Book: Lucas

Fiesta de la Visitación de María

Fiesta de la Visitación de María

By administrador on 31 mayo, 2023

Lucas 1, 39-56

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:

«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.»

María dijo entonces:

«Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre.»

María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.

Palabra del Señor

Comentario

Hay escenas del Evangelio que son más fáciles de imaginar que otras. Los mismos evangelistas, aquellos que escribieron la Palabra, tienen sus diferencias en cuanto al modo de relatar los mismos hechos y esto, más que un problema, es una riqueza para nosotros hoy. Alguna vez te dije que es bueno y lindo intentar «meterse en las escenas», dicho así vulgarmente, hacer el esfuerzo por ser uno más de ese momento único. Se dice en la vida espiritual «aplicar los sentidos», o sea buscar, escuchar, gustar, oler, ver y tocar de alguna manera lo que imaginamos del relato. San Ignacio lo llama «composición del lugar», imaginarse el lugar. Es difícil lograrlo, pero si uno se da el tiempo, si uno se esfuerza para hacer de la escena algo así, como una película filmada por uno mismo o actuada por uno mismo, todo cambia, todo se hace más propio, más personal. Y entonces, desde ahí, todo es Palabra de Dios, no solo las palabras concretas de la escena, lo que dijo Jesús, sino cada detalle, cada gesto, cada silencio, cada olor, todo el conjunto de cosas y cada una por su cuenta. Tenés que animarte a hacerlo algún día. Igual hoy podemos hacer un intento, es una linda escena como para empezar.

Cerrá los ojos e imaginá el momento en el que María se decidió a partir, el viaje, la preparación de las cosas que tenía que llevar, su deseo profundo de ver a su prima, de ayudarla, las incomodidades que vivió en el camino, el calor, el cansancio, el paisaje, la llegada, el gozo de Isabel al verla, la alegría de María al escuchar esas palabras y sentir que el niño saltaba de alegría en su vientre. Si sos mujer y si sos madre, se te va a hacer un poco más fácil, lo demás corre por tu imaginación, los detalles podés agregarlo vos.

Algo del Evangelio de hoy, nos trae esta Fiesta de la Visita de María a su prima santa Isabel, Isabel que será santa. Celebramos que María después de enterarse, de recibir semejante noticia, de que estaba embarazada e iba a ser la madre del Hijo de Dios, se dispuso a visitar a su prima, para estar con ella, para acompañarla también en el embarazo, que se enteró por medio del ángel.

¡Qué lindo es empezar el día de la mano de María!, que está siempre, porque ella sabemos que no solo es la madre de Jesús, sino que también, desde hace dos mil años, es madre nuestra. Ella cada día se transforma en nuestra madre, es nuestra madre trayéndonos a Jesús a este día, al hoy. Ella vuelve a traerlo a cada pesebre, que se transforma en receptor de Jesús, en cada corazón que quiere recibirlo.

Hoy podemos pedirle eso: María, tráenos a Jesús, tráenos a Jesús como se lo llevaste a tu prima, tráenos la alegría de Jesús. Vos que lo llevaste en tu vientre y que lo llevás siempre en tu corazón, haciendo su voluntad, tráelo al hoy de mi vida, al hoy de la Iglesia, al hoy de mi hogar, de mi trabajo, de lo que sea que tenga que hacer; tráeme a Jesús, lo necesito. Quiero saltar de gozo, como saltó Juan el Bautista en el vientre de Isabel.

Se me ocurre poder decir tres cosas con respecto a este maravilloso canto del Magníficat, este canto que brotó del alma de María cuando se encontró con su prima. Es un canto que brota de un alma sorprendida por Dios, enamorada, pero, al mismo tiempo, agradecida. Estas tres cosas: sorprendida, enamorada y agradecida.

Sorprendida porque nunca imaginó algo tan grande. Ella siempre esperó algo de Dios, pero nunca imaginó que podía ser tan maravilloso. Dios siempre nos da algo más de lo que esperamos; solo hay que saber esperar, solo hay que tener paciencia, solo hay que saber que el tiempo nos da lo que necesitamos, porque –como dice el salmo– «su promesa ha superado su renombre», su promesa supera su fama; solo tenemos que saber que la gracia de Dios actúa en el tiempo, y por eso «la paciencia todo lo alcanza», la paciencia siempre nos da más de lo que esperamos. Por eso María se sorprendió tanto y lo disfrutó.

Y María también era, por supuesto, una enamorada de Dios. Al estar enamorada, supo esperar.

Solo un alma enamorada sabe esperar de Dios cosas grandes, solo un alma enamorada se sorprende y está dispuesta a ser sorprendida. El que no está enamorado, siempre espera lo mismo; nunca espera nada distinto y se aburre en la rutina. En cambio, María, vos y yo podemos enamorarnos. María se dejó sorprender y se dejó maravillar por Dios, por eso también pensó en los demás, decidió visitar a santa Isabel. «Su alma canta la grandeza de Dios, y su espíritu se estremece de gozo en Dios, su Salvador». Dios quiera que hoy podamos sorprendernos y enamorarnos más de Jesús, de la mano de María. Ella fue un alma agradecida, por eso cantó lo que Dios hizo en ella, y no por lo que ella había hecho; canta agradecida al reconocer que es amada y elegida, aun siendo pequeña y sencilla.

Estos tres regalos que recibió María, también son para nosotros, para que podamos dejarnos sorprender por Dios, nuestro Padre, enamorarnos de él viviendo agradecidos.

III Domingo de Pascua

III Domingo de Pascua

By administrador on 23 abril, 2023

Lucas 24, 13-35

El primer día de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.

Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. El les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?»

Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!»

«¿Qué cosa?», les preguntó.

Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.»

Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.

Cuando llegaron cerca del pueblo adónde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba.»

El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.

Y se decían: « ¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»

En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor

Comentario

¡Quedate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba! ¡Qué linda petición! ¡Qué lindo que hoy todos, en este tercer Domingo de Pascua, estemos donde estemos, estemos como estemos, hayamos resucitado o no tanto en esta Pascua, o estemos resucitando, podamos decirle esto al Señor, con el corazón! ¡Quedate con nosotros! Estos dos discípulos le dijeron eso a Jesús, en realidad, sin saber todavía quién era realmente. Sus ojos del corazón, sus ojos, no veían lo que nosotros hoy ya sabemos por la fe. No sabían quién era el que los había acompañado durante todo el camino y les había hecho arder el corazón, explicándoles las escrituras, como tantas veces también nos pasa a nosotros. ¡Quedate con nosotros! ¿Cuánto más tenemos que pedir nosotros que ya sabemos que “ese” que anda por el camino de la vida intentando que nuestro corazón se llene de ardor es el mismo Jesús? ¿Cuánto nosotros más en este tiempo, donde todo parece tan difícil, debemos pedirle desde el fondo de nuestro corazón? Nosotros ya sabemos el final de la historia, nosotros ya sabemos que ese Jesús anda así por nuestra vida y por la de tantos hombres y mujeres que caminan cabizbajos, con el “semblante triste”, como no comprendiendo nada, deprimidos por no encontrar el sentido de sus vidas, por haberlo perdido ante algún dolor, ante alguna frustración, o simplemente porque tantos deseos más, camuflados, nos hacen olvidar qué es lo más grande y lo que más necesitamos.

Nosotros podemos hoy agregarle una palabra clave a esa frase de estos dos discípulos. ¿Te diste cuenta? Nosotros podemos decirle: “Quedate con nosotros, Señor, porque ya es tarde y el día se acaba”. Vos y yo sabemos que ese hombre es Jesús, Hombre-Dios. Vos y yo… ¿lo sabemos? ¿lo sabés? Nosotros sabemos que Jesús está, pero a veces parece no estar. Nosotros hoy queremos saborear la presencia de un Dios que está, pero permanece oculto a los ojos de los que andan mirando para abajo, de los que no escuchan los sonidos del corazón, de los que no escuchan la Palabra de Dios. Escuchemos por ellos.

En este domingo te propongo que levantemos la cabeza. Basta de mirar para abajo. Dejemos de “discutir” por el camino de la vida, dejémonos de hablar como si Jesús no estuviera, como si no estuviera vivo. Dejemos de mirarnos el “ombligo” y no ver lo que alguna vez ya vimos. ¿No ardió acaso nuestro corazón alguna vez en nuestra vida cuando descubrimos la presencia de un Jesús vivo, en ese retiro, en ese momento de oración, en ese pobre que visitaste o conociste, en tu marido, en tu mujer, en tus hijos? ¿No ardía acaso nuestro corazón? ¿Qué nos pasa ahora? ¿Qué nos pasó?

“Quedate con nosotros, Señor, porque ya es tarde y el día se acaba”. Quedate conmigo podemos decirle con emoción. En realidad, él siempre está. Somos nosotros los que nos vamos escurriendo de sus manos y nos perdemos. Por ahí podríamos dar vuelta esta petición y escuchar que es Jesús el que nos dice al corazón: “Quedate conmigo, no te vayas más, que la vida se acaba, el día se acaba, no te alejes nunca más de mí”.

Jueves de la Octava de Pascua

Jueves de la Octava de Pascua

By administrador on 13 abril, 2023

Lucas 24, 35-48

Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.

Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes.»

Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: « ¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo.»

Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: « ¿Tienen aquí algo para comer?» Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos.

Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos.»

Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto.»

Palabra del Señor

Comentario

Puede ser que te sorprendas un poco con lo que voy a decir, lo que muchas veces me digo a mí mismo siempre: ¡no es fácil creer! Cuando uno crece en la vida de la fe, no me refiero con esto a «saber» muchas cosas, a ser grandes teólogos, sino a pensar de un modo más profundo lo que implica creer, a madurar en la fe, lo que significa la resurrección de Jesús y vivir también de acuerdo a lo que nos enseña la fe, deberíamos reconocer con humildad que no es sencillo creer, no hay que dar por sentado que el creer es algo fácil. Si esto fuera cierto, todos deberían haber creído en la resurrección de Jesús, todos deberían creer en que él está vivo; sin embargo, no es así, las evidencias nos llueven por todos lados, las evidencias de que no es evidente, valga la redundancia, creer que Dios se haya hecho hombre, de que haya muerto y resucitado. Incluso podríamos decir que cuanto más «evidencias» buscamos, en el sentido científico de la palabra, o por lo menos de la ciencia moderna, más obstáculos a veces podemos encontrar, en cuenta a la resurrección me refiero. Si vos y yo creemos, se lo debemos a la gracia que recibimos para acoger la fe y responderle también a Jesús, y muy poquito a nosotros mismos; porque, en definitiva, «todo es gracia», como decía santa Teresita.

Por eso, qué buena oportunidad para pedirle a Jesús que nos abra la inteligencia, para que podamos comprender las Escrituras. Es buen día para hacer esto, porque justamente, en Algo del Evangelio de hoy, Lucas lo dice claramente: «Les abrió la inteligencia para que pudieran comprender…». Esto es algo que tenemos que pedir siempre y que a veces nos olvidamos, yo también me lo olvido. Si todos los días hiciéramos este ejercicio, si todos los días nos acordáramos de pedirle a Jesús, ¡qué distinto sería todo! Sin la gracia que viene de lo alto, sin la gracia que viene de Jesús, no podemos comprender en su totalidad todo lo que está escrito para nuestra enseñanza, para nuestra santidad.

¡Señor, que hoy podamos comprender un poco más! ¡Señor, te pedimos que hoy nos abras un poco la inteligencia de la mente y del corazón, para poder encontrarte en la Escrituras, para poder reconocerte resucitado a nuestro alrededor, en cada palabra, en cada gesto, en cada misa, en cada Eucaristía! ¡Señor, acompáñanos como a los discípulos de Emaús, explícanos las cosas porque nuestra mente es pequeña y un poco lenta! ¡Señor, te pedimos que te nos manifiestes, así somos testigos de todo esto ante el mundo que muchas veces no cree y vive como si no existieras! Te pedimos esto y todo lo que nuestro corazón no se anima a pedir.

Imaginando la escena hoy, ¿quién de nosotros, poniéndose en el lugar de los discípulos, no actuaría de la misma manera? Temor, alegría, admiración y resistencia a creer. Pasaron por todos los estados de ánimo posibles en un corto tiempo. Primero, miedo; después, alegría, admiración y al final, una especie de resistencia a tanta alegría ¿Es posible todo esto? ¿Es posible semejante alegría? Creo que a cualquiera de nosotros nos hubiera pasado lo mismo, que nosotros haríamos lo mismo. No es fácil creer semejante acontecimiento, no es fácil creer cuando la alegría es demasiado grande. Evidentemente no habían comprendido ni las Escrituras, ni lo que Jesús les había dicho de tantas maneras y tantas veces. En la vida necesitamos creer en la Palabra de Dios, pero también necesitamos la confirmación de esa Palabra, necesitamos experimentar en carne propia la realidad de lo que leemos. Es por eso que muchas cosas en la vida no las terminamos de creer hasta que no nos pasan. Cuando nos pasan, por ahí decimos: «¡¡¡Ah!!! Ahora entiendo, ahora descubro eso que antes leía y no comprendía». Los discípulos necesitaron vivir esta experiencia para confirmar lo que Jesús les había dicho de palabra.

Nosotros también hoy necesitamos experimentar la presencia real de Jesús en nuestras vidas para ser testigos verdaderos de él en el mundo; si no, ¿de qué somos testigos? Cristiano es el que cree en Jesús, cree en la Palabra, pero no solo cree, sino que lo experimenta, lo vive; y como lo experimenta y lo vive, es testigo de lo que cree y vive, refleja con su vida lo que lee, cree y experimenta. Estos días de Pascua son días para volver a creer, para volver a experimentar que Jesús está vivo, y nos pide que, con nuestro testimonio, mostremos que esto es verdad. Si hubiera más testigos reales de que Jesús vive, ¡qué distinto sería todo!, ¿no?

Miércoles de la Octava de Pascua

Miércoles de la Octava de Pascua

By administrador on 12 abril, 2023

 

Lucas 24, 13-35

Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.

Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?»

Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!»

«¿Qué cosa?», les preguntó.  Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.» Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba.» El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.

Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!»

Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor

Comentario

Ir caminando a Emaús, en definitiva, es volver a lo de siempre, volver a lo conocido por haber dejado de confiar, por no animarse a creer. Es olvidarse de la noticia más linda que podíamos haber recibido, la Resurrección de Cristo. Volver a Emaús, como estos dos discípulos, es haber perdido la esperanza en la resurrección, en la nuestra, en la de cada día y, además, en la de Jesús, en no confiar que Él está siempre y camina con nosotros, aunque a veces no podamos reconocerlo. ¿Cuántas veces volvemos a nuestros «emaúses» por haber dejado de creer? Nuestros «emaúses» son esos lugares seguros pero en donde Jesús no nos pidió estar. ¿Cuántas veces escuchamos que Jesús resucitó pero no lo vemos, no lo experimentamos, no terminamos de saborear ese misterio tan grande. Son más los cristianos que viven como estos dos discípulos, cabizbajos, que los que viven sabiendo y sintiendo que Jesús camina siempre a nuestro lado mientras nos explica las Escrituras con el corazón a punto de explotar. Todos tenemos momentos, a todos nos toca pasar ciertas cosas difíciles, dolorosas y a veces angustiantes. Pero lo importante es no olvidar esta imagen de Algo del Evangelio de hoy. ¿Cuál? Que mientras caminamos así por la vida, queriendo que el pesimismo nos gane y nos llene el corazón.

Mientras caminamos con el corazón encerrado en nuestros pensamientos. Mientras hablamos entre nosotros como retroalimentando la mala onda de un mundo que siempre parece superarse así mismo en maldad y en locura. Mientras pasa todo eso, Jesús se pone de «nuestro lado», camina a «nuestro lado», le encanta caminar con nosotros para llevarnos de a poquito al lugar donde podemos reconocerlo. No es lo mismo llegar a Emaús sin Jesús que con Él. No es lo mismo que Él sea el que nos abra el corazón y el entendimiento. ¡Qué lindo que es cuando Él nos hace ver lo que nunca vimos, nos hace dar cuenta de tantas cosas que dejamos pasar de lado por ignorancia y tozudez!

¡Qué lindo que es imaginar que esta escena, que esta aparición de Jesús, es más común de lo que imaginamos! ¡Qué bien nos hace sentir que esta Palabra de Dios de hoy es tan real como imperceptible a nuestros ojos! ¡Hoy quiero que esto sea real en mi vida y en la tuya! ¡Hoy quiero dejar que Jesús me explique algo más de las Escrituras para darme cuenta que Él está siempre, aun cuando me pierdo y quiero volver a lo mío, aun cuando me pierdo por el pecado y el egoísmo, aun cuando mi cabeza se ponga dura y pretenda que todo sea como yo quiero!

Alguien me dijo una vez que quería hablar conmigo con urgencia, porque estaba viviendo una situación difícil. Por esas cosas de la vida,  por las corridas, no pude hablar a tiempo. Sin embargo, cuando pude hablar, me dijo: «Padre, ya estoy más tranquila, fui a hablar con Jesús al sagrario durante una hora y estoy con mucha paz». «Bueno, le dije, hiciste muy bien en ir a hablar con Jesús antes de hablar conmigo». ¿Qué podía decirle yo que no le haya dicho Jesús? Me dio una linda lección de gran normalidad cristiana. Primero, con Jesús en el silencio, en el sagrario, en la oración; después, Jesús en los otros y, finalmente, Jesús, siempre Jesús. Lo demás… bueno, lo demás ya lo sabemos bastante bien.

Solemnidad de la Anunciación del Señor

Solemnidad de la Anunciación del Señor

By administrador on 25 marzo, 2023

Lucas 1, 26-38

El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

El ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.» Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel  le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.»

María dijo al Ángel: « ¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?» El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.»

María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.» Y el Ángel se alejó.

Palabra del Señor

Comentario

Celebramos hoy en toda la Iglesia la Solemnidad de la Anunciación del Señor, el día en el que todo cambió para siempre, el instante más silencioso, pero más trascendental de la historia de la humanidad. Los historiadores podrán decir muchas cosas sobre tantos acontecimientos importantes desde que el mundo es mundo, podrán buscar siempre lo más llamativo y espectacular, pero la realidad es que para nosotros ese momento, ese encuentro del Ángel Gabriel con María, ese encuentro del Espíritu Santo con la Virgen, es el verdadero acontecimiento que dio «vuelta» el mundo, tu vida y la mía, la de millones y millones de personas. Las cosas grandes de la historia de la humanidad, en realidad, pasaron desapercibidas para los poderosos de este mundo que les gusta mucho más el «show» que otra cosa. Dios eligió «hacerse el distraído» y entrar en este mundo por la puerta de «atrás», como para no figurar, como para no ser visto, como para ser uno más, sin dejar de ser lo que era y meterse en nuestros corazones.

Demasiada alegría junta, la alegría de una adolescente sencilla y desconocida, que recibió la noticia de que iba a ser la Madre de Dios. Una gran locura. La venida de Dios al mundo, el anuncio de la concepción de Jesús en el vientre de María, como decimos siempre, por obra y gracia del Espíritu Santo, es para alegrarse siempre. Jesús también fue un niño en el vientre de su madre. También creció silenciosamente hasta nacer como cualquiera de nosotros. Por eso hoy también rezamos por todos los niños por nacer, por todos los niños que están «custodiados» por sus madres en sus vientres. Pero especialmente recemos por todos los niños por nacer que sufren el «terror» del aborto que amenaza sus vidas, para que sus madres tomen conciencia del don que llevan en sus vientres y jamás recurran a una aparente solución que puede arruinar una vida para siempre, incluso la de ellas mismas.

Para el caso, María también vivió un embarazo «no deseado», podríamos decirlo en lenguaje actual. Ella no tenía pensado quedar embarazada, y mucho menos de ese modo. Sin embargo, supo abrirse al misterio de la vida, supo aceptar lo que en principio no entendía ni quería. Supo querer y aceptar la invitación como voluntad de Dios y amar la vida desde el momento de su misteriosa concepción hasta la muerte en la cruz. Por eso es lindo hoy que recemos por todas las madres que también, por diferentes circunstancias, viven un embarazo «no deseado», no buscado, para que abran sus corazones al don que llevan, al niño que milagrosamente llevan en sus vientres y que necesitan de ellas.

Algo del Evangelio de hoy nos muestra que, de punta a punta, desde el anuncio del Ángel a María hasta el anuncio de la Resurrección, Dios viene a darnos una alegría, Dios está con nosotros para alegrarse, no para preocuparnos y asustarnos. Una vida que nos vino a dar una alegría. Una vida que nos vino a dar vida. Un niño siempre puede transformarse en una alegría. Ser cristiano es alegrarse con esta alegría, alegrarse de que Dios se haya «metido» en nuestras vidas, de que nos haya sorprendido de esta manera. Ser cristiano es alegrarse porque María fue capaz de decir que sí, y gracias a Ella, el Hijo de Dios se metió en nuestra historia, para vivir como nosotros, para morir por nosotros y resucitar para nosotros.

María es la mujer más inteligente y llena de amor de la historia, la más feliz de todas porque supo confiar y creer sin ver, aunque haya preguntado para saber cómo Dios se las iba a ingeniar para hacer semejante milagro. Nunca desconfió de las promesas de Dios y de sus planes. Para el que cree, siempre lo que Dios quiere es lo mejor. Creer hace bien, creer es de inteligentes, creer nos abre caminos nuevos y más seguros, creer nos llena el alma de felicidad, aunque nos dé un poco de miedo y vértigo. Seremos felices si aprendemos a creer y confiar sin ver, sin muchas pretensiones.

Que hoy María nos ayude a decirle con confianza a Dios Padre, pero por ahí con miedo, pero con confianza: «Sí, soy tu servidor.

Quiero ser tu servidora, que se cumpla todo lo que tenés pensado para mí». Que María despierte el corazón de tantas madres que, por equivocarse, hoy no quieren recibir una vida, que se sientan abrazadas y acompañadas por la misericordia de Jesús que siempre nos da una oportunidad.

¿Quién dijo que creer es de débiles e ingenuos? ¿Quién dijo alguna vez que tener fe es algo infantil o de poco inteligentes? ¿Lo escuchaste alguna vez? Son puras palabras y tentaciones. Creer como María, confiando sin entender tanto, es el verdadero camino de la felicidad. Y vos, ¿qué preferís?

III Sábado de Cuaresma

III Sábado de Cuaresma

By administrador on 18 marzo, 2023

Lucas 18, 9-14

Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:

«Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas.”

En cambio, el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”

Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado.»

Palabra del Señor

Comentario

Jesús, como a la samaritana, se nos presenta en el camino de la vida, se sienta junto al pozo, ese pozo a donde nosotros acudimos a beber, a saciar nuestra sed, deseando que tengamos, en el fondo, sed de Él, como Él mismo la tiene de nosotros. Así hizo con esa mujer, la del evangelio del domingo pasado que espero te acuerdes. Esa mujer que no terminaba de comprender como un hombre, un judío podía estar dialogando con ella, y mucho más, pedirle agua para beber. Es así, Jesús se “disfraza” de necesitado para que nosotros podamos descubrirlo, pero fundamentalmente descubrir que solo Él puede saciar la sed de amor que “grita” desde el pozo de nuestro corazón. Esta semana nos acompañó esta imagen, esa maravillosa escena, que en realidad es el reflejo de lo que de algún modo o de otro, tarde o temprano nos pasará con Jesús, nos buscará para que lo busquemos, nos encontrará para que lo encontremos, nos pedirá de beber, para que le pidamos.

Y de la parábola de algo evangelio de hoy creo que lo primero que podemos decir, o lo que se me ocurre hoy decir es. ¿No será que a veces interpretamos demasiado literal algunas cosas del evangelio y nos olvidamos de lo esencial, de lo más profundo? Pasa mucho en nuestras Iglesias que cuando hay celebraciones de poca gente -celebraciones semanales, por ejemplo- la gente se va mucho atrás, se va mucho a los bancos del fondo, a grandes distancias; como si a veces pensáramos que dependiendo del lugar que ocupemos estamos más o menos cerca de Dios o lo merecemos más o menos.

Y hoy justamente el Señor nos quiere mostrar que no se trata de eso. Obviamente la actitud del publicano que está lejos, es la actitud del que se siente pecador, del que se siente necesitado de Dios; y la actitud del fariseo que está de pie, es todo lo contrario, porque él se siente justo, se siente mejor que los demás y da gracias porque “no es como los demás”; pero no es una cuestión de qué asiento ocupo en la Iglesia, puedo estar en el primer banco sintiéndome un gran pecador y por tanto necesitado de Dios que es lo que me hace ir hasta ahí; puedo ser sacerdote y estar muy cerca del altar, pero estar lejos de Dios, mi corazón puede estar lejos de Él, porque estoy soberbio y pienso que soy más que los demás; no importa el lugar…

Vamos a lo esencial del Evangelio: Jesús se refiere a aquellos que se tenían por justos y despreciaban a los demás; y de eso es de lo que debemos tener cuidado, reflexionar si nosotros en alguna forma de pensar, de sentir, de actuar o de mirar a los demás, no nos creemos un poco más justos y despreciamos a los demás. En el fondo es esa actitud la que nos aleja de Dios; cuando me siento capaz de juzgar y pensar que soy diferente, incluso agradecer que soy diferente y llegar a decir: “Gracias Señor porque me libraste de esto o de lo otro”, y miro a los demás de reojo. Cuando caemos en esa actitud de soberbia es cuando más lejos estamos de Dios y no nos iremos “justificados” en nuestra oración.

La oración que brota del fondo de nuestro corazón no es creernos diferentes a los demás, sino más bien pedirle al Señor que nos ayude a reconocernos como realmente somos; y no temer mostrarnos ante Dios como realmente somos.

Me contó alguna vez un sacerdote que después de una Misa, en el atrio de la Iglesia mientras saludaba a los demás, escuchaba un grupo de señoras que decían: “Y al final en el cielo vamos a estar los mismos de siempre”; como una actitud de mucha soberbia de la cual seguramente no se daban cuenta, estas señoras no se daban cuenta de lo que estaban diciendo.

¿A veces no será que nosotros nos creemos como una élite dentro de la Iglesia? Como la élite de los que estamos más cerca y “menos mal que somos nosotros, menos mal que Dios nos eligió a nosotros”. Hay que tener mucho cuidado de no caer en esta soberbia tan sutil que se mete en el corazón de los “más creyentes” incluso, de los que aparentemente estamos más cerca, estamos “de pie” al lado de Dios. Mejor es salir justificado de la oración, porque el que se humilla será ensalzado; el que se reconoce como es, a eso se refiere Jesús. Humillarse es reconocerse con la verdad, “La humildad es la verdad” decía Santa Teresa, y por eso, aquel que se pone frente a Dios sin miedo a mostrarse como es y por esa pequeñez que reconoce en él pide perdón y se arrodilla también como una actitud interior; es el que realmente saldrá de la presencia de Dios, como Él quiere que salgamos y no como nosotros creemos que tenemos que salir.

Pidámosle esta gracia en este fin de semana, aprovechemos para pedirle a la Palabra que produzca este fruto en nosotros: frutos de humildad, que es lo que realmente nos ayuda a vivir como el Señor quiere.

III Jueves de Cuaresma

III Jueves de Cuaresma

By administrador on 16 marzo, 2023

Lucas 11, 14-23

Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: «Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios.» Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo.

Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.

Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes.

El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.»

Palabra del Señor

Comentario

Vivir pensando en lo que nos falta, vivir viendo la parte del vaso vacío, lo que debería ser y no es, lo que me pasó, me afectó y no puedo cambiar, vivir sin considerar lo que tenemos y esperando lo que vendrá, termina por agobiarnos y haciéndonos caer en el pesimismo insoportable. Vivir así es ver parte de la verdad. Hoy estamos cansados de escuchar parte de la verdad, verdades a medias, verdades que no son verdades porque son “ideologías” y cuando una ideología quiere ser la única verdad, termina por matar a la Verdad. Estamos cansados porque cada uno tiene su verdad o mejor dicho, cada uno considera que la suya es la única verdad y pocos se animan a abrazar una verdad un poco más amplia y trascendente. ¿Sabés qué es lo que pasa o por lo menos lo que me parece que pasa especialmente en nuestro país, en el mundo y porqué no también dentro de la Iglesia? Pasa que Jesús es relegado, olvidado  y muchas veces por los que más deberían recordarlo.

El pobre Jesús no entra en estas discusiones interminables en donde todos quieren tener la razón, en donde el dinero manda, en donde la lógica del poder termina triunfando por sobre los intereses comunes. Todos hablan de sus verdades pero se olvidan de una Verdad mucho más verdadera, de Jesús, que es Camino, Verdad y Vida. Alguno me dirá, pero… ¿Qué tiene que ver el mundo con Jesús, con las discusiones del mundo? Tiene mucho que ver, por lo menos para nosotros los cristianos, que sin querer a veces “separamos” demasiado las cosas del mundo con nuestra fe y nos olvidamos que nuestra fe es sal y luz en este mundo dividido por las discordias, por las medias verdades que se hacen ideologías.

Algo del Evangelio de hoy pone de manifiesto los “pesimistas de siempre” los “mala onda” que buscan siempre “el pelo en la leche”, la “quinta pata al gato” porque las ideas le nublan el corazón. La ideología no permite ver la realidad. Estos hombres en vez de reconocer lo que bien que hacía Jesús son capaces de decir semejante barbaridad, que Jesús hacía el bien con el poder del demonio. Algo absurdo como lo que nos toca ver cada día. No solo no veían la parte llena del vaso, sino que ponían algo malo, veían algo malo. El pesimista, el que está lleno de ideas lindas pero tiene el corazón marchitado, achicado, resentido, enojado, triste, lleno de revancha, termina dividiendo. Es inevitable. Jesús quiere unir y el pesimista desunir. Jesús nos llama a la unión y nosotros nos encargamos de desparramar. «El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.»

El que no está con Jesús o no entiende a Jesús, o se dice discípulo de Jesús, pero divide o desparrama por estar siempre mirando lo malo y lo vacío, no entiende el mensaje del evangelio. Un síntoma de nuestra cercanía a Jesús es nuestra capacidad de unir, de integrar, de abrazar, de recibir. Nuestro país lamentablemente está dividido, el mundo está dividido, la Iglesia está dividida también. ¿Qué hacemos? ¿Qué hacés? ¿Seguís dividiendo con tus palabras, con tus opiniones, con tus publicaciones del face, en tus grupos de whatsapp? ¿Te gusta tirar la piedra y esconder la mano? ¿Te gusta quedarte con una parte de la verdad? ¿Te gusta la división? Entonces no estás con Jesús, estás desparramando. ¿Te gusta unir, buscar puntos en común? ¿Te gusta ver la Verdad con mayor amplitud de corazón? ¿Te gusta conciliar para no hacer solo hincapié en lo distinto? Entonces estás recogiendo con Jesús.

Seamos cristianos, dejemos de dividir y de buscar lo malo en lo bueno, o de ver solo lo malo cuando hay mucho de bueno. Seamos verdaderos discípulos de Jesús, saltemos “la grieta” para descubrir que del otro lado hay hermanos, no enemigos, del otro lado hay gente buena también, solo que se dejan ganar a veces por sus ideas, como de este lado también.

III Lunes de Cuaresma

III Lunes de Cuaresma

By administrador on 13 marzo, 2023

Lucas 4, 24-30

Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga:

«Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.

También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio.»

Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

Palabra del Señor

Comentario

Nada puede separarnos del amor de Cristo, nada podrá separarnos de su amor si confiamos en que Él, murió por nosotros, siendo pecadores, siendo débiles, sin preguntarnos previamente. Cada lunes, cada día, pero muchas veces lo remarco los lunes, es necesario volver a empezar, a confiar, a reafirmar nuestra fe en un Dios que nos ama tanto que envío a su propio Hijo para que por medio de Él, tengamos vida, vida eterna. Seguimos en este camino de cuaresma, que está lleno de espinas, como la vida, pero también lleno de rosas y de gracias que Él se encarga de derramarnos. Me toca escuchar a personas que están sufriendo algún dolor, alguna tristeza, un sinsabor, una decepción, un engaño y me dicen: “Esta no es la cuaresma que esperaba, la que preparé, no estoy pudiendo rezar, no sé como hacer”.

Se me ocurre decirles lo que también alguna vez me dijeron: “Ésta es tu cuaresma, la que no elegiste tanto, la que se te vino encima, con esta situación que te desborda”. En definitiva, la cuaresma, nuestra vida, creo que no debe atarse tanto a un manual, a una serie de pautas a seguir como si fuéramos robots y además todos iguales. Confieso que me cuesta un poco entender esas cuaresmas de manual que muchos proponen, o exigen, en donde cada día se nos propone algo, un propósito, una meta, o cosas así, me parece todo muy armado. Me ayuda más el aceptar lo que muchas veces no elegimos, lo que nos toca, aprendiendo a vivir la vida en la medida que se nos presenta, pero bueno, es verdad que es cuestión de estilos. Pero volviendo a lo otro, les digo y me digo eso… “Ésta es tu cuaresma, ese dolor, esa tristeza, esa aridez, eso que tenés que aceptar”.

Intentaré en estos días retomar la maravillosa escena del evangelio de ayer, que es un manantial de agua vida, de sabiduría, de tela para cortar. Solo dejo algo picando… Jesús se acercó al pozo de agua, a ese lugar en donde la samaritana iba a saciar su sed. ¿En que te hace pensar eso? Me viene al corazón el entendimiento de que Jesús está al lado, siempre, y así nos encuentra, al lado, de esos “pozos” en donde nosotros vamos a saciar nuestra sed, nuestros deseos a veces ocultos, nuestros deseos de ser amados, que muchas veces no terminan de saciarnos. Pero seguiremos estos días con este tema.

Desde algo del evangelio de hoy, nos pueden surgir algunas preguntas que muchas veces no nos ponemos a analizar en profundidad y tienen que ver con lo que pasó al mismísimo Jesús, en carne propia, el rechazo de sus más cercanos y conocidos. ¿Por qué ningún profeta es bien recibido en su tierra, porqué Jesús fue rechazado en su tierra, en su lugar, porqué a nosotros nos pasa a veces lo mismo en nuestras familias, donde nos conocen? ¿Por qué esta gente se enfureció tanto con Jesús al escuchar sus palabras? ¿Qué se esconde detrás de esta actitud de rechazo ante lo conocido? ¿Por qué no alcanzan ni siquiera los milagros cuando se está entre los nuestros? ¿Por qué no alcanza con el cambio que produjo en tu vida Jesús, y es real, para que los más cercanos a vos y a mí, se convenzan de que Dios se manifiesta en lo sencillo y cotidiano de nuestras vidas?

Es un tema muy inquietante, que muchas veces nos carcome el corazón. Vos por ahí sos uno de esos que recibió la alegría de ser salvado por Jesús y que ahora, esparce su fragancia por todos lados, pero sin embargo con tu propia familia no podés, tu misma familia parece ser un murallón inquebrantable. ¿Te pasó alguna vez? Ningún profeta es bien recibido en su propia tierra, y vos y yo somos profetas por el bautismo, si estamos unidos a Jesús hablamos en su nombre, eso es ser profetas. Incluso nos pasa al revés, nosotros también alguna vez rechazamos la voz de Dios que se nos manifestó por medio de alguien cercano. Seguramente debemos reconocer que nos pasó, no es fácil.

¿Qué es lo que pasa? Justamente pasa que no comprendemos esto, nos pasa que no comprendemos que Dios habita en nuestros corazones y puede hablarnos a través de cualquiera, por más que no sea de mi agrado. Nos pasa por no entender que Dios que es tan maravilloso, tan grande, que habla por medio de lo humano, de lo pequeño. Por no entender que, a Dios, no lo podemos entender, valga la redundancia, sino que lo tenemos que aceptar como es y que el único que nos enseña como es, justamente es él mismo.

Jesús hoy no se dejó matar, siguió su camino, aunque no lo entendieron y aunque lo quisieron matar. Así vamos nosotros, intentando seguir nuestro camino, el de Jesús, aunque nos quieran matar y hacer callar nuestra voz, simplemente porque no nos entienden, o porque algunos no quieren escuchar lo evidente, simplemente porque no comprenden que Dios pueda hablar en cada templo-corazón y que por hacer de su relación con nosotros un comercio, nos perdemos la gratuidad de su amor que se nos “aparece” por todos lados, incluso por medio de aquellos que nos cuesta querer.

No te enojes si te rechazan dentro de tu ámbito más querido, a Jesús también le pasó, es parte de la lógica del evangelio. No seas como los que rechazaron a Jesús por ser conocido, por ser tan “normal”, intentá siempre escuchar la voz de Dios que se manifiesta a través de todos, especialmente de los más cercanos.

II Sábado de Cuaresma

II Sábado de Cuaresma

By administrador on 11 marzo, 2023

Lucas 15, 1-3. 11b-32

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo entonces esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte de herencia que me corresponde.” Y el padre les repartió sus bienes.

Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.

Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.

Entonces recapacitó y dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! “Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.”

Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.

El joven le dijo: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo.”

Pero el padre dijo a sus servidores: “Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado.” Y comenzó la fiesta.

El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso.

Él le respondió: “Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo.”

Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: “Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!”

Pero el padre le dijo: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado.”»

Palabra del Señor

Comentario

¿Qué manera de terminar esta segunda semana de Cuaresma? Si miramos para atrás dan ganas de repasar todos los evangelios de la semana, porque uno fue mejor que el otro, aunque no es bueno decir eso. Pero si escuchamos el de hoy es imposible no decir algo. Es poco el tiempo que nos queda para comentar semejante parábola. Es una pena. No se puede decir tanto en poco tiempo, lo que sí se puede, lo que sí podés es volver a escucharla una y mil veces y pedirle a Jesús que te ayude a reconocer en este relato que es “el corazón del Evangelio”, el corazón de un Padre que nos sorprende tanto, que destruye toda la lógica humana de lo que nosotros consideramos justo. Ya estarás sacando tus propias conclusiones, ya habrás estado pensando algo mientras escuchabas este relato de Jesús. Te pregunto, y me pregunto también, para hacer una especie de resumen o propuesta para hoy. ¿Cuál es tu primera sensación? ¡Cuál es nuestra primera sensación al escuchar esta parábola? Antes de pensar y reflexionar cómo es posible algo así, ¿qué sentimiento te aflora? Es verdad que es bueno pensar, pero también es verdad que es bueno sentir y reconocer eso que sentimos.

Hay que aprender a leer entrelineas de lo que sentimos, en nuestros sentimientos. Por ejemplo, hago algunas preguntas para ayudar: ¿Te enoja que este Padre sea tan bueno que hasta parece no muy inteligente? ¿Te enojás como el hijo mayor? ¿Te sorprendés como el hijo menor ante tanto amor, te quedás sin palabras? ¿Entrarías a la fiesta del hijo menor, del perdonado o te quedarías mirando desde afuera, con bronca, sin querer entrar? ¿Entrarías a la fiesta como el hijo menor a disfrutar del perdón como lo disfruta ese Padre? ¿Qué haríamos nosotros si nos pasara lo mismo, en nuestra propia familia? ¿Qué harías si fueses padre o si sos padre con dos hijos y te pasara lo mismo con uno de tus hijos? ¿Qué harías si hubieses despilfarrado los bienes de tu padre? ¿Volverías? ¿Con qué cara volverías a hablar con tu papá? ¿Volverías o te quedarías entre los chanchos y el barro eternamente? ¿Te pasó alguna vez? ¿Cuál sería tu reacción al ver que un hermano tuyo vuelve a tu casa a reconocer su pecado? ¿Bronca, alegría, envidia, enojo? ¿Te alegrarías al ver a tu papá recibiéndolo como un rey?

¿Qué dirías si te digo que el Padre del Cielo, el Padre de Jesús, tu Padre y mi Padre, el Padre de todos, de buenos y malos vive para darnos su perdón y nosotros no nos damos cuenta, ya sea porque nos llevamos lo que no es nuestro y lo gastamos – desperdiciando su amor – ya sea porque teniendo todo lo de Él nunca lo supimos disfrutar? ¿No será que vivimos en nuestra propia galaxia de egoísmo y hasta le queremos enseñar a Dios como se es buen Dios? ¿No será bueno pedir en esta cuaresma poder llegar a la Pascua y disfrutar de la fiesta que el Padre nos tiene preparada, esa que nos quiere hacer y nosotros a veces nos empeñamos en arruinar?

Se que te llené de preguntas. Bueno, por ahí alguna te ayude a reconocer que en esa primera sensación y sentimiento que reconociste al principio, podés encontrar la voz de Dios que algo te quiere decir, algo te quiere mostrar, de algo nos quiere perdonar, de algo nos quiere sanar.

II Jueves de Cuaresma

II Jueves de Cuaresma

By administrador on 9 marzo, 2023

Lucas 16, 19-31

Jesús dijo a los fariseos:

«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.

El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.

En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan.”

Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí.”

El rico contestó: “Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento.”

Abraham respondió: “Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen.”

“No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán.”

Abraham respondió: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán.”»

Palabra del Señor

Comentario

Hay Evangelios que son tan expresivos, dicen tanto de solo escucharlos, palabras y parábolas en las que Jesús fue tan directo, tan “sin vueltas”, tan firme, que uno podría pensar que no necesitan explicación nuestra. Es verdad, sin embargo, siempre es bueno volver a escucharlos, siempre es bueno volver a decir algo para despertarnos del letargo en el que vivimos muchas veces, siempre es bueno volver a preguntarnos si estamos o no viviendo eso que escuchamos. Somos propensos a olvidar, decíamos estos días, nos vamos acomodando en nuestras cosas y podemos pasar de largo mil y una veces por lugares que en realidad no podemos olvidar. “Lugares de nuestra fe” que si los olvidamos se atrofia el corazón y caemos lentamente en una fe armada a la carta, no una fe que cambia la vida, sino una fe que se adapta a nuestra vida. Un lugar de la fe, irremplazable, inamovible, que jamás cambiará, aunque pasen y pasen los años… ¿Sabés cuál es? Los pobres. ¿Por qué un lugar de la fe? Porque ahí nos encontramos con quien decimos amar y creer, con Jesús.

¿Cómo hacer para esquivar y minimizar las palabras de Jesús de algo del evangelio de hoy? Imposible. Si recibimos bienes en la tierra, ya sea por regalo o esfuerzo personal – o ambas a la vez, como es generalmente- y no sabemos compartirlos o no queremos compartirlos al ver a tantos que la pasan mal, terminaremos algún día pidiendo clemencia a aquellos mismos que no quisimos socorrer cuando nos necesitaron. Ninguno de nosotros puede acabar con el hambre en el mundo, con la injusticia, con el dolor, con la desigualdad, con “los sin techo”, pero todos nosotros podemos ayudar, de alguna manera, a los que vamos cruzando por la vida, como nosotros también fuimos ayudados. Alguno dirá: “A mí nadie me regalo nada, no me sobra nada, ¿por qué ayudar a alguien que no conozco?”.

¿Estás seguro? ¿Nadie te regaló nada? Pensalo bien, pensá en tu vida desde la infancia. ¿Estás seguro? ¿Estás seguro que en tu casa no te sobra algo? Anda mirar la cantidad de ropa que tenés y no usas. Andá a mirar tu cocina la comida que tenés. Mirá tu billetera o la cuenta de tu banco y fijate si en realidad necesitás todo lo que tenés. ¿No será que andamos con mucho sin necesidad? Mientras nosotros los cristianos a veces almacenamos y custodiamos lo que tenemos, miles y miles luchan día a día por lo de cada día, ni siquiera lo de mañana, lo de cada día.

Jesús no reprocha los bienes, reprocha la cerrazón del corazón. No está mal tener bienes, lo que está mal es no compartirlos, lo que está mal es ver alguien tirado y pasar de largo, lo que está mal es gastar miles y miles en cosas superfluas y no ser capaces de mirar y sentir el dolor de tanta gente que no puede, que no le alcanza. Lo que está mal es que haya gente que tenga dos o tres casas, y otros ni siquiera tengan un rancho. En este mundo hay millones de Lázaros que están comiendo las “migajas” que caen de la mesa de tantos que gastan y gastan, por gastar nomás. En este mundo hay millones de Lázaros que son acariciados por los perros y no por nosotros, los cristianos. Mientras muchos se quejan por sus derechos, y les gusta reivindicarlos sin poder mirar el todo, sin poder ver con amplitud las necesidades de la sociedad, hay algunos que no tienen tiempo ni corazón, para saber si tienen derechos.

A veces la cerrazón del corazón humano puede llegar a ser tan grande, “que, aunque los muertos resuciten, tampoco se convencerán”. Es muy fuerte y dura esta expresión de Jesús, pero describe gráficamente el drama del corazón del hombre que se cierra al amor, de Dios y de los más necesitados. Que Jesús nos libre de esta cerrazón. No hace falta que resucite alguien para descubrir lo que Dios quiere, ya lo sabemos. Tenemos la Palabra de Dios de cada día y lo que nos falta muchas veces es creer, aceptarla y llevarla a la vida.