Topic: Marcos

III Martes durante el año

III Martes durante el año

By administrador on 26 enero, 2021

Marcos 3, 31-35 – Memoria de Santo Tito y Timoteo

Llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: «Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera.»

Él les respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.»

Palabra del Señor

Comentario

Siempre lo más fácil es responder sin pensar mucho, sin discernir: “Siempre se hizo así” o “Yo soy así” “Qué me importa lo que piensen los demás” Son frases que circulan en nuestro interior o en nuestro entorno, que no hacen más que clavarnos en la mediocridad y no nos dejan descubrir todo lo bueno y nuevo que podemos emprender, si nos tomamos la vida en serio. Es mentira que no podemos cambiar, que no podemos hacer las cosas de otra manera, que no podemos ser más santos, más humildes, más caritativos… y esto no es un eslogan político, es palabra de Dios. Jesús nos invita a cambiar siempre, una y otra vez, sin dejar de ser lo que somos, pero al mismo tiempo viendo que siempre podemos crecer y creer más.

¿Cuántas veces en tu vida te pasó que pensaste que jamás harías ciertas cosas y por esas cosas de la vida terminaste, descubriendo tu talento o tu capacidad cuanto te jugaste a hacerlas? Muchas veces es cuestión de probar, de confiar, de creer. Por eso Jesús, no se cansa de decirnos “conviértanse y crean” o podríamos decirlo al revés “cree y cambia, convertite”. Cree que podés cambiar algo de tu interior y tu realidad, confía en que tenés mucho para dar, cree que podés vivir el evangelio en serio, cree que podés ser santo, que no es para algunos, cree que podés ser santo en cualquier lugar, no necesitás hacer cosas raras.

¡Qué lindo sería que muchos pensemos así! Que muchos podamos salir de la mediocridad generalizada en la que vivimos, donde la mayoría se conforma con el “siempre se hizo así”, con el “todos son iguales” “es lo que hay” o “la culpa es de los de arriba” el “sálvense quien pueda”. Disculpá, pero esas frases no son cristianas, son de hombres y mujeres conpoca fe, egoístas, que piensan en su mundito, en su ego, que están felices por lo suyo, cómodos con su comodidad, pero no quieren cargarse al hombro el dolor de otros tanto que los necesitan. Son frases de personas que ven el problema y no lo quieren afrontar, o ni siquiera lo quieren ver porque es mejor mantenerse en la ignorancia y no cambiar nada, sino mantenerse en donde estaban. Sigamos esta semana escuchando las palabras del domingo que nos ayuden a compenetrarnos más con la palabra de Dios.

¿No te parece demasiado duro el mensaje de Jesús en algo del evangelio de hoy? ¿No es bastante frío con su propia madre que lo va a visitar y se encuentra con esa respuesta? Bueno, puede ser, puede parecer así, pero depende de cómo interpretemos este momento. Por eso tenemos que decir obviamente, que Jesús jamás pudo haber menospreciado a su madre, jamás pudo haberla hecho sentir mal ni nada por el estilo. Una mirada muy superficial, incluso de los que estuvieron en ese momento, puede quedarse con un Jesús poco amable con su madre y sus parientes. Un Jesús muy poco humano, diríamos, cosa que algunos parece que les gusta mostrar, pero que no es así.

Sería una mirada superficial, que no se mete en la verdad de lo que quiere expresar. Siempre hay que trascender lo que leemos literalmente, porque como dice San pablo: «la pura letra mata y, en cambio, el Espíritu da vida» (2 Co 3,6). Los católicos no somos “fundamentalistas de la Palabra de Dios”, sino que con la ayuda del Espíritu Santo que vive en la Iglesia, intentamos día a día interpretarla para que se haga vida en el hoy de nuestras vidas, dejándonos guiar por el todo de la Palabra y por los grandes intérpretes de la historia.

Jesús no menosprecia a su madre y a sus parientes, sino que aprovecha esa situación para abrir más el corazón y enseñarnos a abrirlo. Lo dijo para agrandar su corazón como nunca podríamos haberlo imaginado. Agrandar el corazón, no quiere decir quitarle lugar al otro, o sacarle el lugar a alguien, como inconscientemente a veces lo hacemos. Todo lo contrario. Si no, dar espacio para que entren más. Solo Jesús puede hacer eso tan bien. Eso es algo que debemos aprender también en nuestros afectos humanos, familiares, amistades, en la misma Iglesia.

Él lo hizo con su vida y sus palabras, amando a todos y diciéndonos que, si cumplimos la voluntad de su Padre, de golpe, por decir así, por gracia de Dios, somos hermanos de Él, madres de Él, y, por lo tanto, se amplía nuestro corazón a lugares nunca pensados. Seguro que te pasó. Seguro que “gracias a Dios”, gracias a que tenés fe, tenés muchas más amistades, hermanos, padres y madres, de las que hubieses tenido si tu vida hubiese sido solo hacer “la tuya”. Es así, vivir la palabra de Dios te abre el corazón y te llena de amistades, porque ves a los demás como hermanos. La Palabra de Dios se hace viva porque se cumple siempre, tarde o temprano. Nadie tiene más amor, más capacidad de amar, más amigos, más hermanas, más hermanos, que aquel que es fiel día a día con esfuerzo, por hacer la voluntad de nuestro Papá del Cielo. Eso es lo que Él quiere, que seamos y nos sintamos hermanos entre nosotros e hijos de Él.

Fiesta de la conversión de San Pablo

Fiesta de la conversión de San Pablo

By administrador on 25 enero, 2021

Marcos 16, 15-18

Jesús se apareció a los Once y les dijo:

«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.

Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán».

Palabra del Señor

Comentario

Una fiesta muy importante, la conversión de San Pablo, el gran apóstol. Es el único día, en el año de la Iglesia, que se dedica a celebrar la conversión de una persona. Tan importante es la figura de San Pablo para la Iglesia, que se alegra y celebra que se haya convertido, por todo lo que hizo y dejó para nosotros. Sus mismas palabras, sus mismas cartas han quedado para siempre para nosotros como palabras de Dios.

Nadie como Pablo sabía y conocía las escrituras, la palabra de Dios. Sin embargo, ¿Qué fue lo que finalmente tocó su corazón para siempre y lo hizo cambiar para convertirse en el hombre que más predicó? El encontrarse con Jesús, cara a cara, corazón a corazón. Podemos leer y saber toda la biblia, podemos conocer y leer todo el catecismo de nuestra Iglesia, ahora… si no nos encontramos personalmente con Jesús, todavía nos falta mucho. ¿A vos te falta? A mí toda una vida. Nunca pensemos que ya está, nunca bajemos los brazos, nunca creamos que ya lo conocemos lo suficiente. Cada día es distinto, cada día podemos dar un paso más. Cada día su luz puede volver a cegarnos. No tenemos por qué esperar una conversión tan extraordinaria, eso se dio pocas veces en la historia, con unos pocos elegidos. Pero si podemos convertirnos hoy un poco más, si podemos volver a creer, volver a empezar, volver a orientar el rumbo, volver a perdonar, volver a levantarnos, volver a rezar si habíamos dejado, volver a adoración si ya la abandonamos, volver a Misa si pensamos que no valía la pena, volver a creer que Jesús nos ama, volvé a acordarte, no te olvides que Dios te ama. Si podemos cambiar, es mentira que no se puede, que somos mediocres, que nadie puede sacarnos del letargo en el que vivimos. ¿Por qué no preguntarle hoy a Jesús, de rodillas, levantando los ojos al cielo, buscando esa luz que alguna vez nos iluminó y nos cambió la vida, qué debo hacer, Señor? “¿Qué debo hacer, Señor hoy? ¿Qué debo hacer Señor?” ¿Qué debemos hacer para ser felices en serio? ¿Qué debemos hacer para salir del encierro en el que estamos? ¿Qué debo hacer para ser cristiano en serio, para ser un fuego que encienda otros fuegos como lo fue san Pablo? ¿Qué debo hacer para dejar ese pecado que me atormenta, que decisión debo tomar? ¿Qué debo hacer para comprometerme más con mi fe? ¿Qué debo hacer para ser más coherente y dejar de ser un tibio que “no pincha ni corta”? ¿Qué debo hacer para rezar con el corazón y dejar de vivir de la formalidad? ¿Qué debo hacer? ¿Qué debemos hacer? Que San Pablo nos ilumine a todos, a todos los que escuchamos su conversión, para aprender de él. Ser cristiano es aceptar el amor de Jesús, es aceptar que es verdad, es dejarse perdonar y sentirse salvado. Pero al mismo tiempo, ser cristiano es actuar, es hacer, es preguntarle a Jesús: “¿Qué debo hacer, Señor?” porque el amor con amor se paga, y el amor está más en las obras que en las palabras, como decía otro gran santo, san Ignacio de Loyola. Cada uno puede hacer algo. Cada uno está llamado a algo. No importa si estás en una cama postrado, podés hacer mucho, tu enfermedad tiene un sentido. No importa si no tenés mucho tiempo, podés hacer mucho, cuando se ama se tiene tiempo. No importa si te pensás que sos un inútil, podés hacer mucho, te lo hicieron creer, es mentira. ¡Levantémonos, Jesús tiene algo lindo preparado para cada uno de nosotros! ¿Qué debemos hacer Señor?

Esa es la pregunta que te dejo en el corazón para que la puedas masticar y respondértela vos mismo.

III Domingo durante el año

III Domingo durante el año

By administrador on 24 enero, 2021

Marcos 1, 14-20

Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia».

Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: «Síganme, y Yo los haré pescadores de hombres». Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.

Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.

Palabra del Señor

Comentario

En este camino que empezamos a transitar hace dos domingos con el bautismo de Jesús, un camino en donde se nos propone la humildad y la mansedumbre; un camino de silencio y también de cruz –totalmente distinto al que cualquiera de nosotros a veces podría emprender–, un estilo que no concuerda para nada con la forma que un líder de este mundo podría elegir para atraer y «sumar» seguidores a sus filas… En este domingo, domingo dedicado a valorar la Palabra de Dios; un domingo en donde se nos invita a que volvamos a reafirmar nuestra fe en la eficacia de la Palabra de Dios, en todo lo que puede hacer en nuestra vida, retomamos la lectura del evangelio de Marcos. En el que claramente escuchamos que, después del arresto de Juan, Jesús se decide a comenzar a decir lo que lleva en su corazón durante tantos años. Se decide y comienza, a lo que llamaríamos nosotros, «su misión».

No alcanza con los gestos, no alcanza solo con hacer algo para que los demás comprendan; son necesarias también las palabras. Por eso es el domingo de la Palabra. Por eso también Jesús predicó, habló diciendo lo que su Padre le decía y mostrando de alguna manera su corazón. Cuando hablamos del bautismo, decíamos que Jesús empezó su vida pública con un gesto, con una actitud que sintetizaba de alguna manera todo lo que sería su vida. Sin embargo, volvemos a decir, es necesario también que estos gestos sean acompañados con expresiones, con dichos que iluminen eso que los gestos quieren expresar.

Algo del Evangelio de hoy nos pone ante nuestros oídos las primeras palabras de Jesús: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia». Para Jesús ya no había tiempo que esperar. Habían pasado los treinta años de silencio en Nazaret, pero el tiempo de Dios se había cumplido. Él tenía que empezar a actuar, tenía que ser fiel a la voluntad de su Padre. Jesús no hizo nada que su Padre no le haya pedido, no le haya dicho, sino que hizo siempre su voluntad. Y como muchas veces decimos todos, «los tiempos de Dios no son los nuestros». Es difícil comprender esto, comprender que no todo se da en el tiempo en el que nosotros pretendemos. Jesús también tuvo que aprender a aceptar esto, aceptar que su momento sería el de su Padre y que solo empezaría a hablar cuando él lo disponía.

Después de esa expresión, dice la Palabra que dijo: «Conviértanse y crean en la Buena Noticia». «Conviértanse» sabemos que es la traducción de una palabra griega que dice «metanoia», que significa «cambio de mentalidad». Quiere decir que Jesús nos invita a cambiar, a un cambio profundo y no a un cambio por afuera; a hacernos una «chapa y pintura», como se dice. Hay que cambiar de mentalidad para reconocer el Reino de Dios, para saber que está cerca. Hay que cambiar el corazón y la mente para reconocer la humildad de un Dios nacido en un pesebre bien pobre. Hay que cambiar la manera de pensar sobre cómo es Dios y cómo lo esperamos ver a veces, para darnos cuenta de que él es omnipotente, pero mucho más sencillo de lo que pensamos. No es solo un cambio moral, de nuestros comportamientos; algo que por supuesto es necesario, cada día más. Es también muy necesario cambiar nuestra forma de pensar sobre cómo miramos la realidad –la nuestra y la que nos rodea–, sobre cómo la analizamos, cómo juzgamos y qué decimos sobre ella.

Entonces hoy podemos preguntarnos: ¿Qué tenemos que hacer primero: cambiar las actitudes o la mentalidad?¿Querer o cambiar? ¿Cambiar o querer? Es difícil decirlo, es casi como decir: ¿Qué es primero: el huevo o la gallina? Pero lo que sí podemos decir es que «convertirse», para la Palabra de Dios, no significa primero ser bueno, portarse bien, ser perfecto y no equivocarse, como muchas veces nos enseñaron o aprendimos mal. Eso es algo que, hasta te diría, no necesita de las palabras de Jesús. Todos los hombres de buena voluntad descubren en su corazón que deben tender a la bondad y que están llamados a ser cada día mejores. Incluso podríamos decir que hay mucha gente que no cree que es muy buena y más buena que nosotros.

Entonces, convertirse significa animarse a cambiar ciertas estructuras mentales que se transforman en barreras, para que después pueda penetrar el mensaje transformador del evangelio, para poder después aceptar los modos de ser de Dios, su manera de amar y de enseñarnos a amar.

Tarde o temprano en la vida, la lógica de Jesús, la de Dios, su Padre, termina chocando con la nuestra, que muchas veces pretende ser la verdadera sin aceptar la de Dios. Cambiar quiere decir aceptar, antes que nada, que la lógica de Dios, su amor, a veces parece ilógico para nosotros, para el mundo, y eso nos cuesta aceptarlo. «La sabiduría de este mundo es necedad para Dios», dice san Pablo.

Cambiar es lo más difícil de nuestra fe. Creer y confiar en Jesús es lo que nos ayuda a cambiar también. Cambiar implica una cierta violencia interior, implica «plantar» la cruz en nuestros pensamientos y en nuestros corazones. Quiere decir que tenemos que doblegar muchas cosas que sin darnos cuenta nos dominan. Por ejemplo: podemos pasarnos la vida diciendo que creemos, que amamos a Jesús, que esto y que lo otro; pero cuando viene el dolor en nuestra vida, cuando nos toca la puerta el sufrimiento propio o ajeno, somos capaces de tirar todo, de rechazar incluso a Dios. Porque no comprendemos cómo pueden pasar ciertas cosas, cómo nos puede pasar a nosotros, porque pretendíamos algo distinto de este Dios que es Padre. A todos nos puede pasar: nadie está exento de enojarse y de no comprender a Dios. Es muy humano y a veces es necesario vivirlo, para reconocer en serio qué significa creer. Pero mientras tanto, no esperemos que nos pase.

Convertirse es cambiar. Creer ayuda a cambiar, confiar es el camino más difícil. Porque cambiar es salir de la comodidad de «armarnos» nuestra propia vida para aceptar a un Dios que también cambió por nosotros, un Dios que se hizo humilde por nosotros y nos llama a todos día a día, como lo hizo ese día con esos cuatro hombres mientras caminaba por la orilla del mar.

II Sábado durante el año

II Sábado durante el año

By administrador on 23 enero, 2021

Marcos 3, 20-21

Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: «Es un exaltado».

Palabra del Señor

Comentario

¡Qué modo de terminar esta semana!, escuchando la Palabra de Dios en donde, como dice, la gente –en realidad los propios parientes de Jesús– termina diciendo que está exaltado, o sea que está fuera de sí. Diríamos nosotros que está un poco loco; no comprendían quién era Jesús.

Y podríamos decir que casi sin darnos cuenta en esta semana apareció el tema de las «apariencias», de la mirada, de la mirada del corazón. Estas Palabras del Antiguo Testamento –donde dice que «Dios no mira las apariencias como el hombre, sino que mira el corazón»– vimos que se refleja en el evangelio. Y así es como en estos días vimos cómo, por un lado, Jesús curaba, sanaba, expulsaba demonios. Y los fariseos lo increpaban, los fariseos le reclamaban, lo juzgaban; juzgaban también a sus discípulos. La gente lo seguía alocadamente, podríamos decir. Lo apretujaba, lo seguía por todos lados. Sin embargo, Jesús, de algún modo, quería purificar la mirada de los demás hacia él.

Por eso te propongo que en este fin de semana, en este sábado, podamos hacer un repaso de la semana, pero no mirando cada evangelio, sino teniendo en cuenta esta imagen, la imagen de «la mirada». Acordémonos que Dios no mira como los hombres: él mira el corazón, y nosotros las apariencias. Los fariseos miraban las apariencias, mucha gente que seguía a Jesús miraba las apariencias y los parientes de Jesús en Algo del evangelio de hoy, los mismos familiares, miraban las apariencias; no sabían quién era realmente. Pero él miraba el corazón y nadie comprende lo que hacía; por eso también, en algún momento, Jesús se enoja y tiene una mirada de indignación hacia los fariseos que no se les ablandaba el corazón.

Por eso creo que nos puede ayudar también preguntarnos hoy: ¿Cómo estamos mirando?, ¿qué miramos de nosotros mismos?, ¿qué miramos de los demás? y ¿qué miramos, qué buscamos del mismo Jesús? O también, y por qué no, podemos preguntarnos: ¿Estamos muy preocupados por la mirada de los demás hacia nosotros? ¿Estamos poniendo nuestra seguridad y nuestra fortaleza en cómo nos miran los demás? Puede ser que a nosotros nos traten también como locos exaltados. A veces empezamos el camino de la fe y los de al lado, nuestros propios familiares, nos miran como de reojo: «Este está loco», «esta está loca», «este está exaltado», «esta se la pasa en la Iglesia», «este es un fanático, una fanática». No nos entienden, porque parece que si estamos mucho en las cosas de Dios, somos «fanáticos». Ahora, la verdad es que si hacemos cualquier otra cosa, si somos fanáticos de un equipo de fútbol, de un cantante, no pasa nada, ¿no? ¡Qué extraño! Sin embargo, cuando estamos en las cosas de Dios, casi que somos fanáticos. «No exageres» nos dicen, «no exageres».

Una vez alguien que de hace no mucho tiempo acababa de descubrir la maravilla de la fe, la maravilla de un hombre Dios que nos enamora, me contaba que su hijo no la entendía, que no podía comprender que vaya los domingos a misa. Casi que la creía una fanática. No es maldad, es entendible. Al que todavía no se le abrieron los ojos del corazón, para ver a Jesús en todas partes, le cuesta comprender la locura de los que descubrimos que no hay otra cosa más importante y más trascendental en la vida que amar a Cristo con toda el alma, con toda la existencia, con todo el ser. También una madre con dolor me hablaba, me acuerdo, incluso del rechazo espantoso que sufre y sufría por parte de su hija, que no puede aceptar que ella busque a Jesús de algún modo. Los que no están en el camino de la Vida, o son completamente indiferentes y nos respetan, pero en el fondo nos ven como locos, o bien les molesta que seamos felices de seguir a alguien que solo vemos con los ojos del amor y de la fe. ¡Qué extraño!

Por ahí te pasa algo similar en tu vida, pero no te preocupes, no te pongas triste. A Jesús sus propios familiares lo trataron de loco. Por eso, si te pasa, te diría que es un buen signo; «es de locos», la verdad. «Es “cosa de locos” –como me decía una amiga– amar a Jesús».

Entonces, ¿qué hacemos frente a esas cosas? ¿Nos entristecemos? ¿Ponemos nuestra mirada en Jesús? ¿Nos enojamos cuando los demás nos ven de alguna manera fuera de nosotros, exaltados, como locos? Porque también si ponemos demasiado nuestro corazón en qué es lo que miran los demás de nosotros mismos, en el fondo no estamos poniendo nuestra mirada en Jesús.

Entonces en este juego de miradas –de cómo mira Jesús, de cómo miramos nosotros y de cómo nos miran los demás– podemos hacer una especie de examen espiritual en este sábado, para, por supuesto, aceptarnos en lo que nos tenemos que aceptar.

Primero, empezar a conocer al verdadero Jesús, que no le gusta ser muy reconocido en cuanto a lo que hace, sino que quiere mostrarnos su corazón. Bueno, preguntémonos: ¿Qué buscamos nosotros de Jesús? ¿Qué miramos de él? ¿Qué estamos esperando? ¿Esperamos continuamente que nos de lo que queremos o estamos buscándolo por su Palabra, escuchándolo; o sea, abiertos a lo que nos vaya presentando, no teniendo expectativas de un Dios que a veces nosotros nos armamos «a medida»? Eso por un lado. Y por otro, ¿nos dejamos mirar por Jesús? ¿Dejamos que nos mire, que nos muestre la verdad de nuestro corazón para no juzgarnos como a veces nos juzgamos nosotros mismos? ¿Dejamos que Jesús nos mire con amor, como él mira, o estamos pendientes de otras cosas?

Y, por último, también preguntarnos: ¿Qué estamos mirando nosotros de los demás?, ¿cómo miramos a los demás? Si a veces los juzgamos, si nos apresuramos en nuestros pensamientos; o realmente nos dejamos enriquecer con la presencia de los otros. O también: ¿Estamos muy pendientes de lo que los demás dicen y piensan de nosotros?

Bueno, que este sábado nos ayude a hacer como una especie de afirmación de lo que más importa: lo esencial en nuestra vida es la mirada que tiene Jesús de nosotros; más allá de lo que hayamos podido hacer, de lo que no hemos podido hacer, de lo que somos. En realidad, él es el único que sabe quiénes somos y lo que tenemos que ser.

II Viernes durante el año

II Viernes durante el año

By administrador on 22 enero, 2021

Marcos 3, 13-19

Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios.

Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.

Palabra del Señor

Comentario

El amor genera algo así como un sello en el alma, en la mente y en el corazón. Por eso los discípulos jamás olvidaron ese día de su primer encuentro con Jesús… “Era alrededor de las cuatro de la tarde” Una experiencia de amor profunda y verdadera, jamás se olvida y es punto de partida para un comienzo nuevo, para una etapa distinta, para algo que siempre es mejor. Si eso nos pasa en el plano humano, con nuestras amistades, con un noviazgo… imaginemos lo que debe haber sido con Jesús, lo que debe haber sido encontrarse cara a cara con Él, estar todo un día escuchándolo y conociendo su corazón. Pensando en esto, tal vez nos surja una especie de “sana envidia” por los que tuvieron ese privilegio de estar así, cara a cara con Él, sin embargo, no podemos olvidarnos que nosotros tenemos esa misma posibilidad día a día, hoy mismo. Si creemos que encontrarse con Jesús es cuestión del pasado y de algunos, es justamente porque todavía no vivimos la gracia de estar con Él, porque nuestra fe se quedó en una cuestión de ideas o de inercia familiar o cultural.

¿Qué pasa en la vida de una persona cuando conoce y disfruta de estar con Jesús? Inevitablemente sale a contárselo a otros, no hay otro camino, es imposible guardar una alegría para uno solo, “una alegría contada es doble alegría…” Así lo expresaba el evangelio del domingo: “Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías». Andrés no pudo dejar de contar lo que había vivido y a quién había encontrado. Es así, no hay otro camino. Pero no todos viven o vivimos eso, sino que estamos a mitad de camino creyendo que somos seguidores de Jesús.

¿Sabías que no todos los bautizados están realmente evangelizados? Muchos bautizados fueron “catequizados”, pero todavía Jesús no tocó sus corazones, no lo conocieron. Que vos y yo estemos bautizados, no quiere decir que hayamos recibido la alegría del evangelio, la alegría de conocer a Jesús como lo hicieron esos discípulos. ¿Cuál es el diagnóstico para saber si además de bautizados, estamos “evangelizados”? Ser evangelizadores. Si evangelizamos. Si no salimos a contarle a otros que conocimos a Jesús, es un signo claro de que todavía de alguna manera no lo conocimos, y eso es estar evangelizado, haberse encontrado y tener ganas de contarlo. Cuando digo conocerlo me refiero al conocimiento que da el amor y no a la catequesis o la teología. Millones de católicos conocen el catecismo, pero no conocen a Jesús. Entonces ¿Qué es evangelizar? ¿Únicamente enseñar el catecismo, enseñar teología? No… contarles a los otros que Jesús nos invitó a seguirlo y que eso nos transformó la vida.

Una vez un estudiante jesuita le preguntó a San Alberto Hurtado, el santo chileno, que le recomendaba estudiar después de ordenado sacerdote, en que especialidad le recomendaba profundizar. Alberto le contestó: “Especialízate en Jesucristo”. Jesús debería ser nuestra “especialidad”, no solo es para sacerdotes y consagrados, sino que es para todos. Debería ser aquello que nos deleite el corazón, que nos prenda fuego por dentro y nos dé ganas de gritarlo por todos lados. Es emocionante ver a los conversos adultos cuando hablan sin vergüenza y sin miedo de Jesús. La otra vez, escuchaba a una ex vedette argentina que se convirtió de hace poco, por intercesión de nuestra Madre del cielo, y que volvió invitada a esos programas de chismes baratos en donde se divierten a costa de los demás, y era admirable como de sus labios y de su corazón solo brotaban palabras de amor hacia Jesús y hacia María, como hablaba de la pureza y del amor verdadero sin ningún miedo y sin ninguna vergüenza. Eso es encontrarse con Jesús, perder todo tipo de respeto humano y hablar de Él como hablan los enamorados, vivir una vida distinta, cambiando el modo de expresarse y de actuar.

Eso también les debe haber pasado a estos hombres de algo del evangelio de hoy llamados por Jesús, llamados por pura misericordia, para estar con Él. Jesús llamó a los que Él quiso, no a los que quiere el mundo o los poderosos, o a los que vos y yo nos imaginamos. A los que Él quiso. Los doce apóstoles son para nosotros los primeros colaboradores de Jesús, los primeros que eligió para que después de muerto y resucitado sean su continuidad, la extensión de su amor a lo largo del tiempo. También eso es el sacerdocio católico para nosotros. Nadie es sacerdote por decisión propia, por mérito propio o como un derecho adquirido. Se es sacerdote porque se experimentó el llamado de Jesús a seguirlo más de cerca. Se es sacerdote porque se experimenta que los primeros perdonados, sanados, somos los mismos elegidos. Se es sacerdote porque es tal la atracción que Jesús logra al corazón que ya nada puede superarlo. Se es sacerdote porque fuimos rescatados en medio de una multitud para poder hacer lo mismo con tantos que no encuentran el rumbo. Se es sacerdote para estar “para todos y con todos” y no solo con los que uno prefiere, para acompañar a los hombres mientras Jesús en realidad nos lleva de la mano. Se es sacerdote para hablar en su nombre, para perdonar en su nombre, para dar algo más de lo que tenemos, para darlo a Él mismo. ¡Gracias Jesús por elegir hombres débiles para llevarte a los demás! ¡Gracias Jesús por tantos sacerdotes que día a día dan la vida para llevarte a los demás! ¡Qué lindo que es experimentar que cuando uno se entrega a los demás, no nos damos solo a nosotros mismos, sino que damos algo mucho más grande… ¡a Jesús!

II Jueves durante el año

II Jueves durante el año

By administrador on 21 enero, 2021

Marcos 3, 7-12

Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea. Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón. Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara.

Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo. Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.

Palabra del Señor

Comentario

Jesús nunca le niega a alguien la posibilidad de conocer su casa, su corazón… la posibilidad de entrar en diálogo con Él, de seguirlo. Lo que Él pretende, lo que necesita de nosotros, es nuestro corazón, nuestra sinceridad, nuestra disposición a abrirnos lentamente a su amor misericordioso y no andar a medias, con ambigüedades, con dobleces. Ante el deseo de los discípulos de conocer su casa, donde vivía, Jesús les respondió: «Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. “¿Querés saber dónde vivo? ¿Querés conocerme? Vení, acércate, caminá, las puertas están abiertas para los que quieran” Algo así podría significar para nosotros esta respuesta de Jesús. Hay que hacer la experiencia, no queda otra. Muchas veces pretendemos que Dios venga a nosotros, qué Él se acerque a nuestro corazón, y eso es lindo, pero en realidad no debemos olvidar que eso ya lo hizo desde que se hizo hombre, lo hace cada día en su Palabra, lo hace cada día en la Eucaristía. Jesús nos invita a “ir y ver”, a hacer nosotros la experiencia, a mover nuestros pies y nuestros corazones para estar con Él. Muchísimas veces se acercan personas a nosotros los sacerdotes y nos dicen: “Ya no siento lo que sentía antes padre. No sé qué me pasó, perdí la fe” Generalmente indagando un poco uno pregunta: “¿Qué hiciste?” Y la respuesta es: nada. Y en el fondo lo que pasó es que se dejó de buscar, se dejó de caminar, se dejó de “ir y ver” a donde está Jesús. Eso nos pasa a todos.

Cuando dejamos de buscar, cuando nos olvidamos que la invitación para seguir a Jesús es de todos los días, vamos lentamente perdiendo el deseo de estar con Él, vamos perdiendo el entusiasmo de esa primera vez que nunca olvidamos y que nos hizo acordar hasta la hora, como les paso a Andrés y Juan. Si estás en esa situación, de desánimo, de pensar que ya perdiste la fe, de que Jesús te abandonó… pensá si en realidad no fuiste vos el que dejó de buscar, si no fuiste vos el que perdió ese deseo y se olvidó de lo lindo que era estar con Él. Si, por el contrario, estás en esa etapa linda de enamoramiento, en donde todo es gozo, en donde todo fluye y parece que no se terminará nunca, no creas que eso dura siempre, sabé que es una etapa que tenés que disfrutar y atesorar para cuando vengan momentos o tiempos difíciles. Seguir a Jesús es un poco de todo esto… estar esperándolo de alguna manera, buscarlo, dejarse preguntar por Él, y ponerse en camino para conocer su corazón dispuestos a no dejar de buscar nunca.

Según Algo del Evangelio de hoy, Jesús no se deja “seguir” por cualquiera, no se deja “apretujar”, se deja buscar por aquellos que son humildes, por los que reconocen que algo les falta. Dios se hace encontradizo con el que lo busca, pero con el que lo busca con humildad, con sinceridad y no por los quieren manipularlo, observarlo, criticarlo como los fariseos. Por eso el soberbio no puede ver a Dios, jamás, porque su corazón solo ve lo que quiere ver. Él no se deja encontrar por los que quieren utilizar mal su nombre. No se puede manipular a Jesús, a Dios. No podemos usarlo para nuestra conveniencia. Ante los gritos de los “espíritus impuros” la palabra dice que: “Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto”.

¿Por qué Jesús no quería que se difunda las cosas que hacía? ¿Por qué Jesús no quería que digan quién era? Justamente por esto que venimos hablando. Porque Él quería y quiere enseñarnos a no mirar las apariencias sino mirar el corazón. No hay que dejarse llevar por lo externo. Lo que más hace sufrir a Jesús, es que nos quedemos con las apariencias de lo que hizo y no con su corazón. Él no quería ser un “milagrero” más, Jesús no quiere ser un “sanador” del montón, Jesús no quiere ser “la solución”, Jesús no quería vivir de la apariencia, sino que quiere mostrarnos su corazón, quiere que nos enamoremos de su corazón. Él quiere que lo ames, que lo amemos por lo que es y no por lo que hace. Por eso prohibía que le hagan mala propaganda, porque la propaganda lo único que exalta es lo que las personas hacen y hace muy difícil que veamos lo que las personas son. Solo el que conoce realmente a Jesús puede transmitir lo que es, los demás se quedan con lo superficial, con lo recibido.

Es lindo ver en el evangelio de hoy, quiénes y cómo buscaban a Jesús. ¿Quiénes lo buscaban? Los marginados, los sufridos, los enfermos, aquellos que padecían algo o les faltaba algo. ¿Cómo lo buscaban? Se apretujaban y se arrojaban para tocarlo. ¡Qué lindo! ¡Qué lindo es ver hoy cuando alguien se acerca a buscar a Jesús así, con amorosa desesperación! ¿Sos de los que lo buscan? ¿Cómo lo buscás?

Sigamos a Jesús como Él quiere que lo sigamos. Pensemos a qué Jesús andamos siguiendo y cómo lo estamos siguiendo.

II Miércoles durante el año

II Miércoles durante el año

By administrador on 20 enero, 2021

Marcos 3, 1-6

Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo sanaba en sábado, con el fin de acusarlo.

Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: «Ven y colócate aquí delante». Y les dijo: « ¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?»

Pero ellos callaron.

Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: «Extiende tu mano.» Él la extendió y su mano quedó sana.

Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con Él.

Palabra del Señor

Comentario

Vamos madurando en la fe, en la medida que somos nosotros mismos los que caminamos detrás de Jesús, con nuestros propios pies, sin que nadie nos lleve, sin que nadie nos arrastre. Maduramos en la fe cuando somos capaces de escuchar de labios de Jesús: ¿Qué querés? ¿Qué buscás? Y esas preguntas no nos asustan, sino todo lo contrario, nos ayudan a afirmarnos mejor, porque nos ayudan a sincerarnos con nosotros mismos y con Él. Maduramos realmente cuando no seguimos a Jesús únicamente porque alguien nos lo mostró o señaló alguna vez, o porque son muchos los que van detrás de Él como si fuera un malón, sino porque, al descubrirlo personalmente, corazón a corazón, nos damos cuenta que Él tiene todas las respuestas a nuestros interrogantes más profundos, esos que nadie puede contestar.

Esos discípulos del evangelio del domingo de los que venimos hablando desde el lunes, al escuchar la pregunta de Jesús, le respondieron: «Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?» ¡Qué linda respuesta! ¿Qué buscaban estos hombres? ¿Qué le pidieron? Pudiéndole pedir todo, solo le pidieron ir a su casa, solo le pidieron saber dónde vivía. En el fondo, le pidieron que les abra su casa, su corazón, pidieron que los deje conocerlo. Porque no lo conocían, solo lo estaban esperando, sabían que era un maestro, pero no lo conocían realmente. No se conocen las cosas, y mucho menos las personas, por cuentos de otros, aunque un poco nos aproximen. Se conocen cara a cara. ¡Qué lindo es reconocer que todavía no conocemos a Jesús realmente, que nos falta mucho, muchísimo! No es discípulo humilde el que cree que ya lo conoce y que no necesita ir cada día a su corazón. ¡No es verdadero cristiano el que considera que por saber algo de Él, por haber recibido algunos sacramentos, por conocer el catecismo, por estar en la Iglesia, ya tiene todo resuelto, ya no tiene que seguir caminando y no le queda nada por delante! Todos tenemos que madurar día a día en la fe, desde el Papa hasta el último de los cristianos, y hasta que no reconozcamos que esto es un camino incansable de toda la vida, no sabremos qué responderle a Jesús cuando nos pregunte: ¿Qué querés? ¿Qué le responderías a Jesús si hoy te preguntara eso?

En Algo del Evangelio de hoy, evidentemente, nos damos cuenta de que los fariseos no conocían a Jesús y tampoco les interesaba hacer el esfuerzo para hacerlo. Dice la palabra de Dios que lo “observaban atentamente” pero no por amor, sino para poder acusarlo, para encontrarle algo de qué acusarlo y de hecho lo logran, consiguen que Jesús haga lo que ellos consideraban “ilegal” y de ahí se agarran para empezar a planear su muerte. Jesús no entra en el juego, al contrario, les demuestra que Él no se deja “apichonar” por las miradas acusadoras de los demás, y que el bien está por encima de la cerrazón de corazón de ellos y de su estrechez de mente. Los fariseos no son tan inteligentes como parecen, o como se creían.

Cuando la inteligencia de una persona, esa que al mundo le encanta exaltar, no va acompañada de un corazón de carne y misericordioso, sino que es de piedra y acusador, no proviene de Dios, por más sagacidad que posea la persona, por más genio y creativo que sea, por más que todo el mundo lo aplauda, por más premio nobel que reciba. Hoy en día, y seguramente siempre, se exalta la inteligencia de las personas, se premia, se aplaude, se llena de elogios, entendiendo la inteligencia como su capacidad intelectual para hacer o resolver ciertas cosas, olvidando que también somos corazón. Sin embargo, la verdadera ciencia, la sabiduría a la que estamos llamados, es la que no anula el corazón, es la que lo incluye y la que lo escucha siempre, en toda circunstancia y mucho más, cuando se trata de tomar decisiones con personas de por medio.
Jesús les preguntó: “«¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?» Pero ellos callaron.”

Los súper-inteligentes callaron, los que se las “sabían todas” callaron. Callaron porque iban a quedar esclavos de sus palabras o porque les iba a obligar a pensar más, a superar su estrechez de mente y cerrazón de corazón. La dureza de corazón en el fondo, genera estrechez de mente y viceversa, el que es duro de corazón en realidad no es inteligente, se cree inteligente, pero no lo es. El que usa realmente bien el cerebro que Dios le dio, jamás puede tener un corazón tan duro, porque Él nos dio la mente para darnos cuenta de que estamos hechos para amar, para hacer el bien a los otros, para ir más allá de lo “estrictamente” mandado y reconocer que cuando hay alguien que sufre, cuando hay alguien que la pasa peor que nosotros, no hay tanto lugar para cálculos, sino que hay que actuar como nos gustaría que lo hagan por nosotros.

II Martes durante el año

II Martes durante el año

By administrador on 19 enero, 2021

Marcos 2, 23-28

Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le dijeron: «¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?»

Él les respondió: «¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes?»

Y agregó: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado».

Palabra del Señor

Comentario

En el camino del seguimiento a Jesús hay que ir aprendiendo a dejarse purificar por Él, no es un simple sí, de un día, de una vez, es más complejo que eso y por eso más lindo. Cuando concebimos la vida cristiana, la fe, no como un camino, sino como un instante lindo, como un momento pasajero, como una respuesta aislada de la totalidad de nuestra vida, es cuando tarde o temprano nos quedamos al costado, de lo que en realidad era un camino, o nos cansamos, o decimos: ¡Esto era ser cristiano! Lo que hay que saber es que Jesús no nos engaña, nunca engañó a nadie en los evangelios, siempre fue claro y directo, en todo caso nos engañaron sin querer los que nos invitaron a seguirlo, nos engañaron por ser buenos, para atraernos y sumar fieles a sus arcas, o bien nos dejamos engañar nosotros, porque a veces nos gusta no escuchar todo, preferimos no escuchar toda la verdad. ¿A qué me refiero con esto?

Cuando los dos discípulos al escuchar a Juan se decidieron a seguir a Jesús, dice el evangelio del domingo que: “Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quieren?»” No fue una pregunta de rutina, una pregunta por preguntar nomás. Jesús quiere saber el porqué de nuestro seguimiento, el para qué lo seguimos, para nuestro bien, para que purifiquemos nuestras intenciones, para que descubramos nuestras motivaciones y no andemos tras de Él sin saber por qué o bien creyendo que seguimos a alguien que en realidad no lo es. ¿A quién seguimos nosotros, vos y yo? ¿Lo sabemos? ¿Dónde están los millones de cristianos que dicen creer en Dios o que dicen que aman a Jesús? Cuando digo donde están, no me refiero a que, si van a no a Misa, porque hay miles que van a Misa, pero en realidad no saben bien a quien siguen, sino que me refiero a todos. Todos tenemos que hacer este proceso al seguir a Jesús, los discípulos también lo tuvieron que hacer. ¡Qué bueno que hoy podamos preguntarnos todos! ¿Qué quiero? ¿Qué quiero al seguir a Jesús? ¿A quién o qué busco? ¿Lo busco a Él por ser Él mismo, o busco cosas, soluciones y me busco a mí mismo buscándolo a Él? Recemos con ese momento de la escena del domingo, es linda, pero profunda, para no dejarla pasar.

Algo del Evangelio de hoy nos muestra que no todos los que se dicen ser “religiosos” lo son verdaderamente, en este caso los fariseos que eran supuestamente súper-religiosos pero que se les soltaba la lengua y criticaban, y también podríamos decir hoy, que no todos los que dicen seguir a Jesús o creer en Él, realmente lo siguen, porque a veces también juzgamos y se nos destraba la lengua. Dice el apóstol Santiago que: “La religiosidad pura y sin mancha delante de Dios nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos, de las viudas cuando están necesitadas, y en no contaminarse con el mundo” Diríamos que, en su esencia, es el amor concreto y sincero al prójimo, obviamente al que más necesita. También dice: “Si alguien cree que es un hombre religioso, pero no domina su lengua, se engaña así mismo y su religiosidad es vacía.”

Existe un gran peligro en el corazón del hombre, y todavía es peor cuando es exacerbado por una falsa religiosidad, y es, la excesiva preocupación por lo externo y no tanto por el corazón. Es un mal generalizado, es un virus que tenemos todos, los religiosos y los no religiosos, los creyentes y no creyentes, pero lo que pasa es que cuando este virus crece en una persona supuestamente religiosa, creyente, es mucho peor, porque se arraiga más, se infla más y, además, se camufla bajo apariencia de bien, bajo apariencia de “búsqueda” de santidad, casi que de salvar al mundo. Todos los nacidos en este mundo, casi inconscientemente nos dejamos llevar por las apariencias. La falla original con la cual nacemos nos hace olvidar que lo que define la vida de un hombre no es lo externo, sino que es el corazón, y que el corazón de los otros no lo conocemos realmente. Todo lo que podamos ver de los demás y todo lo que puedan ver de nosotros, los otros, es “papel pintado” si lo de adentro no está sano, si lo de adentro no es puro o por lo menos no busca la rectitud, la sinceridad.

Los fariseos del evangelio, los de hoy y los de siempre, juzgaron y juzgan por lo que ven con sus ojos, sin considerar las circunstancias, sin preguntar qué hay detrás, en definitiva, sin conocer el corazón de los hombres, ni el de Jesús, sino simplemente juzgan por las apariencias. Como tantas veces lo hacemos vos y yo, de mil maneras diferentes, con buena o mala intención. La mayoría de las veces, seguro que juzgamos con buena intención, pero ahí no está el punto, sino que está, tanto para bien como para mal, en juzgar sin conocer el corazón de los otros. Por eso, la cuestión no está, en que si lo que digo es bueno o malo, si lo que digo lo digo con buena o mala intención, sino que juzgo sin conocer, creyendo que conozco, ese es el gran pecado de todos, esa es la gran falla que debemos pedirle al Señor que nos sane de una vez por todas. ¿Para qué seguimos a Jesús? ¿Para qué seguís a Jesús? Para amarlo y para parecernos cada día más a Él y que jamás de nuestros labios salga un juicio hacia los otros.

II Lunes durante el año

II Lunes durante el año

By administrador on 18 enero, 2021

Marcos 2, 18-22

Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?»

Jesús les respondió: «¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo. Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.

Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!»

Palabra del Señor

Comentario

Los lunes siempre son una buena oportunidad para animarnos, si empezamos cansados, porque a veces cuesta arrancar, cuesta volver a empezar la semana. Por eso, hoy levantémonos juntos el ánimo si no andamos bien, levantémonos el ánimo porque a veces estamos cansados. Levantale el ánimo a alguien que conozcas. Dejemos que Jesús nos vuelva a llenar de alegría y paz si algo nos la quitó. Una buena forma de alegrar el corazón propio es alegrar el corazón de los demás. Por eso, te invito a convertirte en apóstol de la Palabra de Dios. Ayudemos a Jesús a que sus palabras lleguen a otros.

No te olvides de enviar este audio a un grupo, si a veces te olvidas; no tengas vergüenza, no creas que sos molesto aunque a veces parezca. Son millones de personas que necesitan palabras de consuelo y ánimo, palabras que llenen el alma de cosas lindas y no de tantas malas noticias. No te olvides que si querés recibir los audios directamente en tu celular para no depender de otros, lo más fácil es que te bajés una aplicación que se llama Telegram y busques nuestro canal de difusión @algodelevangelio, o también la aplicación Algo del Evangelio para celulares Android. Y si no podés y necesitás ayuda o querés recibirlo por mail, suscribite en nuestra página www.algodelevangelio.org, o bien escribimos un mail a algodelevangelio@gmail.com.

Todavía resuena en mi corazón la escena del evangelio de ayer, llena de miradas, de situaciones, de palabras y detalles que nos pueden ayudar mucho a nosotros a ser verdaderos discípulos de Jesús. La Palabra decía que «los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús». ¿Qué oyeron estos dos discípulos para dejar todo así, tan rápido, y empezar a seguir al Salvador? Escucharon que Juan dijo: «Este es el Cordero de Dios». Tal vez a nosotros hoy nos resulta un poco extraña esta expresión, pero para ellos, en ese tiempo, seguramente les evocó algo que llevaban en el corazón de tanto escuchar la Palabra de Dios, de tanto escuchar que el Mesías sería un Cordero sufriente que vendría a entregarse por todos. A ellos les recordó al cordero pascual que año tras año sacrificaban para rememorar la Pascua de su pueblo, la liberación de la esclavitud. Lo siguieron porque algo así esperaban, algo ya tenían en el corazón, y a eso quiero llegar hoy.

Nadie deja todo por algo que no espera. Por eso, a nosotros nos puede ayudar a pensar y preguntarnos: ¿Qué tipo, qué clase de Mesías, de Salvador esperamos? ¿Uno a nuestra medida o un simple cordero, manso y humilde? ¿Este mundo de hoy qué espera? ¿Este mundo de hoy tan secularizado se pregunta por Dios?, ¿tiene necesidad de Dios? Lo lindo sería dejar de lado nuestras expectativas a veces un poco mundanas, de un Jesús hasta diría falso y dejarnos atraer por este humilde servidor que simplemente vino a caminar con nosotros para que nos enamoremos de él, por su mansedumbre y humildad.

Algo del Evangelio de hoy, con esa expresión final que a veces puede resultar un poco enigmática, nos puede ayudar muchísimo. «¡A vino nuevo, odres nuevos!», dice. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué quiere decir con esto Jesús? Digamos que no se puede recibir la novedad del evangelio con una mentalidad vieja o un corazón avejentado, es imposible; todo se romperá tarde o temprano. Lo recibirá por un tiempo, pero finalmente explotará. ¿Cuántos casos hay así en nuestra Iglesia? ¿Cuántos han recibido el mensaje de Dios pero finalmente explotaron, dejándose llevar por otras cosas? Corazón nuevo y mentalidad nueva para un anuncio nuevo y novedoso. ¿Cuántos cristianos, vuelvo a decir, terminan rompiéndose en algún momento de sus vidas, alejándose de Jesús, incluso enojándose con él, por no haber cambiado la mentalidad y corazón, por haber pretendido que Dios finalmente se amolde a sus mentalidades y corazones cuando en realidad debería haber sido al revés? ¿No deberíamos reconocer que a veces lo hemos explicado mal? Creo que cientos de miles han dejado así la Iglesia.

¿Dónde están los millones de cristianos que recibieron el anuncio del evangelio alguna vez y ahora abandonaron la fe? ¿No será que recibieron la novedad más linda, pero con mentalidad y corazón del antiguo testamento, como les pasó a estos fariseos? ¿No será que los anunciadores (sacerdotes, catequistas, comunidades religiosas, colegios, familias) anunciamos por muchas décadas una novedad avinagrada, no centrada en Cristo, en su persona, en el cordero manso y humilde? ¿Cuántos sacerdotes predicamos una novedad, pero al estilo antiguo, con corazón y mentalidad vieja, hablando más de mandatos, de doctrinas, de moral y no tanto de Jesús, de su Corazón, que por supuesto después nos llevará a una doctrina y a una moral? Con esto no quiero caer en la superficialidad y extremo de que la solución está en que hay que ser algo así como «modernista». En realidad, hay que ser modernos, pero no modernistas, para no desvirtuar el mensaje; eso significa «a vino nuevo, odres nuevos». Jesús fue moderno, en el buen sentido de la Palabra. Los santos fueron modernos. Fueron siempre más allá, supieron cambiar el corazón y la mentalidad para que el mensaje realmente pueda penetrar en los corazones.

No fueron «modernistas» como tantos en estos tiempos, en donde ese estilo parece estar de moda, pero que en definitiva no saben distinguir y entonces terminan «aguando» el mensaje del evangelio, haciendo un evangelio color beige –ni un color ni otro–, para ser aceptados por los demás, para un supuesto «éxito» evangelizador que a larga termina reventando también los «odres», los corazones; termina no sirviendo para nada, porque en realidad no logran que los demás se enamoren realmente de Jesús. La gran verdad es que el verdadero discípulo de Cristo es el que se enamora con todo el corazón de una persona y que, pase lo que pase, nada ni nadie lo aleja, a no ser que él lo quiera.

I Sábado durante el año

I Sábado durante el año

By administrador on 16 enero, 2021

Marcos 2,13-17

Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía allí, y él les enseñaba. Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme.» El se levantó y lo siguió.

Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían. Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Por qué come con publicanos y pecadores?»

Jesús, que había oído, les dijo: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

Palabra del Señor

Comentario

«No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores». Buen sábado. Espero que empieces un lindo sábado, un sábado en el que también vos y yo podemos volver a escuchar la Palabra de Dios. Podemos volver a escuchar el mensaje de salvación que Jesús nos quiere dar a cada uno de nosotros, a esta humanidad herida, a esta humanidad enferma, de la que vos y yo también participamos. Por eso, qué lindo es empezar este sábado escuchando una vez más esta frase, que nos tiene que calar en el corazón, nos tiene que llenar de gozo y de esperanza: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos». ¿Vos y yo cuándo vamos al médico? ¿Cuándo acudimos a aquel que creemos que nos puede sanar? Cuando estamos enfermos claramente. Y de hecho, muchas veces por ahí nos arrepentimos de no haber ido antes al médico cuando nos sentíamos bien, para hacernos un chequeo, para ver si estábamos sanos, y a veces la enfermedad avanzó. Pero finalmente lo claro es esto, que vamos al médico, tarde o temprano, cuando estamos enfermos.

Bueno, qué bueno es volver a escuchar que Jesús vino para sanar las enfermedades de nuestras almas, de nuestros corazones, que están heridas por el pecado, que están heridas porque hemos nacido fallados de fábrica. Somos productos que hemos venido con alguna falla en el corazón. Nos cuesta amar, nos cuesta inclinarnos hacía el bien cada momento, cada día, en cada instante. Y por eso es una lucha interior constante, para liberarnos definitivamente de aquello que nos ata, de aquello que no nos deja ser lo que Dios soñó para nosotros. Por eso, Algo del evangelio de hoy, una vez más, siempre es una buena noticia.

Algo del Evangelio de hoy nos muestra que Jesús salió nuevamente a la orilla del mar. Todo una imagen de lo que hace su presencia en este mundo, en este mundo que es como el mar: una gran inmensidad, una gran masa de agua, llena de dificultades, llena de misterios, de situaciones que a veces no nos dejan estar en paz. Bueno, Jesús se acercó a la orilla del mar, de tu vida y de la mía. Jesús se acercó a la orilla del mar de la humanidad. Por eso toda la gente acudía allí y él les enseñaba. Así es Jesús. Vino fundamentalmente a que podamos escucharlo, que podamos aprender de lo que él nos quiere decir, que podamos aprender a amar, que veamos realmente cómo se es Hijo de Dios, cómo se vive para ser Hijo de Dios.

Nosotros, vos y yo, no siempre nos equivocamos porque somos malos; no siempre tomamos caminos errados porque queremos tener mala intención o queremos hacer el mal a los demás, sino que muchas veces erramos el camino por necios, por no saber escuchar, por creernos que nuestro camino era el mejor, por confiar excesivamente en nuestra inteligencia, en nuestro modo de pensar. Y por eso, qué bueno es volver a escuchar que Jesús nos enseña ahora, a vos y a mí, mientras estamos escuchando su Palabra, y cada día nos enseña. Cuántas son las personas que escriben Algo del evangelio para decir: «Padre, ahora veo las cosas de otra manera. La Palabra de Dios me abrió el corazón y me abrió la mente. Ahora pienso de otra manera». Bueno, a eso tenemos que tender, tenemos que seguir aprendiendo, cada día más. No bajes los brazos, no pienses que ya está, no te creas que ya sabes todo. Una vez más tenemos que volver a decirle al Señor: «Enseñá, seguí hablándome al corazón. Lo necesito porque mi corazón se desvía fácilmente».

Otra cosa linda del evangelio de hoy es que Jesús en medio de esa multitud llamó a Leví, vio pasar a Leví. Nos ve pasar, a vos y a mí, en medio de la multitud pero nos llama personalmente, nos llama al corazón, nos grita al corazón y nos dice: «Seguíme, dejá eso que estás haciendo. Dejá de meterte tanto en las cosas de este mundo que te aturden y no te dejan vivir en paz. Seguíme, no me importa lo que hayas hecho, no me importa tu pasado.

Yo te quiero hacer santo, yo quiero que me sigas para que realmente puedas hacer algo importante en esta vida; y no importante para este mundo, sino importante para mí». Vos y yo también somos Leví. Vos y yo también a veces estamos en la mesa de recaudación de impuestos buscando nuestra propia voluntad, nuestro propio interés, buscando ser alguien para los demás, buscando llenarnos de cosas. Por eso, dejemos todo hoy y sigámoslo, como hizo Leví, que se levantó y lo siguió. Y junto con él, arrastró a otros enfermos, porque Leví, vos y yo también estamos enfermos, enfermos de nuestras propias búsquedas, de nuestros proyectos que nos atan, de nuestros pensamientos, de nuestros pecados, de nuestras debilidades. Y por eso, cuando los demás ven que nosotros podemos cambiar, bueno, finalmente los demás también se animan a cambiar. Y por eso lo criticaban a Jesús y por eso lo seguirán criticando, porque él sigue haciendo lo mismo, sigue llamándonos, sigue sanando a los enfermos –que somos vos y yo–, sigue siendo el médico de nuestra vida. ¡Qué buena noticia! ¡Qué gracia tan grande hemos recibido!

No desaprovechemos esta llamada, y una vez más dejemos lo que estamos haciendo y sigamos a Jesús, que es lo mejor que nos puede pasar en esta vida.