una. Lo que parece obvio en esta parábola en realidad nos quiere enseñar que no es obvio. La Palabra nos enseña entonces que no es obvio esto, justamente para mostrarnos que el amor rompe toda la lógica.

El amor de Dios es tan grande, es tan grande para con vos y para conmigo, que supera la lógica de lo obvio que no es para nosotros. Por eso, debemos reconocer que no es obvio ser tan bueno, tan misericordioso. Nuestra lógica humana busca muchas veces lo obvio, lo imaginable, y Dios nos enseña que lo inimaginable está en su corazón y está a la orden del día. Esa es la gran noticia de hoy.

La escena del evangelio de hoy es la de un Dios que recibe a los pecadores y come con ellos. ¡Qué noticia más linda! Quiere decir que te recibe a vos, que me recibe a mí, que vino a comer con nosotros –que somos pecadores–, vino a recibirnos, vino a buscarnos. Quiere decir que la crítica más dura de estos fariseos para con Jesús fue en realidad el elogio más grande que le podrían haber hecho. Él come con los pecadores, come con nosotros.

Nuestro Señor vino, dejó todo para buscar a todos, porque todos somos ovejas perdidas de algún modo. Todos éramos ovejas perdidas. Si estás alejado de tu Padre, dejate encontrar. Si estás alejado de ese Dios que tanto amabas, dejate invitar a comer por él una vez más, dejate perdonar. «Hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por muchos que no necesitan convertirse».

Si te cae mal que Dios sea tan bueno, cambiá de mentalidad. Animate a pensar como él. Dios no es como nosotros pensamos.

Bueno y si Dios te recibe a vos y a mí, si come con nosotros, ¿cómo no vamos a ser capaces nosotros de comer con otros que no nos caen tan bien o que diferimos en nuestra manera de pensar o que incluso no podemos creer que se estén acercando a Dios? Tratemos de cambiar de mentalidad para que así cambien nuestras actitudes y nuestro corazón.

Que las palabras de hoy, que las palabras del evangelio de hoy, sean una buena noticia que nos transforme, que nos cambie verdaderamente la vida, para que nos demos cuenta que somos ovejas perdidas y que fuimos rescatados por él y, por eso, debemos alegrarnos cuando él se decide a hacer lo mismo con otros que lo necesitan.