Book: Juan

IV Martes de Cuaresma

IV Martes de Cuaresma

By administrador on 21 marzo, 2023

Juan 5, 1-3a. 5-16

Se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.

Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua.

Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: « ¿Quieres curarte?»

El respondió: «Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes.»

Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y camina.»

En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar.

Era un sábado, y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: «Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla.»

El les respondió: «El que me curó me dijo: “Toma tu camilla y camina.”» Ellos le preguntaron: « ¿Quién es ese hombre que te dijo: “Toma tu camilla y camina?”»

Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí.

Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: «Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía.»

El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.

Palabra del Señor

Comentario

La luz que nos viene a dar Jesús, en realidad, es Él mismo. No hay muchas vueltas. No son cosas, no es una verdad asi en abstracto, sino que es Él mismo. No es algo distinto a Jesús. Creer en Él y amar como Él, es estar en la luz, es ver más y mejor. Por más que tengamos ojos, no vemos bien hasta que no estamos con Jesús, hasta que no lo conocemos con todo nuestro ser. Dice San Juan: «Dios es luz, y en Él no hay tinieblas. Si decimos que estamos en comunión con él y caminamos en las tinieblas, mentimos y no procedemos conforme a la verdad» (1 Jn. 1, 5) Caminar en las tinieblas es no vivir conforme a su Palabra, a sus enseñanzas, es decir que lo amamos, pero con los labios, y no con el corazón. El Evangelio del domingo era demasiado gráfico, demasiado decidor en este sentido, el ciego de nacimiento es el que terminó viendo; y los que decían que veían en realidad, no veían nada, porque no se abrían al amor de Jesús, no se abrían a su gracia.

Escuché hace un tiempo un testimonio muy lindo de un sacerdote español en donde contaba una experiencia de otro sacerdote que le había tocado la gracia de ir a un país, Kazajistán, en donde nunca había habido un sacerdote, increíble. Hablando sobre la necesidad de vocaciones decía: “El sacerdote es puente que lleva a los hombres a la orilla de Dios. La vida del sacerdote es como ir pasando por la playa y encontrar muchísimos peces que están sobre la arena y que están boqueando. Y están a lo mejor con un ojo viendo la arena y con el otro viendo el cielo y dicen: El mar no existe. Y están a un palmo, están ahí, cerquita. El sacerdote agarra los peces y los va poniendo en el mar y ellos dicen: “¡Ahh! Esta es la sensación que se tiene cuando pasás tu vida como sacerdote. Agarras las almas y las pones en el mar de Dios”. ¡Qué lindo!!!! Qué lindo es escuchar este testimonio y darte cuenta que, en realidad, todos somos puente entre Dios y los hombres, todos podemos ayudar a que los que están en las tinieblas, ahí, en la morilla del mar, se den cuenta que Jesús está ahí…y a veces ni lo vemos.

Algo del Evangelio de hoy describe de alguna manera lo mismo, pero realizado por Jesús, «yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua» Esperaban ser sanados. En realidad, es Jesús quien, a través nuestro, pone los peces en el agua de su amor. Hoy en día, los sacerdotes simplemente intentamos hacer lo mismo que Jesús. Vos también. Pero el “mar de Dios” no es una piscina, no es un lugar, sino que es el mismo Jesús, porque Él es Dios y Él es la luz. Él es la inmensidad del mar, y nosotros somos una gotita, que nos mezclamos en su divinidad, en su amor, que se derrama sobre cada uno de nosotros.

Este pobre hombre del Evangelio de hoy no tenía quien lo acerque a la pileta en donde supuestamente se iba a curar. Treinta y ocho años de enfermedad y no sabemos cuántos años de indiferencia. Nadie lo acercaba al “mar de Dios” mientras el boqueaba de dolor. Nadie se compadecía de él, salvo Jesús. Solo Jesús se acercó a preguntarle qué quería. Ahora, el milagro también muestra algo más profundo todavía, no solo la curación: ¿Quién es el que lo cura finalmente? ¿El agua de la pileta o Jesús? ¿Cuál es el mar de Dios de nuestros tiempos? Digo esto porque hoy escuchamos tantas cosas, tantas alternativas de curaciones, tantas “piscinas de Betsata”, de curanderos, sanadores, videntes, cursos de no sé qué, el spa de no sé cuánto, y uno se pregunta: ¿Y Jesús? ¿Y el pobre Jesús? ¿Qué nos pasa a veces que no acudimos a Él? ¿Qué nos pasa? Es entendible que ante el dolor y la desesperación uno busque todo lo que está al alcance de la mano, todo lo que le ofrecen. Pero no nos dejemos engañar, no nos dejemos atraer por propuestas tentadoras. Es entendible que a veces erremos el camino, pero al mismo tiempo, también es inentendible que, teniendo a Jesús, busquemos cosas tan chicas y que muchas veces, además, nos quitan bastante dinero.

Jesús hoy nos dice a todos: ¿Querés curarte? ¿Querés dejarte ayudar? ¿Querés salir de esa enfermedad espiritual en la que te metiste sin querer y no podés salir, de esa ceguera? La cuaresma es tiempo de salir de eso, de tomar la camilla y levantarse, resucitar y dejar el pecado, la debilidad que nos agobia, la avaricia, la pereza, la lujuria, la soberbia insoportable, la gula, la ira, la envidia y todo lo que nos aleja de los demás y de Dios. El remedio es simple, pero implica un poco de nuestra parte. Siempre hay alguien que puede sumergirnos en el “mar de Dios”, en Jesús. Nosotros, vos y yo, ahora, hoy, podemos ser los que ayudemos a otros a encontrarse con Jesús. No solo los sacerdotes.

Jesús sabe que desde hace mucho tiempo estamos así, solo Él lo sabe. ¡Levantémonos, tomemos nuestra camilla y empecemos a caminar, que nos queda mucho por delante!

IV Domingo de Cuaresma

IV Domingo de Cuaresma

By administrador on 19 marzo, 2023

Juan 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38

Jesús, al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa «Enviado.»

El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: « ¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?»

Unos opinaban: «Es el mismo.» «No, respondían otros, es uno que se le parece.»

Él decía: «Soy realmente yo.»

El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver.

Él les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.»

Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado.»

Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?» Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?» El hombre respondió: «Es un profeta.»

Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?» Y lo echaron.

Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?»

El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?»

Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando.»

Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él.

Palabra del Señor

Comentario

Si el domingo pasado Jesús fue el agua para calmar la sed. Quiso ser el agua para calmar nuestra sed. Quiso ser el agua para calmar nuestra sed de ser felices, esa sed de amor que tenemos todos en el corazón. Hoy la liturgia, la Palabra de Dios, nos muestra a Jesús como la luz. Luz para iluminar la ceguera en la que vivimos. Así, con estas imágenes, vamos lentamente acercándonos a la Pascua para poder llegar a vivir lo mismo que la samaritana y que el ciego de nacimiento. Hacia allá vamos. A tener más sed de él y a que se nos libre de esta ceguera que no nos permite ver el amor de Dios a nuestro alrededor. Ambos terminaron hablando cara a cara, corazón a corazón con Jesús, y escuchando de sus propios labios: «Soy yo, el que habla contigo.» …«Tú lo has visto: es el que te está hablando.»

Las dos frases: una del Evangelio del domingo pasado y otra de Algo del Evangelio de hoy. Jesús vino a darnos sed de hablar con él y permitirnos verlo con nuestros propios ojos. ¡Qué lindo! Si hoy te sentás un rato a rezar, a repasar esta lectura, que en realidad es más larga, te aseguro que por ahí vas a escuchar que Jesús te dice a vos lo mismo. Esa es la experiencia que debe hacer cada cristiano, porque todos hemos nacido un poco ciegos, y no por culpa nuestra, sino por el pecado del mundo, por la debilidad de nuestro corazón, de nuestra inteligencia, con la cual nacemos y que tenemos que ir librándonos poco a poco.

Algo del Evangelio de hoy es como un drama de miradas, por decir así, miradas diferentes, ojos del corazón que ven cosas distintas ante la misma realidad. Uno que no ve desde su nacimiento no por su culpa y que además es despreciado, dejado de lado, no tenido en cuenta, juzgado y viviendo de la limosna. Los vecinos que opinan por opinar, hablan por hablar, como tantos en este mundo, que les gusta hablar, por hablar, sin conocer, sin ver. Otros que “meten bocado”, como se dice, sin saber. Los fariseos que lo juzgan como pecador y que, además, no le creen cuando es curado. Hasta juzgan al mismo Jesús. Muy parecido a nuestras realidades ¿no?, muy parecido al mundo en el que vivimos. Gente tirada por el camino, gente desechada de la sociedad y que además es juzgada, es menospreciada como si todo fuera culpa de ellos. Gente como nosotros que a veces estamos ciegos y opinamos y opinamos, sin saber; y hablamos y hablamos, sin conocer el corazón de los otros. Sin embargo, en medio de todas estas miradas ciegas, miradas parciales, miradas sin amor, aparece la mirada de Jesús. Hoy concentrémonos en la mirada de Jesús.

Él vino a mirar el corazón del hombre, el tuyo y el mío. Jesús ve lo que nadie ve. Todos piensan que ese hombre es ciego de nacimiento por pecador, pero Jesús ve que ese hombre ayudará a manifestar la gloria de Dios. Él lo elige para devolverle la vista, y mostrarnos a nosotros hoy, concretamente, en este día, no solo que hay una ceguera física sino, que hay algo que es peor, una gran ceguera espiritual. Jesús es el que abre los ojos y es la luz, el que nos permite y nos ayuda a ver lo que antes no veíamos, o lo que no queremos ver.

Vino a sanarnos de esta terrible ceguera, la que no nos deja ver lo profundo de las cosas, la que no nos deja ver más allá de lo que vemos. La que hace que nos apresuremos y “tiremos flores o críticas” sin discernir. La que nos hace criticar y despreciar, la que nos hace juzgar sin saber. Por eso San Pablo también dice en la lectura de hoy: “Sepan discernir lo que agrada al Señor”. Saber discernir, saber ver y distinguir. Solo Jesús puede darnos esa luz. La luz de la fe que nos abre al amor y el amor que nos abre al verdadero conocimiento de todo, porque solo se conoce verdaderamente a alguien, cuando se lo ama, cuando se confía, cuando se valora, cuando se saber ver el corazón.

Jesús, por favor, necesitamos que nos abras un poco más los ojos del corazón. Jesús, danos un poco más de tu luz para que podamos ver bien, discernir bien, amar mejor a todos. Que podamos darnos cuenta que te tenemos en frente y a veces no te vemos, que podamos postrarnos en tu presencia y decirte desde el corazón: “Creo Señor, creo, pero ayudame a ver mejor. Ayudanos a ver mejor. A ver, como vos ves, nuestro corazón”.

III Domingo de Cuaresma

III Domingo de Cuaresma

By administrador on 12 marzo, 2023

Juan 4, 5-15. 19b-26. 39a. 40-42

Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.

Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber.»

Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.

La samaritana le respondió: « ¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.

Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú misma se lo hubieras pedido, y Él te habría dado agua viva.»

«Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?»

Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que Yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que Yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna.»

«Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla.» «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar.»

Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén ustedes adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad.»

La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo.»
Jesús le respondió: «Soy yo, el que habla contigo.»

Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en Él. Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y Él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en Él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es verdaderamente el Salvador del mundo.»

Palabra del Señor

Comentario

«Si conociéramos el don de Dios y quien es el que nos dice: “Denme de beber”…» Si realmente conociéramos el don que hemos recibido, si verdaderamente conociéramos que «Dios tiene sed de que tengamos sed de Él» cuántas cosas cambiarían en nuestras vidas, cuánto amor tendríamos en nuestro corazón. Se me ocurrió empezar así el audio de hoy, parafraseando las palabras de Jesús a la samaritana, esas palabras a esta mujer privilegiada del relato de hoy. Hoy es uno de esos días en donde los sacerdotes corremos el riesgo de decir muchas cosas y no decir tanto, o querer decir todo y no terminar diciendo nada, porque es uno de los evangelios con mayor riqueza de la palabra de Dios.

Pero claramente y más allá de miles de detalles, las lecturas de hoy nos orientan a reconocer por donde anda nuestra “sed”, que anda buscando nuestra “sed” del alma, por donde anda rumbeando para saciarse. Todos tenemos sed, es inevitable, es parte de nuestra existencia, y la imagen de la sed de cuerpo, esa que tenemos todos los días y miles de “propagandas” de bebidas quieren saciar a toda costa, nos ayuda a pensar, a reflexionar sobre la “sed” de nuestra alma, sobre cómo la estamos saciando. Todos tenemos “sed” en el alma, en el corazón. Cada día buscamos llenarla con un poco de todo; aguas saborizadas, bebidas con gas, bebidas alcohólicas, queremos saciarla con miles de tentaciones que nos se presentan en el mundo y nuestro propio corazón que se engaña fácilmente. Lo mismo que le pasaba a la samaritana que ya había “tenido” cinco maridos hasta que se encontró con Jesús.

¿Qué hace Jesús ante nuestra sed mal saciada, ante nuestras búsquedas erradas, ante nuestra falta de conocimiento? Lo que hizo con la samaritana, lo que quiere hacer con nosotros, poco a poco, pedagógicamente llevarnos a descubrir el vacío del corazón para que pueda entrar el don de su amor. De la sed del cuerpo, a la sed del alma, eso fue descubriendo esta mujer. De ir a cargar un cántaro con agua, a llenar el corazón con el don de Dios, con Jesús. De la vaciedad del pecado a la saciedad del amor de Jesús. Todo eso pasó en un día, pasó de todo. “Si conociéramos el don de Dios…” cuánto tiempo dejaríamos de perder, cuanto amor tendríamos para dar.

Dejemos que Jesús hoy se nos “siente al lado” para conversar, mano a mano, cara a cara, corazón a corazón. ¿Qué bebida estás tomando? ¿Con qué cosas o personas estás saciando tu “sed” de amor? Yo tengo sed de vos ¿Vos tenés sed de Mí?

Aprovechemos este día para descansar y dejarnos hablar por Jesús, que no quiere otra cosa que enseñarnos a saciar nuestra sed del alma con la única agua que no se acaba y quita la sed, con Él mismo. «Si conociéramos el don de Dios y quien es el que nos dice: “Denme de beber” nosotros mismos se lo hubiéramos pedido, y Él nos habría dado agua viva.»

II Domingo durante el año

II Domingo durante el año

By administrador on 15 enero, 2023

 

Juan 1, 29-34

Juan Bautista vio acercarse a Jesús y dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo.

Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel». Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo”. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios».

Palabra del Señor

Comentario

Por ahí te acordarás que te conté que este año, salvo algunas excepciones como los tiempos fuertes litúrgicos como Cuaresma y Pascua, los domingos nos acompañará la lectura del Evangelio según san Mateo. Iremos conociéndolo poco a poco, adentrándonos en la mirada que tiene él de Jesús y la que nos quiso dejar a todos nosotros. Sin embargo,  hoy también es una de esas excepciones, porque el ll Domingo del Tiempo Ordinario, del tiempo común después de Navidad, se lee este Evangelio según san Juan. Casi como una prolongación de los misterios que venimos celebrando en estas últimas semanas, de Navidad y de la Epifanía, de la manifestación de Jesús, o popularmente como le llamamos «el Día de Reyes». Jesús se hizo hombre, se manifestó a María, a José y a unos humildes pastores, se dejó encontrar por los magos paganos, en realidad por los sabios de Oriente, diríamos, o sea, quiso manifestarse a todo el mundo, se dejó bautizar para hacerse uno de nosotros y ahora se deja mostrar, se deja señalar, diríamos, por Juan el Bautista para que todos sepamos quién es realmente.

Algo del Evangelio de hoy nos ayuda a pensar creo en dos cosas fundamentales, muy lindas. Primero: necesitamos de alguien siempre para saber quién es Jesús realmente. Los de ese entonces tuvieron a Juan que señaló a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Es lindo pensar en ese momento, creo que nos ayuda a pensar que necesitamos siempre de otros o de otras para conocer a Jesús. Es lindo saber que necesitan de mí también otros para conocer a Jesús. Nadie puede conocer al Maestro si alguien de algún modo no lo señala, simbólicamente, si alguien no dice: «Ahí está, es ese, acá lo encontré. Vení, vení a estar conmigo también. Ese que se cruzó por mi vida es el que quiero que se cruce por la tuya. Es manso, es como un cordero, quita el pecado porque lo perdona, lo entiende, no reta, no grita, no juzga, no critica, no mira mal, no despotrica, no pontifica, solo ama, perdona, abraza, corrige, acaricia y nos da su misericordia». Ese es el Jesús que tenemos que señalar, ese es el Jesús que alguien alguna vez nos señaló y aprendimos a conocer. O podemos preguntarnos también hoy: ¿Es así el Jesús que señalo para que otros crean? ¿Es así el Jesús que me mostraron, es así de manso o me enseñaron un Dios distinto, un Jesús un poco más recio? Lindo para pensar, lindo para cuestionarse, porque, en definitiva, ahí se juega mucho de nuestra fe, ahí se juega mucho sobre cómo siento y vivo mi fe. ¿Señalo a Jesús o me señalo a mí mismo, o señalo a un Jesús caricaturesco, deformado por ideas que son bastante distintas a la realidad?

Lo segundo tiene que ver con lo primero, por supuesto: hoy la Iglesia, vos y yo tenemos que seguir de algún modo mostrando a Jesús, eso es en definitiva lo más importante, eso no es solo del pasado. Pero ¿cómo señala? ¿Cómo debe señalar la Iglesia? Con humildad al que es humilde. Juan Bautista señala a Jesús diciendo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Podría ser pensado revés, dicho desde Juan: «No soy yo el Mesías, no soy yo el Profeta, es él. Es ese que camina manso y humilde, es ese, justamente el que no lo parece». Todos buscan algo deslumbrante, grande, que resalte. Pero no. Él viene manso y humilde. Así vino Jesús al mundo. Así comenzó su vida pública. Así sigue andando hoy por el mundo, manso y humilde. Por eso nos cuesta a veces reconocerlo, porque para verlo hay que ser mansos y humildes como él.

Eso que dijo Juan hace dos mil años, es lo que dice cada sacerdote en la Santa Misa cuando eleva la hostia y se la muestra al pueblo, diciendo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, dichosos los invitados a la mesa del Señor». Ahora, eso hay que vivirlo también. La Eucaristía es hoy para nosotros esa muestra de que el Cordero está entre nosotros. Es Dios, manso y humilde, manso y callado, inocente y Salvador. Enamorado de nosotros y deseoso de que amemos su humildad, su hacerse «chiquito», su esconderse por amor. En cada Eucaristía se repite este mismo episodio del Evangelio. En cada Eucaristía Jesús se hace Cordero, Jesús vuelve a perdonarnos, vuelve a cargar sobre sí todos los pecados del mundo, los míos y los tuyos. Dichosos seremos nosotros si podemos recibirlo, si nos acercamos a él, si dejamos que él venga a nuestro encuentro.

Que tengamos un buen domingo y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

Feria de Navidad

Feria de Navidad

By administrador on 5 enero, 2023

Juan 1, 43-51

Jesús resolvió partir hacia Galilea. Encontró a Felipe y le dijo: «Sígueme». Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encontró a Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret». Natanael le preguntó: « ¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?» «Ven y verás», le dijo Felipe. Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: «Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez». « ¿De dónde me conoces?», le preguntó Natanael.

Jesús le respondió: «Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera». Natanael le respondió: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».

Jesús continuó: «Porque te dije: “Te vi debajo de la higuera”, crees. Verás cosas más grandes todavía». Y agregó: «Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».

Palabra del Señor

Comentario

Si nos preguntaran algún día, y de hecho a todos nos habrá pasado de un modo o de otro, qué es tener fe o por qué tenés fe, ¿qué le responderías? ¿Desde dónde le responderías? ¿Desde lo que te dijeron de niño? ¿Desde lo que aprendiste en tu catequesis hace no sé cuántos años? ¿O desde la certeza de algo vivido que ya nada ni nadie podrá quitártelo y hacerlo cambiar? ¿Desde dónde? Aunque no te lo hayan preguntado nunca, siempre hay que estar preparado para eso o por ahí te lo podés preguntar ahora. Es muy importante que nos planteemos esto con seriedad, porque tenemos que estar, como dice san Pedro, «siempre dispuestos a dar razones de nuestra fe a quienes nos pregunten».

Ser maduros en la fe, haber hecho un camino, entre tantas cosas, quiere decir esto: estar dispuestos y saber dar razones. Estar dispuesto no quiere decir únicamente tener una apertura para dialogar, no responder con frases hechas, escuchadas, sino poder hablar con inteligencia y desde el corazón, desde los dos lados. Saber dar razones no significa saber teología, hacer cursos, pero sí por lo menos dar respuestas que no sean infantiles o que sean insostenibles ante la primera dificultad. La cosa debería ser sencilla, simple, y por eso tan difícil de expresar o de explicar. Parece ser que lo más sencillo a veces es lo más difícil de explicar.

Algo del Evangelio de hoy creo que es una linda forma de reflexionar sobre esto que te estoy planteando. Nunca podemos responder o respondernos: creo porque creo. Eso no es de adultos. Creo porque creo, pero porque creo en Alguien y en algo que realmente pasó, o sea, creemos en que esto que acabamos de escuchar pasó realmente y eso se ha ido transmitiendo ininterrumpidamente a lo largo de los años hasta nosotros. Esto parece una obviedad, pero no siempre lo es. Hay que saberlo y pensarlo.

Ayer escuchábamos que Juan el Bautista señaló a Jesús y dos de sus discípulos lo siguieron y se quedaron todo el día con él. Empezaron a conocerlo de cerca, ya no por cuentos de otros, ya no por dichos, sino que estuvieron con él. Hoy ya es Jesús el que llama a Felipe, y Felipe se lo cuenta a Natanael. Natanael al principio pone sus «peros», no confía, pero, después que Jesús le dice lo que le dice, termina reconociéndolo como el Hijo de Dios, el Rey de Israel. ¿Te diste cuenta? O sea, finalmente, creer es creer en todo esto, en que todo es como una linda cadena de amor y de confianza, una cadena de fe y de reconocimiento de que ese Jesús, ese que camino por Galilea, ese mismo es realmente Dios con nosotros.

¿Te das cuenta de que no creemos por creer, que nuestra fe está sentada en datos ciertos y reales y concretos e históricos? No creemos porque, como se dice por ahí, en «algo hay que creer». No, no. Eso es una respuesta infantil, mundana. Esa respuesta es inmadura, no es la respuesta de un Hijo de Dios. Creemos porque creemos que Jesús es Dios hecho hombre y que llamó a personas concretas, reales, como vos y yo, de carne y hueso, que eran débiles también. Los invitó a que lo conozcan, para que conociéndolo a él conozcan al Padre, y para que, conociéndolo entre todos, nos ayudemos a que otros lo conozcan, como una gran e ininterrumpida cadena a lo largo del tiempo. ¿Creemos en esto? ¿Crees en esto? Si creemos en esto, todavía falta y veremos, como dice el evangelio, cosas más grandes todavía.

Qué lindo saber que el Señor nos tendrá preparado algo más grande y que la fe siempre es sorpresa. Es seguir creyendo, es seguir creciendo, es seguir madurando y es seguir sorprendiéndonos. Natanael fue elogiado por Jesús por su sinceridad, por no ser un hombre con «doblez», un hombre que escondía algo «bajo el poncho», como se dice. Dijo lo que pensaba, y pensaba que de Nazaret no podía salir nada bueno; y sin embargo desde ahí, desde esa sinceridad, es donde Jesús encuentra un lugar en su corazón. ¿De dónde me conoces? ¿Cómo sabés que soy un hombre sin doblez? La respuesta de Jesús tiene algo de misterio: «Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera».

¿Qué habrá significado para Natanael esa afirmación? ¿Qué habrá estado haciendo debajo de la higuera? ¿Qué habrá estado pensando? ¿Qué habrá estado sintiendo que solo Jesús podía saberlo? No lo sabemos claramente. Lo que sí podemos decir es que para Natanael significó el darse cuenta de que Jesús lo conocía realmente, que pudo ver algo de él que nadie podía saberlo.

Feria de Navidad

Feria de Navidad

By administrador on 4 enero, 2023

Juan 1, 35-42

Estaba Juan con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios».

Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: « ¿Qué quieren?» Ellos le respondieron: «Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?» «Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.

Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro.

Palabra del Señor

Comentario

El sentido de la ubicación, el conocernos cómo somos, es algo que se aprende por supuesto a lo largo de la vida, a veces a los tumbos, otras veces gracias a personas que Dios permite que se crucen en nuestro camino. Cuando al lado nuestro tenemos a alguien bien ubicado y que nos ayuda a ubicarnos, ¡qué bien nos hace, qué necesario que es! Personas que no quieren ser el centro de nada; hombres y mujeres que no les interesa ser señalados, sino señalar a Jesús.

Imaginá si todos los cristianos fuéramos así de humildes y ubicados, ¡qué lindo y fácil sería! Muchos más conocerían a Jesús y se quedarían con él, y no tanto con nosotros. Esto es algo que en la Iglesia debemos aprenderlo cada día más, cada vez más en un mundo que le gusta mucho figurar y ser aplaudido, en un mundo que exacerba nuestras ansias de ser «alguien» para el mundo; las exacerba y las felicita, y por eso al mundo le encanta felicitar los logros obtenidos y dejar grabado su nombre en cuanto lugar se pueda. Esto es algo que los sacerdotes y cada cristiano debemos aprender siempre: saber señalar y alegrarnos que los que nos estaban «siguiendo» a nosotros se decidan seguir a Jesús con libertad y decisión.

Algo del Evangelio de hoy nos muestra un poco esto. «Juan señaló a Jesús, como el cordero de Dios, y sus dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús». Así de simple. ¿Podemos imaginar que Juan se entristeció porque «perdió a dos de los suyos»? Al contrario, se habrá llenado de gozo. La humildad que no busca verse así mismo, la humildad que no se busca así mismo, sino que se alegra de que los demás se encuentren con Jesús, es la meta a la que debemos aspirar. A veces cuando uno escucha o ve que dentro de la Iglesia andamos como «robándonos discípulos» entre nosotros o enojándonos porque nuestros «fieles» andan de acá por allá buscando a Jesús, muriéndonos de celos porque alguien decide estar con Jesús en otro lado, me pongo a pensar: ¿Habremos leído y meditado este evangelio? ¿Cómo es posible que sacerdotes, religiosos, movimientos, congregaciones, parroquias o lo que sea pensemos que los demás pueden conocer a Jesús solo por medio nuestro, como si fuéramos los nuevos Mesías?

Bueno, sí, todo puede ser. Pasa, no hay que escandalizarse. Pero nosotros podemos aspirar a algo distinto. Podemos aspirar a otra cosa, podemos desear que nuestra evangelización no sea un «satisfacer» nuestras ansias de ser queridos, de ser reconocidos, de que nos «palmeen» la espalda para sentir lo buenos que somos. Esa es la misión de la Iglesia: ser como la luna, que no tiene luz propia –solo refleja la luz del sol, que es nuestro buen Jesús–. Esa es la misión del que conoce y ama a Jesucristo, sea el lugar que le toque ocupar en el Cuerpo de la Iglesia, sea que seamos como una «uña» o un «brazo». No importa qué órgano, la tarea es la misma, el fin es el mismo, la alegría debería ser la misma. En definitiva, nuestra vida se podría sintetizar en este pasaje del evangelio, en ese momento en el que Jesús ante nuestras búsquedas nos pregunte: ¿Qué querés? ¿Qué quieren? Y nosotros podamos responder: «Queremos estar con vos, queremos saber dónde vivís, dónde podemos encontrarte». Y aceptar su invitación para ir y ver. ¡Qué buen momento, qué lindo momento!

Todo lo demás es adorno de la vida. Todo lo demás puede cambiar. Pero eso jamás, eso es irremplazable e intransferible. No importa en donde me encuentro con Jesús y quién me lo señale. Lo importante es que andemos con él, nos quedemos con él. Cuando comprendemos realmente esto, todo lo demás pasa a segundo plano. Me puede gustar más o menos un lugar o el otro. Me puedo sentir mejor en una comunidad cristiana o en la otra. Me puede gustar más escuchar a un sacerdote o el otro. Me puede gustar un grupo de oración, una forma de rezar distinta. Me puede gustar una congregación o la otra. Pero, en definitiva, lo que me tiene que gustar es estar con Jesús.

Esto sirve tanto para los que tenemos la tarea de ayudar a otros a que se encuentren con Jesús como para los que están en cierto lugar para encontrarse con él.

Cualquier clase de fanatismo o absolutización de personas o lugares, medios para llegar a él, no hace más que opacar su figura, al verdadero Jesús, al del evangelio, que siempre dio libertad y jamás presionó a nadie. Él no se ata a nadie ni a nada, «existía antes que nosotros». Juan el Bautista sigue siendo modelo para nosotros de verdadero evangelizador, humilde y no pendiente de lo que pensaban de él, ubicado y corrigiendo también a los desubicados. Que tengamos un buen día. Y pidamos la gracia, esta que necesitamos todos, de ser ubicados, de ser humildes, de tener las cosas bien claras y saber cuál es el centro y esencia de nuestra fe.

Feria de Navidad

Feria de Navidad

By administrador on 3 enero, 2023

Juan 1, 29-34

Juan Bautista vio acercarse a Jesús y dijo: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel». Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo”. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios».

Palabra del Señor

Comentario

Continuamos en días de Navidad, sí, seguimos en el tiempo de Navidad, tiempo para crecer en esa actitud receptiva de la que hablamos tanto, ¿te acordás? Despertarse, convertirse, sorprenderse y recibir. Fu el camino del adviento, pero en realidad es un camino de vida, una propuesta para toda la vida. Solo que el adviento y el tiempo de navidad son una especie de sacudón, un zarandearnos un poco para que no lo olvidemos.

Muchos de nosotros, los que escuchamos los audios, la Palabra de cada día, seguramente estamos de vacaciones, disfrutando de unos días de descanso, otros andamos misionando, viviendo una experiencia distinta, siendo conscientes que no podemos que “no podemos callar lo que hemos visto y oído”, otros seguimos trabajando por ahí a otro ritmo. Sea lo que sea, tenemos que seguir, Dios nos descansa, ama siempre, Dios nos anda buscando en todo momento y nos quiere encontrar en cualquier momento, no hay que ponerle límites.

Algo del Evangelio de hoy, nos vuelve a mostrar un Juan Bautista, muy ubicado, y al mismo tiempo con capacidad de ubicar a los demás. Hoy damos un paso más. ¡Qué grande es Juan el Bautista, es el mayor hombre nacido de mujer, según el halago de Jesús! Realmente la tenía bien clara. Ubicado. No se desubica ante el desubique de los demás y además se dedica a ubicar a los desubicados. Un hombre de Dios como se dice. Un hombre con una profunda humildad, que ocupa el lugar que tiene que ocupar, es protagonista cuando debe serlo – sin perder la humildad – y por otro lado ayuda a la humildad de los desubicados, de los soberbios.

En definitiva, ser humilde es estar donde tenemos que estar. Ser lo que tenemos que ser. Reconocernos como lo que somos, ni de menos, ni de más. Decía Santa Teresa de Jesús que la “humildad es andar en la verdad”, que es muy distinto que “andar diciendo la verdad” como si fuera que el humilde tiene que andar continuamente diciendo quién es, y quienes son los otros. Eso es una mala interpretación. “Andar en la verdad” es andar como Juan el Bautista, estando ubicados en el lugar donde Dios nos ha propuesto y saber mostrar donde está Jesús, en qué lugar los otros lo pueden encontrar, sin que nos miren tanto a nosotros. «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo».

Por eso cada persona, cada cristiano debe vivir la humildad según el lugar que Dios quiso que ocupe. Se puede ser humilde siendo Papa, presidente, o siendo barrendero, carpintero. No importa lo que hago, sino lo que soy. No hay “recetas únicas” para ser humildes, sino que la fórmula es descubrir nuestra propia verdad, eso es “andar en la verdad”, eso es tenerla clara sobre uno mismo y desde ahí, todo se acomoda. El que no es humilde en el fondo no sabe bien quién es y que hace en esta bendita creación. Como no sabe quién es, no hace lo que tiene que hacer, o lo hace mal, hace lo que no tiene que hacer o lo hace fuera de lugar, no en el momento correcto.

Lo más lindo del evangelio de hoy es lo que hace Juan y lo que dice: Señala a Jesús diciendo que lo “precede, que existía antes que yo”. Por las dudas si nos la creemos un poco, por las dudas si pensamos que los demás son buenos gracias a nosotros, por las dudas si creemos que desde que estamos nosotros en tal o cuál lugar todo es mejor, por las dudas si nos desubicamos, volvamos a escuchar esas palabras. “Existía antes que yo”. Jesús está antes que nosotros, siempre llega antes que nosotros, imperceptiblemente, y si alguien conoce a Jesús gracias a que nosotros se lo señalamos, no creamos que es pura y exclusivamente por nosotros, sino que es por su gracia y su Espíritu que siempre nos precede.

Dejemos que la humildad de Juan el Bautista nos acomode si andamos desacomodados. La humildad conduce naturalmente a la paz porque nos hace estar en donde tenemos que estar, nos hace andar al ritmo que Dios quiere que andemos. Cuando no hay paz en el corazón, es signo de que todavía nos queda mucho por recorrer en el camino de la humildad, nos queda mucho por conocer de nuestro corazón, nos queda mucho por reconocer sobre nuestra propia verdad. Dice un Salmo: “Busca la paz y corre tras ella”. Podemos decir nosotros, busca la humildad y corre tras ella porque la humildad te dará la paz.

Feria de Navidad

Feria de Navidad

By administrador on 2 enero, 2023

Juan 1, 19-28

Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: «¿Quién eres tú?» El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: «Yo no soy el Mesías». «¿Quién eres, entonces?», le preguntaron: «¿Eres Elías?»

Juan dijo: «No». «¿Eres el Profeta?» «Tampoco», respondió. Ellos insistieron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?»

Y él les dijo: «Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías». Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: «¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»

Juan respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: Él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia».

Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.

Palabra del Señor

Comentario

Siempre es bueno volver a recordar QUIÉNES SOMOS. No tener claro lo que somos y para qué estamos, no sólo hace que nosotros perdamos el tiempo, sino que también de algún modo hacemos que los demás lo pierdan. Juan Bautista, como decimos por acá, «la tenía bien clara», sabía para qué estaba y cuál era su misión. No perdió el tiempo ni hizo perder el tiempo a los demás.

Algo del Evangelio de hoy es una gran ayuda para ver cómo Juan tenía bien claro quién era y además que ni siquiera se confundió cuando se confundieron sobre él. En estas dos cosas quería detenerme hoy especialmente a reflexionar: saber ubicarnos y no desubicarnos, aunque los otros se confundan sobre lo que somos. Vamos a profundizar esto.

Saber ubicarnos tiene que ver con saber quiénes somos y cuál es nuestra tarea como cristianos, nuestra misión, y esto obviamente nos sirve para cualquier aspecto de nuestra vida. ¡Qué importante es saber ubicarnos!, o sea, saber que no somos todo, sino una parte del todo; que no sabemos todo, sino algo del todo; saber que no somos la Palabra, sino la voz que la transmite; saber que no somos el que toca el instrumento, sino el instrumento; saber que somos el lápiz y no el que escribe, por utilizar algunas imágenes. El que no sabe bien quién es, vive desubicado en la vida. Juan Bautista, como dijimos, sabía que era la voz que anunciaba algo más grande y mejor, y por eso nunca quiso ser el centro ni dejó que lo hagan el centro los otros, porque esto también puede pasar. El cristiano que sin querer, y a veces queriendo, se hace el centro, la referencia de todo, también en el fondo está desubicado, aunque esté haciendo muy bien las cosas. ¡Es un desubicado!, decimos a veces. Qué insoportable es cuando hay personas que no saben ubicarse. Es muy molesto que las personas se crean más líderes que Jesús o impostan un liderazgo que lo único que hace es arrastrar personas hacia él y no al que viene detrás de él.

Un sacerdote desubicado en el fondo es un sacerdote que no entendió el mensaje ni su misión. Aunque haga mil cosas buenas, aunque salga en televisión, aunque sea aplaudido por todos y tenga millones de seguidores, y no está ubicado, en el fondo lo único que hará es arrastrar personas hacia él. Un consagrado que no sabe ubicarse y arrastra gente hacia él mismo y no a Jesús (aunque obviamente Jesús después se encargará de corregir las cosas), se desubica y se adjudica de algún modo el regalo que recibió. Un laico que no entiende su lugar dentro de la Iglesia y se cree digno para que los demás le desaten sus sandalias en vez de desatarlas él a los demás, no entendió lo lindo que es ser cristiano. Cuando alguien, sacerdote o quien sea, recolecta «demasiados fans» pero al estilo mundano, contándolos; cuando alguien parece tan bueno que hasta los errores se le alaban, es señal de que está un poco desubicado en la vida y se olvidó de mirarlo a Juan el Bautista y a Jesús.

Ahora… falta una segunda parte de la verdad, y parte de la verdad. A veces puede haber alguien que esté muy ubicado, muy en su lugar, muy como Juan Bautista, y sin embargo los que se desubican son los demás. Esto le pasó a Juan también. A pesar de que él sabía bien quién era, lo que tenía que hacer y lo que no, los que se desubican en este caso, los que no saben bien quién es realmente, son los demás que van a preguntarle si es el Mesías. Por eso, a veces, aunque sepamos bien quiénes somos, aunque estemos en donde tenemos que estar, los que nos ven se pueden confundir y esto es lo que nos puede hacer confundir también a nosotros.

La clave, el desafío, tengamos la tarea que tengamos, es que mirando a Jesús sepamos quiénes somos y para qué estamos, sea el lugar que nos toque estar, sea el lugar donde el Señor nos ha pedido trabajar.

Y finalmente, es bueno que no nos desubiquemos también con los demás.

No alabemos antes de tiempo, no veamos Mesías donde no los hay porque solo Jesús es nuestro Salvador; y todos los demás, desde el Papa hasta el más pequeño de los bautizados, solo somos simples servidores, ni siquiera dignos de desatarle la correa de las sandalias a nuestro buen Jesús.

Día VII de la octava de Navidad

Día VII de la octava de Navidad

By administrador on 31 diciembre, 2022

Juan 1, 1-18

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.

Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.

La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.

Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.

Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.

Palabra del Señor

Comentario

Buen día… llegamos al fin de un año más, un año más de la mano del Señor. Y llegamos como llegamos, a veces muy cansados. Más de dos mil años desde que nació el Salvador del mundo, desde que nació ese niño que cambió la historia para siempre, la tuya y la mía. El niño que nació, no para pasar desapercibido, sino para santificar todo lo que tocó, todo lo que vivió, todo lo que amó.

Solo Dios puede cambiar la historia para siempre, hacer que todo tome un rumbo distinto. Para Él todo es posible. Nada fue igual desde ese día, nada es igual desde esa noche buena que celebramos en estos días, desde esa noche de paz. Nada es igual para los que creen en Él, para los que creen que ese pequeño niño era el Dios con nosotros. Nada es igual para los que ponen su esperanza en su corazón lleno de misericordia y de paciencia para con todos los hombres. Nada es igual para los que no creen, no importa, Él cambió la historia y la seguirá cambiando silenciosa y amorosamente.

La Palabra de Dios de hoy, justamente habla de la Palabra. Juan llama Palabra, a la segunda Persona de la Santísima Trinidad, al Hijo que no fue creado, al Hijo del Padre que existió desde siempre, que no tuvo ni tenía tiempo. Juan lo llama en realidad Logos, que puede ser traducido como Razón, Verbo o Palabra. Quiere decir que el Hijo, es la razón de ser de todas las cosas, es lo que le da sentido a todo lo que existe, así como las palabras hacen cobrar sentido a nuestros pensamientos y sentimientos que solo pueden ser totalmente comprendidos por los otros, si los expresamos. Las palabras que salen de nuestros labios se hacen carne, hacen material lo que nos pasa por el corazón y la cabeza. El Hijo es Palabra porque por medio de Él fueron creadas todas las cosas, lo invisible y lo visible. Dios crea cuando habla porque sus Palabras hacen lo que dicen, son efectivas, son creadoras, de la misma manera que fueron efectivas y creadoras en nuestros corazones durante este año que está terminando. A simple vista parece, Algo del Evangelio de hoy demasiado difícil, no “bajable a la tierra” es verdad, cuesta interpretarlo, pero se puede si hacemos el esfuerzo.

Siempre con la ayuda del Espíritu Santo y nuestra entrega podemos encontrar algo concreto para cada uno de nosotros. Podríamos decir, que justamente Juan está mostrándonos como Dios se hizo “accesible a nosotros”, nos quiere mostrar cómo siendo inaccesible y eterno, se hizo cercano metiéndose en el tiempo, para que lo recibiéramos, para estar con nosotros hasta el fin de los tiempos. Por eso termina diciendo: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Así como las palabras iluminan las acciones, Dios al hacerse hombre entre nosotros, vino a iluminar la ceguera de este mundo, a dar sentido a las cosas, concretamente a dar sentido a tu vida y a la mía, por eso Jesús es Palabra, por eso escuchamos la Palabra cada día, porque la Palabra es guía, es luz, es camino, es fuerza para todo el que la escucha con amor. ¿Te pasó algo de esto este año?

Por eso para terminar el año, te propongo que veas como la Palabra, como Jesús estuvo presente en tu vida, todo el año. Haciendo como un paralelismo con la palabra de hoy, podemos decir que Jesús este año estuvo siempre, desde siempre, porque Él es Dios. Él estuvo, en los mejores momentos, pero fundamentalmente en los peores, sino no estaríamos escuchando su Palabra. Qué lindo mirar hoy para atrás y decirle con confianza y verdad: Gracias por ser Dios y estar siempre, gracias por permanecer, aunque todo cambie, gracias por darme la vida y sostenerme día a día, gracias por la vida de mis padres y de mis hijos, gracias por la vida de mis hermanos, de mi mujer y mi marido, gracias por la vida de los que no están en este fin de año.

Gracias por darle sentido a cada cosa que hago, gracias por darle sentido al comienzo de este día, gracias por ser la razón de ser de mi trabajo diario, de mi amor a los míos y a los más pobres, gracias por ayudarme a terminar el día en paz sin enojos ni rencores, gracia por ayudarme a perdonar, gracias por poner en mis labios la palabra gracias, palabra que dio sentido e iluminó todo este año. Por todo te damos gracias Señor. Te propongo que hagas tu acción de gracias. Podemos terminar el año dando gracias.

Aprovechemos hoy para dar un gran abrazo a los más cercanos y decirle gracias, gracias por todo. Que Dios te bendiga y buen fin de año, un año más en la compañía de Jesús, que es Palabra que ilumina y da vida. Gracias a todos los que ayudan a que la Palabra de Dios siga difundiéndose, gracias a todos los que escuchan y evangelizan intentando que otros escuchen la Palabra de cada día. Gracias.

Fiesta de San Juan Evangelista

Fiesta de San Juan Evangelista

By administrador on 27 diciembre, 2022

Juan 20, 2-8

El primer día de la semana, María Magdalena corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»

Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.

Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.

Palabra del Señor

Comentario

En el marco de la octava de navidad, celebramos hoy la fiesta de San Juan, el evangelista. Aquel a quién se le atribuye el cuarto evangelio, tres cartas cortitas pero muy profundas y el apocalipsis. Sin embargo, los estudios más profundos de estos tiempos fueron reflejando que difícilmente es el discípulo que aparece en los evangelios, ni tampoco el discípulo amado que aparece tanto en su evangelio. Todos se inclinan a pensar que fue alguien de su comunidad, alguien que recibió esa tradición, pero no el mismo que estuvo con Jesús. No te asustes. No quiero confundirte, pero si enseñarte algo que por ahí no escuchaste y puede parecerte extraño. Para nuestra fe, para nuestra santidad, en definitiva, no importa tanto quien lo escribió, sino lo que escribió. Cuando algo es verdad no importa tanto quien lo dice, sino lo que dice. Lo importante es que a lo largo de los siglos la Iglesia, la comunidad de creyentes reconoció estos escritos como palabra de Dios, como revelación de Dios, y eso es lo que importa, eso es lo que nos hace bien, más allá de los datos históricos concretos. Importa que celebramos la obra de Dios en este hombre que hoy nos facilita conocer cada día más lo que Dios es y quiere de nosotros, eso es lo esencial.

Las alegrías en la vida no son completas hasta que se las comparten. No hay verdadera alegría si no es alegría compartida, cuando otros no la conocen junto a nosotros. Recuerdo que cuando me anunciaron que me ordenarían sacerdote, me pidieron que no lo diga hasta una cierta fecha, porque había que cumplir algunos pasos necesarios hasta poder decirlo, fue durísimo para mí. Había recibido la mayor alegría de mi vida y no podía contársela a mis más queridos, a mi familia, a los que me interesaba que compartan mi alegría. Esa vez experimenté en carne propia, que una alegría no es completa hasta que se comparte. Me imagino que te debe haber pasado alguna vez, por ahí no porque te lo prohibieron, sino porque no siempre se puede contar una buena noticia cuando se la recibe, sin embargo, lo normal, lo lógico, lo lindo es correr a contársela a quién amamos, o a quién queremos que comparta nuestra felicidad.

Así es la alegría del evangelio, algo así nos enseña la palabra de Dios, especialmente los relatos de las apariciones de Jesús resucitado, aunque al principio hubo dudas, como muestra Algo del Evangelio de hoy. Algo de esto quiere expresar también la primera carta de Juan que se lee hoy como primera lectura: “Les escribimos esto para que nuestra alegría sea completa” Algo así decía el Papa Francisco en una de sus cartas: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (EG 1) ¿Para qué anunciamos el evangelio? ¿Para qué anunciamos que conocemos a Jesús? ¿Para qué anunciamos que de alguna manera lo hemos visto, lo hemos oído, lo hemos tocado con nuestras manos? No solo para dar alegría a otros, sino porque si la alegría no llega a todos los cercanos, no es completa, nos falta algo a nosotros mismos.

Por ahí te pasó en esta navidad, vos la quisiste vivir de otra manera, vos intentaste bajar un cambio, vos intentaste no caer en la frivolidad, vos intentaste hablar de Jesús, vos intentaste darle otro sentido y tu familia estaba en otra, y los otros no se daban cuenta. Tu alegría era alegría, pero no era completa. Le faltaba algo, le faltaba que los otros te acompañen, le faltaba que los otros la descubran. A los primeros cristianos les pasaba lo mismo, a todos nos pasa lo mismo. A todos los que descubren a Jesús les pasa esto. A los que nos vamos enamorando lentamente y día a día de Jesús, pero en serio, como una persona, a quien contemplamos, como alguien a quien “vemos”, “oímos” y “tocamos” con nuestros propios sentidos. Si nos pasa es un buen signo, no es para amargarse, es para darnos cuenta que estamos enamorados y queremos que otros se enamoren, queremos que otros vivan lo que nosotros vivimos, queremos compartir esa alegría y vivir en comunión con los otros. Es un gran misterio, es un misterio lindo que solo puede “tocar” un poco, aquel que recibió esa gracia y esa alegría.

Este es el motor interior del que predica el evangelio, de la Iglesia, del que anuncia que Jesús nació y murió por nosotros. Ese es el misterio de la gran familia de la Iglesia fundada por y, en Jesús, ese es el misterio de algo que vivimos ininterrumpidamente hace más de dos mil años miles y miles de corazones que recibieron esta alegría.

¿Cómo puede ser mentira todo esto como algunos les gusta decir? ¿Cómo es posible que nos hayan engañado a todos? ¿Cómo puede una mentira durar tanto tiempo y engañar a tantos? ¿Cómo es posible que como se decía por ahí la “religión es el opio de los pueblos”? ¿Cómo es posible que la Iglesia sea un invento para dominarnos, tan malvados fueron los primeros cristianos y tan tontos somos nosotros? ¿Cómo es posible que la alegría de saber que ese niño que nació para cada uno de nosotros, sea una alegría mundana y pasajera?

¿Vivís esta alegría y sabés compartirla? ¿Cómo la vivís? Es normal sufrir interiormente cuando ves que los demás no la entienden. No te angusties, es parte del anuncio. Creer es una gracia que se recibe y un don que se acepta. Pero no se fuerza, es por alegre atracción. Solo podrá creer aquel que ve a alguien que cree y vive feliz por creer, sin presionar, sin juzgar, sin molestar. Nunca te olvides de esto. Mientras tanto anunciá, pero a un Jesús real, no virtual, a un Jesús que pudiste contemplar, ver, oír y tocar con tus propias manos, gracias a que alguien también te lo anunció, porque así es nuestra fe.