Topic: Lucas

Fiesta de la Presentación del Señor en el Templo

Fiesta de la Presentación del Señor en el Templo

By administrador on 2 febrero, 2023

Lucas 2, 22-32

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:

«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel.»

Palabra del Señor

Comentario

Se me ocurrió que hoy podríamos todos hacer un ejercicio de hacernos una pregunta que puede desprenderse de Algo del evangelio de hoy. Estés donde estés, hagas lo que hagas, lleves la vida que lleves, tengas el ánimo que tengas, te pido este favor, hacé este esfuerzo hoy. Durante la escucha del audio va a ser medio complicado, no da tanto el tiempo para pensar. La idea es que siempre después de que escuches este audio te tomes unos minutos para digerir este alimento tan rico de la Palabra de Dios.

En realidad, podría ser dos preguntas que se relacionan entre sí: ¿Podrías decir hoy, en este momento, con tranquilidad, de corazón y conciencia: «Ahora, Señor, puedes dejar a tu servidor morir en paz, que tu servidor muera en paz»? Y la otra sería: ¿Cuáles son esas cosas que te podrían llevar a decir hoy que «podrías morir en paz», que no tenés nada más que pedirle al Señor?

Esto es muy personal, demasiado, pero creo que nos puede ayudar mucho para saber por dónde anda nuestro corazón, nuestros pensamientos. No hay que dar por sentado que todos estamos preparados para partir de este mundo; de hecho, seguro que no todos lo estamos, por algo todavía Dios nos permite vivir. Son muy pocas las personas que dirían muy seguras la misma frase que dijo este anciano, Simeón, de Algo del evangelio de hoy.

Una vez, me acuerdo, viajando por la montaña, me frené a la orilla de un río a tomar unos buenos mates y mientras perdía el tiempo descansando con la naturaleza, un hombre en una moto recorría el lugar vendiendo helados, hacía muchísimo calor. Así que aproveché para comprar, pero fundamentalmente me dio ganas de ayudarlo. Se lo veía un hombre muy sufrido. Durante la transacción, se dio esas pequeñas charlas que a veces a uno lo dejan pensando mucho. La clásica pregunta: «¿Cómo anda?» «Ahí andamos», me dijo. «¿Luchando –le contesté– como todos?, ¿no?» «Sí, luchando –me contestó–, pero demasiado, lucho demasiado. No llego a fin de mes. Sufro mucho, padre. Mi vida fue un continuo sufrimiento, mi vida es un gran sufrimiento». La verdad es que no supe mucho qué contestarle. A veces nos olvidamos que hay gente que realmente la pasa mal durante toda la vida y la sigue pasando mal.

Muchas personas quieren irse de este mundo, pero no porque ya hicieron o dieron todo lo que tenían que dar, sino porque quieren dejar de sufrir. Y eso es real. No hay que ocultarlo, lo escuché ya muchísimas veces. Hay millones de personas que preferirían otra vida y que no pueden salir de su situación, y los que no la pasamos tan mal muchas veces nos olvidamos de esta realidad. No es tan fácil que nos salga del corazón decir así nomás: «Ya está, puedo morir en paz». Y si nos sale, muchas veces no es por motivos muy sobrenaturales que digamos, sino que son motivos a veces puramente humanos. Por eso te proponía las preguntas del principio, para que cada uno pueda evaluar en sí mismo qué es lo que lo llevaría a entregar la vida sin ningún problema, sin miedo.

La escena del evangelio de hoy nos enseña cuál es el verdadero motivo por el cual podríamos decir estas palabras del anciano Simeón y no solamente por motivos  humanos olvidándonos nuestro fin y nuestra misión en la tierra.

Este anciano esperó ver a Jesús para morir, esperó muchísimo hasta que llegó su momento y entregó su vida. Murió viendo lo que quería ver, no teniendo otro motivo para vivir. Simeón no dijo: «Ya hice lo que tenía que hacer, ya muchos se salvaron gracias a mí, ya hice un montón de cosas por los demás. Dios ya me puede llevar, puedo morir en paz. Tengo todo lo que quería tener, conseguí todo lo que me había propuesto». No, nada de eso. Todo eso es muy lindo, pero no es el verdadero motivo por el cual deberíamos vivir y desear entregar la vida.

«Ya puedo morir en paz porque mis ojos han visto la salvación». ¡Qué distinto! Qué distinto es pensar así. Qué distinto pensar que solo podemos morir en paz cuando de alguna manera experimentemos que Jesús vino a salvar a todos, a vos y a mí. Qué distinto esperar morir en paz después de ver a Jesús.
Mucho más que cualquier cosa de este mundo donde todo es pasajero, sea quien fuera, el más santo del mundo o incluso tu ser más querido.

¿Qué cosas son las que te podrían llevar a decir desde el fondo del alma: «Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz»? ¿Soy yo mismo con mis logros, con todo lo que pensé hacer y pude hacer, o en realidad todo lo que Dios me dio como gracia a lo largo de mis días? ¿Soy yo con mis sueños de este mundo pasajero o con mis sueños de salvación para todos? ¿Soy yo el satisfecho porque gracias a mis buenas acciones muchos se salvarán o es por experimentar que sin Jesús nadie se puede salvar, nadie puede ser verdaderamente feliz?

Que Jesús nos conceda esperar lo único que nos puede hacer morir en paz, lo único que nos dará la verdadera felicidad: a él mismo.

Solemnidad de Santa María Madre de Dios

Solemnidad de Santa María Madre de Dios

By administrador on 1 enero, 2023

Lucas 2, 16-21

Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.

Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.

Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.

Palabra del Señor

Comentario

Empezamos un nuevo año, un nuevo año de la mano de Jesús y de María. Más de dos mil años desde que el Hijo de Dios llegó al mundo y se hizo hombre para quedarse entre nosotros. La historia de la humanidad no está ajena a lo que pasó hace más de dos mil años, aunque muchos no lo quieran reconocer. Aunque a muchos no les importe o se olviden, Jesús está y estará entre nosotros hasta el fin de los tiempos. Él estuvo junto a nosotros en el año que pasó y estará con nosotros en este año que empezamos juntos. Esa es la certeza de la fe, aunque no sepamos lo que pasará. Todo será distinto si estamos con él, si nos dejamos amar por él, si nos jugamos por él.

En este año que comienza pidamos al Señor que nos bendiga y nos proteja. Tomando lo de la primera lectura de hoy del libro de los Números: «Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro ante ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz». Todos tenemos que pedir esto para nosotros, para nuestras familias, para nuestras comunidades, para nuestros países, para la Iglesia, para el mundo entero. «Que el Señor nos muestre su rostro y nos conceda la paz». Esta es la oración de bendición que todos debemos desear para los otros, para los que no tienen paz, para los que la perdieron, para los que se les escapó de la mano la felicidad por buscarse a sí mismos. Nosotros podemos pedirla para nosotros, para todos los que escuchan día a día la Palabra de Dios y para aquellos que no la tienen; es lo mejor que podemos pedir.

Mientras tanto, pasan muchas cosas en nuestras vidas, en la vida de la Iglesia, en la vida del mundo. Mientras tanto, el mundo sigue su curso como yendo hacia «quién sabe dónde». Lo mismo le pasó de algún modo a María en Algo del Evangelio de hoy. Mientras ella había dado a luz a su hijo, los pastores iban a verla, los pastores contaban lo que escuchaban. Igualmente fueron los llamados «Magos de Oriente». Y María, mientras tanto, ¿qué hacía? Dice la Palabra: «Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón». Mientras tanto, mientras vivía el misterio más grande que podamos imaginar (conservar su virginidad y ser madre de Dios al mismo tiempo), ella conservaba y meditaba, guardaba y reflexionaba todo en su corazón. Hay cosas que nos tocan vivir que no tenemos tiempo para «digerirlas», como se dice, y por eso hay que guardarlas. Hay que conservarlas para poder meditarlas después más tranquilos, para poder rumiarlas mientras el tiempo no puede detenerse, mientras nosotros no podemos detenernos por una cosa o por la otra.

Esto le pasó también a María: un embarazo milagroso, una familia sagrada, un hijo de su vientre que también era Dios. Pero además María vivió cosas muy difíciles: la incomprensión de lo que Dios le pedía, el intento de abandono de su futuro esposo, el tener que dar a luz en un lugar indigno, el tener que huir a Egipto al poco tiempo de haber nacido su hijo por miedo a que Herodes lo mate, el tener que volver a su tierra natal por caminos y situaciones difíciles, el vivir en un pueblo sencillo y pobre durante toda su vida, el haber sido víctima de los comentarios ajenos y tantas cosas más que ni imaginamos.

Lo bueno y lo malo viene junto en la vida. Así es la vida de María también, de José y de Jesús. Así es nuestra vida. Demasiado como para poder comprenderlo todo en un día. Por eso, mientras la visitaban los pastores y le contaban «todo lo que habían oído hablar del niño», ella guardaba con cuidado todas las palabras para poder recordarlas y volver a pasarlas por el corazón. Recordar significa volver a pasar por el corazón aquello que hemos vivido para poder sacar fruto, tanto de lo bueno como aquello que también fue difícil.

Terminando un año y comenzando otro, es lindo pedirle este don a María –madre de Dios y madre nuestra–, pedirle saber guardar, custodiar lo vivido, para después poder meditar, recordando, rumiando tantas gracias vividas en este año, tantos regalos de Dios que a veces nos han pasado de largo sin darnos cuenta.

Recordar para agradecer. Sí, darle gracias al Señor por haber caminado junto a nosotros este año, darle gracias por todo y en todo.

Recordar también para aprender. Sí, para saber cuál es el camino correcto la próxima vez, para saber lo que Dios quiere en situaciones semejantes, para ser más fieles a su seguimiento.

Recordar para confiar. Sí, para poder confiar más y poner el año que estrenamos en sus manos. Porque hemos experimentado que nunca nos suelta la mano a pesar de todo, que nos acompañará y seguirá acompañándonos como lo hizo siempre, en este año que termina.

Recordar para pedir. Sí, pedir y suplicar porque no sabemos lo que nos pasará a veces, porque también nos reconocemos débiles y temerosos y necesitamos su presencia y su gracia en nuestras vidas.

«Que el Señor nos bendiga y nos proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre nosotros y nos muestre su gracia. Que el Señor nos descubra su rostro y nos conceda la paz».

5° día de la octava de Navidad

5° día de la octava de Navidad

By administrador on 29 diciembre, 2022

Lucas 2, 22-35

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:

«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel.»

Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos.»

Palabra del Señor

Comentario

Vuelvo a recordarte y recordarme que para que la Palabra de Dios dé frutos verdaderos, en la vida de cada uno de nosotros, no basta solamente con escucharla así nomás –como receptivamente–, sorprenderse o admirarse, sino que es necesario recibirla, aceptarla y asimilarla, para que como una semilla lentamente vaya creciendo y algún día produzca lo que Dios quiere que produzca. Por eso, una de las condiciones necesarias para que esto se dé o se vaya dando en nuestra vida es la paciencia, paciencia en todas sus dimensiones: paciencia para escuchar y no abandonar; paciencia para recibirla siempre con un corazón abierto, sabiendo que algo de bien dejará en mí; paciencia para aceptarla aun cuando haya días que no me guste mucho lo que dice; paciencia para saber esperar los frutos que pueden ir dando en mi vida. Nada es mágico ni automático en la vida, y en las cosas de Dios todo requiere tiempo y dedicación, como en todas las cosas. Y lo que muchas veces escucho y no comprendo puede ser que termine comprendiéndolo con los años, por algo que nos pasó, me pasó.

Algo del Evangelio de hoy nos enseña esto, aunque no de manera directa. Podríamos pensar que esto les pasó a María y a José. No comprendieron todo en cada instante de su vida; al contrario, les tocó muchas veces ir sorprendiéndose paso a paso y tener que abandonarse a lo que iban viviendo. Eso es algo que todos tenemos que aprender. A veces queremos saber todo antes de tiempo, a veces pretendemos tener todo resuelto para dar ciertos pasos en la vida, a veces nos enojamos porque las cosas no salen como quisiéramos, y no nos damos cuenta que detrás de nuestras pretensiones hay Alguien que «la tiene mucho más clara que nosotros», hay Alguien que sabe mucho mejor que nosotros lo que necesitamos, hay Alguien que conoce todo y que nada se escapa en su plan de salvación para cada uno, para vos y para mí. ¿Cuántas veces en tu vida pensaste que las cosas no irían bien y al final fue lo mejor? ¿Cuántas veces en tu vida rechazaste algo que te pasó, pero finalmente te diste cuenta que era lo mejor que te podía haber pasado? La vida es así: hay que aprender a leer las cosas que nos van pasando, mirando para atrás, y aprender a no rechazar las cosas que aparentemente nos resultan dificultosas o malas.

En el evangelio también escuchábamos cómo José y María, apenas recién nacido Jesús, tuvieron que huir para evitar que maten al niño. ¡Qué locura! A veces nos olvidamos de esa parte: trasladarse, mudarse, exiliarse, vivir un tiempo escondidos. ¡Se tuvieron que ir a Egipto!

Hoy, a María, Simeón le anticipa que el niño será signo de contradicción. Sí, aunque no parezca muy lindo, la ternura y la maravilla de haber recibido a un niño por obra y gracia del Espíritu Santo convive con la dificultad, con la persecución, con la maldad; en definitiva, comienza la Cruz, convive con la Cruz. Así será la vida de este niño, así será la vida de Jesús. Así también es nuestra vida y así tenemos que aprender a vivirla. La Navidad no excluye la Cruz, ¡no te olvides! Al contrario, la Navidad es el comienzo de la redención, y la redención se nos ha dado por la Cruz y por la resurrección.

El amor no excluye la dificultad, el sacrificio, la entrega; al contrario, lo incluye, lo integra, lo eleva. Lo lindo de la vida no excluye también la entrega, incluso a veces el dolor. La ternura del niño en una madre que lo recibe no excluye el esfuerzo por cuidarlo y hacerlo crecer, por la cruz de amarlo también, de abrazarlo y de cargarlo. Pensalo también en tu vida, en la de tu familia. Todo va junto, todo va de la mano, aunque no todo nos dé lo mismo y nos guste. Pero hay acontecimientos que tenemos que empezar a agradecer aunque de primeras no parezcan muy agradables.

Ya se acerca el fin de un año y sería bueno que empecemos a pensar y mirar para atrás, que miremos para atrás y agradezcamos todo –todo lo que nos pasó–, incluso aquello que no nos pareció voluntad de Dios; aquello que incluso hemos rechazado porque nos parecía que no podía provenir de su amor.

Si sabemos agradecer, vamos a descubrir siempre algo bueno, siempre algo grande, siempre la mano de Dios.

Feria de Adviento

Feria de Adviento

By administrador on 23 diciembre, 2022

Lucas 1, 57-66

Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: «No, debe llamarse Juan.»
Ellos le decían: «No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.»

Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: «Su nombre es Juan.»

Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.

Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: «¿Qué llegará a ser este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él.

Palabra del Señor

Comentario

Me acuerdo que cuando era chico, supongo que entre los 8 y 10 años, mi mamá y papá me enseñaban que el que me traería los regalos en la noche buena sería el niñito Jesús. Por supuesto que yo estaba tan convencido de que realmente era él, que me acuerdo que iba a esperarlo a una puerta con vidrio que había en mi casa con ganas de encontrármelo, pensando que vendría como volando. Mientras tanto no sé quién iba de mi familia y ponía los regalos en el árbol de navidad, para terminar de completar la ilusión. Pensándolo bien, pensándolo hoy como adulto ¿Era realmente un engaño, era una ilusión? ¿Me engañaban al decirme que era Jesús el que nos regala algo? Por supuesto que en parte sí, pero yendo a lo más profundo. ¿No es más realidad esto, que el hecho de estar esperando a un hombre gordo con barba blanca, vestido de rojo, venido de no sé dónde y sobre unos renos que vuelan? ¿No será que nuestra fe es mucho más real que las tradiciones comerciales que nos han ido imponiendo? Es verdad de fe que Jesús está en todos lados, es mucho más verdad que Él prometió quedarse con nosotros hasta el fin de los tiempos y es totalmente verdad que continuamente nos trae regalos para darnos una felicidad distinta y duradera. En realidad, en estos días, no esperamos cosas, sino que lo esperamos a Él.

Él es el regalo, y la irrealidad o fantasía de que hay otro que nos trae regalos no hace más que opacar la verdadera realidad. Por eso, disculpá que insista, sé que estoy medio pesado con este tema, sé que esto no tiene mucho rating para mis audios, porque incluso en nuestra propia Iglesia uno se puede llegar a encontrar con pesebres vivientes y papá Noel, con sacerdotes, padres, catequistas que les enseñan que les enseñan a los niños que el 24 a la noche viene papá Noel, lo sé, pero no importa, prefiero enseñar la verdad. ¿Qué nos pasó a los católicos que sin darnos cuenta abandonamos lo más nuestro? ¿No será que perdimos algo de nuestra fe? La fe debería envolver toda nuestra vida, toda nuestra cultura, nuestro modo de pensar, de sentir, de enseñar, de celebrar, de descansar, de disfrutar. Fe y vida, son una misma cosa, la fe nos ayuda a vivir de un modo diferente, y la vida cambia cuando se cree en Jesús. Fe y vida es la síntesis a la que debemos aspirar para ser cristianos en serio y no cristianos privados, cristianos “de salón” como decía el Papa Francisco, cristianos que nos privamos de lo más nuestro, cristianos que escondemos la fe, que nos avergonzamos de decir que la navidad es de Jesús, solo de Él, pero que también es para todos si entendemos lo que estamos haciendo, lo que estamos celebrando. Sería bueno que nos encarguemos de no callar esto por estos días.

En Algo del Evangelio de hoy, Zacarías recupera el habla que había perdido por haber dudado del anuncio del Ángel de que sería el padre de Juan Bautista. Cuando no creemos, cuando no confiamos en las promesas de Dios, cuando no confiamos en que Jesús es el dueño y centro de la historia, de nuestras vidas, somos apresados por el silencio, pero no porque queremos dejar de hablar, sino porque en realidad no hablamos o hablamos mal de Dios, hablamos de otras cosas, perdemos la capacidad de hablar bien de Dios. Dios pasa a ser una idea, Jesús no es alguien a quien amamos, sino que es una doctrina, un buen hombre que nos habla de amor, incluso puede ser una moral, una cosa abstracta a la que decimos que seguimos. ¿En qué andamos nosotros hoy, concretamente antes de llegar la noche buena? ¿De qué vamos a hablar hoy a los demás? ¿Y en la nochebuena? ¿Andamos como Zacarías, mudos que por dudar nos transformamos en cristianos que no pueden alabar a Dios, o sea no pueden reconocer que Dios es Dios y nosotros solo unas pequeñas creaturas amadas por Él? Zacarías recuperó el habla no para decir sonseras, para cantar tonteras, para pedir cosas para él, o para enojarse por no haber podido hablar tanto tiempo. Recuperó el habla y comenzó a alabar. Empezó a darle a Dios lo que le correspondía, o sea todo su amor, su alabanza.

Solo podremos alabar a Dios de corazón en estos días si reconocemos lo que Él hizo en nosotros y por nosotros. Se hizo niño, se hizo bebé, para que aprendamos a abrazarlo sin condiciones, sin peros, aceptando su amor silencioso, aunque todos anden gritando y corriendo. Si no reconocemos eso, en esta navidad andaremos mudos de lo importante y llenos de palabras vacías. Que Jesús nos conceda lo que más necesitamos para poder alabar en serio, para poder gritar sin miedo y vergüenza, lo que Dios ha hecho por nosotros. Vayamos al pesebre, guiados por la luz de Jesús, acerquémonos en estos días a un pesebre a disfrutar del silencio de un Dios que se hizo niño por nosotros.

Feria de Adviento

Feria de Adviento

By administrador on 22 diciembre, 2022

Lucas 1, 46-56

María dijo entonces:  «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre».

María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.

Palabra del Señor

Comentario

¡Qué difícil es abstraerse de los «vientos» del materialismo que nos golpean por todos lados, nos rodea por todos lados, especialmente en estas fechas! Viene de todos los puntos cardinales; ya no se puede decir que solo es del norte, para los que vivimos en el sur, o del occidente, para los que viven en oriente. Por todos lados hay carteles de todo lo que podemos comprar. Todo el mundo ofrece su «mercancía», sus descuentos, sus propuestas, sus promociones, y podríamos decir que está bien. Como dice el dicho: «De algo hay que vivir». Pero también es bueno aprender a discernir un poco. No podemos vivir así nomás, a merced de lo que nos ofrece. No podemos decir que «es lo que hay», «el mundo es así, hay que adaptarse al mundo en el que vivimos», «todos lo hacen, ¿qué tiene de malo?». Son todas frases que nos instalan en la comodidad, en la facilidad de no pensar, de no distinguir, de ser uno más del montón, de no ser cristianos al modo de Jesús, que estuvo en el mundo, pero no fue del mundo. No le dio su corazón al mundo, le dio su corazón para amarlo y cambiarlo. Así les dijo Jesús a sus discípulos: «Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia». Por eso, «no hagamos las cosas por hacer», «no compremos por comprar». Pensemos y recemos qué estilo de Navidad queremos vivir en familia. La cuestión es bastante lineal. Cuanto más nos acerquemos a un pesebre, más nos daremos cuenta que la sencillez y austeridad debería ser lo que nos caracterice como cristianos, y más en esta fiesta. Cuanto más contemplemos al niño Dios en el pesebre, más nos daremos cuenta que el mejor regalo que podemos dar y recibir en estos días es el mismísimo Dios.

Ayer terminábamos rezando a la Virgen y en Algo del evangelio de hoy empezamos rezando con las mismas palabras que salieron de los labios de la Madre de Jesús. Palabras que brotaron de un corazón desbordante de alegría, porque la alegría es así, se derrama y empapa todo a su alrededor. Palabras que surgieron de un corazón colmado de felicidad, de humildad y sencillez; de un alma generosa y entregada, que se sabía amada por Dios. Son palabras que no solo nos muestran el alma de María, sino que también nos ayudan a decirle a Dios Padre cosas lindas, lo que vale la pena decirle. No hay mejor manera de dirigirse a Dios que utilizar las mismas palabras que él le inspiró a María. No hay manera de equivocarse. Todo lo que dijo María es de Dios y nos hablan bien de Dios, nos enseñan cómo es Dios y, en definitiva, es lo que necesitamos por estos días. Porque qué sentido tiene en estos días, qué sentido tiene la Navidad si no es para enamorarnos más de Dios. Que amándonos tanto fue capaz de enviarnos a su Hijo al mundo por amor, haciéndose un niño como nosotros.

Todo este tiempo de Adviento fuimos intentando despertar en nosotros el verdadero deseo de Dios; queríamos despertar la esperanza, el deseo de recibirlo. Sin este deseo, sin estas ganas de esperar algo de Dios, sin este deseo profundo, nada de lo que podamos festejar el 24 a la noche o el 25 tendrá sentido o colmará nuestro corazón. Escuché un relato que contaba que una vez en la Catedral de Milán, en Italia, en las paredes de afuera de la Iglesia, apareció una inscripción que decía: «Dios es la respuesta», casi como una confesión de fe pública. Pero al poco tiempo, apareció otra frase un poco más abajo, como preguntándole y desafiando a la primera: «Sí, pero ¿cuál era la pregunta?» Interesante la réplica. Eso quiere decir que si no hay pregunta, si no hay deseo, Dios nunca será para nosotros la respuesta que necesitamos. Si no hay verdadero deseo de Dios, si no hay deseo de recibirlo, no puede haber Navidad que llene el alma de nadie; al contrario, todo será un vacío mayor. Por más regalos que nos hagan o que te hagas, por más regalos que hagamos, por más comida que comamos, por más fuegos artificiales que tiremos, si no hay deseo de Dios, Dios no se presentará. No porque no quiera, sino porque ni nos daremos cuenta. Jesús no aparecerá en nuestras vidas, no nos sorprenderá.

Por eso, hoy te propongo y me propongo que nos preguntemos algo: ¿Qué venimos deseando en estos días? ¿Qué estoy esperando? Pero preguntémonos con sinceridad. No podemos mentirnos a nosotros mismos. ¿Qué clase de Navidad preparamos en nuestros hogares y qué tipo de esperanzas y deseos despertamos en nuestros niños? ¿En qué claudicamos como cristianos que al final nuestros hijos, y porqué no nosotros, lo único que esperan es un regalo material, que incluso ellos mismos pidieron por consejo nuestro? ¿No era que los regalos son regalos y lo lindo que tienen es que son una sorpresa? ¿En qué convertimos nuestra Navidad, que a muchos nos estresa el corazón y nos exprime el bolsillo tener que regalar algo a media familia, incluso a veces casi por obligación, tapando sin querer el anhelo de esperar algo mucho más grande y profundo, al mismísimo Dios? No es pesimismo, en serio. Trato de ser realista y escuchar en el evangelio el modo de ser de un Dios totalmente diferente al que nosotros festejamos. ¿Será que Jesús se alegra de que festejemos su llegada despilfarrando tanto dinero? Sera bueno que cada uno responda estas preguntas, que podemos hacernos hoy. ¿Dios es la respuesta a nuestra vida o ni siquiera es una pregunta?

Feria de Adviento

Feria de Adviento

By administrador on 21 diciembre, 2022

Lucas 1, 39-45

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.

Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:

«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.»

Palabra del Señor

Comentario

Hoy te hago una propuesta, algo así como un ejercicio que nos ayude a profundizar este evangelio de hoy, aunque al principio te parezca que no tiene nada que ver. Van algunas preguntas: ¿Quiénes son las personas más importantes de tu vida? Pensalo unos segundos. Pueden ser varias, pero pensá en ellas y, si tenés un poco de tiempo, escribí en un papel sus nombres. Pero no pienses en las que fueron importantes alguna vez. No es un ejercicio para caer en la tristeza, sino pensá en las que están hoy presentes. Después de tener claro quiénes son, pensá y, si querés, anotá: ¿Qué les regalarías en esta Navidad con tus ingresos habituales, con el dinero que realmente tenés y podés gastar? Ahora, sigue otra pregunta: ¿Qué les regalarías si te ganas la lotería y tenés todo el dinero del mundo, si no tenés restricciones para elegir? Si podés, anotá ese super-regalo que le harías para que te deleites un poco soñando, por lo menos. Y la última es un poco más fuerte: ¿Qué les regalarías si te dicen que será la última Navidad que los veas, la última Navidad que pasen juntos? Me imagino cómo cambió tu cara, y espero que haya cambiado tu estilo de regalo en el que estés pensando.

Ahora… ¿vale la pena que le regales algo material si será la última Navidad juntos? Hagamos este ejercicio; es lindo, es interesante para que reflexionemos. No sé qué estarás pensando. Creo que no quiere decir que no nos regalemos nada en estos días, pero sí me parece que quiere decir que pensemos un poco en lo que hacemos. ¿Para qué regalamos y qué regalamos cuando regalamos?

Mientras en estos días en la mayor parte de los lugares del mundo la gente corre para ver qué va a comprar, se desvive pensando qué le vendrá bien al otro para regalarle. Mientras tanto, no olvidemos que hay miles de personas que realmente necesitan un regalo que no «cuesta dinero», que es gratis, pero cuesta mucho más en realidad; cuesta mucho corazón, porque cuesta amor. Hay millones de personas, entre las que estamos también vos y yo, que lo que necesitan en definitiva no es algo material, sino que necesitan amor, presencias.

En estos días vamos a celebrar la fiesta del mayor regalo que pudo haber recibido este mundo, la fiesta del «Dios con nosotros». La historia de la salvación nos enseña que llegó un momento en el que Dios ya no quiso enviar mensajeros, no quiso enviar más profetas, un anuncio traído por otro. Ni siquiera regalos materiales, ni mucho menos. Quiso venir él mismo. Quiso hacerse hombre para que nos demos cuenta que lo que vale finalmente en la vida es su «presencia» y todo lo que ella trae, y no tanto lo que llevamos en las manos. ¿Podremos entenderlo de una vez por todas en esta Navidad? ¿Podremos transmitir esto a nuestros hijos, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestros grupos, en nuestros ambientes? ¡Qué difícil que es, qué complicado es desterrar todo lo que nos invadió en estas últimas décadas! Nos robaron todo, hasta el nombre de la Navidad (le pusieron «las fiestas»). Nos robaron a Jesús y lo reemplazaron por ya sabes quién. Nos robaron la Misa a la medianoche y la reemplazaron por un brindis vacío, muchas veces de contenido. Mejor dicho… ¿nos robaron o nos la dejamos robar? ¿Qué nos pasó a los cristianos?

En estos días especialmente, hay personas que más que regalos necesitan «presencias»; presencias no virtuales, sino presencias que traigan amor y no cosas. El amor no es una cosa, y la prueba está que en momentos límites de la vida lo único que nos interesa, si tenemos un poco de corazón, es amar y ser amados. Como hizo María en Algo del Evangelio de hoy. Caminó, se dice, 120 km para visitar a su prima que necesitaba de su presencia y de la de Jesús, aunque todavía no había nacido. Porque cuando salimos de nosotros mismos, para ir a estar con otros y no llevamos nada en las manos, reluce lo mejor que podemos llevar: a Jesús en el corazón, al amor. Si María hubiese llevado algo en sus manos, difícilmente se hubiese percibido la presencia de Jesús en su vientre.

María va con las manos vacías, pero con el corazón lleno de Jesús.

Cuantas más cosas llevamos en las manos, cuantas más cosas materiales pensamos que tenemos que dar para demostrar el amor, en el fondo lo que estamos haciendo es «opacar» el amor. El amor es gratuito, no se compra ni se vende; se da y se recibe gratuitamente. El amor lo llevamos en nosotros, no en las cosas. Cuando lo único que llevamos en nosotros son «cosas en las manos y la billetera con dinero», el que nos recibe espera lo de nuestras manos, lo distraemos de lo esencial. En cambio, cuando no solo llevamos «cosas en las manos» y las «cosas en las manos» que podemos llevar son solo una excusa para acercarnos, sino que además llevamos corazón, llevamos amor y amor de Jesús. La persona no solo recibe cosas, sino que recibe lo mejor que puede recibir y lo mejor que podemos darle: a Jesús. Eso hizo María. Le llevó el mejor regalo que podía llevarle a su prima y a Juan Bautista: a Jesús.

Terminemos hoy rezando juntos, como nos salga, pidiendo lo esencial a nuestra Madre y Madre del Amor. «María, rogá por nosotros que a veces nos confundimos y queremos regalar solo “cosas” sin darnos a nosotros mismos. María, rogá por nosotros para que nos demos cuenta que siempre puede ser nuestra última Navidad y los demás no quieren cosas de nuestras manos, sino nuestro amor. María, rogá por los que están abandonados y nadie les regala su presencia, nadie les regala amor, para que algún Hijo de Dios tenga compasión y se acerque a él».

Feria de Adviento

Feria de Adviento

By administrador on 20 diciembre, 2022

Lucas 1, 26-38

En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.»

Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.

Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.»

María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?»
El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.»

María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.»
Y el Ángel se alejó.

Palabra del Señor

Comentario

Saber recibir bien a alguien, es todo un arte, por decirlo de alguna manera. Se recibe bien cuando se ama, cuando uno se interesa por el que viene. No es fácil ser un buen anfitrión. Es algo que nace del corazón, pero al mismo tiempo se puede aprender si uno experimentó el ser bien recibido. Recibir es algo así como una forma de vida que debemos ir aprendiendo en la medida que nos despojamos de a poco de esas pretensiones de ser nosotros mismos los artífices de nuestras vidas. El saber recibir implica un no pensar tanto en nosotros mismos sino en un estar atento a lo que necesitará el otro. Es lindo pensar y soñar con lo que al otro le haría bien de mi parte. Es como el camino inverso de lo que vamos haciendo a lo largo de la vida mientras nos vamos “haciendo adultos”. A medida que vamos creciendo deberíamos ir aprendiendo a dejar de ser servidos, como cuando éramos niños, para pensar en recibir a otros, que necesitan más que yo. Y la vida es así, una cadena de “recibimientos”, fuimos recibidos en un vientre materno, en unas manos de madre y padre, para darnos cuenta que Dios pretende lo mismo de nosotros para con Él y para con los demás. Es muy lindo imaginar la vida así, una “posta” de recibimientos.

Pero la dinámica de la vida sin querer nos puede llevar a otros rumbos. Sin embargo, Dios se hace niño, pequeño, necesitado de ser recibido en un lugar, en unos brazos, en un corazón y mientras tanto el hombre, vos y yo, vamos creyendo, e incluso nos sentimos orgullosos, de que en la medida en que no “necesitamos a nadie” es cuando se va haciendo adulto y maduro. Qué cosa rara esta vida. Qué camino extraño eligió nuestro Dios niño. Qué camino equivocado elegimos nosotros mismos a veces… creernos que ya no necesitamos ser recibidos por otros.

Ser cristiano es también saber recibir. Las dos cosas, recibir y ser recibidos. Quiero que me entiendas bien. No estoy diciendo que debemos andar por la vida sin hacer nada, pretendiendo recibir todo de todos y en todos lados. No, eso no. Me refiero a otra cosa. Jesús dijo que “hay más alegría en dar que en recibir”, pero para saber dar, para tener algo que dar, hay que haber sabido recibir de otros y seguir aprendiendo a recibir, especialmente a Dios, a Jesús.

A medida que se va acercando la Navidad, esto se va ir haciendo más claro. Acordate que tenemos que aflojar un poco estos días. Es necesario, es sagrado y hay que hacerse el tiempo. Se puede, podemos, hay que hacerse el tiempo y no poner excusas.

¿Qué significa saber recibir? Volvé a escuchar el evangelio de hoy. Miremos y escuchemos a María. Comparemos la actitud de María con la de Zacarías de ayer: “¿Cómo puedo estar seguro de esto?” dijo Zacarías. En cambio, ella contestó: “«¿Cómo puede ser eso’” ¿Te diste cuenta de la diferencia? Zacarías no cree, no confía, quiere seguridad porque no está preparado para recibir. En cambio, María da por sentado de que eso va a suceder, solo quiere saber cómo será. Una gran diferencia. Uno pregunta casi no queriendo recibir la sorpresa de Dios –que dicho sea de paso esperaba desde hace mucho – y la Virgencita, pregunta sabiendo que recibir algo de Dios es lo mejor que le puede pasar en su vida. Es lo mejor que nos puede pasar, recibir algo de Dios.

María supo recibir, es la Madre que recibe y recibe, para dar y dar. Por eso unos días antes del nacimiento de Jesús, en Algo del Evangelio de hoy, ya empezamos a escuchar y percibir su presencia, para que vayamos aprendiendo de ella. Para que podamos pedirle todos y por todos. ¡Qué se cumpla en nosotros los que el Padre quiera! ¡Qué no seamos nosotros los constructores soberbios de nuestras vidas! ¡Qué en esta Navidad nos demos cuenta que Dios está con nosotros, que Dios anda con nosotros! ¡Qué como María sepamos recibir, ser hombres y mujeres capaces de recibir presencias que manifiesten el amor de Dios! Te dejo un silencio para que puedas pedir lo que prefieras, para que hagas el silencio necesario, el silencio que necesitamos para recibir algo distinto.

Acordate de que “no hay nada imposible para Dios”, para aquel que sabe darse cuenta y cree, que siempre es necesario volver a recibir.

Feria de Adviento

Feria de Adviento

By administrador on 19 diciembre, 2022

Lucas 1, 5-25

En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la clase sacerdotal de Abías. Su mujer, llamada Isabel, era descendiente de Aarón. Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; y los dos eran de edad avanzada.

Un día en que su clase estaba de turno y Zacarías ejercía la función sacerdotal delante de Dios, le tocó en suerte, según la costumbre litúrgica, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la asamblea del pueblo permanecía afuera, en oración, mientras se ofrecía el incienso.

Entonces se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías quedó desconcertado y tuvo miedo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu esposa, te dará un hijo al que llamarás Juan. El será para ti un motivo de gozo y de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque será grande a los ojos del Señor. No beberá vino ni bebida alcohólica; estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, y hará que muchos israelitas vuelvan al Señor, su Dios. Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto.»

Pero Zacarías dijo al Ángel: « ¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada.»

El Ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. Te quedarás mudo, sin poder hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo.»

Mientras tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, extrañado de que permaneciera tanto tiempo en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y todos comprendieron que había tenido alguna visión en el Santuario. El se expresaba por señas, porque se había quedado mudo.

Al cumplirse el tiempo de su servicio en el Templo, regresó a su casa. Poco después, su esposa Isabel concibió un hijo y permaneció oculta durante cinco meses. Ella pensaba: «Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres.»

Palabra del Señor

Comentario

En esta última semana hacia el nacimiento de nuestro Dios, un Dios bastante particular, un Dios que se hizo niño, se hizo bebé, el «Dios con nosotros», el que vino a tener una experiencia de amor con cada uno de nosotros; podemos preguntarnos: ¿Dónde se encuentra un Dios así? Es poco lo que se puede decir hoy de Algo del Evangelio porque es bastante largo, queda más lugar para la Palabra que para lo que se pueda decir. Por eso, prefiero solo animarte y animarme, para que también yo me lo pregunte porque lo necesito, a continuar en estos días con esta actitud de RECIBIR, con una actitud receptiva. Ya lo dijimos: no tanto hacer, sino la actitud de recibir al niño. Esta es la mejor forma de continuar en estos días, no hacer mucho más que esto.

En realidad, creo que estos días de a poquito debemos ir callándonos, apagando un poco las radios, las televisiones, los celulares, las computadoras. Dejar un poco de tanto ruido para poder hacer silencio. Solo en el silencio podremos comprender algo más de la Navidad. No el silencio que proviene de la duda y desconfianza hacia Dios, como le pasó a Zacarías, que calló porque en el fondo dudo o no pudo hablar más, hasta el nacimiento de Juan, sino todo contrario: el silencio maduro, el silencio que proviene de la fe, el que surge de considerar que todo lo que podamos decir a veces está demás; que todo lo que intentemos agregar lo que hace muchas veces es «empañar» todo, oscurecer el misterio. Ante el misterio es mejor callar. Cuánta palabrería a veces, incluso dentro de la Iglesia, en las misas, en los momentos donde deberíamos callar. Cuánta palabrería a veces frente al Santísimo, cuando ante lo sagrado lo mejor es postrarse y callarse.

Intentemos hacer todo esto. Intentemos en estos días proponernos en serio frenar un poco, dejar de correr, o bien antes de correr, antes de empezar el día o al terminarlo, ir acercándonos a un pesebre, al de una parroquia o al de tu casa. ¿Te acordaste de armar el pesebre? Espero que sí. Dios está con nosotros, aunque nosotros a veces «no estemos con él». Dios está en todos lados, aunque nosotros no nos demos cuenta. Dios se manifiesta en donde quiere, aunque nosotros intentemos que se manifieste en donde nosotros queremos.

Una vez rezando un responso, el hijo del difunto, muy agradecido por haber rezado junto a ellos, al final se me acercó para contarme que «ahora creía en Dios, que ahora creía en la Vida eterna». ¿Sabés en dónde se le manifestó Dios? ¿Qué fue lo que hizo que empiece a creer así, de golpe, digamos? ¿Sabés qué fue? La mirada de su padre antes de morir; la mirada intensa, llena de amor de su padre al despedirse, al entregar su vida, o sea, creyó ante la muerte. Me dijo: «Padre, cuando mi papá me miró así, con ese amor tan intenso, yo me dije: “Existe algo después de esta vida. Dios tiene que existir si hay tanto amor”». ¡Qué maravilla! ¡Cuánto me enseñó! Teología pura en una experiencia concreta y real. Increíble, pero en realidad muy creíble para los que creemos en que Dios es amor, y donde hay amor, ahí está Dios. Este hombre llegó a percibirlo en su papá, en su última mirada. ¿Dónde pretendemos, a veces, nosotros encontrar a Dios? No pretendamos encontrarlo en cosas extrañas. En donde menos nos imaginamos, a veces en lo más «normal» de la vida, en lo más cotidiano, ahí está. ¿Quién se hubiese imaginado que Dios se haría un niño indefenso y débil en brazos de una madre pobre y sencilla y humilde, con un papá también entregado, justo y generoso? Preparemos el corazón para saber recibirlo en estos días, de la forma que él quiera.

III Jueves de Adviento

III Jueves de Adviento

By administrador on 15 diciembre, 2022

Lucas 7, 24-30

Cuando los enviados de Juan partieron, Jesús comenzó a hablar de él a la multitud, diciendo:

«¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salieron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que llevan suntuosas vestiduras y viven en la opulencia, están en los palacios de los reyes. ¿Qué salieron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta.

El es aquel de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino.

Les aseguro que no hay ningún hombre más grande que Juan, y sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él.

Todo el pueblo que lo escuchaba, incluso los publicanos, reconocieron la justicia de Dios, recibiendo el bautismo de Juan. Pero los fariseos y los doctores de la Ley, al no hacerse bautizar por él, frustraron el designio de Dios para con ellos.

Palabra del Señor

Comentario

¿Qué es lo que te sorprende en esta vida, cada día? ¿Qué es lo que nos sorprende como cristianos? Me parece que esta pregunta nos puede hacer muy bien a todos. Es verdad que es muy general, porque podemos pensarla desde muchos lados. Pero bueno, hagamos el intento. No cuesta tanto. El saber que nos sorprende día a día, ya sea en nuestras familias, en el trabajo, en nuestras amistades, en la vida de la Iglesia, de nuestras comunidades, en la fe, leyendo el evangelio cada día, es de alguna manera como un termómetro que nos puede ayudar a «medir» por donde anda el corazón, que nos está interesando y que cosas nos pasan por al lado, por no tener interés. La sorpresa tiene que ver con lo que deseamos y obviamente lo que deseamos con lo que esperamos, con nuestra esperanza. Seguimos con el tema, porque seguimos en el adviento, tiempo de esperanza, tiempo de re-ubicar nuestros anhelos, tiempo de evaluar que estamos esperando.

Es linda la pregunta de Jesús de hoy, tiene que ver con esto que estamos hablando: «¿Qué salieron a ver?» Sería algo así como decir… ¿Qué esperaban? ¿Qué buscaban? Si buscaban un profeta, un hombre de Dios, alguien que hable en nombre de Dios, no pretendan encontrarlo en la opulencia, en alguien preocupado por lo exterior, por el refinamiento. Y por eso los sencillos encontraron en Juan lo que buscaban, un hombre de Dios, vieron lo que habían ido a ver, porque no pretendían más que eso. En cambio los fariseos y doctores, los que se las «sabían todas», los que iban a ver lo que ellos pretendían ver sin abrirse a nada nuevo, los que se adueñaban de las cosas de Dios, bueno, justo esos, no se sorprendieron para bien. Al contrario, se sorprendieron para mal, se sorprendieron para seguir «atornillados» a su manera de ver las cosas. Por eso te decía que el sorprenderse para bien o para mal, depende en realidad de lo que esperamos y también de la capacidad que tenemos para cambiar, para dejarnos cambiar por otros. El camino es de ida y vuelta. Nos sorprendemos cuando estamos abiertos a Dios, a las sorpresas de Él, y otras veces las sorpresas de Dios nos ayudan a cambiar, a aflojar y a empezar una etapa nueva, aún cuando andamos cerrados. Algunos, de corazón sencillo, andan por la vida de sorpresa en sorpresa porque son como niños y todo les hace bien, todo les sorprende para crecer. Diríamos que se sorprenden porque se dejan sorprender. En cambio hay otros que todo les sorprende pero para seguir «apoltronados» en sus pensamientos y terminar creyendo solo en ellos y en que todo está mal. Eso les pasó a los fariseos y a los doctores, y nos puede pasar a nosotros. Diríamos que no se sorprenden porque buscan la sorpresa a su medida.

¿Por dónde andan tus sorpresas? ¿Tenés sorpresas? ¿Qué te producen esas sorpresas? ¿Qué me sorprende del evangelio de hoy? A mí me sorprende que cualquiera de nosotros puede ser más grande que Juan el Bautista, siendo el más pequeño del Reino de Dios. Juan preparó el Camino, nosotros estamos en el Camino, en la Verdad y la Vida. Juan fue el último profeta, nosotros los bautizados, somos y deberíamos ser todos profetas, todos hombres de Dios, hijos de Dios. En definitiva somos más agraciados que Juan, estamos en el tiempo de la gracia y la misericordia, eso nos hace grandes, aunque no nos demos cuenta. Mientras tanto… ¿a nosotros que nos sorprende? ¿Nos sorprende la injusticia de este mundo tan desigual o el último modelo que salió y todos quieren tener? ¿Me sorprende que todavía haya personas viviendo en la calle o que mi placard se siga llenando y llenando de cosas que nunca llegaré a usar? ¿Me sorprende que haya jugadores de futbol que puedan llegar a ganar 160000 dólares por día o que haya personas que no ganan ni siquiera un dólar por día? ¿Qué nos sorprende? ¿Nos sorprende que hayamos perdido la riqueza de una Navidad celebrada y vivida con fe, en familia o que todo el mundo se regale cosas a fin de año sin saber bien por qué?

Vayamos abriendo el corazón para ir dejándonos sorprender en esta Navidad, pero por las cosas que valen la pena, por las cosas que nos abren a Dios, al amor y no tanto a lo superficial, en lo material. Dejémonos sorprender por Jesús, que no lo encontraremos en la opulencia ni en la superficialidad, sino que lo encontraremos en el silencio y en la sencillez de un pesebre escondido.

III Miércoles de Adviento

III Miércoles de Adviento

By administrador on 14 diciembre, 2022

Lucas 7, 19-23

Juan el Bautista, llamando a dos de sus discípulos, los envió a decir al Señor: « ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?»

Cuando se presentaron ante Jesús, le dijeron: «Juan el Bautista nos envía a preguntarte: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”»

En esa ocasión, Jesús curó mucha gente de sus enfermedades, de sus dolencias y de los malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos. Entonces respondió a los enviados:

«Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!»

Palabra del Señor

Comentario

Es imposible no desear cosas, y es más, es necesario desear desear cosas, nos movemos por nuestros deseos, desde los más básicos, de nuestros deseos de vivir, de sobrevivir, de mantenernos en este lugar, en donde estamos, en donde elegimos , tenemos deseos de cosas intangibles, como proyectos, cosas que esperamos del futuro. Tenemos deseos, que los demás, se comporten como nosotros preferimos, tenemos deseos de cambiar nosotros mismos, tenemos deseos de ser mejores, tenemos deseos de crecer en la Fe, tenemos deseos de irnos de vacaciones, tenemos deseos de descansar, tenemos deseos de comer. Vivimos de deseos, pero como decíamos ayer, temos que aprender a moderar nuestros deseos, o por lo menos a pasarlos por el tamiz , de la Voluntad de Dios , no podemos vivir simplemente, a merced de lo que deseamos. Tenemos que aprender a preguntarnos cada vez que deseamos algo, si eso nos conduce o no a alcanzar la felicidad, porque en definitiva, la felicidad es la que todos deseamos , es el deseo más profundo y duradero que permanece en el corazón de cualquier hombre. Por eso sigamos por este camino y preguntémonos si verdaderamente estamos siendo felices y alegres, como nos invitaba en el Evangelio del domingo, en el tercer domingo de Adviento, donde la reflexión o la invitación era considerar la alegría en nuestra vida. Porque no estamos alegres, porque no estás alegre ahora, porque a veces yo no estoy alegre, qué me pasa? No será que estoy deseando cosas que en definitiva no alcanzare, no será que estoy deseando cosas muy terrenales, que finalmente son pasajeras y no me dan la verdadera felicidad.

Bueno sigamos en este camino, y hoy en coincidencia, porque la Liturgia, a veces es así, el Evangelio que acabamos de escuchar, coincide, con el del Domingo, aunque es de Lucas. El Domingo habíamos escuchado a Mateo, pero tiene una gran similitud, este episodio dónde Juan el Bautista envía a preguntarle al Señor, si era o no al que debían esperar. Podríamos decir hoy que es difícil, creer en el Jesús verdadero, el de los Evangelios. Hoy volvemos a escuchar la duda de Juan el Bautista, “Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro” Cómo es el Dios echo hombre en el que creemos, podríamos preguntarnos hoy. Cómo es el Dios que deseamos conocer y al que le decimos que confiamos en El.

Tener Fe es una maravilla, es un gran Don es alegría, pero también, no lo podemos negar, es tarea, es lucha y a veces es incomprensión, es un camino de purificación, y porque no incluso de desilusión de tantas cosas.

Juan esperaba un tipo de Mesías y se encontró con otro. Por ahí a nosotros alguna vez nos pasó lo mismo, en la Iglesia, en algún grupo de oración, en nuestro movimiento, en nuestra parroquia, en nuestra familia, en nuestra comunidad, en nuestro trabajo ¿Cuántas personas dejan una comunidad cristiana cuando conocen a las personas que la forman? Y uno se pregunta: ¿Qué esperaban encontrar? ¿Perfección absoluta? Uno se desilusiona cuando espera encontrar algo que en realidad no existe, porque justamente nos habíamos echo una idea y no era lo real, hay que ser realistas. Los que formamos la Iglesia somos humano muy humanos, y aunque te parezca raro, es necesario desilusionarse un poco para crecer en la fe.

Para después darnos cuenta, como Juan el Bautista, de que el verdadero Jesús no es el que por ahí nosotros conocimos al principio, o nos imaginamos.

Solo si hacemos este camino de purificación, después vendrá la sorpresa, viene la fe más pura y sincera. La fe que se aferra no de ilusiones o de ideas preconcebidas o mal enseñadas, sino a la fe en Jesucristo, el de los Evangelio. Al Jesús silencioso en la Eucaristía, al Jesús escondido en el pobre sufriente, al Jesús escondido en nuestro corazón al Jesús real. No el triunfante, no el Jesús de los «miles de seguidores» o del Jesús de los «me gusta», sino el Jesús que eligió nacer escondido y sin publicidad, al Jesús que le escapa al aplauso, que prefiere el silencio antes que el ruido, al que regala amor y no tantas cosas.