Book: Mateo

XIII Martes durante el año

XIII Martes durante el año

By administrador on 30 junio, 2020

 

Mateo 8, 23-27

Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De pronto se desató en el mar una tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía.  Acercándose a él, sus discípulos lo despertaron, diciéndole: «¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!»

El les respondió: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?» Y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma.

Los hombres se decían entonces, llenos de admiración: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?»

Palabra del Señor

Comentario

Frente a Jesús no hay competencia. No debería haber competencia de amor. Él es lo más grande. Él es todo. Jesús no quiere generar competencia, te imaginarás. A él no le interesa competir como nos pasa muchas veces a nosotros. Por eso cuando él nos pide que lo amemos más que a nuestros padres, más que a nuestros hijos e incluso más que a nuestra propia vida, no lo dice o hace para competir con nadie. Qué lejos estamos a veces, en este mundo, por nuestra manera de pensar y actuar, de lo que realmente Dios desea de nosotros: hombres y mujeres que amemos en libertad, con libertad, por libertad. La competencia, tarde o temprano, genera esclavitud y exclusión. “Algo” siempre me ata a competir y, en una competencia, siempre alguien se queda afuera. Alguien, de alguna manera, recibe menos o “pierde”.

Por supuesto que con esto no me refiero a que no es bueno superarse o buscar siempre lo mejor, buscar lo que más nos ayude a crecer. Sin embargo, nunca puede ser en contra o a costa de otros, viendo a los demás como contrincantes a superar. Por eso Jesús quiere que lo amemos más, pero para que aprendamos a amar más a los demás, no para que los amemos menos. Él es el único que “potencia” nuestro amor humano, lo exalta, lo engrandece. Es el único que exige amor para que esa exigencia redunde en más amor hacia todos, sin dejar afuera a nadie. Por eso los santos, aquellos que viven como hijos de Dios, amaron a tantos y pudieron ensanchar su corazón hasta límites a veces impensados para aquellos que no creen.

Hay que animarse a amar más a Jesús. Animate a hacer todo lo posible para amarlo con todo tu corazón, sabiendo que su amor no “ocupa” espacio en el corazón, sino que, al contrario, lo inflama, lo infla. Lo agranda para que entren los que nunca hubieses imaginado.

Él da todo, no quita nada, aunque a veces parezca que no le importa lo que nos pasa, como en Algo del Evangelio de hoy.

Voy y yo somos de los que creen sin ver, sin ver físicamente a Jesús. Somos de los felices en este mundo. Sin embargo, ¿quién de nosotros no experimentó alguna vez la sensación de que Dios “está dormido”, de que Jesús se quedó dormido? ¿Quién de nosotros no estuvo alguna vez en una tormenta difícil en su vida, donde parecía que todo se hundía? ¿Quién de nosotros no experimentó la sensación de que hay tormentas que parece que no pasan jamás? Si actualmente una tormenta nos molesta a pesar de las comodidades con las cuales vivimos, ¿imaginás lo que significa una tormenta en tiempos antiguos, lo que significaba? Realmente una tormenta era un problema, y mucho más estando en el mar, donde todo parece incontrolable e inestable.

Gracias a Dios, como se dice, “siempre que llovió paró”. Las tormentas molestan, pero pasan. Mojan y dan miedo, pero se van. La oscuridad no es muy agradable, pero pasa, siempre amanece. Jesús parece que está dormido, o lo está, pero no está ausente. Hoy parece que Jesús quiere enseñarles a sus amigos y a nosotros, a través de la experiencia de una tormenta en el mar, que la vida también tiene mucho de esto. Vivimos a veces de tormenta en tormenta.
¿No será que Jesús “se duerme” para que nos animemos a despertarlo? Qué lindo que es eso. Jesús a veces quiere que nos desesperemos para encontrar esperanza en él. ¿No será que Jesús deja que vengan las tormentas de la vida para que no nos olvidemos que él es el dueño de la historia, de la creación, de la barca, de la Iglesia, de nuestra propia vida? ¿No será que a veces es necesario experimentar que nos hundimos para que recordemos que somos frágiles y necesitados de su amor? ¿No será que tenemos miedo porque somos hombres y mujeres de poca fe? ¿No será que tenemos poca fe porque nos creemos que somos los capitanes del barco de nuestra vida y no nos damos cuenta de que los “hilos” los maneja él? ¿No será que nos acordamos de Jesús, a veces, solo en las tormentas?

Si andás en medio de una tormenta de la vida, en medio de la oscuridad, pensando que Jesús no está, que todo eso parece una mentira, que en realidad él no se hizo cargo de tus problemas, que se durmió cuando más lo necesitabas… pegá el grito. Gritá y andá a despertar a Jesús, aunque él no lo necesite, lo necesitás vos. Vos y yo tenemos que aprender a pedir ayuda y no esperar a que el barco se hunda para que los demás sepan lo que nos pasa. La vida es linda, es verdad, pero es difícil. No es de poco hombre gritarle a Jesús que nos salve, no es de poca mujer. Es de fuertes. Es fuerte el que se reconoce débil y, en realidad, es débil el que jamás se reconoce débil.

Si todavía no pasaste tormentas, no te olvides de este evangelio cuando te toque vivirla. En tiempos de tormentas se aconseja no tomar decisiones, no cambiar lo decidido, mantenerse en el barco, firmes. Porque en ese barco está Jesús. El tiempo de tormenta es tiempo de crecimiento, tiempo de prueba, porque es tiempo de fe, de confiar, de soltar, de saber que tarde o temprano todo pasará y aparecerá Jesús para calmar las aguas que nos atemorizan.

Solemnidad de San Pedro y San Pablo

Solemnidad de San Pedro y San Pablo

By administrador on 29 junio, 2020

 

Mateo 16, 13-19

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»

Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas.»

«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?»

Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»

Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»

Palabra del Señor

Comentario

Sería lindo que en esta solemnidad tan importante de San Pedro y San Pablo, en la que celebramos a estos grandes hombres que representan las columnas de la Iglesia, los cimientos (por eso en la plaza de San Pedro, si alguna vez fuiste o miraste alguna imagen, están ellos ahí, como custodiando el gran Templo de la Cristiandad, San Pedro y San Pablo), sería lindo que dejemos que Jesús nos haga la misma pregunta que les hizo cara a cara a los discípulos en Algo del evangelio de hoy. La que también, de alguna manera, le dijo a San Pablo: “¿Por qué me persigues?” Porqué no dejar que en esta nueva oración de este día, en esta oración nuestra, o durante el día, Jesús nos diga: “¿Quién decís que soy?”¿Quién dicen que soy? ¿Qué soy para vos? ¿Quién crees que soy? o ¿Qué pensás que soy? Esta es la pregunta más profunda que podemos hacernos y que todos tenemos que hacernos en algún momento de la vida, por más cristianos que seamos. O volver a hacérnosla si es que ya nos la hicimos alguna vez. Podemos andar caminando tras de Jesús, decir que lo amamos, que somos sus discípulos desde hace mucho tiempo y, sin embargo, nunca habernos hecho esta pregunta tan importante, tan fundamental. O vos, que acabás de volver a la iglesia, que te sentís encendido después de tanto tiempo o que volviste a tus raíces que habías olvidado por las cosas de este mundo, pregúntate: ¿Quién es Jesús para vos? ¿Quién es? Para crecer en la vida, para crecer en la fe, no solo hay que saber responder, sino más bien saber preguntar. No crece aquel que no sabe preguntarse, preguntar.

Es la pregunta a la que respondió Pedro gracias a una revelación de lo alto. Pedro fue el primero en “confesar la fe”. Y la fe viene de lo alto, no te olvides. Es regalo de Dios, aunque tenemos que aceptarla. “Nadie viene a mí si mi Padre no lo atrae” dijo Jesús. ¿Te acordás? Quiere decir que la certeza profunda sobre quién es Jesús solo puede venir del Espíritu Santo. Así lo dice el mismo San Pablo: “Por eso les aseguro que nadie, movido por el Espíritu Santo de Dios, puede decir: «Maldito sea Jesús». Y nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está impulsado por el Espíritu Santo.” ¿Por quién estás impulsado? ¿Qué salen de tus labios, qué palabras salen de tus labios?

En definitiva, al final de cuentas, la fe, tener fe es confesar, es creer, confiar que Jesús es el Hijo de Dios, que Jesús es Dios, es el Dios hecho hombre, por vos y por mí. Se puede usar la palabra fe para tantas cosas, incluso muy vulgares y cotidianas, como para decir: “Tengo fe que esto o lo otro va a salir bien, que me va a ir bien en un examen, lo que sea”. Sin embargo, para la palabra de Dios, para un cristiano, “tener fe” es otra cosa. Es algo mucho más profundo que olvidamos muchas veces los que decimos tener fe.

Parece obvio para nosotros que creemos, pero no era fácil para los que estaban con Jesús. No es fácil para aquel que no recibió el don del Espíritu Santo, o que lo recibió y no supo cuidarlo. Porque creer que existe Dios, la verdad, que es cosa de muchos; creer que Jesús es Dios no es cosa de tantos, y vivir lo que Jesús enseñó es cosa de pocos.

Tiene fe verdadera, tiene fe plena y madura aquel que cree que existe Dios, aquel que cree que Jesús es Dios, y le cree lo que dice, y aquel que vive lo que Jesús enseñó. Así se llega a la madurez de la fe. No te olvides de esta escalerita.

Por eso dice la liturgia de hoy que fue Pedro el primero en “confesar la fe” y el encargado de mantener la unidad en la fe. Nosotros creemos por gracia de Dios, y gracias a Pedro, a Pablo, a todos los apóstoles y a la Iglesia que nos transmitió la fe a lo largo de tantos siglos con tanto amor y tanto coraje, dando la vida incluso; con tantas falencias y pecados, como los tuyos y los míos. Pero, sin embargo, la fe llegó hasta nosotros. ¿Cómo estamos viviendo nuestra fe? ¿Qué clase de cristianos somos, a veces tan tibios y perezosos?

Por eso, no se puede pensar en un Jesús sin Iglesia y en una Iglesia sin Jesús. Esa es una falacia muy extendida hoy en día, que no termina llevando a buen puerto, o termina dejando una fe muerta, desconectada con la verdad del evangelio.

Por otro lado, dice la liturgia de hoy: “Pablo fue el insigne maestro que la interpretó” y el gran propagador de la fe.  Grande Pablo, cómo te queremos. Pablo es el que nos enseña que la fe es para pensarla, que se puede usar la cabeza y creer con razones. También nos enseñó que es lucha, es gracia, es don. Pero es respuesta continua y combate diario, así lo decía: “He peleado hasta el fin el buen combate de la fe. He peleado hasta el fin, concluí mi carrera, conservé la fe”.

En la vida luchamos por tantas cosas ¿no?, para alcanzar nuestras propias metas. Sin embargo, una sola es la más importante, “conservar la fe”. Conservar esta certeza de que Jesús es el Hijo de Dios, es el rey de reyes que vino a salvarnos, a darnos la verdadera vida. Cuidar la fe, cuidar el don que recibimos, es lo mejor que podemos hacer en medio de un mundo que nos ataca por todos lados, se nos burla y se nos ríe. Tenemos que cuidar la fe, luchar contra todo lo que quiere desviarnos y “hacernos creer” que no vale la pena, que es todo lo mismo, que alcanza con ser un “poco” bueno, que se puede vivir igual sin fe y tantas cosas más, que diariamente escuchamos por ahí.

Hay que pelear este lindo combate para vivir la alegría de tener fe, de creer que Jesús es el Hijo de Dios. Es lindo luchar por llegar al fin del camino, sabiendo que “el Señor estuvo a mi lado- dice San Pablo-  dándome fuerzas” y que “el Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino celestial”.

Que tengamos un buen día. Que afirmemos nuestra fe en Jesús y en la Iglesia que él fundó y nos dejó para que podamos conocerlo y sigamos creciendo cada día en el camino de la confianza.  “¿Quién decís que soy?” Dejemos que hoy Jesús nos pregunte a todos: ¿Quién decís que soy para vos?

 

Mateo 10, 37-42 – XIII Domingo durante el año

Mateo 10, 37-42 – XIII Domingo durante el año

By administrador on 28 junio, 2020

 

Dijo Jesús a sus apóstoles:

El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.

El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.

El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.

El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a Aquél que me envió.

El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.

Les aseguro que cualquiera que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa».

Palabra del Señor

Comentario

El domingo se vuelve más fecundo, mucho más, cuando se descubre su sentido más profundo. Cuando descubrimos que realmente es el “día del Señor”, por eso se llama domingo. Es el día del Señor. No es solo un día para nosotros. No es el día en el que simplemente dejamos de hacer todo lo que nos agobia en la semana y hacemos “lo que queremos” y nos tiramos “panza para arriba” para no hacer nada. Es la Pascua de cada semana, el día en el que de alguna manera revivimos que Jesús está vivo. Es la pascua semanal. El paso de la muerte a la vida de cada semana, el tuyo y el mío y el de todos. Bueno, hay que hacer el intento de alguna manera de santificar el domingo, como podamos, según la situación que estemos, pero hacerlo “día del Señor”. Cuánta fuerza, cuánto coraje nos falta a veces en la fe a los católicos. A veces parece que estamos dormidos. ¿Creemos o no creemos? ¿Creemos que es el “día del Señor”?

Sé que lo que te voy a decir es difícil y hasta parece duro, por el mundo en el que vivimos y porque teniendo familia todo parece más difícil. Sé que por ahí estarás pensando: “Bueno, es fácil decir eso porque sos sacerdote y te tenés que dedicar a eso, es fácil porque no tenés una familia detrás”. Es verdad y estoy de acuerdo que a veces los sacerdotes decimos con mucha liviandad cosas a los demás, que los demás “tienen que hacer” y nosotros a veces no las hacemos o no las vivimos, no las experimentamos o las miramos de afuera. Es verdad, puede pasar. Pero no te olvides que también los sacerdotes no salimos de un “repollo”. Tuvimos y tenemos una familia. No nos trajo la cigüeña a este mundo. Venimos de una familia hecha de la misma madera que la tuya, con sus cosas lindas y sus dificultades, con sus heridas, dolores, y alegrías y gozos. Por mi parte, gracias a Dios, tengo una linda familia de sangre, seis hermanos, mis padres que todavía me acompañan y ahora se sumó un batallón de sobrinos, ya casi 18. Y, además, tengo la gran familia de la Iglesia, que es un regalo inmenso, que hoy es la comunidad de mi parroquia. Con lo cual, sería medio ilógico decir que “tocamos de oído” ciertas cosas, que no tenemos experiencia de familia.

Si hay algo que viví junto a mi familia y que nunca dejaré de agradecerles, es cómo vivíamos el domingo. El domingo era para nosotros, con sus idas y venidas, el “día del Señor”.  Del Señor que ama a la familia y le gusta ser amado por una familia. Porque es así, una cosa no se opone a la otra, sino que la una potencia a la otra, la exalta, la enaltece, la trasciende. Era el día en el que nos vestíamos especialmente para ir a misa, no de cualquier manera, nos vestíamos bien; en el que íbamos juntos a misa; en el que salíamos a comprar algunas cosas para después almorzar juntos, recibir visitas; en el que disfrutábamos de estar juntos, de alguna manera  (aunque, como siempre, a veces, también nos peleábamos),  de “no hacer nada”, pero juntos, en familia. Dios no se opone a la familia. Dios es familia y disfruta de la familia, pero para eso hay que darle su lugar. Hay que darle culto a nuestro Señor. Hay que cultivar la amistad con Dios. Hay que darle tiempo, el tiempo que le corresponde, como hacemos con las personas que amamos, les damos tiempo. Hay que rezar en familia. Hay que animarse a rezar el rosario. Animarse a ir juntos a misa en la medida de nuestras posibilidades. Hay que animarse a estar con el Señor y estar en familia.

Algo del Evangelio de hoy, aunque no tiene mucho que ver con esto del domingo, sí tiene que ver con la “escala de amores”, por decir así, la jerarquía de amores en nuestra vida. Suena duro, suena estricto. Jesús parece duro. Suena un Jesús como celoso y posesivo. «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí ». ¿Escuchaste eso? «el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí». No olvides esas palabras. No te escandalices, no te asustes. Vos y yo hacemos lo mismo o, mejor dicho, pretendemos lo mismo. ¿Qué pretendés de tu mujer o de tu marido? ¿No pretendés que te ame más que a los otros? ¡Claro! ¿Qué pretendés de tus hijos, que te amen más a vos o a otros papas? ¿No exigís que te amen más que a un tío, una tía, un vecino? ¿Qué necesitás de tu amigo o de tu amiga? ¿No te gustaría que te ame más que a un simple compañero? ¿Qué pretendés de tus padres? ¿No disfrutás cuando te aman por sobre todas las cosas, más que a otros? Bueno. Si nosotros que estamos llenos de debilidades, e incluso somos malos, como dice el mismo Jesús, a veces, incluso no amamos siempre bien, pretendemos eso del amor de los demás. ¿No crees que Jesús, que Dios tiene el derecho de exigirnos que lo amemos más que a todos? ¿No es lógico?  ¿No es entendible que el que nos dio la vida y el que dio su vida por nosotros pretenda que la demos por él?

Hoy podríamos “modernizar” esta frase y jugarnos más y decir: “El que ama a su perro o a su gato más que a mí, no es digno de mí. El que ama más a su equipo de fútbol o a su ídolo mundano más que a mí, no es digno de mí. El que ama más la televisión, un libro, su carrera, su profesión más que a mí, no es digno de mí, no es digno de mí”. Hay gente que ama más los animales que a las personas, y que a Jesús. Y eso es triste.  Y así, cada uno podría meter su debilidad en esta frase. Todos tenemos debilidades que, en definitiva, ponen de manifiesto en d´ónde está realmente nuestro corazón o por qué cosas estamos dando la vida, en qué cosas estamos perdiendo la vida. El mundo de hoy nos llenó de prioridades, que en realidad no son prioridades, que opacan el amor de Jesús. Nos llenó de cosas que nos “quitan el sueño” y no nos permiten poner cada cosa en su lugar. El que ama en el orden que Jesús quiere, finalmente termina amando más y mejor, y a todos y, además, ama bien. El que no ama en el orden que Jesús nos enseña, no solo se pierde de amar lo mejor, a Jesús, sino que ama mal aquello que dice que ama. Posee, como pasa tantas veces.

Que el “día del Señor” nos sirva a todos, por decirlo a lo argentino, como “amorómetro”, para medir nuestra escala de amores. ¿A quién amamos primero? ¿A quién amamos más?

Mateo 8, 5-17 – XII Sábado durante el año

Mateo 8, 5-17 – XII Sábado durante el año

By administrador on 27 junio, 2020

 

Al entrar en Cafarnaún, se acercó a Jesús un centurión, rogándole: «Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente.» Jesús le dijo: «Yo mismo iré a curarlo.»

Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: “Ve”, él va, y a otro: “Ven”, él viene; y cuando digo a mi sirviente: “Tienes que hacer esto”, él lo hace.»

Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos; en cambio, los herederos del Reino serán arrojados afuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y rechinar de dientes.» Y Jesús dijo al centurión: «Ve, y que suceda como has creído.» Y el sirviente se curó en ese mismo momento.

Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de este en cama con fiebre. Le tocó la mano y se le pasó la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirlo.

Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban enfermos, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: El tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades.

Palabra del Señor

Comentario

Es verdad, es cierto. En general, pensamos que el miedo nos paraliza, que el miedo no nos deja hacer y ser lo que podemos hacer y ser, lo que en realidad somos, pero, a veces, está opacado por nuestras debilidades y pecados. Por la cultura de un mundo que nos quiere ahogar y nos quiere imponer su pensamiento. Al mundo le encanta hablar de libertad, hasta que empezás a ser libre y a decir lo que pensás o a hacer lo que Jesús nos enseña, lo que el Padre nos ordena. Da tanto miedo hoy hablar de que el Padre nos puede decir cómo tenemos que vivir, que el Padre Dios es en realidad el único que puede guiarnos en el camino, que esta palabra se usa poco. Se usa poco la palabra “debemos”, “tenemos”, “debemos obedecer”, “tenemos que ser fieles a la voluntad de Dios”. Incluso en tantos cristianos que nos hemos dormido, nos hemos apoltronado en una fe media con pereza, una fe tibia, una fe que no enciende a nadie. ¿Qué nos pasa, a veces, a los católicos que andamos callados por este mundo con miedo a decir lo que Jesús mismo vino a decir? Es verdad, dijimos, el miedo nos paraliza pero también, como dije de algún modo ayer, también es verdad que el miedo se disfraza de otros personajes. A veces el miedo está encubierto en esas personas que se creen que se llevan todo por delante. Personas que, incluso, nos avasallan con su manera de ser y pensar. A veces también nos imponen con poder sus pensamientos, pero ¡cuidado! esas personas, que también podemos ser vos y yo, también son temerosas. Tienen tanto temor a perder poder que lo quieren imponer. Tienen tanto temor a perder fama que hacen todo y tantas cosas para mantener un buen nombre, que muchas veces es falso. Y así de muchas maneras. Nosotros, los cristianos, también siempre corremos el peligro de vivir temerosos. Pero Jesús nos vino a quitar el miedo. “No teman…No teman a los que matan el cuerpo, sino que teman a los que matan el alma”. “No temas, Hijo mío. No temas a hablar en mi nombre, porque yo pondré palabras en tu boca que jamás vas a imaginar. No temas a enfrentar incluso, a veces, a los poderes de este mundo, que nos quieren imponer su manera de pensar y, al mismo tiempo, nos hablan de libertad.

Pero vamos a Algo del Evangelio de hoy. Podríamos decir que, en esta escena, en realidad un conjunto de escenas, Jesús se la pasó curando, se la pasó sanando: primero, a ese sirviente que estaba enfermo de parálisis y sufría terriblemente; después, a la suegra de Pedro y, finalmente, al atardecer, también, a muchos endemoniados. Jesús sanó, curó y expulsó demonios, lo mismo que quiere seguir haciendo en este día en tu corazón y el mío. Porque vos y yo, también, a veces, estamos enfermos y sufrimos terriblemente. Sufrimos las consecuencias de nuestras debilidades, sufrimos las consecuencias de la falta de amor y un mundo que no sabe amar, hosco de amor, a veces, austero de amor. No quiere abrir su corazón de par en par y, bueno, tenemos que aceptar que nosotros también estamos en este mundo. Somos víctimas y también hacemos sufrir a los otros por nuestra falta de amor.

Pero quería quedarme hoy con la figura de este centurión, este hombre pagano. Pongámonos en contexto: este centurión era un soldado romano, por lo tanto, no era del pueblo de Israel, no era de aquellos que se llenaban la boca diciendo que tenían fe en el único Dios verdadero, en el Dios del pueblo de Israel, en aquel Dios que los había salvado y que enviaría un Mesías. Nada que ver. Sin embargo, Jesús lo elogia a él. Lo elogia a ese hombre que seguramente todos pensaban que no tenía fe… “no he encontrado en Israel a nadie que tenga tanta fe”. “No soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará”. ¡Cuánto para aprender! Cuánto para aprender de este hombre sin fe para los ojos de los hombres, pero lleno de fe para los ojos de Jesús, para el corazón de Jesús que sabe ver donde nadie ve. Nunca juzguemos. Nunca juzguemos la fe de los demás. Nunca nos creamos tan seguros como para decir que tenemos fe. Señor danos la gracia de sentirnos necesitados para que puedas tomar nuestras debilidades y cargarlas como quisiste cargar las debilidades y pecados de toda la humanidad. Señor, yo tampoco soy digno de que entres en mi casa, pero basta una palabra para que puedas sanarme.

Mateo 8, 1-4 – XII Viernes durante el año

Mateo 8, 1-4 – XII Viernes durante el año

By administrador on 26 junio, 2020

 

Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud. Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: «Señor, si quieres, puedes purificarme.» Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado.» Y al instante quedó purificado de su lepra.

Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio.»

Palabra del Señor

Comentario

Los miedos que sufrimos muchas veces se disfrazan, por decir así, de diferentes actores. Toman diferentes figuras. El miedo no siempre es paralizante como a veces pensamos. El temor toma diferentes tonos a lo largo de la vida, de los momentos y de las situaciones. ¿Creés que lo que te atemorizaba cuando eras niño, niña, es lo mismo que te da miedo hoy? Obviamente que no. Pero lo que sí tenemos que tener claro, es que la mejor estrategia de nuestro enemigo, que como dice la Palabra de Dios “como león rugiente ronda buscando a quien devorar el maligno”, es que seamos presos del miedo, esclavos, que de una manera u otra, el miedo nos domine y no nos deje ser lo que podemos ser, luz y sal. Ya sea para no ser lo que podemos ser, por respetos humanos, por miedo a lo que dirán, por vergüenza y por tantas opiniones ajenas que nos frenan para ser libres y santos, como para parecer tan seguros por fuera, pero por dentro ser un conjunto de inseguridades y miedos que se manifiestan bajo aparentes “corajes” exteriores. Pero, en el fondo, todo es temor a no ser amados, a perder el amor, que es lo que nos sostiene, y, por eso, nos paralizamos y queremos conseguirlo a cualquier costo, incluso con violencia. A veces pretendemos que nos amen con violencia. ¿Sabías que la violencia, el autoritarismo, la soberbia, la ira, el poder exacerbado, la avaricia, la lujuria, de alguna manera, son manifestaciones de nuestro miedo más profundo a ser hombres y mujeres solitarios?

Sé que parece raro, pero, si te pones a pensar, en el fondo es así. Lo que pasa es que no percibimos la causa de la enfermedad, la causa de nuestros miedos. La peor enfermedad del corazón es la falta de amor, es a lo que el corazón más le teme y, cuando nos falta amor, o lo buscamos bien o lo buscamos mal, o lo manifestamos bien o lo manifestamos mal. No sabemos muchas veces expresar lo que queremos y no sabemos amar como en realidad podemos o como en realidad Dios desea.

¿De qué tenés miedo entonces? Por ahí algunas situaciones nos ayudan ¿Tenés miedo a que tu hijo no sea lo que tiene que ser o lo que querés que sea? Amalo ahora. No esperes que sea lo que querés que sea. No hay tiempo. El tiempo es ahora, es hoy. ¿Tenés miedo a no lograr el objetivo que te propusiste? Hacé lo mejor que puedas hoy, en este momento, porque a cada día le “basta su aflicción”, como dice Jesús. ¿Tenés temor de que tu matrimonio, tu familia, tu comunidad se desmorone? Hacé todo lo que esté a tu alcance. Rezá e intentá hacer la voluntad de Dios, amando ahora. ¿Tenés miedo a la muerte? Confía en la palabra de Jesús, “él está con nosotros, hasta el fin del mundo”. ¿Tenés miedo que no se te valore por lo que hacés? ¿Tenés miedo que lo que hiciste sea tirado al tacho, a la basura? “Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”. No te preocupes por eso. ¿Tenés miedo a la situación de tu país, a lo que estamos viviendo ahora? Luchá por ser honesto y no sigas ninguna ideología, ningún ser humano, que a veces ciega y enferma el corazón. Y así podríamos seguir con muchas preguntas, pero pensá en tus propias preguntas.

En Algo del Evangelio de hoy, Jesús baja de la montaña. ¿Te diste cuenta? No es un detalle así nomás. Terminamos el sermón del monte que nos llenó el corazón de tener deseos de ser hijos de Dios. Pero ahora, hay que bajar al llano y experimentar lo normal, lo cotidiano, lo de cada día. Tenemos que bajar a vivir lo que escuchamos, no podemos quedarnos únicamente en escuchar. «No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo». ¿Te suenan estas palabras? Así termina Jesús este gran discurso que nos llenó de vida.

Pero hoy, se le cruza por el camino un leproso, un hombre enfermo y solo. La enfermedad lo había dejado solo, lo habían despreciado. Nadie quiere estar con un leproso, solamente aquel que quiere amar. Nadie quiere acercarse a aquel que puede contagiar semejante enfermedad, como a veces nos pasa a nosotros. Pero Jesús, baja al llano, al llano de la vida, se pone a la par, se mete en medio del lío de este mundo. De aquellos que todos desprecian, de tu vida y la mía, para encontrarse con vos y conmigo, incluso con los que nadie quiere encontrarse. Se mete en el llano, en el barro, en la lepra, en la enfermedad, para que dejemos de tenerle miedo a Dios y nos demos cuenta que solo él es Padre. Dios es Padre y puede curarnos, consolarnos, sanarnos, quitarnos el miedo, animarnos, levantarnos, corregirnos y todo lo que necesitamos para vivir mejor de lo que estamos. ¿Quién te dijo que Dios es un problema? ¿Quién te dijo que Dios es un ser malo y castiga? ¿Quién te dijo que acercarse a Jesús es de raros, es de locos? ¿Quién te hizo escaparle a Dios por seguir tu propio proyecto? Mejor no le echemos más la culpa a nadie, porque, en realidad, nosotros somos los primeros culpables, los miedos de nuestro corazón, el miedo a no ser amados.

«Señor, si quieres, puedes purificarme». Señor, quiero decirte esto hoy desde el corazón. Digámosle “Señor… “ Decile vos también, con tus propias palabras. Decile a Jesús: “Señor, si quieres, puedes purifícame”. Si querés, si podés… ¡Qué humildad la de este pobre hombre, tan necesitado! “Si querés, podés” le dijo. Te dejo Señor, te dejo que hagas lo que vos seguramente querés hacer y yo tantas veces no dejo por creerme que no lo necesito. Señor, te dejo que actúes en mí. Que hagas lo que ninguna terapia, ninguna medicina alternativa, ningún curandero, ningún “arte de vivir”, ningún “pare de sufrir” puede lograr, solamente vos. Sanarnos y purificarnos de la mayor de las enfermedades, de la madre de todas las enfermedades, que es nuestra “lepra interior”, que deforma nuestro órgano más vulnerable y sensible, el corazón. Señor, hoy dejo que me purifiques, te lo digo con el corazón. Me postro para que me purifiques si querés, dejo que hagas lo que tantas veces impedí que hagas, por creerme autosuficiente, por estar subido al caballito de mi ego, por mirar a todos desde arriba pensando que yo podía solo, por no dejarme amar, por amar a mi manera, por dejarme invadir de la avaricia de este mundo.

Yo lo quiero. Te lo digo enserio, yo también lo quiero y se lo pido. Vos que estás escuchando ahora ¿lo querés y se lo pedís? Seguro que los dos queremos escuchar estas palabras de Jesús al corazón: «Lo quiero, quedan purificados». Enviale hoy este audio a alguien que creés que necesita ser curado de la lepra, no tengas miedo a ser instrumento del amor de Jesús.

Mateo 7, 21-29 – XII Jueves durante el año

Mateo 7, 21-29 – XII Jueves durante el año

By administrador on 25 junio, 2020

 

Jesús dijo a sus discípulos:

«No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.

Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?” Entonces yo les manifestaré: “Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal.”

Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.

Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande.»

Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su enseñanza, porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas.

Palabra del Señor

Comentario

Vamos llegando al final del Sermón de la montaña. Espero que lo hayas disfrutado mucho, como me pasó a mí. Siempre es una delicia volver a leerlo, a escucharlo, a saborearlo, a rumearlo con el corazón. De hecho, te diría que jamás podremos desmenuzarlo completamente. Su riqueza y sabiduría son absolutamente inagotables, como toda la palabra de Dios, pero especialmente este sermón es maravilloso. Pero, nuestro pobre corazón, pequeño corazón y pobre inteligencia nunca pueden terminar de comprenderlo completamente.

Hoy concluyen las maravillosas palabras y expresiones que venimos meditando de hace casi tres semanas por gracia de Dios. Pero, al mismo tiempo, como siempre después de que escuchamos a Jesús en Algo del evangelio, hoy también deberíamos empezar a luchar, en este momento, ahora, para construir nuestra vida sobre estas palabras. A vivirlas, a ponerlas en práctica para poder entrar así en el Reino de los Cielos, como nos propuso él, como nos propone cada día. De eso se trata, es verdad, porque para eso escuchamos, para vivir lo enseñado. ¿Qué sería entrar en el Reino de los Cielos? ¿A qué se refiere Jesús con esta expresión? Se refiere a empezar desde hoy, desde ahora, en este día y todos los días de nuestra vida, a vivir como hijos de Dios, confiados en su infinito amor, en su paternidad providente, en su perdón misericordioso y en su deseo de que vivamos como hermanos, amándonos como él nos ama. Siempre. Sin distinción.

No nos olvidemos que Reino de los Cielos puede llamarse también Reino de los hijos, Reino de Dios, o sea, Reino de un Padre con millones de hijos que desean vivir como hijos, pero que especialmente sus hijos vivan como hermanos. Por otro lado, es claro que también Jesús se refiere a nuestra entrada final, a lo que figuradamente llamamos cielo, a ese momento que nos tocará cuando partamos de este mundo y seamos juzgados por el amor que hayamos podido dar. Pero el Reino de los hijos empezó en la tierra con la llegada del Hijo con mayúscula, de Jesús y empezó en nuestra vida con el bautismo, cuando fuimos inmersos en la vida de los hijos de Dios, y en la medida en que comprendemos, también, y vivimos todas estas palabras que venimos escuchando. Jesús nos advertía hace unos días que no todos quieren seguir este camino. Acordate. No todos quieren subir la montaña. Es difícil. Algunos abandonan al costado del camino, se cansan, porque dice Jesús que “la puerta es angosta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran”.

Por eso el desafío de hoy al terminar de escuchar estas palabras de Algo del evangelio, es empezar a construir nuestra vida sobre la Roca de lo que escuchamos, la firmeza de sus palabras que son vida y dan vida en abundancia. Muchas veces por medio de estos mensajes que trato de compartir, reflexionamos sobre el tema de la escucha, la necesidad de escuchar para amar verdaderamente. En definitiva, solo escucha en serio, bien, quien puede vivir lo que escucha, quien se esmera para vivir lo que escucha y lo asimila. El que escucha y vive, es sensato. El que escucha y no vive es insensato, no es inteligente, no utiliza los dones de discernimiento que Dios Padre le dio para que pueda elegir siempre hacer el mayor bien posible a los demás y para su propia salvación.

En un mundo y un estilo de vida donde abundan más las palabras que las obras, donde estamos cansados de escuchar muchas palabras, es necesario volver a recordar que no son los que se llenan la boca hablando de Dios, hablándole a Dios, los que necesariamente viven como hijos y los que algún día llegarán a estar con él. Si no, que son los que cumplen la voluntad del Padre que está en el Cielo. Y para cumplir esta voluntad de Dios debemos conocerla, quitando todos los obstáculos que nos impiden descubrirla, y después de conocerla, abrazarla y elegirla, cueste lo que cueste, piensen lo que piensen, digan lo que digan los otros, sabiendo que nuestro Padre que ve en lo secreto nos recompensará. Eso es lo único que nos debería desvelar día a día, hacer lo que Dios desea de nosotros, lo que Dios desea para todos, confiando que su voluntad es nuestra felicidad, una felicidad distinta a la que nos propone muchas veces nuestro corazón que nos engaña y el mundo en el que vivimos.

¿No es lo que rezamos todos los días en el Padrenuestro? ¿No es lo que pedimos cada día al decir “que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo? ¿No significa esto también la tierra de nuestros corazones que necesita enamorarse de sus deseos y pensamientos? No seamos ingenuos, no seamos cristianos insensatos. No seamos cristianos medio tontos, de la boca para afuera. Vivamos la voluntad de Dios manifestada en el Sermón de la montaña. No hay nada peor que decir y no hacer. Por eso muchas veces, hasta que uno no vive lo que dice, es mejor no decir nada si todavía no podemos, si todavía no nos da la fuerza, el “cuero” por decir así. Cuando no se vive lo que se piensa, o como piensa Jesús, a veces se termina pensando como se vive, dice un refrán por ahí. Cuando no se vive lo que se cree, lo que decimos creer, terminamos creyendo que lo que vivimos, el modo de vivir nuestro es el mejor, y acomodamos la voluntad del Padre a la nuestra. Mejor es creer, confiar y callar, mejor es vivir pensando, vivir creyendo como él nos enseña. Dios no pide perfeccionismo, ausencia de caídas y tropiezos, sino que pide amor, búsqueda continua de su voluntad. Una cosa es intentar todos los días luchar para hacer la voluntad del Padre y otra cosa es ser hipócritas.

Por eso, al terminar estas palabras, recemos como lo hacen los hijos, como Jesús nos enseñó, con el Padre nuestro…

Mateo 7, 6. 12-14 – XII Martes durante el año

Mateo 7, 6. 12-14 – XII Martes durante el año

By administrador on 23 junio, 2020

 

Jesús dijo a sus discípulos:

No den las cosas sagradas a los perros, ni arrojen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes para destrozarlos.

Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.

Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí. Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran.

Palabra del Señor

Comentario

Volver cada día a la Palabra de Dios debería ser nuestro mayor anhelo. Ojalá que todo este tiempo te haya ayudado a tener más hambre, más sed de un Dios que nos ama y que, por andar escapándonos a veces, por tenerle un poquito de miedo, hemos perdido tiempo en la vida. No tengamos miedo de escuchar la Palabra de Dios. No busquemos solamente reproches en ella o cosas para cambiar, sino también busquemos consuelo y paz, guía y luz para nuestro camino, sabiduría para nuestra vida interior, discernimiento para lo que tenemos que hacer, palabras que debemos decir, silencios que debemos aceptar.

Vamos a lo nuestro, a lo de hoy, también siguiendo un poco el evangelio del domingo. ¿A qué le tenemos miedo cuando tenemos miedo? ¿Te lo preguntaste una vez? ¿No será que a lo que decimos que le tenemos miedo muchas veces es solo una pantalla, por decirlo así, una máscara de nuestros verdaderos miedos más profundos que no logramos descubrir y discernir? ¿Por qué Jesús dice tantas veces en los evangelios “No tengan miedo”, “No teman”? ¿No será que muchas veces tenemos miedo y no nos damos cuenta? Reconocer la verdadera causa de nuestros temores es uno de los grandes pasos que podemos dar en nuestra vida espiritual, en nuestra vida en general, en lo que vivimos cada día. La primera gran batalla que podemos librar y ganar, antes que andar juzgando a los demás, es la de identificar la raíz de lo que nos produce miedo y nos paraliza y no nos deja ser todo lo que podemos ser. Sabés que podés ser mucho más de lo que sos si te descubrís realmente como sos. Podríamos decir que “Miedo reconocido, es miedo vencido” Acordate que a veces los miedos los inventamos nosotros mismos o nos los han generado por palabras, por actitudes. No son miedos reales, son como especies de fantasmas que nosotros vemos por ahí y nos acostumbramos a irrealidades. Incluso hay muchos miedos que nos generaron por la cultura. Cuántas personas escuchan cosas y finalmente las creen, ¿no? Mitos, leyendas; en el campo, pero también en la ciudad.

Pero vamos de a poco con este tema, pero lo importante es que nos animemos a preguntarnos. No tengamos miedo a preguntarnos el porqué de nuestros miedos. Ahí está el problema, nos da un gran terror encontrar el porqué de lo que nos pasa. Nos da pánico el saber y por eso es más fácil el vivir en la ignorancia, el no ahondar. Hay un momento de la vida de Jesús en donde les preguntó a sus discípulos, a sus apóstoles: “¿Por qué tienen miedo hombres de poca fe?” Bueno. Por qué no podemos decirnos nosotros hoy: ¿por qué tenés miedo mujer, varón de poca fe? ¿qué te pasa? Pero, en realidad, hay un miedo originario, original, que proviene de la herida del pecado original. ¿Te acordás de lo que hicieron Adán y Eva cuando desobedecieron? Se escondieron. Tuvieron miedo a ese Padre amoroso que les había dado todo para disfrutar.

¿Sabés que nos da miedo por parecer imposible a veces? La santidad, el jugarnos por todo, el dar el corazón entero. San Juan Pablo II decía: “No tengan miedo de ser los santos del nuevo milenio” Ésta es la montaña que tenemos que subir día a día, la montaña de la santidad. El cristiano que quiere más. La montaña de los que se sienten hijos y desean todos los días hacer un esfuerzo más para dar pasos de humildad, que son los que más cuestan, pero los que dan más alegría. La santidad de los hijos de Dios es la que se va recibiendo en la medida que se confía en el amor de Dios y la que se va construyendo con los pasos diarios, por amar y renunciar una y mil veces a nuestros caprichos y egoísmos. ¿Alguna vez subiste una montaña? ¿Te acordás? ¿No te pasó que al principio te parecía imposible, te parecía algo inalcanzable, gigante, inmenso, pero en la medida que fuiste avanzando y llegaste a la meta, de golpe miraste para atrás, para abajo, y no pudiste entender cómo hiciste para subir tanto? Con la escucha de la Palabra de Dios pasa algo parecido. Una vez, alguien me decía con su testimonio de conversión que por escuchar cada día la Palabra de Dios él se fue transformando, pero me dijo: “Empecé a recibir sus audios y la verdad es que 6 minutos me parecían una vida. (Bueno, ahora son un poco más largos, ¿no?) Me costaba entender, me costaba esperar esos 6 m minutos in, hacia un esfuerzo tremendo para no distraerme. Pero, con el tiempo, fui haciéndome más paciente y esos 6 minutos que me parecían una vida……empezaron a darme vida” Qué lindo, qué lindo escuchar algo así. Qué lindo que te esté pasando lo mismo… aunque sean 6, 7, 8 minutos. Es verdad… parece mucho, pero ¿es mucho darle 7,8, 9 minutos a Dios por día, de paz?

Querer llegar a la santidad, ser santos, nos da vida. Y eso cuesta esfuerzo. Son pocos los que quieren subir la montaña de la santidad, de la entrega cotidiana, silenciosa. La montaña de la felicidad que llueve como gracia cuando somos humildes, mansos, misericordiosos, pacientes, pacíficos e, incluso, perseguidos a causa del evangelio. En Algo del evangelio de hoy Jesús lo sugiere, él lo sabe. No todos eligen la montaña. Muchos prefieren vivir en el llano, muchos prefieren vivir en la mediocridad. Tienen alas y no quieren volar. Prefieren andar como gallinas, corriendo ahí no más, cuando podrían volar como águilas. Prefieren perderse la inmensidad del paisaje de la creación que solo se disfruta mejor desde arriba, estando en la montaña. ¡El que no quiere subir a la montaña se lo pierde, se pierde lo más lindo, se pierde vivir como hijo de Dios! Prefieren la puerta ancha y espaciosa y no la estrecha que requiere esfuerzo. ¡No nos perdamos semejante oportunidad! Ser hijo de Dios y vivir así es lo mejor que nos puede pasar.

La regla de oro para los que quieren andar en la vida siendo hijos, buscando la santidad, buscando agradar solo al Tata Dios, al Papá Dios y no a los hombres, es la de hoy: “Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos” Esta es la regla que debe quedar guardada en nuestros corazones. Esta es la regla de los que queremos andar por el camino angosto, subiendo las montañas de la vida y no arrastrándonos. Y no por hacernos los heroicos, sino por querer siempre lo mejor. Ese es el camino de la Vida que da vida. En cambio, el llano, el camino fácil, es el camino de la mezquindad, del cálculo, de los que quieren cumplir para estar bien con Dios y ellos mismos, pero que no aman de verdad, que no se quieren esforzar, de los que no piensan en el bien de los otros.

¿Querés subir a la montaña de la santidad? ¿Querés andar por el camino que andan pocos pero que, en definitiva, es el más lindo? Vamos, si te sumás ya somos dos, tres o, tal vez, miles. En este momento, miles que queremos un mundo distinto. Miles que queremos hacerle a los otros lo que nosotros pretendemos que nos hagan. Por eso, andá. Abrazá a tu mamá, a tu papá. Pegale un llamado a ese que dejaste de llamar, a tu amigo, a tu amiga. Saludá de otra manera, sonreí.

Seguro que no nos vamos a arrepentir. No tengamos miedo a descubrir nuestras flaquezas, pero, al mismo tiempo, a descubrir el gran potencial de amor que tenemos en el corazón.

Mateo 7, 1-5 – XII Lunes durante el año

Mateo 7, 1-5 – XII Lunes durante el año

By administrador on 22 junio, 2020

 

Jesús dijo a sus discípulos:

No juzguen, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes.

¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Deja que te saque la paja de tu ojo», si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.

Palabra del Señor

Comentario

Siempre es necesario volver a renovar el deseo de seguir escuchando la palabra de Dios mientras subimos, mientras vamos por el camino de la vida, mientras Jesús nos acompaña a veces en silencio porque nosotros no nos damos cuenta. Siempre es necesario volver a decir que no tenemos que temer, como decía el evangelio de ayer. No tenemos que temer a los que matan el cuerpo. No tenemos que temer a los que nos traicionan, incluso amigos, conocidos. Tenemos que temer perder el amor de Jesús, alejarnos de él. Perder la gracia del alma, que es la vida del alma. Por eso, hoy volvamos a decirle a Jesús: “No quiero tener miedo”. No puedo temer si el Padre del cielo siempre me sostiene en sus manos. Sabe todo lo que me pasa. El Padre, que ve en lo secreto, me recompensará. ¿Qué importa lo que piensen a veces los demás? ¿Qué importa que no me entiendan? ¿Qué importa que a este mundo le guste vivir sin el Padre? Yo quiero ser hijo, quiero vivir como hijo.

Te recuerdo que estamos desde hace dos semanas rezando con el evangelio de san Mateo y particularmente con el Sermón de la montaña, los capítulos 5, 6 y 7. Hoy empezamos a escuchar el capítulo 7. Acordate que el tema de la montaña es todo un símbolo para el mismo Jesús que viene a dar la nueva ley desde el monte, así como Moisés había recibido la ley en un monte. Pero también es un símbolo para nosotros, que debemos subir para escuchar a Jesús. Debemos salir de nosotros mismos, de nuestra comodidad, de nuestra modorra espiritual, para recibir el anuncio del Reino de los hijos de Dios. El Reino de los hijos de un mismo Padre que ama a todos. Acordate, a malos y buenos, aunque a algunos no les guste.

Por eso es necesario volver a renovar este deseo y terminar de escuchar durante esta semana este sermón de Jesús, que espero que te haya ido atrapando, enamorando, ilusionando con poder vivir como verdadero hijo. Buscá un buen lugar para escuchar. Buscá un buen momento para tomar tu Biblia otra vez y gastar las hojas de tanto leer y meditar. Que la palabra de Dios escrita sea nuestro mayor gozo, nuestra lectura más deseada.

Hoy Jesús, en Algo del Evangelio, no da muchas vueltas. En realidad, nunca da muchas vueltas, pero si es verdad que muchas de sus palabras necesitan a veces ser más interpretadas. En cambio, ante las palabras de hoy, ¿pudo haber sido más claro y concreto? ¿Son necesarias muchas aclaraciones? Me parece que no. Ahora, otra cosa es que, aunque las hemos escuchado por ahí ciento de veces, eso no significa que lo estamos viviendo. Escuchar no asegura el vivirlas. Lo que asegura el vivir es escuchar, meditar, asimilar y alegrarse con una enseñanza que descubro como camino de felicidad. La nueva ley de Jesús es ley de gozo. Ley que libera de los desórdenes de nuestro interior y de la esclavitud de cumplir por cumplir.

No juzgar hace bien. No juzgar nos conduce lentamente hacia la humildad y los humildes son los predilectos del Padre. Los humildes, acordate, son los pobres de espíritu, son los pequeños del Reino, son los más felices. Felices los humildes, felices los que se van haciendo humildes por no juzgar a nadie. Felices los que no se creen con el derecho de andar armando y desarmándole la vida a los demás, pensando que ellos tienen la casa en orden. Felices los que descubren que las mejores batallas que podemos librar son las nuestras, son las propias; las de luchar con nuestra propia soberbia, con nuestro ego que nos ciega y no nos deja ver tanto desorden propio.

¿Qué camino preferís elegir? ¿El de la hipocresía que se alimenta continuamente del error ajeno; el de la hipocresía que se deleita al ver tropezar a los otros; el de la hipocresía que además se cree que no es hipócrita y que siempre tiene una excusa para juzgar; el de la hipocresía que no es capaz de mirar en su interior para darse cuenta que el primero que tiene que cambiar es uno mismo? Mientras sigamos el camino de la hipocresía, consciente o inconscientemente, jamás seremos hijos de corazón. Un hermano no juzga a otro hermano porque respeta al Padre, que es el único que sabe qué pasa en el corazón de cada hijo. El Padre ve en lo secreto y por eso solo el Padre puede distinguir, puede comprender todo y perdonar todo al que se arrepiente. ¿Juzgás? Pensalo en serio. Pensalo con responsabilidad. Respondete esta pregunta con profundidad. Se juzga con todo el ser, a veces, con la mirada, con el pensamiento, con el corazón, con la palabra, con la indiferencia, con el rencor, con el olvido. Se juzga, a veces, con el modo de vivir.

Elijamos ser hijos humildes. Elijamos vivir como hermanos, aborreciendo el mal y el pecado, pero amando y abrazando al que lo hace, al que se equivoca, al que tropieza. Ayer fue tu prójimo, el nuestro. Hoy puedo ser yo, pero mañana podés ser vos. Elijamos mejor corregirnos a nosotros mismos para poder algún día tener el corazón limpio y el ojo limpio y así poder ayudar a los otros.

Mateo 10, 26-33 – XII Domingo durante el año

Mateo 10, 26-33 – XII Domingo durante el año

By administrador on 21 junio, 2020

 

Jesús dijo a sus apóstoles:

No teman a los hombres. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas.

No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo al infierno.

¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo. Ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros.

Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo los reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres.

Palabra del Señor

Comentario

¿Quién de nosotros puede animarse a decir que nunca le tuvo miedo a algo en su vida? Que levante la mano el que nunca tuvo miedo en su vida. Todo puede ser, pero imagino en este momento, mientras escuchás, estés donde estés, seas de donde seas, de la ciudad, del campo, en este país o en otro, joven o no tanto… imagino que ninguno de nosotros levantaría la mano si lo piensa seriamente. Por lo menos yo no me animo. Sin embargo, como te dije todo puede ser. Ayer hice esta pregunta en la Misa y aunque no lo creas, solo una persona levantó la mano. Era un niño. ¿Sabés quien fue? Johnny. Sí, otra vez nuestro amigo que nos descoloca, no se equivoca, solo que nos descoloca. Me hizo trastabillar la homilía, porque no sabía para donde disparar. Jamás pensé, y por eso prejuzgué, que alguien pudo no haber sentido nunca miedo en su vida. Sin embargo la respuesta sincera e inocente de este niño me dejó pensando. Le dije: “Johnny, ¿estás seguro de que nunca? Pensalo bien” Me dijo: “No padre, nunca” Yo seguía dudando y le dije otra vez: “¿Estás seguro que jamás te pasó?”. “Nunca”, me contestó. Era verdad, Johnny nunca había sentido miedo a nada, pero no por temerario, sino por su sencillez y confianza en Dios. Entonces, ya sin saber para donde “disparar” le dije: “Johnny, lo que pasa es que vos sos especial”. ¿Sabés que me contestó? “Si, padre, la verdad es que soy especial” Ahí nos reímos todos, pero de ternura.

La verdad es que hay que ser muy especial para no haber sentido nunca miedo. Es un regalo que recibió este niño tan bueno y especial, porque la mayoría de los mortales, vos y yo, de una manera u otra, disfrazado de una cosa u otra, tuvimos miedos, tenemos miedos y tendremos miedos en la vida. Son parte de la vida y por eso en algo del evangelio de hoy, claramente Jesús nos dice tres veces: “No teman…” No teman a los hombres, no teman a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma, que no temamos porque “tenemos contados todos nuestros cabellos”. No tengamos miedo a tener miedo. No le escapemos al miedo, porque a los miedos hay que enfrentarlos, reconocerlos y como se dice por ahí… “ponerle nombre” Hay que preguntarnos de frente, sin miedo. ¿Qué es lo que me da miedo?

¿A qué le tenés miedo en esta vida? ¿Qué es lo que te produce miedo y te paraliza, no te deja ser lo que podrías ser? ¿Qué situaciones, personas, te generan miedo y no te permiten ser lo que en realidad sos cuando no tenés miedo? Escaparle a los miedos es sumar más miedo, es no resolver los desafíos. Podríamos hablar mil cosas sobre los miedos, sin embargo el evangelio es bastante direccionado, relacionado a una cuestión en particular. ¿Tenemos miedo a hablar de Jesús ante los demás? ¿Tenemos miedo de reconocer a Jesús frente a los hombres, que en definitiva, siendo un poco extremistas, lo peor que pueden hacernos es matarnos el cuerpo? Sin embargo, no es ser extremista, porque hoy en día hay cristianos que son asesinados por amar a Jesús. Les matan el cuerpo, pero no el alma. No podemos olvidarnos de rezar por ellos. ¿Tenemos miedo a Dios? ¿Nos acercamos a Él con confianza?

Podemos andar por la vida teniendo miedo a los hombres y también teniéndole miedo a Dios. O también podemos andar por la vida siendo temerarios, no teniéndole miedo ni a los hombres, ni a Dios. Sin embargo, Jesús hoy nos enseña a qué hay que tenerle miedo, y a que no. A Dios tenemos que tenerle un cierto temor, aunque parezca raro, en realidad “un santo temor”, como siempre enseñó la Iglesia. Es el don que recibimos en la confirmación, y así lo expresa la palabra de Dios: “Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo al infierno.” Quiere decir que hay un sano temor en esta vida, hay un temor santo, un temor que nos hace bien, que nos posiciona en el lugar que debe ser, en el ser simples creaturas que reconocen a Dios como su Señor, lo respetan, pero al mismo tiempo que confían. Son dos cosas posibles. Respetar y confiar. Dios es Dios, nosotros somos sus hijos. Dios nos ama y nosotros debemos amarlo. Es un santo temor que nos impulsa a amar y a confiar, nos impulsa a no quedarnos y bloquearnos.

En cambio hay un temor que no nos hace bien, es el temor que nos paraliza, que no nos deja amar con libertad, que nos estanca y nos hace mediocres, y que a medida que crecemos más trabas nos pone. ¿Es posible que a veces por respetos humanos tengamos miedo de reconocer a Jesús frente a los demás? Si, es posible. Pero cuidado, porque si no reconocemos a Jesús frente a otros, por miedo, Él no nos reconocerá frente al Padre. ¿Qué preferimos? ¿Amar y dejar los miedos de lado o pensar solo en nosotros y perdernos de lo mejor? Por mi parte, me gustaría poder vivir como un niño, como Johnny, que es especial.

Mateo 6, 24-34 – Memoria del Inmaculado Corazón de María

Mateo 6, 24-34 – Memoria del Inmaculado Corazón de María

By administrador on 20 junio, 2020

 

Jesús dijo a sus discípulos:

Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero.

Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida?

¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos.

Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe!

No se inquieten entonces, diciendo: «¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?» Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.

Palabra del Señor

Comentario

Los sábados acostumbro a hacer algo así como una síntesis de la semana, porque los evangelios, los del tiempo ordinario especialmente están conectados unos con otros, se leen de modo continuado; y ver el contexto de cada uno y como uno se entrelaza con el otro, nos ayuda a comprender mucho mejor lo que se quiso transmitir, de una manera más amplia, más profunda; porque a veces, puede ser que ayude quedarnos con frases, pero ayuda mucho más entender todo lo que el Señor nos quiso decir y en este sermón de la montaña más que nunca, porque es una maravilla.

Hoy sin embargo, me gustaría que reflexionemos sobre algo del evangelio de hoy que de alguna manera es una síntesis de lo que reflexionamos en estos días, en esta semana; días muy cargados de palabras muy lindas, pero muy densas al mismo tiempo; en esta semana en la que quisimos subir a la montaña con Jesús, subir a la montaña con el corazón, subir a la montaña para recibir la Ley de los hijos de Dios; la nueva Ley, la Ley de la Nueva Alianza, que Jesús, nos vino a proponer, y que es superior, es más profunda, que le da sentido a la ley antigua y es superior a la de los escribas y fariseos; es superior a la de los cristianos que creen que ser cristianos es “cumplir una norma”, que es cumplir cosas y así tranquilizar la conciencia. ¡No!, el ser hijos de Dios es mucho más grande, ser hijos de Dios es sentirnos hijos de un mismo Padre y, por lo tanto, hermanos de todos, hermanos que desean amarse y no se preocupan por lo que vendrá.

Y hoy reflexionamos estas palabras difíciles y duras con las que empieza Jesús: “No se puede servir a Dios y al Dinero”, y la palabra Dinero está con mayúsculas; como comparándolo con el anticristo, lo diferente a Él, lo opuesto. El dinero se puede transformar en un dios en nuestra vida, se puede transformar si le damos el corazón. El dinero y todo lo que viene con él, el poder y deseo de tener por tener. A veces no nos damos cuenta; no hay que ser muy ambiciosos para tener a veces a las cosas materiales de este mundo como primera medida y valor de lo que hacemos.

Por eso Jesús nos dice al corazón: “No se inquieten…”, busquen en realidad el Reino y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura; Me parece que es lindo pensar que en estas palabras, se puede resumir la semana: busquemos el Reino de Dios, busquemos ser hijos de Dios, vivir como hijos de Dios y amar a nuestro Padre y a nuestros hermanos; busquemos la santidad, no la santidad que espera ser vista por los demás, sino la santidad oculta, silenciosa, sencilla, la santidad de “la puerta de al lado” como decía el Papa Francisco, la que no se inquieta por las cosas de esta vida, la que le da a cada cosa su nombre y pone a cada cosa en su lugar.

Porque en realidad, el que es hijo de Dios quiere servir solamente a su Padre, quiere amarlo solamente a Él; y por eso no puede servir al dinero al mismo tiempo que a Dios, porque, en definitiva, aunque seamos cristianos, terminaremos como dice Jesús: interesándonos más por uno y menospreciando al otro. Interesándonos más por las cosas de nuestra vida, por lo que queremos alcanzar, por querer dejar algo, por querer acumular y no por el amor de Jesús. ¿Cuántas cosas acumulamos en la vida sin sentido, pensando en construir un mañana que al final no sabemos si nos tocará vivir o no? ¡Qué necios que somos a veces! Cómo nos cuesta darnos cuenta, cómo nos cuesta tener fe y confiar en que somos hijos de un Padre, que jamás nos dejará sin lo necesario para vivir; sin su Amor, y por supuesto, con lo necesario para nuestro alimento y vestido.

Ojalá que hoy no nos “inquietemos”, ojalá que hoy comprendamos estas palabras de Jesús y realmente busquemos el Reino y su justicia. Si nos afligimos, si nos inquietamos por el mañana es porque no estamos viviendo como hijos; no estamos comprendiendo estas palabras de Jesús. Si vivimos tras las cosas mundanas, si vivimos estresados sin sentido, si vivimos preocupándonos por cómo llegaremos a fin de mes, a dónde nos iremos, es porque no estamos todavía viviendo como hijos del Padre. Lo que nos debería inquietar es amar al Padre sobre todas las cosas, y a sus demás hijos, y todo lo demás vendrá por añadidura.