Book: Marcos

IV Lunes durante el año

IV Lunes durante el año

By administrador on 1 febrero, 2021

Marcos 5, 1-20

Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu impuro. El habitaba en los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo. Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras.

Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él, gritando con fuerza: «¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me atormentes!» Porque Jesús le había dicho: «¡Sal de este hombre, espíritu impuro!» Después le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» El respondió: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos.» Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región.

Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña. Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: «Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos.» El se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó.

Los cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados. La gente fue a ver qué había sucedido. Cuando llegaron a donde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio, al que había estado poseído por aquella Legión, y se llenaron de temor. Los testigos del hecho les contaron lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos. Entonces empezaron a pedir a Jesús que se alejara de su territorio.

En el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió que lo dejara quedarse con él. Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti.» El hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho por él, y todos quedaban admirados.

Palabra del Señor

Comentario

Buen día, buen lunes, buen comienzo de semana. No te desalientes, no dejes que te tire abajo la “modorra” de este mundo. Levantemos todos la cabeza y el corazón. Esto me hace acordar a la conversación que tuve una vez con un monje, que al despedirnos nos dijimos casi al mismo tiempo: “¡No te desanimes!” El me pedía que rece por él y yo le pedía que rece por mí, cada uno pensando, como nos pasa siempre, que lo de cada uno, la vida de cada uno, es la más difícil. Un sacerdote que vive en el mundo tiende a pensar que los monjes están mejor y que no necesitan tanto de nuestra oración y al revés, por ahí a algún monje le debe pasar lo mismo. Pero la cuestión es, que al decirnos, eso me salió decirle: “Bueno, más que pedir que no nos desanimemos, pidamos que no nos quedemos tirados cuando nos desanimemos” Dije eso pensando en que es imposible a veces no desanimarse. Creo que Dios no pretende que siempre estemos bien, humanamente hablando, sería imposible… lo que si desea de nosotros es que sepamos acudir a Él en los momentos difíciles y no busquemos otros consuelos. Bueno si andamos así, pensemos en buscarlo a Él, y si estamos bien, disfrutemos el estar bien, no vaticinemos problemas futuros.

El evangelio de hoy es largo para comentar, tenemos poco tiempo. Por eso me quedo con un par de ideas que tienen que ver con esto del desánimo, de la tristeza que a veces nos puede invadir. La felicidad tiene adversarios que tenemos que conocer. El maligno no quiere que seamos felices y, al mismo tiempo, el mundo nos inventa felicidades ilusorias poniéndonos obstáculos a la verdadera felicidad.       

Algo del Evangelio de hoy muestra otra vez a un demonio mentiroso. Quiere hacerle creer a Jesús que es uno, pero en realidad son muchos. Habla en singular, pero cuando Jesús le pregunta el nombre es una legión. El mal espíritu nos engaña siempre, está siempre engañándonos en el interior de nuestro corazón para que erremos el camino de la felicidad, para que en realidad sigamos donde estamos, habitando en “nuestros sepulcros”, en lugares muertos y a veces hasta haciendo que nos lastimemos a nosotros mismos. El engaño del demonio puede llevarnos incluso a eso. Nos aleja de los demás haciéndonos creer que “hacer la nuestra” es mejor, y finalmente logramos que ya nadie se nos quiera acercar. El demonio busca que andemos tristes, desanimados.

Lo segundo es fuerte, pero es real, y es que, no siempre el bien realizado es bien recibido. Fijate. Jesús hace un bien, pero lo echan del pueblo. ¿Qué extraño no? Todos ven el bien que hizo Jesús y sin embargo… ¿Qué termina siendo lo más importante para la gente de ese lugar, para este mundo? Lo de siempre, el dios dinero. La gente no soportó que se pierdan dos mil cerdos. Importa más el valor de los cerdos que ese hombre haya quedado liberado de los espíritus impuros. El mundo y ciertas personas son muy buenos hasta que le tocan el bolsillo. ¿No te pasó alguna vez? Serviste en un lugar, en un trabajo, hasta que lo que dominó la decisión fue el gasto que ocasionabas. Esto pasa cada día, es la perversa ley del mundo, pasa en muchos de nuestros ambientes. Lamentablemente el dinero, a veces, es el primer patrón.

Tengamos cuidado con los engaños del maligno que intenta que seamos felices a su manera, que intenta que tomemos atajos que no nos llevan a ningún lado, que intenta que vivamos desanimados. Tengamos cuidado con este mundo mentiroso, que se compadece, que nos quiere, hasta que le generamos un gasto, porque a partir de ahí somos un número más, un número que resta o que suma, pero un número, no una persona. Para Jesús somos personas, con dignidad, y por eso le pide al hombre que vuelva a su casa, que vuelva con su familia.

IV Domingo durante el año

IV Domingo durante el año

By administrador on 31 enero, 2021

Marcos 1, 21-28

Jesús entró en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.

Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios».

Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre.

Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; ¡da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!» Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.

Palabra del Señor

Comentario

El domingo es un lindo día para hacer un poco más de silencio después de tanto ruido “semanal”. Es necesario, aunque nadie nos enseñe a vivirlo, aunque no haya escuela para aprender a hacerlo. El que necesita ruido para tapar más ruido, es porque todavía no termina de encontrarse consigo mismo, con los demás y con Dios. Probá este día apagar un poco todos los aparatos que nos aturden tanto y no nos dejan escucharnos entre nosotros y mucho menos a Dios. El silencio no debería ser desesperación, sino encuentro, sirve para encontrarnos mutuamente, para amarnos mejor. El silencio en realidad es, para dar espacio al diálogo, para poder escuchar mejor y poder hablar bien a los otros, lo justo y necesario. Solo el que sabe hacer silencio puede escuchar realmente a los otros y hablar bien a los otros, sin gritonear ni adoctrinar continuamente. El día del Señor debería ser para nosotros esa oportunidad, por lo menos un inicio. Eso no quiere decir que tu casa se tiene que transformar en un monasterio, sino que hagas el intento de escuchar un poco más a los otros, de bajar los “volúmenes” que nos aturden por todos lados, para darte cuenta que las verdaderas palabras que hacen bien son las de Dios.

Sin embargo, mientras tanto, cada día escuchamos palabras, palabras y palabras, muchas palabras vacías. En nuestro país, en el mundo, incluso en nuestras familias, en la Iglesia. Las noticias que escuchamos todos los días son informes de los problemas que pasan, pero rara vez alguien se hace cargo de eso que dice que pasa. Las lindas noticias parecen ser cosas excepcionales.  Cuando escuchamos tanto parece que todos saben todo, pero en el fondo nadie resuelve seriamente los problemas. Los medios hablan, los políticos también, nosotros también. Los que manejan los destinos de los países les importa los problemas de la gente, eso dicen, pero mientras tanto no los viven, los ven de lejos. Todo parece una gran farsa. Pasa también dentro de la Iglesia, hablamos mucho pero no siempre hacemos lo que decimos, también hay mucha superficialidad. En definitiva, el mundo está lleno de personas sin autoridad, nosotros también actuamos sin autoridad cuando no somos coherentes con lo que decimos. Muchos consideran que, por hablar bien, con oratoria, dicen la verdad, pero en realidad dicen palabras vacías si eso no va acompañado de sus obras.

Así está el mundo de hoy y en medio de este mundo nosotros confesamos que “el Reino de Dios está cerca” como decía Jesús el domingo anterior. El Reino de Dios está entre nosotros y para nosotros esa es nuestra alegría. Esto quiere decir que Él está entre nosotros, aun cuando no lo parece, aun cuando pareciera que todo está medio perdido. Pero si no cambiamos, si no nos convertimos y creemos, difícilmente lo experimentaremos y nos alegraremos con esta linda noticia.

En Algo del Evangelio de hoy Jesús aparece como el Profeta, el verdadero Profeta que habla con autoridad, no solo porque “sabe” lo que dice o porque lo dice lindo, sino porque vive realmente lo que dice. Eso es tener autoridad, experimentar en carne propia lo enseñado, por eso “todos estaban asombrados de su enseñanza” y además, porque su palabra hacía lo que decía. Jesús nos maravilla porque no habla por hablar; no miente al hablar; ni impone al hablar; no embauca al hablar; no engaña a nadie al hablar; no grita al hablar; no genera miedo al hablar. Sino todo lo contrario. Habla cuando tiene que hablar; habla con firmeza, pero con amor; habla para sanar y consolar; habla para decir la verdad; habla para mostrar el camino; habla para dar vida; habla con autoridad, vive lo que dice y después lo dice.

Por eso Jesús termina de enseñar y demuestra su autoridad expulsando un demonio que lo quiere increpar. “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?” Jesús quiere que el demonio se calle, que nos deje de molestar, que nos deje de engañar. Jesús no solo vino a enseñar una doctrina, sino que vino a vencer al que deforma al ser humano, haciéndolo inhumano por el pecado. Él nos quiere ayudar a distinguir su voz de la del demonio que siempre nos está llamando por la otra oreja.

No dejemos que las voces de este mundo sin autoridad, nos llenen la cabeza y el corazón. No dejemos que la voz del maligno nos haga “creer” que Jesús no está o no actúa. No nos dejemos engañar por el demonio que desea justamente que nos olvidemos de que él también actúa. No nos olvidemos que Jesús ya lo venció, que solo Él tiene el verdadero poder.

Pidamos hoy dos gracias. Maravillarnos de las palabras, del modo de enseñar de Jesús, de su autoridad, preguntándonos cómo estamos ejerciendo nuestra autoridad como profetas en medio de este mundo. ¿Hablamos por hablar o hablamos de lo que vivimos? Y, por otro lado, pidamos saber distinguir las palabras de Dios, de las del demonio que andan dispersas por ahí queriéndonos engañar. Jesús es más fuerte, no tengamos miedo.

III Sábado durante el año

III Sábado durante el año

By administrador on 30 enero, 2021

Marcos 4, 35-41

Al atardecer de aquel día, Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos a la otra orilla.» Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.

Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.

Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?»

Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!» El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.

Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?»

Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?»

Palabra del Señor

Comentario

¡Qué lindo sería tener más tiempo cada día para dedicarnos en serio a la lectura y meditación de la Palabra de Dios! Nuestros corazones cambiarían, el mundo cambiaría. Me lo planteo como sacerdote, siempre. En especial cuando experimento que justamente cuando más le dedico a la oración, más distinto se hace el día, más tiempo tengo para amar, todo lo contrario, a lo que pensamos. Seguro que alguna vez te pasó. Y es ahí cuando me digo: ¡Si hiciera esto todos los días, con amor nuevo, con constancia, con decisión, que distintos serían mis días! Pero lo que me pregunto y te pregunto, ¿nos faltará tiempo o nos falta amor? Son muchas las personas que nos dicen a los sacerdotes: “Padre, no puedo rezar, no pude ir a misa porque no tengo tiempo”. San Juan Pablo II cuando estuvo en Argentina desde hace muchos años dijo algo así: “El cristiano que dice que no tiene tiempo para rezar lo que le falta no es tiempo, sino amor” ¿Hace falta que te explique esta frase? Creo que no. No me falta tiempo en mi día, aunque a veces quisiera que el día dure un poco más, lo que me falta, lo que nos falta es un poco más de fe y de amor, para saber que Jesús siempre está para escucharnos, aunque parezca dormido, que siempre está en cada sagrario, en cada adoración, en cada instante del día. No nos falta tiempo, ni a vos ni a mí, nos falta amor, amamos poco. El que ama en serio se hace tiempo para estar con el que ama. Nos falta hacernos el tiempo para lo que realmente vale la pena.

Estuvimos esta semana reflexionando sobre la conversión, el cambio que Dios nos pide. Creo que esto nos ayudó a tomar dimensión de lo que nos perdemos cuando escuchamos mal, cuando no ponemos algo más de nosotros, cuando queremos las cosas fáciles, sin lucha, sin constancia y nos olvidamos que la gracia actúa, pero que también necesita de nosotros. Nunca tenemos que olvidar que la Palabra de Dios, como escuchábamos ayer, tiene una gran fuerza por sí misma, aunque nosotros no lo percibamos, pero que al mismo tiempo, necesita tierra fértil, necesita conversión.  Tenemos que recordar también que el Reino es de Dios, no de nosotros. No es el Reino mío, en donde todo depende de nosotros, de nuestro esfuerzo, sino que es el Reino del Padre, con su Hijo y sus hijitos, que somos nosotros. Él no quiere que ninguno se pierda, él necesita de cada uno de nosotros para continuar su obra, pero al mismo tiempo, puede hacerlo sin nosotros, no somos absolutamente indispensables, el Reino crece mientras dormimos, nos levantamos, crece porque Él lo hace crecer, aunque parezca dormido.

Hoy, prefiero tomar algo del evangelio y no hacer el resumen de esta semana porque el evangelio es demasiado bueno, demasiado lindo. Quiero tomar una idea, o una imagen. Jesús durmiendo mientras todo parece que se va “llenando de agua”. Increíble. ¿Quién de nosotros no hubiese tenido la misma actitud de los discípulos? ¿Quién de nosotros no tuvo alguna vez la misma reacción para con Jesús?: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?» “¿Jesús, no te importa que nos tape el agua de la injusticia, de la insensatez, de la amargura, del pecado, de los vicios, de la pobreza, de la maldad, de nuestras debilidades, de la depresión, de todo lo que nos ahoga y nos hace vivir inestables, pensando que en cualquier momento esto se puede hundir? ¿No te importa? Decinos la verdad Jesús, ¿No te importa?” Una imagen puede más que mil palabras, y a veces el silencio de Dios es también un modo de comunicarse. Dios no se comunica con nosotros solo hablando, sino también durmiendo, sino también con sus silencios que a veces nos desesperan. ¿Qué raro no? El silencio de Dios es también semilla del Reino sembrada en nuestros corazones que dará fruto a su tiempo. A Jesús si le importa que nos “ahoguemos”, aunque no parezca, por eso se levanta cuando es necesario y hace “callar al viento y al mar que se pone bravo” y nos quiere tapar. Pero lo que realmente le importa a Jesús, es que perdamos la fe, es que dudemos de Él, de su presencia en la barca de este mundo. Eso es en realidad “ahogarse”, perder la confianza, dejar de creer que Él está aun cuando parece dormido. Es ahí cuando tenemos que sentirnos ahogados en serio. No cuando las cosas del mundo nos sobrepasan, cuando lo externo parece que nos “inunda”, sino cuando el corazón se inunda de angustia, cuando deja de creer, de confiar, cuando deja de hablar con Jesús, cuando deja de escuchar. Cuando estés así, ahí preocupate, ahí pega el grito.  Mientras tanto, todo lo demás es solucionable de una manera u otra.

Terminemos esta semana escuchando a Jesús, tranquilos, en silencio, mientras todo el mundo anda de acá para allá buscando no sé qué, nosotros busquemos otra cosa, escuchemos otra cosa: «¿Por qué tenés miedo? ¿Cómo no tenés fe?»

III Viernes durante el año

III Viernes durante el año

By administrador on 29 enero, 2021

Marcos 4, 26-34

Jesús decía a la multitud:

«El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha.»

También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra.»

Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

Palabra del Señor

Comentario

El verdadero cambio se da en el corazón. Cuando el corazón de una persona cambia, por más que afuera siga todo igual, para esa persona todo cambia. El mundo cambiaría si los corazones de todos se decidieran a cambiar. Mientras tanto, todo seguirá igual. Son puras ilusiones las propuestas o planes de cambio que no implican el cambio del corazón. No alcanza todo el dinero del mundo para cambiar de raíz toda la maldad de este mundo, toda la superficialidad y mediocridad, incluso los problemas sociales, la pobreza, por ejemplo. Nuestra mayor pobreza, en realidad, es la del corazón, pobreza entendida como mezquindad, y por eso hay pobreza material, por eso hay tanta desigualdad. Todos experimentamos esta mezquindad del corazón, sino, no se entiende que este mundo tenga tanto para dar, pero ese tanto este repartido entre unos pocos o bien a veces los que tienen poco quieran tener mucho más a costa de todo. Tanto pobres, como ricos materialmente estamos atravesados por una gran debilidad del corazón y es la de esperar que el cambio venga desde afuera y no darnos cuenta que somos nosotros los que podemos empezar a cambiar desde ahora, en este instante, si lo quisiéramos. ¿Vos querés cambiar? ¿Te das cuenta que podés cambiar si lo quisieras? ¿Podrías ser más generoso, menos ambicioso? ¿Podrías mostrarte más sonriente con los demás, con los que te cuesta? ¿Cuántas cosas podrías cambiar si realmente te lo propusieras?

Esto es algo que no tenemos que olvidar nunca. El cambio empieza desde el corazón, Jesús nos pidió que nos convirtamos desde adentro, quiere que cambiemos el corazón. Quiere darnos un corazón de carne, está cansado de nuestras durezas de corazón, de esas partes de nuestro corazón que se van haciendo de piedra. ¿Confías, crees que podés cambiar?

Podríamos dar mil ejemplos de esto, de cómo se cambia, pero podemos entenderlo con Algo del Evangelio de hoy, con ésta parábola maravillosa de hoy: “¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios?” El Reino de Dios, la propuesta de amor de Dios Padre hacia nosotros, por medio de su Hijo Jesús, es incomparable, no se puede agotar con imágenes, pero si se puede intentar comparar con algo que nos ayude. Como hoy, con un hombre que siembra, una semilla que crece más allá de sus esfuerzos, y una cosecha que llega a su tiempo, en el momento oportuno, cuando está maduro el grano, más allá de los apuros del sembrador, pero todo se da “desde adentro”, en el silencio, de noche y de día.

Podríamos decir que escuchar, rezar y meditar la Palabra de Dios cada día es parecido a esto. Hay algo que nos supera y que produce fruto mientras dormimos, mientras descansamos, mientras nos enojamos, mientras nos entristecemos, mientras pensamos que no vale la pena, incluso mientras nos alejamos, mientras nos olvidamos, mientras nos encaprichamos, mientras nos superficializamos con este mundo consumista y egoísta, mientras todo gira a nuestro alrededor sin parar. Un protagonista de la parábola, y no menos importante, es la semilla, el mensaje, el amor que lleva en sí la palabra, ya que tiene su propia fuerza, es viva, no es palabra seca, vacía, muerta. ¡Qué linda noticia! ¿No te alegra? A mí muchísimo, me anima a poder cambiar, me ayuda a acordarme lo que ya logró en mí la palabra, silenciosamente, desde adentro.

Confiemos todos en la semilla, no tanto en nosotros, en mí al transmitirla o en vos al escucharla. Confiemos en que la Palabra que Dios sembrada día a día en nuestras almas va a dar su fruto a su tiempo, nos va a ir cambiando lentamente el corazón, tarde o temprano, aunque estemos dormidos, distraídos, en cualquier cosa. Lo importante es perseverar, permanecer. Es como la lluvia, que no vuelve al cielo sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado.

Muchos oyentes me contaron que escuchan los audios, la palabra de Dios en familia, o como matrimonio. ¡Qué lindo! Qué bueno sería que todos podamos hacer eso, hacer el esfuerzo diario de escuchar juntos, para comprometerse a cambiar juntos. ¡Cómo cambiarían nuestras familias, qué bien nos haría a todos! No dejes de escuchar nunca, no te canses de hacer el esfuerzo por prestarle atención a Jesús, que la cosecha llegará a su debido tiempo, cuando corresponda, cuando madure.

III Jueves durante el año

III Jueves durante el año

By administrador on 28 enero, 2021

Marcos 4, 21-25 – Memoria de Santo Tomás de Aquino

Jesús decía a la multitud:

«¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero? Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba manifestarse. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!»

Y les decía: «¡Presten atención a lo que oyen! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía. Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.»

Palabra del Señor

Comentario

Bueno, si esto nos pasa en la vida cotidiana, con lo normal de cada día, nada impide que nos pase con la Palabra de Dios. Dios quiere comunicarse con el hombre y somos nosotros los que tenemos que recibir su mensaje. Dios nos habla por medio de su palabra escrita, pero en general alguien nos la explica y somos nosotros los que la recibimos. Por eso cada día debemos esforzarnos por trascender la letra, en trascender lo que dice el que me la explica. Ese es el trabajo que tenés que hacer vos y yo. No podemos quedarnos con lo que “nos dijeron” por más lindo que sea. Tenemos que entender qué nos está diciendo “ahora”, en este instante a cada uno de nosotros. Si no, somos simples repetidores, somos “loritos” de la fe. Nuestra lectura se tiene que transformar en oración, en respuesta de nuestro propio corazón. Es por eso que cada día digo: “Recemos con el evangelio…” Si cada uno de nosotros no reza, falta algo, algo muy importante. Es verdad que no todos los días nos da “el cuero” para hacerlo, pero que lindo sería intentarlo, darnos cuenta que somos una de las partes importantes del mensaje.

¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero?” ¿Acaso escuchamos la palabra de Dios cada día para guardarnos lo que escuchamos y no darlo a la luz? Algo del evangelio de hoy me ayuda a aclarar lo que intento decirte de muchas maneras. Como siempre una imagen puede más que mil palabras y la imagen del evangelio de hoy habla por sí misma. La comunicación tiene un mensajero, un mensaje y un destinatario. Dios nos habló por medio de su Hijo, de Jesús, que es la luz, nosotros la recibimos. ¿Para qué? ¿Para guardarlo debajo de una mesa? ¿Para no iluminar? La Palabra de Dios se hizo carne en Jesús y sus palabras dan luz a nuestras vidas, por eso no se pueden esconder. San Pablo fue iluminado para iluminar. Nosotros somos los candeleros, sostenemos la luz, no somos la luz, pero depende de nosotros el que esa luz pueda llegar a otros lugares, puede iluminar a los que están en la oscuridad.

Si pudimos iluminar y no lo hicimos, es como haber podido dar mucho y no haber querido. Eso quiere decir que “al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene” El que no tiene es el que llega habiendo podido dar mucho, pero finalmente se quedó con poco, por egoísta, por no haber iluminado, por haber escondido la lámpara debajo de la cama, por haberle privado a otros la posibilidad de ser iluminados. A ese se le quitará lo poco que tenga. En cambio, al que llegue frente a Jesús con mucho más de lo que se le dio, se le dará más todavía. Al que llegue habiendo iluminado a otros, habiendo logrado que muchos disfruten de la luz de Jesús, se le dará más, tendrá más hermanos, más de los que alguna vez imaginó.

Pensemos qué andamos haciendo con lo que hemos recibido, que andamos haciendo con el mejor regalo que hemos recibido, al mismo Jesús que es la luz de nuestras vidas. No pienses ahora en capacidades humanas, en cosas que te salen bien, en las que los demás te halagan o aplauden. Pensá en la fe, en Jesús, en la dicha de ver todo distinto gracias a la luz que recibiste alguna vez. ¿La estás compartiendo? ¿Estás llevando esa luz a donde no la hay? Acordate que, si la guardás debajo de un cajón no sirve para nada, dejás sin luz a otros y algún día te quedarás sin luz vos mismo. Acordate que si iluminás, también serás iluminado, porque también disfrutarás de ver lo que pocos ven y de ver que otros empiezan a ver.

III Miércoles durante el año

III Miércoles durante el año

By administrador on 27 enero, 2021

Marcos 4, 1-20

Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla. Él les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba:

«¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar. Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó. Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto. Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno.»

Y decía: «¡El que tenga oídos para oír, que oiga!»

Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas. Y Jesús les decía: «A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola, a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón.

Jesús les dijo: «¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás?

El sembrador siembra la Palabra. Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos.

Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría; pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben.
Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa.

Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno.»

Palabra del Señor

Comentario

Las cosas cambian, nos guste o no, nos cueste o no, cambian. Cambia nuestra vida, cambia nuestra manera de pensar, cambian nuestras actitudes, nuestros sentimientos; cambian los que nos rodean, cambia el mundo, cambia la naturaleza, cambia nuestra mirada de la fe, de la Palabra. Mientras nosotros, muchas veces, nos empecinamos en que todo se mantenga igual, todo cambia. ¿Será por eso que nos revelamos ante el cambio? ¿Será que por eso no nos gusta cambiar? Creo que, ante esta realidad que nos supera, podemos tomar dos actitudes distintas… una de ellas es la de la rebelarnos, la del enojo, la de no aceptar el cambio y mantenernos siempre en lo mismo, la de atarnos a ciertas formas que adquirimos o nos impusieron, y que nos impiden ser distintos, en el fondo, ser lo que somos o podemos ser. Por otro lado, el otro extremo, sería la extrema fascinación por el cambio, por lo que es siempre nuevo, pero sin criterio, sin discernimiento, solo por la moda de cambiar y aggiornarse a lo que nos imponen.

La realidad, nuestra vida se debería “hamacar” entre estos dos polos, en esa tensión constante, la de aceptar el cambio bebiendo de lo que el pasado nos enseña y mirando siempre al futuro que se nos promete. Jesús quiere que cambiemos, pero no solo por cambiar, sino para confiar, para creer en Él, para que pongamos la esperanza en Él. El que cree sin cambiar, es el que en realidad no cree, solo cree en sí mismo, porque le gusta demasiado ser como es y considera que ya está. El que cambia sin el ancla de la fe, sin creer en Jesús, sin mirarlo a Él, sin escucharlo, es el que cambia por cambiar, el que cambia llevado como veleta por cada viento nuevo que aparece. Ni una cosa, ni la otra, las dos juntas.

Algo del Evangelio de hoy nos introduce en las parábolas, unos de los modos que eligió Jesús para hablarnos e instruirnos de las realidades que no podemos ver con nuestros ojos. Las realidades del Reino de Dios, sobre su modo de estar presente entre nosotros, su modo de ejercer su acción en nuestras vidas y finalmente la forma en la cual podemos responderle. Serían esos tres ejes, o tres dimensiones del Reino de Dios, del Reino de los Cielos, o podríamos llamarlo el Reino del Padre y sus hijos. Una cosa es lo que Dios es, más allá de nosotros. Otra cosa es lo que Dios hace para que podamos descubrirlo y otra cosa es lo que nosotros somos y hacemos para dejar o no que Él obre en nuestras vidas. En realidad, es muy tajante decir: una cosa es esto o lo otro, pero bueno… sirve para entender y vivirlo.

Todo se da junto en nuestro corazón, en nuestra vida. Dios Padre que no se cansa de sembrar, siempre, a tiempo y a destiempo. Siembra en todos lados, en donde parece que nunca brotará y por supuesto, en las tierras donde estará asegurada la cosecha. Siembra con generosidad, sin cálculo, con abundancia, no mezquina nunca, no es como nosotros, menos mal. La semilla que siembra el Padre es la mejor, siempre, en cierto sentido no depende de la tierra, sino que en su interior contiene toda la fuerza para crecer, dar fruto y seguir dando semillas. Y finalmente, las tierras-corazones, el tuyo y el mío, son los que “misteriosamente” terminan “definiendo el partido”, porque por más bueno que sea el sembrador y por más buena que sea la semilla, si la tierra no es apta, o no se cuida la planta durante su crecimiento, difícilmente dé los frutos que el sembrador Dios sueña.
Tremenda responsabilidad que tenemos entre manos… tenemos ea mejor sembrador, las mejores semillas, pero tenemos que trabajar para que nuestros corazones no sean de piedra, cambien y crean que estamos para dar frutos, frutos de santidad para ofrecerle a nuestro Padre del cielo, ese Padre que no se cansa de creer y cambiar por sus hijos, por vos y por mí.

III Martes durante el año

III Martes durante el año

By administrador on 26 enero, 2021

Marcos 3, 31-35 – Memoria de Santo Tito y Timoteo

Llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: «Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera.»

Él les respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.»

Palabra del Señor

Comentario

Siempre lo más fácil es responder sin pensar mucho, sin discernir: “Siempre se hizo así” o “Yo soy así” “Qué me importa lo que piensen los demás” Son frases que circulan en nuestro interior o en nuestro entorno, que no hacen más que clavarnos en la mediocridad y no nos dejan descubrir todo lo bueno y nuevo que podemos emprender, si nos tomamos la vida en serio. Es mentira que no podemos cambiar, que no podemos hacer las cosas de otra manera, que no podemos ser más santos, más humildes, más caritativos… y esto no es un eslogan político, es palabra de Dios. Jesús nos invita a cambiar siempre, una y otra vez, sin dejar de ser lo que somos, pero al mismo tiempo viendo que siempre podemos crecer y creer más.

¿Cuántas veces en tu vida te pasó que pensaste que jamás harías ciertas cosas y por esas cosas de la vida terminaste, descubriendo tu talento o tu capacidad cuanto te jugaste a hacerlas? Muchas veces es cuestión de probar, de confiar, de creer. Por eso Jesús, no se cansa de decirnos “conviértanse y crean” o podríamos decirlo al revés “cree y cambia, convertite”. Cree que podés cambiar algo de tu interior y tu realidad, confía en que tenés mucho para dar, cree que podés vivir el evangelio en serio, cree que podés ser santo, que no es para algunos, cree que podés ser santo en cualquier lugar, no necesitás hacer cosas raras.

¡Qué lindo sería que muchos pensemos así! Que muchos podamos salir de la mediocridad generalizada en la que vivimos, donde la mayoría se conforma con el “siempre se hizo así”, con el “todos son iguales” “es lo que hay” o “la culpa es de los de arriba” el “sálvense quien pueda”. Disculpá, pero esas frases no son cristianas, son de hombres y mujeres conpoca fe, egoístas, que piensan en su mundito, en su ego, que están felices por lo suyo, cómodos con su comodidad, pero no quieren cargarse al hombro el dolor de otros tanto que los necesitan. Son frases de personas que ven el problema y no lo quieren afrontar, o ni siquiera lo quieren ver porque es mejor mantenerse en la ignorancia y no cambiar nada, sino mantenerse en donde estaban. Sigamos esta semana escuchando las palabras del domingo que nos ayuden a compenetrarnos más con la palabra de Dios.

¿No te parece demasiado duro el mensaje de Jesús en algo del evangelio de hoy? ¿No es bastante frío con su propia madre que lo va a visitar y se encuentra con esa respuesta? Bueno, puede ser, puede parecer así, pero depende de cómo interpretemos este momento. Por eso tenemos que decir obviamente, que Jesús jamás pudo haber menospreciado a su madre, jamás pudo haberla hecho sentir mal ni nada por el estilo. Una mirada muy superficial, incluso de los que estuvieron en ese momento, puede quedarse con un Jesús poco amable con su madre y sus parientes. Un Jesús muy poco humano, diríamos, cosa que algunos parece que les gusta mostrar, pero que no es así.

Sería una mirada superficial, que no se mete en la verdad de lo que quiere expresar. Siempre hay que trascender lo que leemos literalmente, porque como dice San pablo: «la pura letra mata y, en cambio, el Espíritu da vida» (2 Co 3,6). Los católicos no somos “fundamentalistas de la Palabra de Dios”, sino que con la ayuda del Espíritu Santo que vive en la Iglesia, intentamos día a día interpretarla para que se haga vida en el hoy de nuestras vidas, dejándonos guiar por el todo de la Palabra y por los grandes intérpretes de la historia.

Jesús no menosprecia a su madre y a sus parientes, sino que aprovecha esa situación para abrir más el corazón y enseñarnos a abrirlo. Lo dijo para agrandar su corazón como nunca podríamos haberlo imaginado. Agrandar el corazón, no quiere decir quitarle lugar al otro, o sacarle el lugar a alguien, como inconscientemente a veces lo hacemos. Todo lo contrario. Si no, dar espacio para que entren más. Solo Jesús puede hacer eso tan bien. Eso es algo que debemos aprender también en nuestros afectos humanos, familiares, amistades, en la misma Iglesia.

Él lo hizo con su vida y sus palabras, amando a todos y diciéndonos que, si cumplimos la voluntad de su Padre, de golpe, por decir así, por gracia de Dios, somos hermanos de Él, madres de Él, y, por lo tanto, se amplía nuestro corazón a lugares nunca pensados. Seguro que te pasó. Seguro que “gracias a Dios”, gracias a que tenés fe, tenés muchas más amistades, hermanos, padres y madres, de las que hubieses tenido si tu vida hubiese sido solo hacer “la tuya”. Es así, vivir la palabra de Dios te abre el corazón y te llena de amistades, porque ves a los demás como hermanos. La Palabra de Dios se hace viva porque se cumple siempre, tarde o temprano. Nadie tiene más amor, más capacidad de amar, más amigos, más hermanas, más hermanos, que aquel que es fiel día a día con esfuerzo, por hacer la voluntad de nuestro Papá del Cielo. Eso es lo que Él quiere, que seamos y nos sintamos hermanos entre nosotros e hijos de Él.

Fiesta de la conversión de San Pablo

Fiesta de la conversión de San Pablo

By administrador on 25 enero, 2021

Marcos 16, 15-18

Jesús se apareció a los Once y les dijo:

«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.

Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán».

Palabra del Señor

Comentario

Una fiesta muy importante, la conversión de San Pablo, el gran apóstol. Es el único día, en el año de la Iglesia, que se dedica a celebrar la conversión de una persona. Tan importante es la figura de San Pablo para la Iglesia, que se alegra y celebra que se haya convertido, por todo lo que hizo y dejó para nosotros. Sus mismas palabras, sus mismas cartas han quedado para siempre para nosotros como palabras de Dios.

Nadie como Pablo sabía y conocía las escrituras, la palabra de Dios. Sin embargo, ¿Qué fue lo que finalmente tocó su corazón para siempre y lo hizo cambiar para convertirse en el hombre que más predicó? El encontrarse con Jesús, cara a cara, corazón a corazón. Podemos leer y saber toda la biblia, podemos conocer y leer todo el catecismo de nuestra Iglesia, ahora… si no nos encontramos personalmente con Jesús, todavía nos falta mucho. ¿A vos te falta? A mí toda una vida. Nunca pensemos que ya está, nunca bajemos los brazos, nunca creamos que ya lo conocemos lo suficiente. Cada día es distinto, cada día podemos dar un paso más. Cada día su luz puede volver a cegarnos. No tenemos por qué esperar una conversión tan extraordinaria, eso se dio pocas veces en la historia, con unos pocos elegidos. Pero si podemos convertirnos hoy un poco más, si podemos volver a creer, volver a empezar, volver a orientar el rumbo, volver a perdonar, volver a levantarnos, volver a rezar si habíamos dejado, volver a adoración si ya la abandonamos, volver a Misa si pensamos que no valía la pena, volver a creer que Jesús nos ama, volvé a acordarte, no te olvides que Dios te ama. Si podemos cambiar, es mentira que no se puede, que somos mediocres, que nadie puede sacarnos del letargo en el que vivimos. ¿Por qué no preguntarle hoy a Jesús, de rodillas, levantando los ojos al cielo, buscando esa luz que alguna vez nos iluminó y nos cambió la vida, qué debo hacer, Señor? “¿Qué debo hacer, Señor hoy? ¿Qué debo hacer Señor?” ¿Qué debemos hacer para ser felices en serio? ¿Qué debemos hacer para salir del encierro en el que estamos? ¿Qué debo hacer para ser cristiano en serio, para ser un fuego que encienda otros fuegos como lo fue san Pablo? ¿Qué debo hacer para dejar ese pecado que me atormenta, que decisión debo tomar? ¿Qué debo hacer para comprometerme más con mi fe? ¿Qué debo hacer para ser más coherente y dejar de ser un tibio que “no pincha ni corta”? ¿Qué debo hacer para rezar con el corazón y dejar de vivir de la formalidad? ¿Qué debo hacer? ¿Qué debemos hacer? Que San Pablo nos ilumine a todos, a todos los que escuchamos su conversión, para aprender de él. Ser cristiano es aceptar el amor de Jesús, es aceptar que es verdad, es dejarse perdonar y sentirse salvado. Pero al mismo tiempo, ser cristiano es actuar, es hacer, es preguntarle a Jesús: “¿Qué debo hacer, Señor?” porque el amor con amor se paga, y el amor está más en las obras que en las palabras, como decía otro gran santo, san Ignacio de Loyola. Cada uno puede hacer algo. Cada uno está llamado a algo. No importa si estás en una cama postrado, podés hacer mucho, tu enfermedad tiene un sentido. No importa si no tenés mucho tiempo, podés hacer mucho, cuando se ama se tiene tiempo. No importa si te pensás que sos un inútil, podés hacer mucho, te lo hicieron creer, es mentira. ¡Levantémonos, Jesús tiene algo lindo preparado para cada uno de nosotros! ¿Qué debemos hacer Señor?

Esa es la pregunta que te dejo en el corazón para que la puedas masticar y respondértela vos mismo.

III Domingo durante el año

III Domingo durante el año

By administrador on 24 enero, 2021

Marcos 1, 14-20

Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia».

Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: «Síganme, y Yo los haré pescadores de hombres». Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.

Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.

Palabra del Señor

Comentario

En este camino que empezamos a transitar hace dos domingos con el bautismo de Jesús, un camino en donde se nos propone la humildad y la mansedumbre; un camino de silencio y también de cruz –totalmente distinto al que cualquiera de nosotros a veces podría emprender–, un estilo que no concuerda para nada con la forma que un líder de este mundo podría elegir para atraer y «sumar» seguidores a sus filas… En este domingo, domingo dedicado a valorar la Palabra de Dios; un domingo en donde se nos invita a que volvamos a reafirmar nuestra fe en la eficacia de la Palabra de Dios, en todo lo que puede hacer en nuestra vida, retomamos la lectura del evangelio de Marcos. En el que claramente escuchamos que, después del arresto de Juan, Jesús se decide a comenzar a decir lo que lleva en su corazón durante tantos años. Se decide y comienza, a lo que llamaríamos nosotros, «su misión».

No alcanza con los gestos, no alcanza solo con hacer algo para que los demás comprendan; son necesarias también las palabras. Por eso es el domingo de la Palabra. Por eso también Jesús predicó, habló diciendo lo que su Padre le decía y mostrando de alguna manera su corazón. Cuando hablamos del bautismo, decíamos que Jesús empezó su vida pública con un gesto, con una actitud que sintetizaba de alguna manera todo lo que sería su vida. Sin embargo, volvemos a decir, es necesario también que estos gestos sean acompañados con expresiones, con dichos que iluminen eso que los gestos quieren expresar.

Algo del Evangelio de hoy nos pone ante nuestros oídos las primeras palabras de Jesús: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia». Para Jesús ya no había tiempo que esperar. Habían pasado los treinta años de silencio en Nazaret, pero el tiempo de Dios se había cumplido. Él tenía que empezar a actuar, tenía que ser fiel a la voluntad de su Padre. Jesús no hizo nada que su Padre no le haya pedido, no le haya dicho, sino que hizo siempre su voluntad. Y como muchas veces decimos todos, «los tiempos de Dios no son los nuestros». Es difícil comprender esto, comprender que no todo se da en el tiempo en el que nosotros pretendemos. Jesús también tuvo que aprender a aceptar esto, aceptar que su momento sería el de su Padre y que solo empezaría a hablar cuando él lo disponía.

Después de esa expresión, dice la Palabra que dijo: «Conviértanse y crean en la Buena Noticia». «Conviértanse» sabemos que es la traducción de una palabra griega que dice «metanoia», que significa «cambio de mentalidad». Quiere decir que Jesús nos invita a cambiar, a un cambio profundo y no a un cambio por afuera; a hacernos una «chapa y pintura», como se dice. Hay que cambiar de mentalidad para reconocer el Reino de Dios, para saber que está cerca. Hay que cambiar el corazón y la mente para reconocer la humildad de un Dios nacido en un pesebre bien pobre. Hay que cambiar la manera de pensar sobre cómo es Dios y cómo lo esperamos ver a veces, para darnos cuenta de que él es omnipotente, pero mucho más sencillo de lo que pensamos. No es solo un cambio moral, de nuestros comportamientos; algo que por supuesto es necesario, cada día más. Es también muy necesario cambiar nuestra forma de pensar sobre cómo miramos la realidad –la nuestra y la que nos rodea–, sobre cómo la analizamos, cómo juzgamos y qué decimos sobre ella.

Entonces hoy podemos preguntarnos: ¿Qué tenemos que hacer primero: cambiar las actitudes o la mentalidad?¿Querer o cambiar? ¿Cambiar o querer? Es difícil decirlo, es casi como decir: ¿Qué es primero: el huevo o la gallina? Pero lo que sí podemos decir es que «convertirse», para la Palabra de Dios, no significa primero ser bueno, portarse bien, ser perfecto y no equivocarse, como muchas veces nos enseñaron o aprendimos mal. Eso es algo que, hasta te diría, no necesita de las palabras de Jesús. Todos los hombres de buena voluntad descubren en su corazón que deben tender a la bondad y que están llamados a ser cada día mejores. Incluso podríamos decir que hay mucha gente que no cree que es muy buena y más buena que nosotros.

Entonces, convertirse significa animarse a cambiar ciertas estructuras mentales que se transforman en barreras, para que después pueda penetrar el mensaje transformador del evangelio, para poder después aceptar los modos de ser de Dios, su manera de amar y de enseñarnos a amar.

Tarde o temprano en la vida, la lógica de Jesús, la de Dios, su Padre, termina chocando con la nuestra, que muchas veces pretende ser la verdadera sin aceptar la de Dios. Cambiar quiere decir aceptar, antes que nada, que la lógica de Dios, su amor, a veces parece ilógico para nosotros, para el mundo, y eso nos cuesta aceptarlo. «La sabiduría de este mundo es necedad para Dios», dice san Pablo.

Cambiar es lo más difícil de nuestra fe. Creer y confiar en Jesús es lo que nos ayuda a cambiar también. Cambiar implica una cierta violencia interior, implica «plantar» la cruz en nuestros pensamientos y en nuestros corazones. Quiere decir que tenemos que doblegar muchas cosas que sin darnos cuenta nos dominan. Por ejemplo: podemos pasarnos la vida diciendo que creemos, que amamos a Jesús, que esto y que lo otro; pero cuando viene el dolor en nuestra vida, cuando nos toca la puerta el sufrimiento propio o ajeno, somos capaces de tirar todo, de rechazar incluso a Dios. Porque no comprendemos cómo pueden pasar ciertas cosas, cómo nos puede pasar a nosotros, porque pretendíamos algo distinto de este Dios que es Padre. A todos nos puede pasar: nadie está exento de enojarse y de no comprender a Dios. Es muy humano y a veces es necesario vivirlo, para reconocer en serio qué significa creer. Pero mientras tanto, no esperemos que nos pase.

Convertirse es cambiar. Creer ayuda a cambiar, confiar es el camino más difícil. Porque cambiar es salir de la comodidad de «armarnos» nuestra propia vida para aceptar a un Dios que también cambió por nosotros, un Dios que se hizo humilde por nosotros y nos llama a todos día a día, como lo hizo ese día con esos cuatro hombres mientras caminaba por la orilla del mar.

II Sábado durante el año

II Sábado durante el año

By administrador on 23 enero, 2021

Marcos 3, 20-21

Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: «Es un exaltado».

Palabra del Señor

Comentario

¡Qué modo de terminar esta semana!, escuchando la Palabra de Dios en donde, como dice, la gente –en realidad los propios parientes de Jesús– termina diciendo que está exaltado, o sea que está fuera de sí. Diríamos nosotros que está un poco loco; no comprendían quién era Jesús.

Y podríamos decir que casi sin darnos cuenta en esta semana apareció el tema de las «apariencias», de la mirada, de la mirada del corazón. Estas Palabras del Antiguo Testamento –donde dice que «Dios no mira las apariencias como el hombre, sino que mira el corazón»– vimos que se refleja en el evangelio. Y así es como en estos días vimos cómo, por un lado, Jesús curaba, sanaba, expulsaba demonios. Y los fariseos lo increpaban, los fariseos le reclamaban, lo juzgaban; juzgaban también a sus discípulos. La gente lo seguía alocadamente, podríamos decir. Lo apretujaba, lo seguía por todos lados. Sin embargo, Jesús, de algún modo, quería purificar la mirada de los demás hacia él.

Por eso te propongo que en este fin de semana, en este sábado, podamos hacer un repaso de la semana, pero no mirando cada evangelio, sino teniendo en cuenta esta imagen, la imagen de «la mirada». Acordémonos que Dios no mira como los hombres: él mira el corazón, y nosotros las apariencias. Los fariseos miraban las apariencias, mucha gente que seguía a Jesús miraba las apariencias y los parientes de Jesús en Algo del evangelio de hoy, los mismos familiares, miraban las apariencias; no sabían quién era realmente. Pero él miraba el corazón y nadie comprende lo que hacía; por eso también, en algún momento, Jesús se enoja y tiene una mirada de indignación hacia los fariseos que no se les ablandaba el corazón.

Por eso creo que nos puede ayudar también preguntarnos hoy: ¿Cómo estamos mirando?, ¿qué miramos de nosotros mismos?, ¿qué miramos de los demás? y ¿qué miramos, qué buscamos del mismo Jesús? O también, y por qué no, podemos preguntarnos: ¿Estamos muy preocupados por la mirada de los demás hacia nosotros? ¿Estamos poniendo nuestra seguridad y nuestra fortaleza en cómo nos miran los demás? Puede ser que a nosotros nos traten también como locos exaltados. A veces empezamos el camino de la fe y los de al lado, nuestros propios familiares, nos miran como de reojo: «Este está loco», «esta está loca», «este está exaltado», «esta se la pasa en la Iglesia», «este es un fanático, una fanática». No nos entienden, porque parece que si estamos mucho en las cosas de Dios, somos «fanáticos». Ahora, la verdad es que si hacemos cualquier otra cosa, si somos fanáticos de un equipo de fútbol, de un cantante, no pasa nada, ¿no? ¡Qué extraño! Sin embargo, cuando estamos en las cosas de Dios, casi que somos fanáticos. «No exageres» nos dicen, «no exageres».

Una vez alguien que de hace no mucho tiempo acababa de descubrir la maravilla de la fe, la maravilla de un hombre Dios que nos enamora, me contaba que su hijo no la entendía, que no podía comprender que vaya los domingos a misa. Casi que la creía una fanática. No es maldad, es entendible. Al que todavía no se le abrieron los ojos del corazón, para ver a Jesús en todas partes, le cuesta comprender la locura de los que descubrimos que no hay otra cosa más importante y más trascendental en la vida que amar a Cristo con toda el alma, con toda la existencia, con todo el ser. También una madre con dolor me hablaba, me acuerdo, incluso del rechazo espantoso que sufre y sufría por parte de su hija, que no puede aceptar que ella busque a Jesús de algún modo. Los que no están en el camino de la Vida, o son completamente indiferentes y nos respetan, pero en el fondo nos ven como locos, o bien les molesta que seamos felices de seguir a alguien que solo vemos con los ojos del amor y de la fe. ¡Qué extraño!

Por ahí te pasa algo similar en tu vida, pero no te preocupes, no te pongas triste. A Jesús sus propios familiares lo trataron de loco. Por eso, si te pasa, te diría que es un buen signo; «es de locos», la verdad. «Es “cosa de locos” –como me decía una amiga– amar a Jesús».

Entonces, ¿qué hacemos frente a esas cosas? ¿Nos entristecemos? ¿Ponemos nuestra mirada en Jesús? ¿Nos enojamos cuando los demás nos ven de alguna manera fuera de nosotros, exaltados, como locos? Porque también si ponemos demasiado nuestro corazón en qué es lo que miran los demás de nosotros mismos, en el fondo no estamos poniendo nuestra mirada en Jesús.

Entonces en este juego de miradas –de cómo mira Jesús, de cómo miramos nosotros y de cómo nos miran los demás– podemos hacer una especie de examen espiritual en este sábado, para, por supuesto, aceptarnos en lo que nos tenemos que aceptar.

Primero, empezar a conocer al verdadero Jesús, que no le gusta ser muy reconocido en cuanto a lo que hace, sino que quiere mostrarnos su corazón. Bueno, preguntémonos: ¿Qué buscamos nosotros de Jesús? ¿Qué miramos de él? ¿Qué estamos esperando? ¿Esperamos continuamente que nos de lo que queremos o estamos buscándolo por su Palabra, escuchándolo; o sea, abiertos a lo que nos vaya presentando, no teniendo expectativas de un Dios que a veces nosotros nos armamos «a medida»? Eso por un lado. Y por otro, ¿nos dejamos mirar por Jesús? ¿Dejamos que nos mire, que nos muestre la verdad de nuestro corazón para no juzgarnos como a veces nos juzgamos nosotros mismos? ¿Dejamos que Jesús nos mire con amor, como él mira, o estamos pendientes de otras cosas?

Y, por último, también preguntarnos: ¿Qué estamos mirando nosotros de los demás?, ¿cómo miramos a los demás? Si a veces los juzgamos, si nos apresuramos en nuestros pensamientos; o realmente nos dejamos enriquecer con la presencia de los otros. O también: ¿Estamos muy pendientes de lo que los demás dicen y piensan de nosotros?

Bueno, que este sábado nos ayude a hacer como una especie de afirmación de lo que más importa: lo esencial en nuestra vida es la mirada que tiene Jesús de nosotros; más allá de lo que hayamos podido hacer, de lo que no hemos podido hacer, de lo que somos. En realidad, él es el único que sabe quiénes somos y lo que tenemos que ser.