XXXII Viernes durante el año

on 11 noviembre, 2022 in

Lucas 17, 26-37

Jesús dijo a sus discípulos:

«En los días del Hijo del hombre sucederá como en tiempo de Noé. La gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca y llegó el diluvio, que los hizo morir a todos.

Sucederá como en tiempos de Lot: se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se plantaba y se construía. Pero el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos. Lo mismo sucederá el Día en que se manifieste el Hijo del hombre.

En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará.

Les aseguro que, en esa noche, de dos hombres que estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado; de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada».

Entonces le preguntaron: «¿Dónde sucederá esto, Señor?»

Jesús les respondió: «Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres.

Palabra del Señor

Comentario

Los «hijos de la resurrección» andamos por la vida sin miedo, o por lo menos eso intentamos. Por ahí deberíamos preguntarnos como para sincerarnos un poco, o reconocernos ¿Ando por esta vida con miedo? ¿Miedo a qué cosas le tengo? ¿Le tengo miedo al fin del mundo? Un «hijo de la resurrección», el que cree que Jesús está Vivo y que esa vida sigue fortaleciéndonos, sigue dándonos vida a todos, no tiene por qué temer. Sin embargo, hay que reconocer que a veces tenemos miedo, por una cosa o la otra. El miedo es parte de la vida, el miedo a la muerte, a nuestra partida, a que todo se termine, también es natural y parte de la vida. Pero también es verdad, que cuando vamos creciendo en la fe, cuanta más confianza tenemos en que todos resucitaremos a una vida nueva en la medida que creamos y amamos a Jesús, ese miedo va apagándose, va muriendo para dar lugar a una esperanza distinta.

Me da gracia cuando veo algunas de esas películas «pochocleras», como dicen algunos, esas películas que son más efectos especiales que otra cosa y en donde siempre hay que inventar una historia de amor para que tenga sentido, esas películas en donde siempre se viene el «fin del mundo» y todo el mundo empieza a correr para todos lados, mientras los protagonistas siempre van esquivando la catástrofe… me da gracia ver como algunos mientras el mundo se viene abajo empiezan a «robar» televisores, y cosas de los supermercados. ¡Qué ocurrencia la de los directores! Pero es verdad, somos capaces de eso. El hombre es capaz de eso y mucho más. Es capaz de no darse cuenta de que lo único importante cuando todo esto se termine será esperar a Jesús, esperar la resurrección definitiva.

Algo del Evangelio de hoy nos puede ayudar, te hago esta propuesta, como para no hacerla tan larga, no entrar en tantos detalles apocalípticos y centrarnos en lo principal.

Imaginá qué harías si hoy llegara el momento del fin del mundo, o dicho de mejor modo y más lindo, el momento de la llegada de Jesús, no ya humilde y escondido, sino glorioso y triunfante, a Reinar definitivamente. ¿Qué harías? Empezamos a ver signos, empezamos a darnos cuenta que se termina todo, ¿Qué hacés? ¿Salís corriendo? ¿Para dónde? ¿Qué vas a buscar? ¿Qué buscarías que no querés perder? Todo un ejercicio personal de pensar y detectar en nosotros mismos que idea tenemos del final, de nuestra vida y del mundo, todo un desafío de reflexionar si cuando venga Jesús vamos a escapar a buscar «cosas» y personas o vamos a mirar al cielo de rodillas abriendo los brazos para dejarnos abrazar por Aquel que esperamos y amamos, sabiendo que nuestros seres queridos también serán abrazados por Él. ¡Qué distinto pensar ese momento así!  ¿Para dónde vas a correr? o incluso podemos preguntarnos hoy ¿Para dónde estoy corriendo? Si querés salvar cosas y tu vida te vas a perder de encontrarte con Jesús y salvarla para siempre. Perder la vida en realidad, sería dejarse abrazar y darla, no escaparle a la entrega.

A esto ¿le tenemos miedo? ¿Le tenemos miedo a Jesús? El que ama no teme y el que teme al final es porque todavía no ama verdaderamente.