
XXXII Martes durante el año
on 10 noviembre, 2020 in Lucas
Lucas 17, 7-10
El Señor dijo:
«Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: “Ven pronto y siéntate a la mesa”? ¿No le dirá más bien: “Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después”? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: “Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber.”»
Palabra del Señor
Comentario
Retomando el evangelio del domingo, podríamos decir que el problema de las diez jóvenes, las cinco necias y las cinco prudentes, que de algún modo podríamos decir representan dos clases de actitudes, dos modos de espera de la llegada del Señor; el problema de ellas no fue el quedarse dormidas, porque –si te fijas bien– todas se quedaron dormidas, o sea, todos nos quedamos dormidos de alguna manera, porque realmente no sabemos. Y por nuestra debilidad, por nuestra humanidad, por nuestro cansancio, la rutina, el olvido de Dios, en algún momento de la vida nos quedamos dormidos. Nos quedamos dormidos y no nos damos cuenta que él siempre está y puede llegar. Por eso digo el problema no fue la «dormición» de estas mujeres, sino que unas tenían aceite y las otras no.
Por eso podríamos pensar qué simboliza ese aceite que algunas de precavidas llevaron y otras de confiadas, de pensar en ellas mismas, y no darse cuenta que podía ser una larga espera finalmente las llevó a quedarse afuera. Bueno, el aceite podría ser todo lo que debemos guardar, atesorar en el corazón, que alimenta nuestra fe. Es el aceite que nos mantiene la llama encendida, la llama del corazón, la llama del amor que permite amar y vivir distinto, que permite estar despiertos.
Aquel que lleva aceite es el que está siempre buscando alimentos para su fe: la oración, los sacramentos, el servicio, una actividad, la entrega continua. Ese es el aceite de nuestras vidas. Por eso, no tengamos miedo a quedarnos dormidos, más bien tengamos miedo a confiar en nuestras fuerzas y no llevar el aceite del amor guardado para cuando llegue Jesús.
De Algo del Evangelio de hoy, te propongo que empecemos por el final para entender el principio, porque parece un poco duro. Jesús dice: «Ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: “Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”». Un consejo para hoy: Hay que escuchar todo siempre –es lo mejor–, a Dios y a los demás. La Palabra de Dios es un todo.
¿Te diste cuenta que a veces cuando dialogamos con alguien, nos puede pasar que por no escuchar todo lo que dijo o quedarnos con una parte puede ser que al final pensemos que dijo algo esa persona y no era lo que quiso decir? Entonces, eso nos puede pasar a todos, por no escuchar el todo. Bueno, con Jesús, con la Palabra nos pasa lo mismo. Hay que escuchar todo, no quedarse solo con frases sueltas o ideas sueltas. Si hoy nos quedamos con la primera parte, pareciera que a nuestro maestro no le importa que seamos agradecidos con aquellos que tienen tareas a nuestro cargo o que lo único que importa es el deber y que el deber no debe ser agradecido, valga la redundancia. Nada de eso, es bueno agradecer. Hay que agradecer siempre. «Es de bien nacido ser agradecido», dice el dicho, incluso cuando se trata solo del deber. Esto en todas las relaciones humanas, la acción de gracias es justa y necesaria.
Entonces… ¿a qué se refiere Jesús hoy? Se refiere a que con él todo es distinto. Se refiere a nuestra relación con él, nuestra relación de amor con nuestro buen Dios, no a las relaciones meramente humanas. Él, podríamos decir, es nuestro «Patrón» y nosotros sus servidores, no sus empleados. Somos sus servidores por gracia de Dios, como regalo. Es una relación distinta de amor. Y Jesús es el único «Patrón» del mundo que dio la vida por sus servidores, por todos; no como los patrones de este mundo. Él no busca otra cosa que nuestro amor, nuestra respuesta de amor. ¿Te parece que todavía tenemos que esperar a que nos agradezca? ¿No será que somos nosotros que tenemos que ser agradecidos con nuestra propia vida, con nuestro servicio?
A su vez, como decía san Alberto Hurtado, el gran santo chileno: «Los pobres son nuestros “patroncitos”». Todo hombre se transforma en nuestro patrón de algún modo, porque es otro Jesús al que debemos servir. San Alberto llamaba a los pobres «patroncitos», los predilectos de Jesús. Somos servidores de Jesús y servidores de los demás, no patrones de nadie.
Por eso, Jesús les enseña a sus discípulos, y a nosotros hoy, que el amor no busca ser recompensado. El que ama sirviendo por sentirse servido por Jesús, nuestro «Patrón», no debe buscar otra cosa que el amor. La recompensa por amar es el mismo amor y no el agradecimiento de nadie. Además, él ya hizo todo por nosotros. ¿Qué más estamos esperando de Jesús?
Si estás realizando algún servicio de amor en la Iglesia o en alguna institución de caridad y estás esperando que te agradezcan, todavía no entendiste todo el evangelio. Si querés empezar a servir en algún lado, tené en cuenta esto del evangelio. Somos simples servidores y, por gracia de Dios, es un regalo el poder servir, es un privilegio. ¿Qué más necesitamos?
Si amás a tu mujer, a tu marido, a tus hijos, esperando que agradezcan «todo tu amor» tan generoso y gratuito, es porque todavía estás aprendiendo a amar, estás en camino –como lo estamos todos en realidad–; es porque todavía no comprendes la gratuidad del amor. Amemos gratuitamente porque hemos recibido gratuitamente. «Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber». Así es como debemos responder cada día a nuestro Señor cuando llegue la noche, cuando nos encuentre el momento de descansar.