
XXXIV Jueves durante el año
on 26 noviembre, 2020 in Lucas
Lucas 21, 20-28
Jesús dijo a sus discípulos:
«Cuando vean a Jerusalén sitiada por los ejércitos, sepan que su ruina está próxima. Los que estén en Judea, que se refugien en las montañas; los que estén dentro de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no vuelvan a ella. Porque serán días de escarmiento, en que todo lo que está escrito deberá cumplirse.
¡Ay de las que estén embarazadas o tengan niños de pecho en aquellos días! Será grande la desgracia de este país y la ira de Dios pesará sobre este pueblo. Caerán al filo de la espada, serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que el tiempo de los paganos llegue a su cumplimiento.
Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán.
Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.»
Palabra del Señor
Comentario
¡Si cada día comprendiéramos el valor que tiene cada detalle de amor! ¡Si cada día entendiéramos que lo que vale realmente la pena es hacer algo por amor, por los otros! ¡Si cada día nos acordáramos que a Jesús lo que más le interesa es que nos carguemos mutuamente nuestras cargas! ¡Si cada día nos diéramos cuenta que cuando nos juzguen, cuando llegue el fin de los tiempos, nos juzgarán por el amor!, y no por los pecados, aunque hay que evitarlos –por supuesto–. Pero el gran pecado, en definitiva, es no amar.
El mundo en general nos juzga por los pecados cometidos. La ley nos juzga por las faltas que realizamos. En los colegios nos juzgan con las amonestaciones. El mundo en general premia lo que le interesa, y lo que le interesa es el éxito, es la cantidad, es lo vistoso. Pero lo lindo en realidad es que Jesús no se acordará, en definitiva, de nuestros pecados cuando estemos frente a él, sino que nos recordará lo bueno que hicimos o lo que no hicimos, lo bueno que dejamos de hacer. ¿No te da un poco de alivio eso? Jesús no se acordará de lo malo que hayamos hecho. ¡Qué alivio! Pero sí se acordará de lo que no hicimos, que en definitiva es algo malo.
Me acuerdo una vez que nos encontramos con nuestros compañeros de colegio, excompañeros, después de muchos años, y nos divertíamos muchísimo recordando las cosas que hacíamos; pero en general eran todas cosas de adolescencia, ciertas «maldades», cosas graciosas. Era gracioso, y eso no quita el cariño pero es así. En realidad, muchas veces entre nosotros tendemos a recordar lo malo o lo que otros hicieron de mal. Nos cuesta muchísimo recordar las cosas buenas de los demás. Bueno, la linda noticia del evangelio del domingo también es que Jesús no es así. Esa es una enseñanza que nos tiene que quedar en el corazón.
Y Algo del Evangelio de hoy claramente tiene dos partes. La primera se refiere al anuncio que hace Jesús sobre la destrucción de Jerusalén, que finalmente se dio en el año 70, y la segunda parte tiene que ver con la necesidad de prepararse para la segunda venida de Jesús, que no tiene fecha o, mejor dicho, no la sabemos ni la sabremos nunca. Por eso Jesús hace como un paralelismo.
¿Cuándo será?, te habrás preguntado alguna vez. ¿Cuándo será?, se han preguntado muchos. ¿Cómo será ese día? Creo que ya hablamos de esto en algún audio y me parece que lo importante en realidad pasa por otro lado. El centro, Jesús, lo pone en otro lado; el acento está en otra cosa. Justamente él quiere corregirnos de ese deseo, a veces incontenible, de saber lo que vendrá y cómo vendrá. Lo que Jesús nos enseña es la actitud que debemos tener cuando esto pase, si es que nos toca vivirlo; pero también podemos compararlo con nuestra muerte.
Habla de tres cosas muy concretas: ánimo, levantar la cabeza, porque nos vendrá la liberación. Alcanza el tiempo para que meditemos en la primera, con las otras podrías rezar y pensar vos.
Podríamos pensar que a veces Jesús es muy pretensioso, o sea, desea mucho de nosotros con cosas que a primera vista nos pueden resultar muy difíciles. Después de decir todo lo malo que puede llegar a venir nos termina hablando del ánimo. Parece como una ironía: se viene todo abajo y hay que tener ánimo, ¿es posible?
Tener ánimo ante lo que parece desastroso – ya sea el fin del mundo o el fin de nuestra vida–, o las situaciones que nos tocan vivir, la vida de un ser querido, es la actitud del que tiene las cosas claras («ese la tiene clara» decimos) y tiene el corazón anclado en la Vida eterna, en la vida que vendrá. Es la actitud del que tiene un pie en la tierra y el otro subiendo el escalón al cielo. Es la actitud del que tiene los pies en la tierra, pero los ojos puestos en el cielo. Es el ánimo del que cree, del que tiene fe. Pero no me refiero al que solo cree que Dios existe, sino al que le cree a ese Dios que existe, le cree a Jesús que se hizo como nosotros. Y como le cree a Jesús, sabe y tiene la certeza de que sus palabras son verdad y nunca mienten. ¿Entendemos la diferencia entre decir que creemos y creerle a Dios?
El ánimo ante estas situaciones es un modo de mostrar nuestra fe, es un indicador de nuestra fe. ¿Decimos que creemos pero perdemos la esperanza ante la muerte o ante lo que pueda pasar el día de mañana? Entonces nuestra fe es chiquita, está con alfileres. Nuestra fe se la puede llevar cualquier sufrimiento, la puede voltear cualquier ventarrón. Si ante la posibilidad del fin perdemos la esperanza, es porque nuestras certezas «están atadas con alambre»; están ancladas en las cosas de la tierra. Muchos de nosotros tenemos la fe atada con alambre, no pasa nada. Nadie la tiene «tan clara» como para creerse inmune en estas cosas y por eso tenemos que pedir más fe. Tenemos que pedir con fe más fe, aunque parezca redundante. No hay que dar por sentado que tenemos la fe suficiente.
A veces somos un poco soberbios y decimos muy sueltos y convencidos: «Yo tengo mucha fe». Sí, es verdad, muchas veces tenemos fe, pero hasta que llega la prueba. Allí es donde se comprueba verdaderamente la confianza que tenemos en Dios.
Pidamos siempre la fe, porque es un don y una respuesta que debemos dar cada día. Hoy tengamos ánimo, el alma alegre para estar dispuestos y preparados a lo que venga, sabiendo que nada se escapa de las manos de nuestro Padre del cielo; «ni siquiera un cabello se nos caerá de la cabeza». ¡Qué lindo que es escuchar algo así!