Book: Juan

Juan 13, 1-15 – Jueves Santo

Juan 13, 1-15 – Jueves Santo

By administrador on 9 abril, 2020

 

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, Él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.

Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.

Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?»

Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás.»

«No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!»

Jesús le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte.»

«Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!»

Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos.» El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: «No todos ustedes están limpios.»

Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.»

Palabra del Señor

Comentario

Llegamos al Triduo Pascual, al Jueves Santo. Comenzamos hoy los tres días más importantes de nuestra fe para llegar finalmente a la Pascua. Para eso nos estuvimos preparando durante toda esta Cuaresma

Buen día. Espero que todos los que estamos escuchando la Palabra de Dios día a día, como hayamos llegado, en la lucha, cansados, desilusionados, felices, contentos, frustrados. Como estemos. Deseemos vivir unos días en paz, en familia. Poder disfrutar más de la Palabra de Dios y de tanto amor que Jesús nos tiene.

Estés como estés, hayas llegado como hayas llegado en esta Cuaresma, después de tantos días de preparación, de venir escuchando la Palabra de Dios, o de venir escuchándola alternadamente. No importa. Ahora podemos meter el corazón donde hay que meterlo, por decir así. El corazón en este Jueves Santo. Jueves, viernes y sábado. Jueves: la cena del Señor, Viernes: la pasión del Señor y el Sábado: la Vigilia Pascual con la misa de la Resurrección. Nos prepararemos para llenarnos de alegría y de gozo con la Resurrección de nuestro Señor, con nuestra propia resurrección que tenemos que tratar de vivir.

No importa. No nos quedemos tanto en cómo estamos, sino alegrémonos de que estamos. Acá estamos, de pie, con deseos de escuchar. Que hoy contemplamos en Algo del Evangelio esta maravilla. Eso nos tiene que alegrar. Contemplar lo que hoy Jesús nos dice o nos cuenta la Palabra “…se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura, luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura”.

¿Te das cuenta de esto? ¿Nos damos cuenta? Jesús se agacha. Es toda una imagen. Jesús agachado lavando los pies; el Maestro, Dios mismo hecho hombre, haciendo un trabajo de esclavo, que solo hacían los esclavos. Aquellos que se los consideraba no-hombres. Ni siquiera eran hombres. ¿Podés creerlo? Mediante este acto, en los discípulos, esta actitud con los discípulos, también nos está lavando los pies a nosotros, a vos y a mí. Por eso se canta en el Salmo de hoy: “¿Con qué pagaremos al Señor todo el bien que nos hizo?”.

Jesús se “agacha”. Es todo un signo. Se agacha para que algún día y de una vez por todas, nosotros, toda la humanidad, aprendamos a agacharnos por los demás, aprendamos a ver a los otros como hermanos, no como esclavos, no como nombres, no como inferiores, sino como hermanos. Agachémonos por los demás y así encontraremos la verdadera felicidad. Agachate por tu madre, por tu papá. Servilos. Agachate por tu hijo, por tu hija que lo necesita, necesita tu amor, no cosas. Por tu hermano, por tu hermana; por tu esposa, por tu marido; por el pobre que vemos todos los días a la vuelta de nuestra casa, en la esquina de una plaza, incluso en las puertas de nuestras iglesias donde vamos a rezar, a veces tenemos pobres ahí y ¿nos agachamos? ¿Nos frenamos para ponernos a su nivel? Aunque en realidad todos estamos al mismo nivel.

Jesús se pone a nuestro nivel, se agacha, se pone a nuestros pies. Por eso, no nos agachamos por los otros, quiere decir que todavía no nos dimos cuenta e que Jesús se agachó por nosotros –por vos y por mí–, quiere decir que todavía no experimentamos todo el amor de Jesús. No es un mandato imposible, porque él lo hizo primero por nosotros para darnos el ejemplo y la fuerza. Jesús no nos pide algo que no podamos hacer, porque él nos da la fuerza para poder hacerlo.

Por eso, en la Misa de hoy, esa actitud que cuenta la Palabra que tuvo Jesús con los discípulos fue un modo que eligió para dejarnos bien clarito que él vino a “agacharse” por nosotros para que nosotros nos agachemos y dejemos de pensar que podemos andar erguidos por este mundo mirando a los demás como inferiores. ¡No! Somos iguales. Somos igual entre todos. Él lo hizo por todos; no te sientas exclusivo, aunque lo hizo y lo hace de forma personal –por eso de alguna manera es “exclusivo”–; pero lo hizo por vos y por mí, por todos.

Dejémonos lavar y purificar.

Dejemos que Jesús nos ame y disfrutemos de la celebración de hoy. No hagamos como Pedro que no quiso dejarse lavar los pies. Hay que dejarse lavar para seguir el camino de Jesús, para tener su misma suerte.

Y como si eso fuera poco, Jesús se quedó en la Eucaristía, él se agacha y se sigue agachando por nosotros. Escondido, como si no fuera Dios, para amarnos hasta el fin.

Eso es lo que hizo Dios; todo por vos y por mí. Y para que la Eucaristía se celebrara siempre hasta el fin de los tiempos, nos dejó el sacerdocio, a los sacerdotes que son los ministros, los servidores del amor de Cristo en el mundo, que tienen que hacer lo mismo que Jesús: agacharse para lavarles los pies a los demás, a los que tanto sufren.

Juan 13, 21-33.36-38 – Martes Santo

Juan 13, 21-33.36-38 – Martes Santo

By administrador on 7 abril, 2020

 

Jesús, estando en la mesa con sus discípulos, se estremeció y manifestó claramente:

«Les aseguro que uno de ustedes me entregará.» Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo a quién se refería. Uno de ellos -el discípulo al que Jesús amaba- estaba reclinado muy cerca de Jesús. Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: «Pregúntale a quién se refiere.» El se reclinó sobre Jesús y le preguntó: «Señor, ¿quién es?»

Jesús le respondió: «Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato.»

Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él. Jesús le dijo entonces: «Realiza pronto lo que tienes que hacer.» Pero ninguno de los comensales comprendió por qué le decía esto. Como Judas estaba encargado de la bolsa común, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que hace falta para la fiesta», o bien que le mandaba dar algo a los pobres. Y en seguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Ya era de noche. Después que Judas salió, Jesús dijo: «Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en Él.

Si Dios ha sido glorificado en Él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero Yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos:”A donde Yo voy, ustedes no pueden venir”.» Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?»

Jesús le respondió: «Adonde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero más adelante me seguirás.» Pedro le preguntó: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti.»

Jesús le respondió: «¿Darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces.»

Palabra del Señor

Comentario

Continuamos en este camino de Semana Santa. Abrile el corazón a Jesús. Él está esperando que te metas en las escenas, en algún personaje de esta Semana Santa que en el fondo es el drama de la humanidad entera, de la vida de cada uno de nosotros, de la tuya y la mía. Nosotros también somos parte de esa “Pasión” que vivió Jesús. De esa Pasión en la cual, finamente, Jesús decidió entregar su vida, con un corazón totalmente generoso, abierto a todo. A lo que su padre le pedía, pero lleno de personajes que también fueron parte de ese drama tan increíble que es entregar a un inocente injustamente.

Hay un gran misterio del Corazón de Jesús que sólo él nos lo puede revelar, y por eso, porqué no pedírselo en esta Semana Santa; ¿cuál? –estarás pensando– la elección de Judas; la elección de Judas como apóstol. Jesús sabía que lo iba a traicionar. ¿Vos pensás que él no sabía? Si él sabía todo. Sendo hombre, no dejó de ser Dios, y por eso, sabía perfectamente lo que iba a pasar y además, qué paciencia en soportarlo durante tres años conociendo sus malas intenciones y viendo que robaba lo que estaba destinado a los pobres.

¿Te pusiste a pensar eso alguna vez? Te imaginás el corazón de Jesús viendo los ojos de Judas, mirándolo a los ojos con amor, buscando que se convierta, que cambie, pero al mismo tiempo sabía que ese hombre no iba a cambiar, que no estaba capacitado o no se animaba a dar el paso que necesitaba.

Un santo español canonizado por el Papa Francisco, San Manuel González, decía que “La conducta de Jesús para con Judas es la cumbre del ejemplo más perfecto de la Misericordia (con mayúscula) del Corazón de Jesús, que quería grabar en el corazón de sus apóstoles y obviamente en nosotros. Toda la razón de ser de Judas en el grupo de los doce apóstoles era que el Corazón de Jesús luciera toda su Misericordia y todo su respeto a la libertad humana y enseñar a sus apóstoles, de todos los tiempos, la manera más eficaz de llevar el mensaje de Dios a los demás; lo que nosotros llamamos el apostolado”. ¿De qué manera hay que llevar el apostolado? De la manera de Jesús.

Hay una regla apostólica, hay una regla para los apóstoles –que somos todos nosotros–, que debemos aprender para que nuestra tarea sea fecunda: sea donde te toque ayudar, educar, transmitir, evangelizar llevando la Palabra de Dios, nunca te olvides, nunca nos olvidemos, de estas palabras de Jesús: «Hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio», lo dice Jesús en el Evangelio de Lucas. Eso que él dijo lo llevó a la práctica con Judas de un modo extremo. Le hizo siempre el bien sin esperar nada y además, sabiendo que su amor no iba a dar fruto en él, es algo increíble, hay que hacer todo lo posible por el corazón de los otros sin que se espere nada de ellos; y esto no quiere decir que no nos interesen los frutos o que nos de lo mismo, sino que la fuerza del amor, la intención del corazón, la intención de ese amor que llevamos dentro no tiene que estar puesta en la espera de algo. Porque ese “algo” que viene no depende de nosotros, sino que depende de la libertad del otro y de la gracia de Dios. Por eso amá, amemos, sin esperar nada a cambio. Amemos aún a aquel que sabemos que no nos va a escuchar, que nos va a traicionar.

Amemos a los que tenemos al lado. Como dice San Pablo: “Nosotros sembramos y Dios es el que hace crecer”. La actitud de Jesús ante Judas nos muestra, por un lado, el increíble extremo al que llega el amor del Corazón de Jesús que se entrega aun sabiendo que será traicionado. Esa es la locura que vamos a vivir en esta Semana Santa. Y, por otro lado, nos muestra hasta dónde puede llegar la debilidad del corazón humano que no se quiere doblegar ante tanto amor de Dios. ¿Por qué el hombre puede ser tan duro? La verdad que sí, puede. ¿Y puede Jesús amar tanto y ser rechazado? También sí, se puede. Qué misterio. Tanto amar y tanta maldad. La verdad que esto es para rezar y maravillarse, maravillarse de tanto amor.

Pero al mismo tiempo sirve para que nosotros nos preguntemos con sinceridad: si Jesús que amó tanto pudo ser rechazado; ¿qué impide que a mí no me pase lo mismo? ¿Quién me creo que a veces pretendo que todos me amen incondicionalmente como si fuera yo más que Dios? Cuando amo y busco hacer el bien a los demás, ¿pretendo que me retribuyan pensando que me lo merezco? ¿Espero el agradecimiento y la recompensa siempre cuando hago las cosas? Qué pérdida de tiempo es estar todo el día pretendiendo que los demás respondan a nuestro amor. Cuánto más liberador y cuánto más del Evangelio es amar sin esperar nada a cambio. Qué misterio y qué difícil.
Cuánto amaríamos de más si pudiéramos vivir esta regla que nos enseña Jesús en el Evangelio; y cuántos fracasos, desalientos, tristezas, enojos y cálculos humanos nos ahorraríamos si aprendiéramos a hacer el bien sin esperar nada a cambio.

Ojalá que pudiéramos vivir esto y aprender esto en esta Semana Santa. Entremos a esta Semana con un corazón grande, dispuestos a escuchar lo que Jesús nos enseña. Dispuestos a aceptar lo que él nos muestra para hacer. Podemos, podemos amar así. No tengamos miedo.

Juan 12, 1-11 – Lunes Santo

Juan 12, 1-11 – Lunes Santo

By administrador on 6 abril, 2020

 

Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.

Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: ¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres? Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella.

Jesús le respondió: Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre.

Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no solo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.

Palabra del Señor

Comentario

Todo se va encaminando al Viernes Santo. A lo que será el final de la vida de Jesús en esta tierra, en realidad, el aparente final. Escucharemos en los evangelios de estos días los últimos momentos de la vida de Jesús, sus últimos días, sus últimas acciones, sus últimas decisiones. Entre ellas aparece la escena de hoy de Algo del Evangelio, con sus más amigos, con Marta, María y Lázaro, al que había resucitado. Jesús iba ahí cuando necesitaba a sus afectos más cercanos. Seguramente cuando necesitaba descansar. Dice Algo del Evangelio de hoy que le prepararon una cena, él fue a comer con sus amigos y además, durante esa cena, María tuvo un gesto de amor que impregnó toda la casa de perfume y que sería lindo que impregne toda la casa de nuestro corazón. Qué gesto de amor de esta mujer. Todo un signo de lo que produce el amor en la vida de aquel que reconoce a Jesús como su Señor, como el que le da sentido a nuestra vida.  Cuántas Marías hay en este momento a lo largo y ancho del mundo. Cuántas consagradas están postradas a los pies de Jesús rezando por vos y por mí. Cuántas Marías madres están dando la vida por sus hijos a cada instante. Cuántas madres han derramado lágrimas por vos y por mí para que nos acerquemos a Jesús. Cuántas Marías, cuántas Marías. Qué lindo es pensar en ser hoy un poco como María.

Pero antes de detenernos en eso, pensemos en esto que también es importante:  Jesús se deja amar. Misteriosamente, Jesús, que podríamos decir no necesitaba del amor, porque siendo Dios no lo necesita, Jesús no solo ama, sino que se deja amar por los demás. Deja que le preparen una cena sabiendo que eran sus últimos días y, además, deja que derrochen a sus pies, por amor, un perfume carísimo. Es un detalle que a veces no tenemos en cuenta. Es tan difícil a veces amar, como dejarse amar por los demás. Aunque parezca una debilidad, Jesús necesitó del amor de los más cercanos, de sus amigos, pero no porque le faltaba algo, sino porque así lo quiso, porque eligió tanto amar, como ser amado y, todo, en su plenitud. Nosotros en cambio, a veces andamos a los tumbos, intentando amar y muchas veces no dejándonos amar, no dándole la oportunidad a los demás que nos amen, que tengan gestos de cariño con nosotros.

Pensalo… pensá que en el fondo es soberbia, es el sutil engaño de convencernos que no necesitamos de los demás y, mucho menos, cariño, gestos concretos. ¿Viste esas personas que no les gusta que las abracen, que les digan que las quieren, que les festejen los cumpleaños, que les hagan sorpresas? ¿No será que en el fondo cuando somos así estamos ocultando una falsa humildad, una aparente austeridad de afectos e, incluso, de bienes pero que en realidad le estamos privando a los otros la posibilidad de querernos? ¿No será soberbia eso pensando que no necesitamos afectos? Para pensar y rezar. Jesús no descartó esa posibilidad aun pudiendo poner excusas por los pobres. No. Cada cosa en su lugar y se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo. Amar a los pobres y tener gestos de derroche y de amor con Jesús, con los que más queremos. Hoy para nosotros en la vida de la Iglesia, podríamos decir que es la Eucaristía, la presencia real de Jesús entre nosotros. Eso hace María. Derrocha perfume por amor a Jesús reconociéndolo como su Señor. Y seguramente no se olvidó de los pobres. Seguramente siempre fue generosa María, pero en ese momento sintió que por Jesús había que dar todo. Eso hace la Iglesia con Jesús vivo en cada sagrario, o debería hacerlo en cada altar donde Jesús es adorado, adornado y ensalzado con tantas cosas. Poniéndolo como rey y Señor de todo el Universo. La Iglesia nunca tuvo reparo y no debería tener pudor en gastar y derrochar en gestos hacia Jesús, obviamente, sin olvidarse de los pobres que siempre estarán con nosotros. Y son el Jesús con nosotros. Se pueden hacer las dos cosas, no nos olvidemos. No hay que oponer. No hay que oponer.

Amar a Jesús con todo el corazón, no escatimando en amor y derroche hacia él, en la liturgia, en la misa, y amar a Jesús con todo el corazón en los pobres, descubriéndolo en cada cosa, en cada persona que nos cruzamos, en cada sagrario, en cada templo, en la belleza de todo lo que dedicamos a él.  Jesús y los pobres se merecen todos los gestos de amor.

Esta Semana Santa, él espera de nosotros un gesto de derroche. Derroche de amor, para que se impregne la casa de nuestro corazón, con el perfume que proviene él y cambia todo. Esta Semana Santa es de él y para él. Él quiere ser amado y por eso deja que lo amemos, que hagamos lo que se nos ocurra por Él. Todo lo que salga de nuestro corazón siempre será poco, nunca alcanzará, pero lo importante es dar todo lo que podamos. No tengamos miedo en esta semana a derrochar todo por amor a Jesús. A derrochar nuestro tiempo por amor a él.

Juan 11, 45-57 – V Sábado de Cuaresma

Juan 11, 45-57 – V Sábado de Cuaresma

By administrador on 4 abril, 2020

 

Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él. Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho.

Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: « ¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos. Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación.»

Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: «Ustedes no comprenden nada. ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?»

No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos.

A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús. Por eso él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraím, y allí permaneció con sus discípulos.

Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: « ¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?» Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno conocía el lugar donde él se encontraba, lo hiciera saber para detenerlo.

Palabra del Señor

Comentario

Se acerca la Pascua de los cristianos, la tuya y la mía. Se acerca la semana santa. Hoy a partir de las misas de la tarde comenzaremos la semana más importante del año para los que creemos en Jesús. Con el domingo de ramos empezamos a transitar, por decir así, la recta final. La de la vida de Jesús y del camino que venimos haciendo haces casi cuarenta días. La propuesta del camino fue la misma para todos. Estés donde estés, sea la vida de fe que estés llevando, sea que estés cerca o alejado, con fervor o sin ganas. No importa. Fue la misma propuesta para todos, pero el camino seguramente fue distinto, cada uno dio pasos diferentes, cada uno comprendió a su manera, a cada uno Jesús le mostró cosas distintas, y eso es lo lindo y, por otro lado, lo misterioso. Somos nosotros los que tenemos que interiorizar lo que se nos va sembrando en el corazón día a día con la Palabra de Dios. Algunos siembran, Dios hace crecer, nosotros removemos y abonamos la tierra para ayudar, para acelerar las cosas. ¿Pusiste algo de tu parte en este tiempo? ¿Hiciste el esfuerzo para escuchar, por crecer, por luchar? Espero que sí. Espero que empieces esta semana santa con un corazón más grande, con más ganas, con deseos de que no sea una semana más, una semana de vacaciones, una semana cualquiera. Se puede, se puede vivirla de una manera nueva y distinta. Las celebraciones serán las mismas, la historia es la de siempre, el final ya lo conocemos. Pero no es lo mismo, no creas que será lo mismo.

Algo del evangelio de hoy muestra la trama interna de la entrega, de la decisión de matar a Jesús aun viendo y confirmando lo que hacía. Deciden matarlo una vez que se enteran de que había resucitado a Lázaro. ¡Qué locura! ¡Parece un cuento, pero fue verdad! «Ustedes no comprenden nada. ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?» Y sí, la verdad es que la maldad del hombre es incomprensible. ¿Vos comprendés algo? A veces no comprendemos cómo es posible que invocando un bien se haga el mal con tanta locura. Así piensa este mundo también. De la misma manera que actuaron con Jesús en ese tiempo. Es preferible matar a uno a que mueran algunos más. Es preferible matar a un inocente, que hacerse cargo de las cosas que uno hace. En este mundo, en el tuyo y el mío, a veces es preferible hacer muchas cosas y no jugarse por la verdad, que proviene del Amor, con mayúsculas, que es Jesús. Es preferible callar una verdad para no exponer a los mentirosos. Algunos prefieren decir que se juegan por los pobres y viven exageradamente holgados. Otros tiran misiles para hablar de paz. Muchísimos deciden subirse al tren de la deshonestidad alegando que “todos lo hacen”.

Y nosotros… ¿Qué hacemos? ¿Cómo actuamos?  ¿Cómo vivimos nuestra decisión de amar la verdad y el amor? ¿Nos subimos a la masa del “no jugarnos por nada”? Me conmovió una vez la coherencia de un amigo que trabajaba de vendedor en un negocio que vende de todo un poco, y me contaba su decisión de no vender un producto anticonceptivo abortivo aún bajo presión y peligro de perder su trabajo. No lo hizo nunca. Se le rieron en la cara y lo trataron de “cerrado”, pero él no aflojó. Es un ejemplo no más, de miles que podríamos poner, alguno tuyo, alguno mío, de las veces que nos jugamos por la verdad, aun siendo responsables por las consecuencias, aún con temor a que nos vaya mal. Seguro vos mismo tenés más ejemplos, y también muchos de cuando no nos jugamos. Solo un ejemplo de miles de situaciones en donde muchos deciden “matar al bien” y donde otros tantos prefieren callar y son cómplices.

Nosotros, mientras tanto, no tenemos que aflojar y tenemos que entrar a esta Semana Santa con deseos de honrar a Jesús con la vida y no solo con los labios. Con deseos de acompañar a Jesús no solo de lejos, como quien no quiere la cosa, sino de enamorarnos de su coherencia hasta el fin, de su amor sincero que no se escapó en los momentos más duros y difíciles. Por amor a vos, por amor a mí, a todos los hombres. Entremos a esta Semana Santa con un corazón grande, deseosos de mirar a Jesús el Jueves Santo, el Viernes y el Sábado, padeciendo, muriendo y resucitando por nosotros.

Juan 10, 31-42 – V Viernes de Cuaresma

Juan 10, 31-42 – V Viernes de Cuaresma

By administrador on 3 abril, 2020

 

Los judíos tomaron piedras para apedrearlo.

Entonces Jesús dijo: «Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?»

Los judíos le respondieron: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios.»

Jesús les respondió: «¿No está escrito en la Ley: Yo dije: Ustedes son dioses? Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra -y la Escritura no puede ser anulada- ¿Cómo dicen: “Tú blasfemas”, a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: “Yo soy Hijo de Dios”?

Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre.»

Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos. Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí. Muchos fueron a verlo, y la gente decía: «Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad.» Y en ese lugar muchos creyeron en él.

Palabra del Señor

Comentario

Parece mentira que escuchemos en el Evangelio que “tomaron piedras para apedrearlo”. Parece mentira que hayan querido apedrear al hombre más bueno del mundo. Parece mentira que, a pesar de verlo hacer milagros, de hacer el bien, de ayudar a los enfermos, de estar donde nadie quería estar, de resucitar a un hombre, hayan deseado matarlo y finalmente lo hayan hecho. Cosa de locos. Cosa de hombres, ciegos, con el corazón roto. Como nos pasa también a nosotros. A veces se nos hace costumbre esto, pero no es normal, debería ser al revés. Estamos a una semana del día en el que celebraremos que Jesús murió por amor hacia cada uno de nosotros.

Mientras Él pretende que entre nosotros nos “desatemos las vendas”, como pedía que hagamos con Lázaro,  para poder caminar, algunos, y por ahí nosotros, andamos por la vida “apedreando lo bueno o incluso a los demás”, porque no nos gusta lo que hacen.

Aparece hoy otra vez el tema de las piedras ¿Te acordás del Evangelio del lunes? Algunos fariseos habían tomado piedras para apedrear a la mujer pecadora y no pudieron, porque el mismo Jesús les había hecho ver que, si es cuestión de tirar piedras a los pecadores, en realidad nos tendríamos que apedrear entre todos, digamos que no queda nadie en pie. El tema no es que no podemos emitir juicios, opinar sobre las cosas malas que pasan en el mundo. Lo que no quiere Jesús es que nos tiremos piedras, que nos condenemos. Esa es la cuestión. Hay una gran diferencia. Si es por ser pecadores, nos apedreamos entre todos y terminaríamos todos muertos.  El mundo sería un caos, como lo es bastante si miramos alrededor. Nos mataríamos entre todos, como muchos lo hacen. Aunque en realidad, es un poco lo que vemos día a día. Incapacidad para reconocer bondad, belleza, amor y tantas cosas lindas por ahí, muchas ganas de hacer justicia por mano propia, creyéndonos dueños y señores de la verdad. Por eso andamos a veces tirando piedras por el mundo, aunque no vemos, andamos ciegos de amor y de bondad, no nos damos cuenta que tenemos muchas cosas “de Dios” en nosotros, entre nosotros y en los otros.

Por eso, distinguí la diferencia entre opinar y emitir un juicio. Emitir un juicio sobre una realidad, sobre una cosa que está mal. Y otra cosa es querer tomar justicia por mano propia. Jesús no quiere eso. Quiere, en el fondo, en realidad quiere que desatemos las vendas de los otros para que los otros puedan caminar.  Que les saquemos el sudario de la cabeza a esos Lázaros que están como muertos en vida para que vean la verdad. Esa es la cuestión.

Estos judíos de Algo del Evangelio de hoy, los que finalmente mandaron a matar a Jesús, se lavaron las manos como Pilatos. No se dan cuenta de lo que hacen. Por eso Jesús llegará al colmo del amor al decir en la cruz (y para eso nos tenemos que preparar): “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” Al colmo de la maldad, Jesús terminará respondiendo con el colmo del amor. Y no porque sea tonto y no reconozca que hay maldad, eso tampoco quiere de nosotros, sino que reconoce que hay maldad, pero como fruto de la ignorancia y la ceguera, porque todavía no ven el amor. Si esos judíos se hubieran dado cuenta de lo que estaban haciendo, no lo hubieran hecho. Actúan así pensando que obran bien, que es lo más triste. ¿Cuántas veces hemos hecho cosas convencidos de que estábamos obrando bien? ¿Cuántas personas a nuestro alrededor obran mal, nos hacen mal pensando que obran bien? Esa es la ceguera más grande, es la enfermedad más profunda del hombre, incluso del hombre religioso, del que dice creer y defender una cierta “verdad”. Somos capaces de defender la verdad con ideas, pero “tirarle” piedras al distinto, al de otro color, al de otra condición, al de otro “supuesto” nivel. Es triste, pero los cristianos somos capaces.

Si nosotros nos diéramos cuenta de lo que hacemos cuando hacemos el mal, la verdad que no lo haríamos. Si fuéramos conscientes un instante de lo que significa hacer el mal, no lo haríamos. Si fuéramos conscientes de porqué el otro llegó a hacer el mal que hace, no tiraríamos piedras. No terminamos de ser conscientes plenamente de las consecuencias del mal, de la falta de amor. ¿Cuál es el remedio? El amor de Jesús en la cruz. Hacia allá vamos. Acordate de andar con una cruz estos días, de mirar la cruz con más amor. ¿Cuál es el camino? Entrar en esta Semana santa deseando ser más conscientes del inmenso amor de Jesús por cada uno de nosotros, incluso por aquellos que nos cuesta amar, aquellos que creemos que se merecen ser apedreados. La semana Santa no es un cuentito para recordar, sino una Pasión (con mayúscula) para revivir. Para salir siendo más conscientes de que si no amamos lo suficiente al Padre y a los demás, no es porque no tengamos la capacidad, sino porque todavía no nos damos cuenta de tanto amor. El Amor con mayúscula reclama amor. El amor llama al amor. Cuando descubrimos cuánto nos aman nos dan más ganas de amar, nos sentimos deudores de ese amor, pero con libertad.

Si esto nos pasa con los que más queremos, con los que nos rodean, ¿no te parece que nos tendría que pasar un poquito más con Jesús en esta semana que empezamos? Pidamos a María que nos lleve por ese camino. Hoy es el día de María al pie de la cruz, de la mano con ella al pie de la Cruz, para no cansarnos de admirarnos del amor que Dios Padre nos tiene. Que Dios tiene por cada uno de sus hijos, por más que estén errados en su camino. Nosotros también podemos crecer en esta conciencia de todo el amor que nos tiene el Señor. Pidámosle con todo el corazón. Pidámosle también mirar a nuestros hermanos que, aunque estén errados también necesitan de nuestro amor. Pidamos ser otros Lázaros que podamos revivir al amor y al perdón. Pidamos también transformar a otros en Lázaros desatándoles las vendas.

Juan 8, 51-59 – V Jueves de Cuaresma

Juan 8, 51-59 – V Jueves de Cuaresma

By administrador on 2 abril, 2020

 

«Les aseguro que el que es fiel a mi palabra, no morirá jamás.»

Los judíos le dijeron: «Ahora sí estamos seguros de que estás endemoniado. Abraham murió, los profetas también, y tú dices: “El que es fiel a mi palabra, no morirá jamás.” ¿Acaso eres más grande que nuestro padre Abraham, el cual murió? Los profetas también murieron. ¿Quién pretendes ser tú?»

Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. Es mi Padre el que me glorifica, el mismo al que ustedes llaman “nuestro Dios”, y al que, sin embargo, no conocen. Yo lo conozco y si dijera: “No lo conozco”, sería, como ustedes, un mentiroso. Pero yo lo conozco y soy fiel a su palabra.  Abraham, el padre de ustedes, se estremeció de gozo, esperando ver mi Día: lo vio y se llenó de alegría.»

Los judíos le dijeron: «Todavía no tienes cincuenta años ¿y has visto a Abraham?»

Jesús respondió: «Les aseguro que desde antes que naciera Abraham, Yo Soy.»

Entonces tomaron piedras para apedrearlo, pero Jesús se escondió y salió del Templo.

Palabra del Señor

Comentario

¿Alguna vez sentiste la sensación de que algo en tu vida se desató de golpe, eso que estaba atado y parecía imposible. ¿Alguna vez sentiste esa sensación de tener “un nudo en la garganta” o en el corazón o en el estómago y que, de golpe, se destrabe? ¿Alguna vez experimentaste que la ayuda de otro fue el desencadenante para un paso nuevo en tu vida? ¿Alguna vez disfrutaste de la sensación de que “con muy poco” hiciste muchísimo para ayudar a otro a desanudarse? Seguro que sí.

Bueno, eso es lo que significa: “Desátenlo para que pueda caminar”, del Evangelio del domingo a Lázaro. No solo Jesús lo revivió, sino que pidió que lo desaten. Tanto de ida como de vuelta. La vida es un ida y vuelta.  Jesús nos hace participar de la resurrección de los otros, y le gusta que otros participen de las nuestras. Todos los días participamos de la resurrección de Jesús, todos los días, en cada misa, en cada situación concreta en donde somos instrumentos de su amor, de su vida. Sí, así como compartimos los dolores y sufrimientos de este mundo, podemos de alguna manera revivir siempre, gracias a la gracia, gracias al amor de otros que andan desatándonos con su amor. Nadie revive solo, nadie se la vida así mismo. De alguna manera siempre dependemos de otros y depender del amor no es esclavitud, en la medida que somos conscientes y libres para decidir. Si no, preguntémosle a Jesús, que se hizo hombre y por muchos años “dependió” (entre comillas) del amor de María y José y eligió a doce amigos para emprender la obra más grande de la historia de la Humanidad, transmitir el amor de Dios a cada corazón. Podría haberlo hecho todo muy solo, pero no quiso. Cuidado con esas ideas de que ser libre es no depender del amor de nadie. Dios, misteriosamente, transmite su amor dependiendo de nosotros.

Algo del evangelio de hoy y todo el Evangelio, toda la Palabra, es una historia de amor y dependencias mutuas, pero con libertad. Siempre por una libertad más liberadora, la del amor y la verdad. Jesús no quiere glorificarse a sí mismo, no le sirve de nada. No quiere glorificarse solo.  Él depende del amor del Padre que lo glorifica por ser obediente, por amarlo hasta el fin. La gloria del hijo es hacer la voluntad del Padre y la gloria del Padre es que su Hijo cumpla su voluntad. Es por eso que Dios Padre recompensará a su Hijo con la Resurrección, porque fue fiel a su amor hasta el final. Eso es lo que celebraremos en la semana santa. Que la fidelidad al amor, al Amor con mayúscula, la fidelidad a una libertad entregada al dueño de la Vida es lo que finalmente vence la muerte, el odio, el rencor y todos los males de este mundo. Sé que parece raro lo que te digo, sé que es difícil a veces “bajar a la tierra” lo que dice el Evangelio. Pero no hay que irse muy lejos para entender esto, no hay que buscar ejemplos raros. Jesús lo dice de alguna manera hoy: “El que es fiel a mi palabra, no morirá jamás.” La fidelidad nos asegura la vida para siempre, no la vida del cuerpo, sino la vida del espíritu. Todo pasará, pero sus palabras y el amor no pasarán. El que es fiel y depende de las palabras de Jesús, a las palabras de Dios, va a permanecer, va a estar siempre de alguna manera presente.

Si sos fiel a las palabras de Jesús, que en definitiva es ser fiel al amor, pero el amor con verdad, no al amor inventado, sino al amor que se aprende de Dios, nada de lo que hagas dejará de existir, tu vida y la mía serán fecundas. Tu vida y la mía no morirán con nuestro cuerpo, sino que seguirán “viviendo” en corazones ajenos. ¿Cuántas personas que conociste en tu vida, ya no están, pero siguen vivas? ¿Crees esto? ¿Querés ser alguien que después de esta vida siga permaneciendo en otros corazones y ayude a desatar las vendas que no dejan caminar a tantos? Los santos son el claro ejemplo de hombres y mujeres que por ser fieles a las palabras de Jesús no han muerto, siguen vivos, permanecen entre nosotros y son los que hoy nos ayudan a seguir caminando. Siguen desatando a otros. Algún familiar tuyo, tus padres, tu hermano, tu hermana, tu hijo o tu hija que ya no está, también con su vida siguen ayudándote a vivir. Siguen desatando vendas para que podamos caminar. No te desanimes. Escuchalos. De alguna manera están.

Seamos fieles, no abandonemos el amor, no abandonemos elegir “depender” de otros. No abandonemos la oración. No abandonemos el escuchar cada día la Palabra de Dios. No abandonemos una buena amistad. No abandonemos ese apostolado que nos hace tanto bien. No abandonemos la misa que nos enriquece. Seamos fieles, que solo así iremos muriendo en esta vida, pero reviviendo para la que permanece para siempre.