Book: Juan

Viernes Santo

Viernes Santo

By administrador on 2 abril, 2021

Juan 18,1 – 19,42

Hoy, Viernes Santo, más que nunca tenemos que callar, tenemos que mediar, tenemos que hacer silencio. Tenemos que rezar. Hoy es Viernes Santo. El Señor se entregó por nosotros en la Cruz, y murió de la peor manera imaginable para un hombre en esa época.

La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según san Juan que se lee en las celebraciones de hoy es demasiado larga para un audio, por eso te propongo que puedas leerla por tu cuenta, que puedas meditarla, que no te canses. Capítulo 18 entero y Capítulo 19 hasta el versículo 42, del Evangelio de Juan.

Es inagotable la riqueza al contemplar la Pasión de Jesús. Todos los santos, o te diría los grandes santos, aquellos que llegaron a grandes cosas, siempre aconsejan lo mismo: todo está en la Pasión, toda brota desde ahí. Si miramos a Jesús en la cruz, con sus pocas palabras, con sus silencios, nos alimentaremos de una forma que jamás imaginaremos. Cada palabra, cada gesto, cada silencio de Jesús, cada actitud que tuvieron para con él, cada actitud que tuvo él para con los demás. Los indiferentes, los curiosos, los amorosos que estuvieron ahí, al pie de la cruz, todo nos dice algo.

Su actitud desde la Cruz, sus silencios ante Pilatos, sus miradas. Todo nos dice algo, todo te puede decir algo en este día. Por eso, si volvés a leerla te va a decir algo más, te aseguro. Si podés tomarte un tiempo para rezar, para poder estar en tu casa tranquilo, en silencio, con la Biblia en tus manos, disfrutando de pasar cada hoja de la Palabra de Dios, de la Palabra más fuerte que nos dice nuestro Señor: “te amo” desde la Cruz. Y poder volver a meditar la Pasión, es el día para hacerlo, no hay otro día tan especial como este para poder volver a contemplar tanto amor de Jesús en la Cruz por nosotros.

Este audio va a ser sencillito, no vamos a meditar mucho, solamente quería invitarte a hacer lo que deberíamos hacer naturalmente. El Viernes Santo es el día del silencio que empezó ayer en la noche con la Misa de la cena del Señor, pero que hoy continúa hasta la Vigilia Pascual. ¿Pudiste hacer silencio en estos días? Porque solo el silencio interior y exterior nos ayuda a contemplar y poder llorar verdaderamente ante la Cruz, ante Nuestro Señor clavado por nosotros.

El silencio es música callada, música callada de Dios, que nos habla al corazón. Como pasó en la vida de Jesús cuando quedó solo en la Cruz, como pasó siempre en la historia de la Iglesia y seguirá pasando: en la Pasión siempre hay menos gente. Siempre. El Crucificado queda solo, ante la fiesta todos lo acompañan; ahora en la Cruz todos se van, queda solo. El Crucificado es escándalo para un mundo que quiere el éxito a costa de todo, para un mundo que es capaz de vender su alma por un poco de poder (o vender a Jesús, como Judas, por un poco de plata). El Crucificado –Jesús– es una necedad para un mundo que ahora en su mayoría está en otra cosa, disperso, con más tiempo para distraerse y perderse lo mejor. Y al mismo tiempo, ¿cuántos cristianos viven estos días con el corazón en otra cosa? Pobre Jesús. Pobre Jesús que sigue sufriendo por tanta falta de amor.

Él sigue solo gritando desde la Cruz: “Tengo sed”, ¡Tengo sed de que tengan sed de Mí! Esa es la sed de Dios. De un Dios hecho hombre por nosotros. Todavía su Amor infinito no tocó nuestros corazones. No importa. No importa que seamos los de siempre, los menos, siempre poquitos. Somos la pequeña familia de Dios Padre que desea seguir enamorándose de tanto amor manifestado en Jesús su Hijo; y mientras tanto rezamos por todos, esa es nuestra tarea: rezar por todos. Tenemos que salir, terminar esta Semana Santa con más amor, no puede ser lo mismo de siempre. Sigamos haciendo silencio, sigamos ayunando un poco para poder estar sensibles a tanto Amor. Hoy un poco de ayuno y abstinencia no nos va a hacer mal.

Aprovechemos a estar con él en el silencio. El Crucificado tiene que ser nuestra sana obsesión en estos días, nuestra obsesión de amor. Si lo mirás fijo, si te arrodillás frente a él; él con la fuerza de su gracia te ayudará a enamorarte más y más. Sólo así tu Semana Santa tendrá verdadero sentido.

Si estás sufriendo mucho, miralo fijo, mirá un crucifijo, tomalo en tus manos, fuerte, besalo. Si estás insensible al amor, miralo fijo a Jesús, porque él te va a enternecer el corazón. Mirá la cruz, adorá la Cruz desde tu casa. Si estás anestesiado por este mundo superficial y consumista miralo fijo, él te va a ayudar a mirar con profundidad la vida. Si estás esclavizado por algún vicio, miralo fijo, él te va a poder sacar con amor. Si estás enredado en tu orgullo que no te deja perdonar, miralo fijo, que él desde la Cruz perdona a todos y te ayuda a perdonar.

Si estás viendo sufrir a alguien, miralo fijo, míralo a Jesús para poder tener la misma mirada que él ante los que sufren. Todas tus respuestas las vas a encontrar en Jesús amándote desde la Cruz. Esa es la respuesta a todas nuestras preguntas.

Mirémoslo fijo, es lo mejor que podemos hacer hoy…hasta mañana cuando lleguemos a la Vigilia Pascual, pero no podremos resucitar si antes no pasamos por la Cruz mirando fijo a Jesús.

Jueves Santo

Jueves Santo

By administrador on 1 abril, 2021

Juan 13, 1-15

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, Él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.

Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.

Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?».

Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás».

«No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!».

Jesús le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte».

«Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!».

Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos». Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: «No todos ustedes están limpios».

Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes».

Palabra del Señor

Comentario

Comenzamos hoy, este Jueves Santo, el Triduo Pascual: la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesús. Un acontecimiento que cambió la historia para siempre y nos cambió a nosotros, a vos y a mí, que estamos escuchando en este momento la Palabra de Dios, y no queremos que esta historia que ya sucedió pase desapercibida a nuestros corazones; por eso deseamos tener un poquito más de sensibilidad, necesitamos que nuestros sentidos externos, internos, los del corazón también estén atentos a lo que le pasó a Jesús, a lo que le sigue pasando y a lo que le pasará y a lo que nos tiene que pasar también a nosotros. Porque nosotros, junto con él, debemos también transitar la Pasión. Nuestra vida es un pasar, es un padecer para poder resucitar, es un sufrir ciertas cosas, un aceptar las cosas que vamos viviendo, un también disfrutar del amor de los que tenemos alrededor; pero, al mismo tiempo, tenemos que aceptar que también tenemos cruces, como le pasó a Jesús. Por eso comenzábamos el Domingo de Ramos con esa expresión de algún modo, tomando del evangelio del Domingo de Ramos esa invitación a bajarse de la cruz que le hacían a Jesús, y que quiero que quede como telón de fondo estos días, en donde también nosotros sufrimos esa gran tentación: bajarnos de la cruz, no aceptar lo que nos pasa, buscar soluciones fáciles, evitar amar. Sin embargo, Jesús en toda su pasión nos irá enseñando lentamente, pedagógicamente, de la mano, podríamos decir, a no bajarnos de la cruz. ¡No nos bajemos de la cruz! Vos y yo estamos también padeciendo cosas, la humanidad padece cosas continuamente, en tu familia muchos están padeciendo situaciones que no quieren padecer; sin embargo, no hay que bajarse de la cruz. ¡Hay que seguir amando!, ¡hay que seguir entregándose!

Por eso, dice el evangelio de hoy que «Jesús se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura». ¿Ves? Jesús elige amar, elige servir, elige mostrarle a sus discípulos cuál es el camino de la vida, por donde se encuentra la felicidad. Y solo se encuentra en el servicio y en el amor, por eso se levantó, hizo solo lo que un esclavo podía hacer: lavarle los pies a sus discípulos. Se hizo esclavo por nosotros y no solo los lavó, sino también que se los secó. De algún modo, esta imagen de Jesús agachándose para servir a sus discípulos también tiene que acompañarnos. Jesús se agacha para lavarnos los pies, ¿podés creerlo? A los discípulos y en los discípulos, a vos y a mí también. Él nos lavó los pies.

Por eso podemos cantar con el salmo de hoy: «¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?». ¿Cómo voy a hacer para devolverle al Señor su amor? Bueno, permaneciendo en el amor, permaneciendo en la cruz que nos toca vivir. Jesús se «agacha» para que algún día, y de una vez por todas, nosotros también nos «agachemos» por los demás y así encontremos nuestra verdadera felicidad. Por tu papá, por tu mamá, tu hijo, tu hija, tu hermano, tu hermana, tu esposo, tu esposa, por el pobre que ves todos los días a la vuelta de tu casa, en la esquina de la plaza, en la puerta de la Iglesia donde vas a rezar, por ellos te tenés que «agachar», por ellos tenés que permanecer en la cruz, por esta humanidad incrédula que no acepta que el camino es el amor. Si no nos «agachamos», si no te «agachas» por otros, quiere decir que todavía no nos dimos cuenta que Jesús se «agachó» por vos y por mí, quiere decir que todavía no experimentamos todo el amor de Jesús. Y es cierto, a todos nos pasa, todavía no terminamos de maravillarnos de tanto amor. No es un mandato imposible, porque él lo hizo por nosotros para darnos esa fuerza que necesitamos.

El lavado de los pies no es solamente un rito lindo para ver en la misa de hoy, sino que fue el modo que eligió Jesús para dejarnos bien claro, bien clarito que él vino a «agacharse» por amor, por nosotros, para que también nosotros aprendamos a «agacharnos» y dejemos de pensar que podemos andar erguidos por el mundo mirando a los demás desde arriba, creyendo que son inferiores, no subiéndonos a la cruz del amor. ¡Somos igual a todos! ¡Él lo hizo por todos, no nos sintamos exclusivos! Aunque lo hizo y lo hace de modo personal, por vos y por mí, lo hizo por todos. Dejémonos lavar, purificar, dejemos que Jesús hoy nos ame una vez más. No hagamos como Pedro. Hay que dejarse lavar para seguir el camino de Jesús.

Y como si eso fuera poco, se quedó en la eucaristía. Jesús sigue lavándonos los pies en cada eucaristía. Jesús quedó «agachado» para siempre, escondido en los sagrarios, como si no fuera Dios, para amarnos hasta el fin. Eso es lo que hizo Dios. ¡Qué maravilla! Todo por vos y por mí. Y para que la eucaristía se celebrara siempre hasta el fin de los tiempos, nos dejó el sacerdocio, a los sacerdotes, que son los ministros, los servidores del amor de Cristo en el mundo.

Hoy, después de la misa, empieza el silencio santo, el silencio de la Semana Santa. Hagamos silencio para poder estar concentrados y no distraernos, para que nuestros sentidos estén alertas al amor de Dios. Recordá: Jesús está «agachado» por vos y por mí hace siglos; es hora de que nos demos cuenta. Elijamos en estos días también permanecer en la cruz y aprender a «agacharnos» por amor a los demás.

Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre Misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

Martes Santo

Martes Santo

By administrador on 30 marzo, 2021

Juan 13, 21-36, 36-38

Jesús, estando en la mesa con sus discípulos, se estremeció y manifestó claramente:

«Les aseguro que uno de ustedes me entregará». Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo a quién se refería. Uno de ellos -el discípulo al que Jesús amaba- estaba reclinado muy cerca de Jesús. Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: «Pregúntale a quién se refiere». Él se reclinó sobre Jesús y le preguntó: «Señor, ¿quién es?»

Jesús le respondió: «Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato».

Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él. Jesús le dijo entonces: «Realiza pronto lo que tienes que hacer». Pero ninguno de los comensales comprendió por qué le decía esto. Como Judas estaba encargado de la bolsa común, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que hace falta para la fiesta», o bien que le mandaba dar algo a los pobres. Y en seguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Ya era de noche. Después que Judas salió, Jesús dijo: «Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en Él.

Si Dios ha sido glorificado en Él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero Yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: “A donde Yo voy, ustedes no pueden venir”». Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?»

Jesús le respondió: «Adonde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero más adelante me seguirás». Pedro le preguntó: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti».

Jesús le respondió: «¿Darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces».

Palabra del Señor

Comentario

Jesús no buscó «salvarse así mismo», aunque si hubiese querido, podría haberse bajado de la cruz. Bajarse de la cruz hubiese sido muy fácil, muy espectacular, pero él quiso mantenerse ahí, en su «trono», firme, fiel, permaneciendo hasta el fin; firme por amor a la Vida, a nuestras vidas. Si Jesús se hubiese bajado de la cruz, ¿qué sería de nosotros? ¿Qué motivos tendríamos para mantenernos firmes en el amor, para luchar por la Verdad, para derrotar la injusticia de este mundo? No hay otro camino para vencer al mal que el camino contrario, el del amor, que jamás responde con la «misma moneda». ¿Vos y yo qué estamos haciendo? ¿Permaneces en tu cruz que te permite amar y sacar lo mejor de tu corazón? ¿O le escapás al sufrimiento que vale la pena, dejándote vencer por la tentación de buscar el camino más fácil, de salvarte a vos mismo? Tapate los oídos cuando escuches esa voz interior, la voz de afuera que dice: «… ¡sálvate a vos mismo, bajá de la cruz! ¡Basta, basta de luchar, basta de entregarte!, no vale la pena. Nadie te escucha, nadie te hace caso, todos los demás están en otra cosa». Tapate los oídos y miralo a Jesús, que en la cruz permaneció hasta el final, enseñándonos un camino nuevo. Ahí estará nuestra gloria.

De Algo del Evangelio de hoy se desprende un gran misterio del corazón de Jesús. «¿Cuál?», estarás pensando. La elección de Judas, la elección de Judas como apóstol, aun sabiendo que lo iba a traicionar y, además, la paciencia de soportarlo durante tres años conociendo sus malas intenciones y viendo que robaba lo que estaba destinado a los pobres. Un santo español, san Manuel González, decía que «la conducta de Jesús para con Judas es la obra cumbre del ejemplo más perfecto de la Misericordia del Corazón de Jesús, que quería grabar en el corazón de sus apóstoles y obviamente en nosotros. Toda la razón de ser de Judas en el grupo de los doce apóstoles, era que el Corazón de Jesús luciera toda su Misericordia y todo su respeto a la libertad humana y enseñar a sus apóstoles de todos los tiempos la manera más eficaz de llevar el mensaje de Dios a los demás; lo que nosotros llamamos el apostolado». Hasta aquí las palabras del santo.

Hay una regla apostólica, podríamos decir, una regla para los apóstoles –que somos todos nosotros–, que debemos aprender para que nuestra tarea sea verdaderamente fecunda. Sea donde te toque educar, ayudar, transmitir, evangelizar llevando la Palabra de Dios, nunca te olvides de estas palabras de Jesús: «Hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio», lo dice en el Evangelio de Lucas. Eso que él dijo lo llevó a la práctica con Judas; le hizo siempre el bien sin esperar nada y además sabiendo que su amor no iba a dar frutos. Es algo increíble, hay que hacer todo lo posible por el corazón de los otros sin que se espere nada de ellos; y esto no quiere decir que no nos interesen los frutos o que nos dé lo mismo, sino que la fuerza del amor no tiene que estar puesta en la espera de algo, porque ese «algo» que viene no depende finalmente de nosotros, sino que depende de la libertad del otro y de la gracia de Dios. Como dice san Pablo: «Nosotros sembramos y Dios es el que hace crecer». La actitud de Jesús ante Judas nos muestra, por un lado, el increíble extremo al que llega el amor de su corazón, que se entrega aun sabiendo que será traicionado; y, por otro lado, nos muestra hasta dónde puede llegar la debilidad del corazón humano que no se quiere doblegar ante tanto amor de Dios. ¿Puede ser el hombre tan duro? Sí, puede. ¿Puede Jesús amar tanto y ser rechazado? Sí, sí se puede.

La verdad que esto es para rezar y maravillarse, maravillarse de tanto amor; pero, al mismo tiempo, sirve para que nosotros nos preguntemos con sinceridad: Si Jesús que amó tanto pudo ser rechazado, ¿qué impide que a mí no me pase lo mismo? ¿Quién me creo que a veces pretendo que todos me amen incondicionalmente como si fuera yo más que Dios? ¿Cuándo amo y busco hacer el bien a los demás, pretendo que me retribuyan pensando que me lo merezco? ¿Espero el agradecimiento y la recompensa siempre cuando hago las cosas?

¡Cuánto amaríamos de más si pudiéramos vivir esta regla que nos enseña Jesús en el Evangelio!; ¡y cuántos fracasos, desalientos, tristezas, enojos y cálculos humanos nos ahorraríamos si aprendiéramos a hacer el bien sin esperar nada a cambio! Ojalá que pudiéramos vivir esto y aprender un poco más en esta Semana Santa.

Lunes Santo

Lunes Santo

By administrador on 29 marzo, 2021

Juan 12, 1-11

Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.

Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: «¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?». Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella. Jesús le respondió: «Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre»

Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no solo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.

Palabra del Señor

Comentario

Buen lunes, buen comienzo de Semana Santa, Lunes Santo. No te olvides que para nosotros no es una semana más, de vacaciones, sino una semana distinta, días para profundizar nuestra fe, un tiempo para disfrutar de tanto amor de Dios para con nosotros. Ayer escuchábamos, en el Evangelio del domingo, esta frase: «… ¡sálvate a ti mismo y baja de la cruz!» Fue una de las frases desafiantes que recibió Jesús estando en la cruz, mientras agonizaba. Una frase que escuchamos día a día también en nuestro corazón y en nuestra sociedad que nos propone el camino más fácil, el camino que nos conduce a escaparle al amor, al sacrificio, a la entrega, al esfuerzo que implica renunciar a nosotros mismos, para entregarnos a los demás. No nos dejemos engañar, eso es mentira, no hay que bajarse de la cruz. Jesús no se salvó así mismo, se entregó por amor y se dejó salvar por su Padre; lo mismo tenemos que hacer nosotros.

A partir de hoy, todo se va encaminando al Viernes Santo, a lo que será el final de la vida de Jesús en esta tierra; en realidad, a ese aparente final. Escucharemos en los evangelios de estos días los últimos momentos de la vida de Jesús, sus últimos días, sus últimos gestos y acciones, sus últimas decisiones. Entre ellas, aparece, en Algo del Evangelio de hoy, con sus más amigos, Jesús con Marta, María y Lázaro, al que había resucitado. Dice la Palabra de Dios que le prepararon una cena, él fue a comer con sus amigos y, además durante esa cena, María tuvo un gesto de amor que impregnó toda la casa de perfume, y que sería lindo que impregne toda la casa de nuestro corazón. Todo un signo de lo que produce el amor en la vida de aquel que reconoce a Jesús como su Señor, como el que le da sentido a la vida.

Pero antes de detenernos en este detalle, pensemos en esto que también es importante: Jesús, de algún modo, se deja amar. Misteriosamente, podríamos decir que no necesita de amor; sin embargo, él lo busca, o sea, Dios no solo ama, sino que quiere que lo amemos, quiere ser amado por los demás. Así lo hizo estando en la tierra, así podemos pensar que sigue haciéndolo, se deja amar. Deja que le preparen una cena sabiendo que eran sus últimos días y, además, deja que derrochen en sus pies, por amor, un perfume carísimo. Es un detalle que, a veces, no tenemos en cuenta. Es tan difícil a veces amar, como dejarse amar por los demás. Jesús, aunque parezca una debilidad, necesitó del amor de los más cercanos, de sus amigos, pero no porque le faltaba algo, sino porque así lo quiso, porque eligió tanto amar como ser amado y todo en su plenitud. Tanto se anonadó que también deseó ser amado. Nosotros, en cambio, a veces andamos a los tumbos, intentando amar y muchas veces no nos dejándonos amar por los demás, no dándole la oportunidad a los otros que se entreguen por nosotros, que tengan gestos de cariño con nosotros. Pensalo, pensá que en el fondo esto es soberbia. Es el sutil engaño del demonio de convencernos que no necesitamos el amor de los demás y mucho menos cariño, gestos concretos.

¿Viste esas personas que no les gusta que las abracen, que les digan que las quieren, que les festejen los cumpleaños, que les hagan sorpresas? ¿No será que en el fondo, cuando somos así, estamos ocultando una sutil pero falsa humildad, una aparente austeridad de afectos, incluso de bienes, pero que en realidad le estamos privando a los otros la posibilidad de querernos? ¿No será soberbia eso, pensando que no necesitamos afecto concreto y real? Para pensar y rezar. Jesús no descartó esa posibilidad, aun pudiendo poner la excusa de los pobres. No, cada cosa en su lugar y se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo: amar a los pobres y tener gestos de derroche y de amor con Jesús y con los que amamos. Hoy para nosotros en la vida de la Iglesia podríamos decir que es la Eucaristía, la presencia real de Jesús entre nosotros. Eso hace María, derrocha perfume por amor a Jesús, reconociéndolo como su Señor.

Eso hace la Iglesia, con Jesús vivo en cada sagrario, en cada altar, donde es adorado; eso debe hacer, adornándolo y ensalzándolo con tantas cosas. La Iglesia nunca tuvo reparo y no lo debería tener, no tuvo pudor en gastar y derrochar en gestos de amor hacia Jesús, obviamente sin olvidarse de los pobres que siempre estarán con nosotros, y además son el Jesús entre nosotros. Se pueden hacer las dos cosas, no te olvides, amar a Jesús en los pobres y amarlo también en la Eucaristía, en cada sagrario, en cada templo, en la belleza de todo lo que dedicamos a él. Jesús y los pobres se merecen todos nuestros gestos de amor.

En esta Semana Santa, él espera de nosotros un gesto de derroche, derroche de amor para que se impregne la casa de nuestro corazón con el perfume que proviene de él y que todo lo cambia. Esta Semana Santa es de él y para él, no es nuestra. Él quiere ser amado y por eso deja que lo amemos, que hagamos lo que se nos ocurra por él. Siempre es poco, nunca alcanzará, pero lo importante es dar todo lo que podamos. No tengamos miedo en esta semana a derrochar todo por amor a Jesús.

Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre Misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

V Sábado de Cuaresma

V Sábado de Cuaresma

By administrador on 27 marzo, 2021

Juan 11, 45-57

Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho.

Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos. Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación».

Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: «Ustedes no comprenden nada. ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?».

No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos.

A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús. Por eso él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraím, y allí permaneció con sus discípulos.

Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: «¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?». Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno conocía el lugar donde él se encontraba, lo hiciera saber para detenerlo.

Palabra del Señor

Comentario

¿Estás dispuesto a morir por alguien en tu vida? ¿Por quién darías la vida si hoy te la ofrecieran, si hoy tuvieras esa oportunidad? ¿Sabías que alguien la dio por vos alguna vez y que alguien la está dando hoy, también de alguna manera? Creo que es lindo pensar en esto. En realidad, estamos vivos porque alguien dio o da la vida por nosotros también, continuamente. Nadie se la da así mismo y es una actitud muy soberbia el pensar que «nadie nos regaló nada», como dicen por ahí, y que todo lo que tenemos o somos lo hemos alcanzado por nosotros mismos. Por eso, Jesús nos propone morir como lo hizo él, porque solo muriendo a nosotros mismos, daremos vida a otros, les compartiremos nuestra propia vida, como alguien nos la comparte continuamente.

Se acerca la Pascua de los cristianos, la tuya y la mía; se acerca la Semana Santa. Hoy, a partir de las misas de la tarde, comenzaremos la semana más importante del año para los que creemos en Jesús. Con el Domingo de Ramos empezamos a transitar la recta final, por decirlo de algún modo, de la vida de Jesús y del camino que venimos haciendo hace casi cuarenta días. La propuesta del camino fue la misma para todos, estés donde estés, sea la vida de fe que estés llevando, sea que estés cerca o alejado, con fervor o con pocas ganas. No importa. Fue la misma propuesta para todos, pero el camino seguramente fue distinto. Cada uno dio pasos diferentes, cada uno comprendió a su manera, a cada uno Jesús le mostró cosas distintas, y eso es lo lindo y misterioso de la Palabra de Dios. Somos nosotros los que tenemos que interiorizar lo que se nos va sembrando en el corazón día a día con la escucha. «Algunos siembran, Dios hace crecer», dice san Pablo; nosotros removemos y abonamos la tierra para ayudar, para acelerar el crecimiento. ¿Pusiste algo de tu parte en este tiempo? ¿Hiciste el esfuerzo para escuchar, para poder crecer? ¿Hiciste el esfuerzo por luchar? Espero que sí, espero que empieces esta Semana Santa con un corazón más grande, con más ganas, con deseos de que no sea una semana más, una semana de vacaciones, una semana cualquiera. Se puede, se puede vivirla de un modo distinto, de otra manera. Las celebraciones serán las mismas, como cada año; la historia es la de siempre, el final ya lo conocemos. Pero no será lo mismo si nuestros corazones están abiertos, no serán los mismos efectos en nuestra vida espiritual.

Algo del Evangelio de hoy muestra la trama interna de la entrega, de la decisión de matar a Jesús aun viendo que lo que hacía era bueno. Deciden matarlo una vez que se enteran que había resucitado a Lázaro. ¡Qué locura! ¡Parece una película de terror, pero fue verdad! «Ustedes no comprenden nada. ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?», así dice la Palabra. Y sí, la verdad es que la maldad del hombre es incomprensible. ¿Vos comprendés algo? A veces no comprendemos cómo es posible que invocando un bien se haga el mal con tanta soltura. Es preferible matar a uno a que mueran algunos más. En este mundo, en el tuyo y el mío, a veces es preferible hacer muchas cosas y no jugarse por la verdad; es preferible callar una verdad para no exponer a los mentirosos que manejan los hilos del mundo. Algunos prefieren decir que se juegan por los pobres, y viven exageradamente holgados y tranquilos. Otros tiran misiles, pero hablan de paz. Muchísimos deciden subirse «al tren» de la deshonestidad alegando que «todos los hacen».

¿Y vos y yo, nosotros, qué hacemos? ¿Cómo actuamos? ¿Cómo vivimos nuestra decisión de amar la verdad y el amor? ¿Nos subimos a la masa del «no jugarnos por nada» y respetar lo que todos hacen? Hoy se nos pueden reír en la cara por defender la verdad, el amor, incluso la vida de los inocentes, pero no importa, ¡no aflojemos! Es un ejemplo nomás, de miles que podríamos poner, seguro vos mismo tenés más. Solo un ejemplo de miles de situaciones en donde muchos deciden «matar al bien» y donde otros prefieren callar y ser cómplices.

Nosotros, mientras tanto, no tenemos que aflojar y tenemos que entrar a esta Semana Santa con deseos de honrar a Jesús con la vida y no solo con los labios; con deseos de acompañar a Jesús no solo de lejos, como quien no quiere la cosa, sino de enamorarnos de su coherencia hasta el fin, de su amor sincero que no se escapó en los momentos más duros y difíciles, dando la vida, por amor a vos, por amor a mí, por amor a todos los hombres.

V Viernes de Cuaresma

V Viernes de Cuaresma

By administrador on 26 marzo, 2021

Juan 10, 31-42

Los judíos tomaron piedras para apedrearlo.

Entonces Jesús dijo: «Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?».

Los judíos le respondieron: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios».

Jesús les respondió: «¿No está escrito en la Ley: Yo dije: Ustedes son dioses? Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra -y la Escritura no puede ser anulada-, ¿Cómo dicen: “Tú blasfemas”, a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: “Yo soy Hijo de Dios”?

Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre».

Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos. Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí. Muchos fueron a verlo, y la gente decía: «Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad». Y en ese lugar muchos creyeron en él.

Palabra del Señor

Comentario

No toleramos sufrir, es una realidad, por eso tampoco toleramos morir. No queremos sufrir, y pensar en la muerte nos causa un gran temor, porque en el fondo tememos al sufrimiento, no lo queremos, y es lógico. No estamos hechos para eso. Sé que parece obvio lo que te digo, pero creo que nos ayuda a comprender un poco más la raíz de muchos de nuestros males y, al mismo tiempo, la capacidad de amar que tenemos escondida en el corazón, y que, por no querer sufrir, por tener poca tolerancia al sufrimiento, nos perdemos de desarrollar. Si la semilla tuviera miedo de morir y transformarse, se perdería de ser planta, de dar frutos. Si vos y yo no desarrollamos nuestra capacidad de sufrir por amor, nos perdemos la posibilidad de dar vida, de ayudar a otros a vivir, como otros lo hicieron por nosotros. El grano de trigo tiene que morir, no hay otro camino. Somos granos que debemos morir siempre para disfrutar de la vida. Hoy es un día para seguir aprendiendo a morir, no sabe vivir aquel que no sabe morir así mismo para dar vida. No le tengamos miedo al sufrimiento, «al bueno»; porque aunque nos cause terror esta frase, al sufrimiento necesario para llegar a ser hombres y mujeres plenos, no tenemos que tenerle miedo. Escápale más bien al sufrimiento que te deja solo, pero buscá el sufrimiento o aceptá ese sufrimiento que te ayuda a encontrarte con otros, a descubrir a los demás como seres amados por el Padre, hermanos, como voy y yo.

Hoy aparece en Algo del Evangelio el tema de las piedras, las piedras pero hacia Jesús. En esta vida hay personas que les gusta tirar piedras, porque, así como fuimos creados para amar, también hay en nuestro corazón una cierta tendencia a mirarnos como enemigos que nos lleva a apedrearnos entre todos. El mundo en cierto sentido es un caos, se pelean los legisladores en los recintos a piñas, se pelea la gente en la calle, nos peleamos a veces por los grupos de WhatsApp, nos peleamos de diferentes maneras en muchos lados.

Hay una gran incapacidad de tolerancia, hay una gran incapacidad de reconocer la bondad, la belleza y amor, y tantas cosas lindas que hay por ahí, y eso nos lleva a tener ganas de hacer justicia por mano propia, creyéndonos dueños y señores de la verdad. Por eso andamos a veces tirando piedras por ahí, porque no vemos y andamos ciegos de amor y de bondad. No nos damos cuenta que tenemos muchas cosas «de Dios» en nosotros, entre nosotros y en los otros. Los judíos de Algo Evangelio de hoy, los que finalmente mandaron a matar a Jesús, no se dan cuenta de lo que hacen, por eso Jesús llegará al colmo del amor al decir en la cruz: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Al colmo de la maldad, Jesús terminará respondiendo con el colmo del amor. Y no porque sea tonto y no reconozca que hay maldad, sino que al contrario, la reconoce, pero como fruto de la ignorancia y de la ceguera.

Si esos judíos se hubieran dado cuenta de lo que estaban haciendo, no lo hubieran hecho. Actúan así pensando que obran bien, eso es lo más triste. Como nos pasa a veces a nosotros, defienden ellos su verdad matando a la Verdad. ¿Cuántas veces nosotros hicimos cosas convencidos de que estábamos obrando bien? ¿Cuántas personas a nuestro alrededor obran mal, nos hacen mal pensando que obran bien? Esa es la gran ceguera, es la enfermedad más profunda del hombre, incluso del hombre religioso, del que dice creer y defender una cierta «verdad». Somos capaces de defender la verdad con ideas, pero «tirarle» piedras al que piensa distinto, al de otro color, al de otra condición, al un «supuesto» nivel distinto. Es triste, pero los cristianos somos capaces de hacerlo.

Si nosotros nos diéramos cuenta de lo que hacemos cuando hacemos el mal, realmente no lo haríamos. No terminamos de ser conscientes plenamente de las consecuencias que tiene el mal, de la falta de amor en la que vivimos tantas veces. ¿Cuál es el remedio? El amor de Jesús en la cruz.

Te propongo en estos días, a una semana del Viernes Santo, andar con una cruz en las manos, en nuestros bolsillos, a mirar la cruz con más amor. ¿Cuál es el camino? Entrar en esta Semana Santa deseando ser más conscientes del inmenso amor de Jesús por cada uno de nosotros. La Semana Santa no es un cuentito para recordar, una historia, sino una «pasión» para revivir, para salir siendo más conscientes de que si no amamos lo suficiente al Padre y a los demás, no es porque no tengamos la capacidad, sino porque todavía no nos damos cuenta de tanto amor que tenemos escondido por el temor al sufrimiento. El Amor con mayúscula reclama amor. El Amor llama al amor. Cuando descubrimos cuánto nos aman los otros, nos dan más ganas de amar, nos sentimos deudores, pero con libertad. Si esto nos pasa con los que más queremos, con los que nos rodean, ¿no te parece que nos tendría que pasar un poquito más con Jesús en esta semana que empezamos?

Pidamos a María que nos lleve por este camino, de la mano con ella al pie de la cruz, para no cansarnos de admirarnos del amor que Dios Padre nos tiene por medio de su Hijo Jesús.

V Miércoles de Cuaresma

V Miércoles de Cuaresma

By administrador on 24 marzo, 2021

Juan 8, 31-42

Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él:

«Si ustedes permanecen fieles a mi Palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres.»

Ellos le respondieron: «Somos descendientes de Abraham y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir entonces: “Ustedes serán libres”?»

Jesús les respondió: «Les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado. El esclavo no permanece para siempre en la casa; el hijo, en cambio, permanece para siempre. Por eso, si el Hijo los libera, ustedes serán realmente libres. Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham, pero tratan de matarme porque mi palabra no penetra en ustedes.

Yo digo lo que he visto junto a mi Padre, y ustedes hacen lo que han aprendido de su padre.»

Ellos le replicaron: «Nuestro padre es Abraham.»

Y Jesús les dijo: «Si ustedes fueran hijos de Abraham obrarían como él. Pero ahora quieren matarme a mí, al hombre que les dice la verdad que ha oído de Dios. Abraham no hizo eso. Pero ustedes obran como su padre.»

Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución; tenemos un solo Padre, que es Dios.»

Jesús prosiguió: «Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían, porque yo he salido de Dios y vengo de él. No he venido por mí mismo, sino que él me envió.»

Palabra del Señor

Comentario

Naturalmente nos da miedo morir, incluso a veces puede ser que nos dé pánico –no es algo que buscamos ni deseamos–, y eso está bien. Aunque sepamos claramente que vamos hacia ese destino, es normal. Sin embargo, nadie le podrá esquivar a la muerte. Por más que tengamos todos los bienes del mundo, por más exitosos que hayamos sido, por más poder que hayamos tenido, en el cementerio se igualarán todas las diferencias que nosotros mismos nos imponemos para destacarnos de los demás. Me da cierta risa o tristeza cuando voy a un cementerio, aquellos de antes, los más antiguos; esos que tenían monumentos y veo cómo los hombres podemos llegar a ser tan necios, que incluso en las tumbas deseamos ser diferentes, deseamos destacarnos, y se nota claramente cuál es la tumba de alguien con muchos bienes y cuál es la tumba de un pobre. ¿Qué necesidad? Sin embargo, lo hacemos, pensando que ahí estará nuestra gloria.

Lo mismo nos pasa día a día, no queremos morir a nosotros mismos, a nuestro ego que quiere destacarse y sobresalir, a veces pisando a los demás para mostrarse más fuertes y regodearse por ser distintos o superiores. ¿Qué sentido tiene?, podríamos preguntarnos. Sin embargo, lo hacemos, somos un poco ridículos. Vivimos llenos de conflictos entre nosotros, porque en el fondo nadie quiere renunciar a nada, todos consideran su valor como irrenunciable, y por más que tengamos mil razones para no renunciar a lo nuestro, debemos aprender a «morir» y entregar algo de lo que pensamos que no debemos entregar para encontrarnos con los otros. «Les aseguro –decía el evangelio del domingo– que, si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto». Jesús nos asegura que es así, los que debemos convencernos somos nosotros.

Algo del Evangelio de hoy nos anima mucho, o por lo menos a mí. ¡Qué lindo que es escuchar a Jesús día a día, permanecer fiel a sus palabras, tratar de vivirlas y cumplirlas, insistir que no hay nada más gratificante que ser libre; pero que, al mismo tiempo, sé es libre cuando uno entrega la libertad a la de Jesús, que nos enseña la verdad! El desafío de la vida es «permanecer», permanecer fieles, insistir, luchar, no dejarse vencer por el mal, por la comodidad, por aquellos que nos quieren tiran para abajo. Lo más difícil en la vida, y mucho más en la fe, en lo espiritual, es la fidelidad, es la permanencia, es el seguir a pesar de todo, es la disciplina, el trabajo. Lo más difícil para un sacerdote es ser fiel, es no claudicar, no pensar que parece que no tiene sentido lo que hacemos, confiar en la gracia, en lo sobrenatural, en lo que no se ve, en lo invisible que existe. Lo más difícil para vos, que estás casado o casada, es seguir, es apostar otra vez, aunque hayan pasado cosas horribles; es volver a confiar que se puede; es perdonar, si te piden perdón; es volver a amar al que elegiste, es dejar de «coquetear con las tentaciones». Solo el que es fiel ama verdaderamente y solo el que ama en serio es discípulo de Jesús, y solo el que va descubriendo la verdad de su vida, con lo bueno y lo malo, es libre para decidir amar en todo momento. Esa es la verdadera libertad, la de elegir siempre el amor, el amor de Jesús. Mientras tanto, como esclavos, estamos imposibilitados para morir, no queremos.

El que cree que es libre por dejar la verdad de lo que Dios le pide, lo único que logra es ser más esclavo, esclavo de sí mismo y se queda solo. Es el engaño del hombre que se cree libre, que hace y deshace lo que se le antoja, sin discernir la verdad y el amor. El que aprende a ser libre obedeciendo por amor, es el que más disfruta de ser hijo de Dios. Le gusta ser hijo y escucharlo todos los días. Obedecer a Jesús, a sus palabras no produce hombres sin pensamientos propios o como marionetas, sino al contrario.Las palabras de Jesús van haciendo de nosotros hombres que se dan cuenta que siempre se necesita un límite y una guía para poder crecer, que la libertad no se contrapone con lo frágil y débil, que es más libre aquel que se da cuenta que no lo puede todo, que no todo lo que quiere lo puede controlar y tenerlo a sus pies.

¡Qué lindo es ser hijos y decidir quedarse siempre con nuestro Padre amando y amando, eligiendo estar, permanecer! ¡Qué lindo es escuchar día a día la Palabra de Dios y luchar por ser fieles! ¡No le aflojes, por favor! ¡No le aflojemos! Aunque el mundo parezca que se venga abajo, aunque todos se rían, aunque nadie te entienda, aunque todos estén en otra, no aflojemos. Escuchemos todos los días para conocer la verdad, para amar la verdad y encontrar la verdadera libertad amando.

Las palabras de Jesús van haciendo de nosotros hombres que se dan cuenta que siempre se necesita un límite y una guía para poder crecer, que la libertad no se contrapone con lo frágil y débil, que es más libre aquel que se da cuenta que no lo puede todo, que no todo lo que quiere lo puede controlar y tenerlo a sus pies.

¡Qué lindo es ser hijos y decidir quedarse siempre con nuestro Padre amando y amando, eligiendo estar, permanecer! ¡Qué lindo es escuchar día a día la Palabra de Dios y luchar por ser fieles! ¡No le aflojes, por favor! ¡No le aflojemos! Aunque el mundo parezca que se venga abajo, aunque todos se rían, aunque nadie te entienda, aunque todos estén en otra, no aflojemos. Escuchemos todos los días para conocer la verdad, para amar la verdad y encontrar la verdadera libertad amando.

V Martes de Cuaresma

V Martes de Cuaresma

By administrador on 23 marzo, 2021

Juan 8, 21-30

Jesús dijo a los fariseos:

«Yo me voy, y ustedes me buscarán y morirán en su pecado. Adonde yo voy, ustedes no pueden ir». Los judíos se preguntaban: «¿Pensará matarse para decir: “¿Adonde yo voy, ustedes no pueden ir”?»

Jesús continuó: «Ustedes son de aquí abajo, yo soy de lo alto. Ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso les he dicho: “Ustedes morirán en sus pecados”. Porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados».

Los judíos le preguntaron: «¿Quién eres tú?»

Jesús les respondió: «Esto es precisamente lo que les estoy diciendo desde el comienzo. De ustedes, tengo mucho que decir, mucho que juzgar. Pero aquel que me envió es veraz, y lo que aprendí de él es lo que digo al mundo».

Ellos no comprendieron que Jesús se refería al Padre.

Después les dijo: «Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada».

Mientras hablaba así, muchos creyeron en él.

Palabra del Señor

Comentario

Cuando evitamos sufrir para amar, a la larga sufrimos por no amar. Por eso, no hay peor sufrimiento que aquel que nos sobreviene por «quedarnos solos», por caer en esta tierra y no morir a nuestros egoísmos, a nuestros caprichos, a nuestra propia «voluntad y verdad». Algo de esto nos enseñaba el Evangelio del domingo en esta última semana de Cuaresma: «Si morimos, damos mucho fruto». Si aprendemos a morir cada día, en cada momento, dando algo de nuestra vida a los demás, dando toda nuestra vida a los demás, para terminar dándola algún día cuando nos llegue la muerte, jamás nos quedaremos solos. Solo el amor atrae, solo la entrega engendra verdaderas relaciones de amor. Por eso, hay que escaparle al sufrimiento sin sentido, pero jamás escaparle al sufrimiento que nos da vida, que nos enseña a amar, a entregarnos. Ese debería ser uno de nuestros mayores anhelos, para poder ser hombres y mujeres que demos frutos en cada circunstancia de la vida, sea el lugar que nos toque ocupar. Vamos caminando juntos hacia esta nueva Semana Santa, caminando obviamente junto a Jesús, dispuestos a ser semillas que den vida, semillas dispuestas a morir.

Durante esta semana previa a la Semana Santa, la semana más importante del año para los que creemos en Jesús, continuamos escuchando el evangelio de Juan, que me imagino que estarás experimentando algo de su dificultad. Las situaciones y las discusiones de Jesús con los fariseos se empiezan a exacerbar de a poco y todo se va encaminando lentamente a la entrega de Jesús en la Cruz. Parece como que Jesús habla en un idioma distinto y los fariseos en otro, o por lo menos entienden otra cosa totalmente distinta. «Ellos no comprendían que se refería al Padre», dice concretamente. Muchas veces en los evangelios, Jesús experimenta la incomprensión, pero al mismo tiempo experimentó la confianza, por algo termina diciendo: «Mientras hablaba así, muchos creyeron en él». Es por eso que, para creer, debemos escuchar y escuchar, abrirnos continuamente a lo que Jesús nos dice, por más que al principio no comprendamos demasiado. No nos desanimemos, nunca dudemos de que las palabras de Jesús tienen algo para decirnos, algo para enseñarnos, para consolarnos, algo para ayudarnos a cambiar y seguir adelante.

Algo del Evangelio de hoy es una invitación a ver más allá, a aprender interpretar, a aprender a esperar. Jesús les dice a los fariseos: «Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy». Les estaba diciendo algo así: «¡Cuando me maten, cuando me cuelguen de la cruz y me levanten bien alto, sabrán que yo soy Dios, que no era un hombre cualquiera, porque desde ese día cambiará la historia de la humanidad, miles y millones de personas se dejarán atraer por mi amor!». Les estaba anticipando que su muerte se transformaría en un signo concreto para reconocer que él era Dios caminando entre ellos y nunca se habían dado cuenta. Toda una locura para ellos y para nosotros también, si lo pensamos en serio.

Dios elige morir en una cruz, de la peor manera imaginable para esa época, para poder manifestarse como Dios, para vencer la muerte con su Resurrección. Ahí está la Gloria de nuestro Dios. Con esa actitud de fondo tenemos que caminar hacia la Semana Santa. No bajemos la cabeza cuando veamos a Jesús en la Cruz, no nos tiene que dar lástima, nos tiene que dar deseos de amarlo. No bajemos la cabeza como quien le da un poco de impresión o vergüenza por lo que hayamos hecho alguna vez, sino todo lo contrario, mirándolo fijo para poder descubrir en ese hombre todo el amor de Dios condensado en una persona, que lo único que desea es amarnos y perdonarnos, dándonos la vida que todos necesitamos.

Cuando por la gracia de Dios Padre nos demos cuenta de que Jesús también fue levantado en la «Cruz» por amor hacia cada uno de nosotros, por vos y por mí, recién ahí empezaremos a conocer verdaderamente quien es Jesús y qué es lo que vino a hacer a este mundo. No se lo conoce solo por los libros.

El conocimiento que necesitamos todos es el del amor, el amor que despierta la fe, la fe que despierta el amor y la posibilidad de cambiar. ¿Nosotros a veces no andaremos hablando en otra sintonía, como los fariseos? ¿No será que a veces nosotros estamos escuchando otra frecuencia? Jesús nos habla en FM y nosotros estamos en AM. Tenemos wifi libre, sin clave, gratis y andamos gastando el dinero y energía, tratando de conectarnos con Jesús de maneras rebuscadas o extrañas mientras lo tenemos en el corazón y se nos manifiesta en cada hermano.

V Lunes de Cuaresma

V Lunes de Cuaresma

By administrador on 22 marzo, 2021

Juan 8, 1-11

Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.

Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?».

Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.

Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra».

E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.

Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos.

Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?».

Ella le respondió: «Nadie, Señor».

«Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante».

Palabra del Señor

Comentario

Es bueno empezar un lunes más de la mano de la Palabra de Dios, queriendo morir para vivir, queriendo ser semilla, como decía Jesús en el evangelio de ayer, del domingo. Semilla que tiene que caer en la tierra, vivir en este mundo con todo lo que eso implica y significa, mezclarse con la tierra, con el humus, con la debilidad que nos rodea, la propia y la ajena; la debilidad de un mundo que todavía no termina de convertirse y de creer en aquel que nos amó hasta el fin, en aquel que tuvo que ser levantado en alto, tuvo que mostrarse sufriente para que nos demos cuenta que él nos ama, que él también sufre por amor, por cada uno de nosotros, por vos y por mí.

Por eso, hay que levantarse, hay que entremezclarse con las cosas de cada día, con lo que nos toca hacer. Hoy seguramente algunos trabajan, otros por ahí descansan, otros tienen que hacer sus tareas cotidianas, otros un servicio, un apostolado, algo para el bien de los demás. Hay que mezclarse con este mundo, es la única manera de poder dar frutos. No podemos pensar que el cristiano va a dar frutos apartado de las cosas terrenales. Es verdad que no hay que dejarse embarrar por el pecado y por la mundanidad que a veces nos invade, pero sí hay que mezclarse sabiendo que solo desde adentro, solo desde las raíces podemos transformar la realidad. Es utópico pensar que las realidades y las estructuras de este mundo se van a cambiar con discursos, desde arriba y no viviendo lo que vive el común de la gente, el común de los mortales. Tanto los sacerdotes como los laicos, los consagrados…Todos debemos mezclarnos con este mundo, porque somos de este mundo, pero al mismo tiempo no somos de este mundo. Jesús danos la gracia de hoy, de también querer morir como vos, morir concientemente, renunciando a aquellas cosas que nos alejan de vos y renunciando a aquellas cosas que –incluso legítimas– no nos permiten dar el fruto que vos deseas, no nos permiten acercarnos a las realidades de las personas que necesitan de tu presencia.

¿Sabés cuáles son esas cosas que nos van quitando vida interior? ¿Sabés cuáles son las razones por las cuales a veces andamos como muertos pero vivos, haciéndole creer a los otros que estamos vivos pero, en realidad, no podemos ni caminar? El ser de algún modo acusadores de los demás, el andar buscando «la quinta pata al gato», el andar señalando a los demás y no darnos cuenta que nosotros primero somos los que tenemos que cambiar; que somos cristianos, tenemos fe, pero tenemos mucho que cambiar y mucho por convertirnos. Ese es uno de los grandes males de este mundo y de nuestro corazón, el andar acusando a los otros con o sin razón, como dice Algo del Evangelio de hoy, como muestra Algo del Evangelio de hoy.

Acá el tema no es «tener más o menos razón», sino el ponerse como acusadores, el condenar de alguna manera, el ser lapidarios, el andar con piedras en la mano. Mientras, Jesús escribe en el piso y espera quedarse solo con la pecadora, para llamarla de otro modo, para llamarla «mujer». Sí, prestemos atención. De una manera u otra, muchas de las conversaciones que escuchamos a lo largo del día, en el tren, en el ómnibus, en nuestros trabajos, en nuestros ambientes, incluso en nuestras familias, incluso en la Iglesia, son más o menos camufladas acusaciones, a veces de unos hacia otros. Muchas personas andan así por la vida, con piedras en la mano, acorralando a los «débiles», a personas que sufren el pecado, que sufren la debilidad; olvidándose que en realidad, si fuese por los pecados, todos mereceríamos ser apedreados. Hay gente que vive con piedras en la mano –pero, en el fondo, son piedras del corazón–, «agazapados» para tirarlas a cuanta persona ande por ahí, personas que no le «caen bien», a personas que se le crucen por el camino. ¡Qué triste es andar y vivir así! ¡Qué triste es ver cristianos, incluso muy religiosos, pero con bolsillos cargados de piedras para tirarles a las personas que no son tan buenos como ellos creen ser! Es terrible, pero las hay.

Ese es en realidad el peor de los pecados, que muchas veces algunos no pueden ver. Espero que ninguno de nosotros, los que escuchamos la Palabra de Dios día a día, caiga un día en estos pecados; y si lo somos, tiremos las piedras que llevamos en las manos. Tirémoslas al piso y vayámonos «silbando bajito», como se dice, a pedirle perdón a Jesús y a aquel a quien hemos querido apedrear. Mientras tanto, en la escena de hoy, Jesús se queda hasta el final.

Algo del Evangelio de hoy nos muestra cuál es la actitud de Jesús para con nuestros pecados, con nosotros, los pecadores. ¿Cuál es? La de la no condena. «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante», le dijo. Si alguna vez te quisieron «apedrear» por pecador, o incluso ahora te están amenazando con piedras en la mano, con palabras, con acusaciones por el error que cometiste, no desesperes. Jesús está con vos en este momento y es el único que te defiende y no te condena. Es tu abogado que te perdona, que olvida y mira para adelante. No condena el pasado y apuesta al futuro. No revuelve lo que hiciste y confía en lo que viene. No te refriega tus errores y cree que podrás salir adelante. ¡Qué linda imagen, pero qué linda realidad! Jesús se queda hasta el final, cuando todos se fueron, porque se avergonzaron de haber sido tan desvergonzados. Jesús trata el pecado cara a cara, corazón a corazón, sin piedras, sin palos, sin insultos, sin señalar, simplemente con amor. Solo con amor, porque ese es el único remedio propio y ajeno. Es el único remedio que nos hace revivir y nos hace volver a levantarnos, la no condena para no pecar más.

¡Cuánto para aprender y agradecer! Tiremos las piedras que tenemos en las manos. Vaciemos los bolsillos si las tenemos guardadas. No seamos acusadores. Levantemos la mirada si estamos tirados. Miremos a Jesús que nos está mirando, no para condenarnos, sino para perdonarnos y ayudarnos a dejar lo que nos hace mal, el pecado.