Topic: Marcos

III Sábado durante el año

III Sábado durante el año

By administrador on 28 enero, 2023

Marcos 4, 35-41

Al atardecer de aquel día, Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos a la otra orilla.» Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.

Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.

Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?»

Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!» El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.

Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?»

Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?»

Palabra del Señor

Comentario

¡Qué lindo sería tener más tiempo cada día para dedicarle a la lectura y meditación de la Palabra de Dios! Me lo planteo como sacerdote, siempre. En especial cuando experimento que justamente cuando más le dedico a la oración, más especial se hace el día. Seguro que alguna vez te pasó. Y es ahí cuando me digo: ¡Si hiciera esto todos los días, con amor nuevo, con constancia, con decisión, que distintos serían mis días! Pero lo que me pregunto y te pregunto, ¿nos falta tiempo o nos falta amor? San Juan Pablo II cuando estuvo en Argentina desde hace muchos años dijo algo así, yo lo leí de grande porque cuando vino era niño, pero recuerdo lo que leí: “El cristiano que dice que no tiene tiempo para rezar lo que le falta no es tiempo, sino amor” ¿Hace falta que te explique esta frase? Creo que no. No me falta tiempo en mi día, aunque a veces quisiera que el día dure un poco más, lo que me falta, lo que nos falta es un poco más de fe y de amor, para saber que Jesús siempre está para escucharnos, aunque parezca dormido, que siempre está en cada sagrario, en cada adoración, en cada instante del día. No nos falta tiempo, ni a vos ni a mí, nos falta amor. Nos falta hacernos el tiempo para lo que realmente a la larga valdrá la pena.

Estuvimos esta semana reflexionando sobre la comunicación, de Dios con nosotros, nosotros con Dios y entre nosotros. Creo que esto ayuda a tomar dimensión de lo que nos perdemos cuando escuchamos mal, cuando no ponemos algo más de nosotros, cuando queremos las cosas fáciles, sin lucha, sin constancia. Nunca tenemos que olvidar que la Palabra de Dios, como escuchábamos ayer, tiene una gran fuerza por sí misma, aunque nosotros no lo percibamos. Tenemos que recordar que el Reino es de Dios, no de nosotros. No es el Reino mío, en donde todo depende de nosotros, de nuestro esfuerzo, sino que es el Reino del Padre, con su Hijo y sus hijitos, que somos nosotros. Él no quiere que ninguno se pierda, él necesita de cada uno de nosotros para continuar su obra, pero al mismo tiempo, puede hacerlo sin nosotros, no somos completamente indispensables, el Reino crece mientras dormimos, nos levantamos, crece porque Él lo hace crecer, aunque parezca dormido.

Hoy, prefiero tomar Algo del Evangelio y no hacer el resumen de esta semana porque el evangelio es demasiado bueno, demasiado lindo. Quiero tomar una idea, o una imagen. Jesús durmiendo mientras todo parece que se va “llenando de agua”. Increíble. ¿Quién de nosotros no hubiese tenido la misma actitud de los discípulos? ¿Quién de nosotros no tuvo alguna vez la misma reacción para con Jesús?: « ¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?» “¿Jesús, no te importa que nos tape el agua de la injusticia, de la insensatez, de la amargura, del pecado, de los vicios, de la pobreza, de la maldad, de nuestras debilidades, de la depresión, de todo lo que nos ahoga y nos hace vivir inestables, pensando que en cualquier momento esto se puede hundir? ¿No te importa? Decinos la verdad Jesús, ¿No te importa?” Una imagen puede más que mil palabras, y a veces el silencio de Dios es también un modo de comunicarse. Dios no se comunica con nosotros solo hablando, sino también durmiendo, sino también con sus silencios que a veces nos desesperan. ¿Qué raro no?

El silencio de Dios es también semilla del Reino sembrada en nuestros corazones que dará su fruto a su tiempo. A Jesús si le importa que nos “ahoguemos”, aunque no parezca, por eso se levanta cuando es necesario y hace “callar al viento y al mar que se pone bravo” y nos quiere tapar. Pero lo que realmente le importa a Jesús, es que perdamos la fe, es que dudemos de Él, de su presencia en la barca de este mundo. Eso es en realidad “ahogarse”, perder la confianza, dejar de creer que Él l está aún cuando parece dormido. Es ahí cuando tenemos que sentirnos ahogados en serio. No cuando las cosas del mundo nos sobrepasan, cuando lo externo parece que nos “inunda”, sino cuando el corazón se inunda de angustia, cuando deja de creer, de confiar, cuando deja de hablar con Jesús, cuando deja de escuchar. Cuando estés así, ahí preocupate, ahí pega el grito.

Mientras tanto, todo lo demás es solucionable de una manera u otra. Terminemos esta semana escuchando a Jesús, tranquilos, en silencio, mientras todo el mundo anda de acá para allá buscando no sé qué, nosotros busquemos otra cosa, escuchemos otra cosa: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?»

III Viernes durante el año

III Viernes durante el año

By administrador on 27 enero, 2023

Marcos 4, 26-34

Jesús decía a la multitud:

«El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha.»

También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra.»

Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

Palabra del Señor

Comentario

“¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios?” ¡Qué linda pregunta se pregunta Jesús! Él se preocupaba, o se ocupaba, en buscar la mejor manera de comunicarse con los que lo escuchaban. No solo le interesaba decir lo que pensaba, sin importarle sus oyentes, como si fuese un político demagogo de estos tiempos. Jesús es Dios, y Dios es amor, por eso habló siempre con amor y verdad. Es interesante pensar en esto, relacionándolo con lo que estamos profundizando en estos días sobre la comunicación. Dios no solo se ocupa de hablarnos o decirnos verdades abstractas, frases para anotar en un libro, frases para compartir en las redes, sino también le gusta que las podamos comprender, que entendamos el mensaje y que esas palabras graben un cambio en el alma. Por eso también se ocupa en el modo de transmitirlas. Porque detrás y en las palabras, hay mucho más que letras desparramadas, hay corazón, hay amor, hay algo más para dar. Si el amor estuviera solo en las palabras, todo sería bastante más sencillo entre nosotros, incluso para Dios hubiese sido más sencillo, podría haberse quedado tranquilo “en el cielo” y nos podría haber tirado desde arriba un libro lleno de frases románticas que hablen del amor. Sin embargo, decidió venir él mismo a hablarnos en persona, de corazón a corazón.

Es algo que no tenemos que olvidar nunca. La comunicación entre nosotros, nosotros con Dios y Dios con nosotros, no es meramente una cuestión intelectual, de pasarnos “informaciones”, contenidos de cosas, sino que cuando dos personas se comunican hay algo que está más allá y permanece aun cuando dejamos de vernos, permanecen en el tiempo-corazón de cada uno. Un abrazo, un lindo gesto, una palabra de consuelo, de aliento, de esperanza, de alegría, sigue produciendo sus frutos más allá de la presencia física del que las dice y el que las recibe. Sigue consolando, sigue dando esperanzas, sigue llenando de alegría, sigue… continúa, porque el corazón tiene “ritmos” diferentes, “baila” cuando la música deja de sonar. Pensá y rezá con esto. Nos pasa con cosas lindas y no tan lindas. Pensá en esas palabras, gestos, frases que jamás vas a olvidar porque le dieron de alguna manera un rumbo distinto a tu vida, no solo a tu día, sino a tu vida. Podríamos dar mil ejemplos de esto, pero podemos entenderlo con Algo del Evangelio de hoy, con esta parábola maravillosa de hoy: “¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios?” El Reino de Dios, la propuesta de amor de Dios Padre hacia nosotros, por medio de su Hijo Jesús, es incomparable, no se puede agotar con imágenes, pero si se puede intentar comparar con algo para ayudar.

Como hoy, con un hombre que siembra, una semilla que crece más allá de sus esfuerzos, y una cosecha que llega a su tiempo, en el momento oportuno, cuando está maduro el grano, más allá de los apuros del sembrador. Podríamos decir que escuchar, rezar y meditar la Palabra de Dios de cada día es parecido a esto. Hay algo que nos supera y que produce fruto mientras dormimos, mientras descansamos, mientras nos enojamos, mientras nos entristecemos, mientras pensamos que no vale la pena, incluso mientras nos alejamos, mientras nos olvidamos, mientras nos encaprichamos, mientras nos superficializamos con este mundo consumista y egoísta, mientras todo gira a nuestro alrededor sin parar. La comunicación decíamos es de a dos por lo menos, pero el tercer protagonista y no menos importante es la semilla, el mensaje, el amor que lleva en sí la palabra, ya que tiene su propia fuerza, es viva, no es palabra seca, vacía, muerta. ¡Qué linda noticia! ¿No te alegra? A mí muchísimo. Por eso, como venimos diciendo en estos días, en la comunicación todo depende de varias cosas, del que comunica, del que recibe, pero gracias a Dios también del mensaje, de la semilla.

Confiemos mutuamente en la semilla, no tanto en nosotros, en mí al transmitirla o en vos al escucharla. Confiemos en que la Palabra que Dios siembra día a día en nuestras almas va a dar su fruto a su tiempo, nos va a ir cambiando lentamente el corazón, tarde o temprano, aunque estemos dormidos, distraídos, en cualquiera. Es como la lluvia, no vuelve al cielo sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado.

No dejes de escuchar nunca, no te canses de hacer el esfuerzo por prestarle atención a Jesús, que la cosecha llegará a su debido tiempo.

III Jueves durante el año

III Jueves durante el año

By administrador on 26 enero, 2023

Marcos 4, 21-25

Jesús decía a la multitud:

«¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero? Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba manifestarse. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!»

Y les decía: «¡Presten atención a lo que oyen! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía. Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.»

Palabra del Señor

Comentario

“¡Presten atención a lo que oyen!” La comunicación no solo es un contenido, no solo es un mensaje que transmitir, así a secas, no solo es letra que dice algo en la simple literalidad. También es espíritu que trasciende lo que dice. Ahí radica la maravilla y al mismo tiempo la fragilidad de la comunicación. Venimos hablando en estos días un poco de esto. Decíamos que no siempre hay que “echarle” la culpa al que me habla, sino que también no pocas veces la poca efectividad del mensaje en el corazón depende del destinatario, o porque no de ambos. Es un poco de todo, un mensaje que se comunica, alguien que lo transmite y otro que lo recibe. Bueno en todo ese trayecto pasa de todo o puede pasar de todo. Nos pasa en la vida cotidiana, con nuestros afectos, con nuestra familia, amigos, compañeros de trabajo, con nosotros mismos. ¿Cuántas confusiones, malentendidos, peleas, rencores, silencios, indiferencias, críticas, juicios, guerras, y tantas cosas más se dan por comunicarnos mal? ¿Cuántos sinsabores nos ahorraríamos si dejáramos de pensar en lo que pensaron, están pensando y empezarán a pensar los otros, mientras yo sigo pensando que lo que pienso es lo correcto? Lindo trabalenguas para pensar.

Bueno, si esto nos pasa en la vida cotidiana, con lo normal de cada día, nada impide que nos pase con la Palabra de Dios. Dios quiere comunicarse con el hombre y somos nosotros los que tenemos que recibir su mensaje. Dios nos habla por medio de su palabra escrita, pero en general alguien nos la explica y somos nosotros los que la recibimos. Por eso cada día debemos esforzarnos por trascender la letra, en trascender lo que dice el que me la explica. Ese es el trabajo que tenés que hacer vos y yo. No podemos quedarnos con lo que “nos dijeron” por más lindo que sea. Tenemos que entender qué nos está diciendo “ahora”, en este instante a cada uno de nosotros. Si no, somos simples repetidores, somos “loritos” de la fe. Nuestra lectura se tiene que transformar en oración, en respuesta de nuestro propio corazón. Es por eso que cada día digo: “Recemos con el evangelio…” Si cada uno de nosotros no reza, falta algo, algo muy importante. Es verdad que no todos los días nos da “el cuero” para hacerlo, pero que lindo sería intentarlo, darnos cuenta que somos una de las partes importantes del mensaje.

¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero?” ¿Acaso escuchamos la palabra de Dios cada día para guardarnos lo que escuchamos y no darlo a la luz? Algo del Evangelio de hoy me ayuda a aclarar lo que intento decirte de muchas maneras. Como siempre una imagen puede más que mil palabras y la imagen del evangelio de hoy habla por sí misma. La comunicación tiene un mensajero, un mensaje y un destinatario. Dios nos habló por medio de su Hijo, de Jesús, que es la luz, nosotros la recibimos. ¿Para qué? ¿Para guardarlo debajo de una mesa? ¿Para no iluminar? La Palabra de Dios se hizo carne en Jesús y sus palabras dan luz a nuestras vidas, por eso no se pueden esconder. San Pablo fue iluminado para iluminar. Nosotros somos los candeleros, sostenemos la luz, no somos la luz, pero depende de nosotros el que esa luz pueda llegar a otros lugares, puede iluminar a los que están en la oscuridad.

Si pudimos iluminar y no lo hicimos, es como haber podido dar mucho y no haber querido. Eso quiere decir que “al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene” El que no tiene es el que llega habiendo podido dar mucho, pero finalmente se quedó con poco, por egoísta, por no haber iluminado, por haber escondido la lámpara debajo de la cama, por haberle privado a otros la posibilidad de ser iluminados. A ese se le quitará lo poco que tenga. En cambio, al que llegue frente a Jesús con mucho más de lo que se le dio, se le dará más todavía. Al que llegue habiendo iluminado a otros, habiendo logrado que muchos disfruten de la luz de Jesús, se le dará más, tendrá más hermanos, más de los que alguna vez imaginó.

Pensemos que andamos haciendo con lo que hemos recibido, que andamos haciendo con el mejor regalo que hemos recibido, al mismo Jesús que es la luz de nuestras vidas. No pienses ahora en capacidades humanas, en cosas que te salen bien, en las que los demás te halagan o aplauden. Pensá en la fe, en Jesús, en la dicha de ver todo distinto gracias a la luz que recibiste alguna vez. ¿La estás compartiendo? ¿Estás llevando esa luz a donde no la hay? Acordate que, si la guardás debajo de un cajón no sirve para nada, dejás sin luz a otros y algún día te quedarás sin luz vos mismo. Acordate que si iluminás, también serás iluminado, porque también disfrutarás de ver lo que pocos ven y de ver que otros empiezan a ver.

Fiesta de la conversión de San Pablo

Fiesta de la conversión de San Pablo

By administrador on 25 enero, 2023

Marcos 16, 15-18

Jesús se apareció a los Once y les dijo: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán».

Palabra del Señor

Comentario

Celebramos hoy en toda la Iglesia una fiesta muy importante llamada «la conversión de san Pablo», el gran apóstol, apóstol de los apóstoles. Es el único día, en el año de la Iglesia, que se dedica a celebrar la conversión de una persona. ¡Qué increíble! Tan importante es y fue la figura de san Pablo, y lo será para toda la Iglesia, que la Iglesia se alegra y celebra que esta persona se haya convertido, que haya sido derribada de su camino para darse cuenta que tenía que ir por otro lado. Tanto hizo que la Iglesia se llena de gozo, todo lo que hizo y dejó para nosotros. Sus mismas palabras, sus mismas cartas han quedado para siempre para todos los cristianos, de todos los tiempos, como palabras de Dios. ¡Qué increíble! Las palabras de un hombre convertido, amado por Jesús, derribado para comenzar un nuevo camino, que se convirtieron en palabras de Dios para nosotros hoy.

Por eso, hoy debemos reafirmar nuestra fe en que para Jesús nada es imposible, que Jesús puede cruzarse por el camino de una persona elegida por él para transformarlo y para ayudarlo a que sea apóstol, enviado, para hacer una misión nueva en la Iglesia, para dejar una huella.

Nadie como san Pablo sabía y conocía las escrituras. Sin embargo, podríamos preguntarnos: ¿Qué fue lo que finalmente tocó su corazón definitivamente, para siempre, y lo hizo cambiar y convertirse en el hombre que más predicó, que más comunidades fundó, que más acompañó, que más estragos –por decirlo de alguna manera– provocó en ese tiempo? El encontrarse con Jesús cara a cara, corazón a corazón. Podemos leer y saber toda la Biblia, podemos conocer y leer todo el catecismo de nuestra Iglesia; ahora… si no nos encontramos personalmente con Jesús, como le pasó a san Pablo, todavía nos falta mucho. Preguntémonos: ¿A nosotros nos falta? ¿A vos te falta? A mí te diría que toda una vida, pero no bajo los brazos. Nunca pensemos que ya está; nunca nos demos por vencidos; nunca creamos que ya conocemos a Jesús lo suficiente como para creernos ya acomodados.

Cada día es distinto; cada día podemos dar un paso más; cada día su luz y su amor puede volver a cegarnos para empezar a ver algo nuevo. No tenemos por qué esperar una conversión tan extraordinaria como la que relata el mismo san Pablo. ¿Te acordás que fue derribado, y que de golpe una luz lo encegueció y escuchó una voz que lo llamó a hacer un camino distinto? No esperemos eso; eso se dio pocas veces en la historia, con unos pocos elegidos. Pero sí podemos convertirnos hoy, en este momento, un poco más. Sí podemos volver a creer, volver a empezar, volver a orientar el rumbo de nuestra vida, volver a perdonar si lo necesitamos, a levantarnos si estamos caídos, volver a rezar si habíamos dejado, volver a la adoración si ya la abandonamos, volver a Misa si pensamos que ya no vale la pena, volver a creer en Jesús que nos ama. Volvé, volvamos a acordarnos. No nos olvidemos que Dios nos ama y nos tiene pensado para cada uno de nosotros un camino nuevo, un camino distinto donde podamos dejar una huella.

Sí podemos cambiar. Es mentira que no se puede, que somos mediocres, que nadie puede sacarnos del letargo en el que vivimos muchas veces. Por qué no preguntarle hoy a Jesús, de rodillas, levantando los ojos al cielo, buscando esa luz que alguna vez nos iluminó y nos cambió la vida: ¿Qué debo hacer, Señor? «¿Qué debo hacer, ¿Señor, hoy?»: eso le preguntó san Pablo, «¿Qué debo hacer?»

¿Qué debemos hacer para ser felices en serio, siguiendo la voluntad de Dios? ¿Qué debemos hacer para salir del encierro en el que a veces estamos o nos dejamos encerrar? ¿Qué debo hacer para ser cristiano en serio, para ser un fuego que encienda otros fuegos como lo fue san Pablo y tantos santos? ¿Qué debo hacer para dejar ese pecado que me sigue atormentando y no puedo dejarlo? ¿Qué decisión debo tomar?, ¿qué cambio debo producir en mi vida? ¿Qué debo hacer para comprometerme más con mi fe, para vivir lo que Jesús nos dijo, para ir por el mundo y anunciar la Buena Noticia, anunciarles a todos que el Reino de Dios está entre nosotros, que vino a amarnos y a entregarse por nosotros? ¿Qué debo hacer para comprometerme más con mi fe, para ser coherente y dejar a veces de ser un poco tibio, que «ni pincha ni corta»? ¿Qué debo hacer para rezar con el corazón y dejar de vivir de la formalidad? ¿Qué debo hacer, Señor? ¿Qué debemos hacer?

Que san Pablo hoy, ese gran apóstol de todos los tiempos, nos ilumine a todos también, interceda por nosotros; a todos los que escuchamos sus palabras día a día, también en la Iglesia; a todos los que escuchamos su conversión; a todos los que escuchamos la Palabra de Dios para aprender de él.

Ser cristiano es aceptar definitivamente el amor de Jesús que vino a hacer una alianza con nosotros; es aceptar que es verdad, es dejarse perdonar y sentirse salvado. Pero, al mismo tiempo, ser cristiano también es actuar, es hacer, es preguntarle a Jesús otra vez (perdona que lo diga tantas veces): «¿Qué debo hacer, Señor?» «Porque el amor con amor se paga, y el amor está más en las obras que en las palabras», como decía otro gran santo, san Ignacio de Loyola.

Cada uno puede hacer algo. Cada uno está llamado a algo grande, aunque no sea grande para los demás. No importa si estamos en una cama postrados, cansados, enfermos; podemos hacer mucho. Una enfermedad también tiene un sentido. No importa si no tenés mucho tiempo; podés hacer mucho. Cuando se ama, se tiene tiempo. No importa si pensás que no sos tan útil; podés hacer mucho. Te lo hicieron creer, es mentira. Sos muy útil.

¡Levantémonos, Jesús tiene algo lindo preparado para cada uno de nosotros! ¿Qué debemos hacer, Señor?, otra vez preguntémonos. Esa es la pregunta que quiero dejarte a tu corazón para que puedas masticarla y respondértela a vos mismo en este día.

III Martes durante el año

III Martes durante el año

By administrador on 24 enero, 2023

Marcos 3, 31-35

Llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: «Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera».

Él les respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Palabra del Señor

Comentario

La comunicación siempre es de a dos, por lo menos tiene que haber dos. Me refiero por supuesto a la comunicación entre nosotros y a la comunicación con Dios, que es nuestro Padre, es Hijo y también Espíritu, no nos olvidemos. Ayer decíamos que lo que decimos cada día, ya sea sobre la Palabra de Dios, lo que ella nos dice, como las palabras que nosotros decimos sobre las cosas de nuestra vida, varían mucho según cómo estamos cada día, según, diríamos, el ánimo de nuestro corazón.

Nuestro corazón manda mucho, a veces demasiado, y nuestra razón también, a veces mucho más. No importa cuánto, no sé si es medible en porcentajes, pero hay que reconocerlo, no hay siempre una armonía muy duradera en nuestro interior, entre lo que pensamos y sentimos, entre lo que es razonable y lo que toca nuestras emociones. Hay como una especie de lucha diaria, casi minuto a minuto, entre lo que pensamos y sentimos, y por eso no es fácil discernir lo que vivimos, lo que vemos, lo que oímos. Vuelvo a decirte esto para que lo pensemos en la escucha diaria de la Palabra de Dios. Es fácil echar culpas hacia afuera. Es fácil decir a veces, por ejemplo: «Es muy difícil interpretar estas palabras», «La palabra de Dios es muy complicada», «No le entiendo a este sacerdote cuando habla, cuando predica», «Habla mucho o habla muy poco», «Le cuesta cerrar la idea, da muchas vueltas», «Es demasiado profundo, divaga, se va de tema», «Habla demasiado sencillo y no profundiza». Y así, cientos de frases que tenemos, que por más verdad que contengan, muchas veces nos hacen más que olvidar que gran parte de la fructificación del mensaje es la recepción, y eso depende de nosotros, de cada uno de nosotros, de nuestra disposición, de nuestra apertura, de estar atentos a captar lo que Dios nos quiere decir, más allá del que lo dice… no todo es culpa del que habla. Por eso podemos escuchar al mejor orador del mundo y si estamos en otra cosa, no sacar nada o escuchar la persona más sencilla del mundo y sacar algo porque prestamos atención, porque estuvimos dispuestos.

Pensemos en la cantidad de buenos mensajes que nos perdimos en nuestras vidas por no haber tenido en cuenta esta verdad. Por haber a veces menospreciado al que hablaba, por haber tenido por repetido lo que escuchábamos, por haber exigido demasiado, más de la cuenta al que hablaba. Esto no lo digo para justificar a veces la falta de preparación que uno puede tener al predicar, sino para que cada uno se haga responsable de su parte. Todos somos débiles, los que anunciamos y los que reciben, y como decía el papa Francisco, y lo decíamos ayer, «sufren los que escuchan y los que predican», cada uno por causas distintas, pero a veces ambos sufrimos. En estos días seguiremos con este tema. Ahora vamos a algo del Evangelio del hoy.

¿No te parece demasiado duro el mensaje de Jesús de hoy? ¿No es bastante frío con su propia madre que lo va a visitar y se encuentra con esa respuesta? Bueno, puede parecerlo, depende cómo interpretemos este momento, pero tenemos que decir que obviamente Jesús jamás pudo haber menospreciado a su madre, jamás pudo haberla hecho sentir mal a propósito ni nada por el estilo. Una mirada muy superficial, incluso de los que estuvieron en ese momento, puede quedarse con que Jesús es poco amable con su madre y sus parientes. Sería una mirada muy superficial, no se metería en la verdad de lo que en realidad quiere expresar estas palabras de Jesús.

Siempre hay que aprender a trascender lo que leemos literalmente, porque como dice san pablo: «La pura letra mata y, en cambio, el Espíritu da vida» (2 Co 3,6). Los católicos no somos «fundamentalistas de la Palabra de Dios», sino que con la ayuda del Espíritu Santo que vive en la Iglesia y en nosotros, intentamos día a día interpretarla para que se haga vida en el hoy concreto de la vida de cada uno de nosotros. Jesús entonces no menosprecia a su madre y a sus parientes, sino que aprovecha esa situación para abrir más todavía el corazón. Para enseñarles algo también a su mamá y a nosotros. Para agrandar la capacidad de amar como nunca podríamos imaginar.

Pero agrandar el corazón, entonces no quiere decir quitarle lugar al otro, o sacarle el lugar a alguien, sino dar más espacio para que entren más. Solo Jesús puede hacer eso tan bien, tan perfectamente. Eso es algo que debemos aprender en nuestras vidas con los amores humanos, familiares, amistades, en nuestras comunidades, en la Iglesia. Porque hay una falsa idea del amor que sin querer lleva a pensar que tiene que ser como exclusivo, reducido a mis propias elecciones. Y no es siempre así. Jesús vino a enseñarnos que nuestro corazón da para mucho más de lo que pensamos. Lo hizo con su vida y sus palabras, amando a todos y diciéndonos que si cumplimos la voluntad de su Padre, casi como por gracia y por regalo, somos hermanos de él, madres de él, y por tanto, se amplía nuestro corazón a lugares nunca imaginados. Seguro que ya te pasó alguna vez. Seguro que «gracias a Dios», gracias a la fe que tenés, gracias al regalo de la Iglesia, muchas más amistades entraron en tu vida, muchos más hermanos, padres y madres de las que hubieses tenido si tu vida hubiese sido sola sin la fe. Pensémoslo y recémoslo. La Palabra de Dios se hace viva porque se cumple siempre, tarde o temprano, para el que la escucha. Nadie tiene más amor, más capacidad de amar, más amigos, más hermanas y hermanos, que aquel que cumple día a día con esfuerzo, la voluntad de nuestro Papá del Cielo. ¿Qué más quiere él que seamos y nos sintamos todos hermanos? ¿Qué más quiere? ¡Qué maravilla que es ser hijos de Dios! Agradezcamos ese gran regalo.

Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

III Lunes durante el año

III Lunes durante el año

By administrador on 23 enero, 2023

Marcos 3, 22-30

Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: «Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los demonios.»

Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: «¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. Y una familia dividida tampoco puede subsistir. Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin. Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.

Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre.»

Jesús dijo esto porque ellos decían: «Está poseído por un espíritu impuro».

Palabra del Señor

Comentario

A veces a los sacerdotes, como a cualquier ser humano, nos puede pasar que “no sabemos bien que decir” al escuchar nosotros mismos el evangelio. Puede pasar, no somos robots, somos oyentes de la Palabra de Dios, como intentás serlo vos día a día, y por eso también lo que podemos llegar a decir cada día, también depende de cómo estamos ese día. Hay días que las cosas fluyen, como se dice, hay días que las palabras se traban, hay días que no sale nada, hay días y días. Por eso, hay que preparar rezando todos los días lo que podemos decirle a los demás. Por eso tenemos que invocar siempre al Espíritu de Dios, que fue el que la inspiró, para que nos ayude a decir lo mejor que podamos decir y de la mejor manera que lo podamos decir, para no decir “sonseras” que finalmente no enriquecen. Lo peor que podemos hacer los sacerdotes día a día, es decir sonseras o palabras vacías y no tomarnos en serio esta tarea tan importante. El Papa Francisco nos escribió algo al respecto sobre la homilía, decía que: “Sabemos que los fieles le dan mucha importancia; y ellos, como los mismos ministros ordenados, muchas veces sufren, unos al escuchar y otros al predicar”. ¿Por qué te digo esto? No solo porque hoy es un día de esos en los que no sé mucho que decir y tuve que acudir con más fervor al Espíritu para que me ayude, sino porque es algo que también todos tenemos que tener en cuenta al escuchar la palabra de cada día. No siempre estamos igual, tanto los que predicamos como los que escuchamos, y la eficacia de lo que decimos y escuchamos, depende del estado de nuestro corazón. Muchas veces te lo dije, obviamente no es lo mismo escuchar la Palabra de Dios habiendo preparado el corazón, estando en un lugar en paz, tratando de alejar los ruidos que nos pueden distraer, no haciendo otra cosa; que hacerlo mientras nuestro cuerpo y corazón están pendientes de otras cuestiones. Se puede ir mejorando. Te aconsejo dedicarle a la escucha de la Palabra de cada día, un lugar privilegiado, como a veces le dedicamos a leer otra cosa, a ver una película, a fumar un cigarrillo, a hablar con un amigo, a tantas cosas más. Se puede, siempre se puede más. Bueno, se me hizo un poco largo esto, pero siempre se puede más, no te olvides de eso.

Algo del Evangelio de hoy muestra hasta dónde puede llegar la cerrazón del corazón humano. Ver y no querer ver. Ver el poder de Jesús y atribuírselo al mismo demonio. La comparación de Jesús es más que clara. Es ridículo pensar que el demonio está luchando contra sí mismo, ni siquiera siguiendo la lógica, era lógico lo que estos escribas le recriminaban a Jesús. Pero mirá… justo ahí está el punto. Cuando el corazón está cerrado, ciego, se pierde incluso el sentido menos común en el ser humano, el sentido común. Podemos llegar incluso a negar la realidad más visible, más palpable, más evidente. Eso les pasó a los fariseos y a los escribas, incluso viendo cosas buenas. La ceguera pasa por no poder ver lo bueno y por eso la culpa es del demonio, por eso hay que buscar un culpable, una causa distinta. Cualquier cosa la culpa siempre es de otro, no de nuestra ceguera. ¿No te pasó alguna vez? ¿No nos pasó alguna vez? Nos pasa a nosotros a diferentes niveles. No vemos lo evidente muchas veces en muchos aspectos. No podemos ver todo lo bueno que hay, todo lo bueno que hace Jesús. No podemos ver que el Reino de Dios está entre nosotros, en nosotros, y seguimos buscando por no sé dónde, pretendiendo que Dios haga lo que nosotros queremos. Y lo peor que nos pasa a veces, que cuando lo empezamos a ver parece que no queremos y es como si nos volviéramos a tapar los ojos para dejar de verla, ¡no vaya a ser que tengamos que reconocer nuestro error! El gran promotor de nuestras cegueras es el orgullo, que jamás quiere dar el brazo a torcer, jamás quiere perder un partido, “si no lo gana lo empata”.

Por eso, dice Jesús que hay un solo pecado que no se podrá perdonar jamás, y es el de la ceguera que nos haga blasfemar contra el mismo Dios negando su acción en este mundo, su bondad, su deseo de librarnos, de sanarnos, de perdonarnos. Dios nos libre de llegar algo así, de rechazar la bondad de Dios, de estar viendo sus milagros con los ojos del cuerpo y no querer aceptarlos con el corazón. Eso jamás, por favor. Por favor te pedimos Señor eso, eso jamás.

Pidamos hoy que Jesús nos vaya librando de nuestras pequeñas cegueras que hacen que todos los días nos perdamos de ver cosas tan lindas, en nuestras vidas, en la de nuestras familias, en la Iglesia, e incluso en este mundo, donde hay mucho del Reino de Dios.

II Sábado durante el año

II Sábado durante el año

By administrador on 21 enero, 2023

Marcos 3, 20-21

Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: «Es un exaltado».

Palabra del Señor

Comentario

Pensaba hacer este día el resumen de la semana, pero prefiero tomar algo de ayer y Algo del Evangelio de hoy. Me ayudó muchísimo el evangelio de ayer. Volvería a leerlo y meditarlo por muchos días. Me ayuda muchísimo volver a preguntarle a Jesús, por ahí a vos te sirve: ¿Por qué? ¿Por qué a mí y no a otro? Como me preguntaba el otro día este amigo que se convirtió con el evangelio de los cuatro amigos que llevan al paralítico frente a Jesús bajándolo por el techo. “Padre, estoy como loco, ahora veo todo distinto, ahora muchas cosas me parecen sin sentido, ¿Por qué a mí? ¿Por qué me eligió a mí y no a otro?” Medito lo mismo también muchas veces. ¿Por qué se te ocurrió llamarme a mí si había muchos otros mejores que yo, otros que tenían más cualidades, otros que se pensaba que podían ser buenos sacerdotes, otros que eran más queridos, más buenos, más todo? ¿Por qué a mí? Pienso, al mismo tiempo, lo que debe haber vivido Jesús interiormente al saber que sus mismos parientes lo trataban de loco, como dice el evangelio de hoy: “Decían: «Es un exaltado».” ¿Qué raro no? Pobre Jesús, sus más cercanos que no solo no lo entienden, sino que además lo tratan de loco. Esto es algo que a veces olvidamos del evangelio, sin querer nos quedamos con las partes lindas y agradables de la vida de Jesús. ¿No habrá pensado Jesús también en esto que venimos diciendo? “Padre ¿Por qué a mí? ¿Por qué me elegiste a mí para esto? ¿Por qué tengo que vivir esta contradicción?” Estoy convencido de que Jesús vivió ese dolor internamente, esa incomprensión, ese ser señalado, pero no como “Cordero de Dios que quitaba el pecado del mundo”, sino como un loco. ¿Te das cuenta que no todos los que señalan a Jesús lo señalan bien? Empezamos la semana escuchando que bien lo señalaba Juan Bautista y terminamos viendo como sus más cercanos lo señalan casi para burlarse, toda una imagen.

En medio de todos esos pensamientos ayer tuve la gracia de ir a visitar a una señora que acaba de perder a su hijo, su hijo más querido, el menor de tres. Estaba ya sin ganas de vivir, estaba ya desinflada, con las persianas de su casa bajas (supuestamente para que no entre el sol y el calor, pero después me reconoció que era para que nadie sepa que estaba, para que piensen que no estaba), queriendo dormir para olvidar, queriendo tomar pastillas para no despertarse nunca más, evitando que la visiten, que la llamen, en el fondo no dejando que los demás la quieran, la amen, le digan que a pesar de todo era necesaria. Me pregunto ¿Cuánta gente habrá así en este mundo, incluso alguien cercano? ¿Cuánta gente habrá sufriendo estas pocas ganas de vivir por mil razones? Por algún dolor, por no tener a Jesús en sus vidas, por haber perdido lo más preciado, no sé, pero cuántos, ¿Cuántos serán? Me lo pregunté ayer. No había mucho que hablar, no sé, la mayoría de las veces es mejor callar. ¿Qué puedo decirle a una madre que perdió a su hijo? No tengo ni idea lo que puede llegar a sentir una madre y mi corazón de padre no sabe lo que se siente al perder a un hijo. Me siento muy limitado en eso, y más cuando la gente piensa que uno tiene la respuesta mágica para cada momento. Lo más fácil hubiese sido darle una receta, una receta espiritual, como por ahí con muy buena intención hacen algunos médicos que rara vez volverán a ver a sus pacientes y les dan pastillas creyendo que por ahí las cosas se solucionan de esa manera y mientras tanto se quedan con la conciencia tranquila porque intentaron hacer algo. Los sacerdotes podemos caer en lo mismo. Es un peligro. Somos “médicos” del corazón y tenemos los mismos vicios que los médicos del cuerpo.

Los sacerdotes cuando dejamos de ver y escuchar, caemos en las recetas, lo reconozco, somos medios primitivos sin querer, básicos, pero porque somos seres humanos como te decía ayer y acudimos a frases hechas, que son lindísimas, como esas que circulan por Facebook que todos comparten, pero que en el fondo no tocan la vida de las personas, no solucionan los problemas. Opté por no acudí a frases hechas, le dije varias cosas que no me salen decirte ahora, pero fundamentalmente la agarré de las manos y al final nos abrazamos. No mucho más. No sé si la habré ayudado, lo sabré si algún día llego al cielo, pero lo que sí sé es el para qué Jesús me eligió como sacerdote. Volví a descubrir que no sirve preguntarle el ¿Por qué me elegiste? Como tampoco sirve preguntarle a Dios ¿Por qué me pasó esto o lo otro, por qué se murió tal o cual? Sino el para qué, el para qué estamos hechos, el para qué estoy vivo en este día, concreto, no mañana, hoy. Y el para qué se descubre saliendo, no bajando las persianas de nuestra casa-corazón, no durmiendo para evitar ver a los otros, no viendo televisión para evadirnos de la realidad cercana, no encerrándonos en nosotros mismos, sino saliendo, como Jesús, que salió de sí mismo. Aunque nos traten de locos, de exaltados, de delirantes. No queda otra. Hay que salir.

Que Jesús nos de la fuerza para ayudarnos entre nosotros, tanto como para ir a levantar a los que están caídos, como para dejarnos ayudar si estamos caídos, si estamos en “la cama”. Doy las gracias a Jesús que me eligió, no porque soy bueno, sino para ayudarme a salir de mí mismo ayudando a otros a salir de sí mismos. Hoy por ti, mañana por mí.

II Viernes durante el año

II Viernes durante el año

By administrador on 20 enero, 2023

Marcos 3, 13-19

Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios.

Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.

Palabra del Señor

Comentario

Ser cristiano, tener fe, creer en Jesús, confiar en él, no deja de ser siempre en cierto sentido un misterio. Hace unos días alguien que recibió la gracia de convertirse un poco más a Jesús me decía algo así: «Estoy como loco, ahora veo todo distinto, ahora muchas cosas me parecen sin sentido. ¿Por qué a mí? ¿Por qué me eligió a mí y no a otro?». Por supuesto que no le di la respuesta, porque tampoco la tengo, a mí me pasa lo mismo. Cada día me convenzo más de que no tenemos todas las respuestas, tenemos muchas o algunas, pero no todas, y el que cree que las tiene todas es porque en realidad no las tiene. Aquel que dice representar a Dios y dice tener todas las respuestas, no le creas porque no es verdad.

Ser cristiano es de algún modo un misterio, pero no en el sentido de que es algo completamente inaccesible, algo oscuro e impenetrable; al contrario, y sé que te va a parecer un poco contradictorio lo que te diga, sino que sea un misterio significa que algo se nos muestra, pero al mismo tiempo no vemos todo, vemos algo. Así es un poco la vida, aunque a los racionalistas se les ericen un poco los pelos por lo que estoy diciendo.

Tener fe no es renunciar a pensar, por favor ¿cuándo nos vamos a convencer de esto? ¡Nunca digamos eso porque es darle pasto a los que se nos burlan por decir que tener fe es de tontos, es de los que no piensan. Tener fe es aceptar el pensar también, es «usar nuestras neuronas», las que nos dio Dios, pero al mismo tiempo sabiendo que no podremos saberlo todo, jamás. Es dejar siempre un espacio al «no saber», al no poder, al intentar y quedarnos ahí, al borde.  Ser cristiano es en cierto sentido un misterio, porque se nos abre a algo nuevo, pero a algo que jamás terminaremos de conocer en estas tierras, por estas latitudes.

Cuando uno de a poco va comprendiendo esta verdad, va aceptando este misterio del creer, todo se va acomodando mucho mejor, porque ya no somos nosotros los que queremos resolver la vida, sino que nos vamos dejando invadir un poco por lo que nos supera y se nos van abriendo siempre nuevas puertas. Por eso me obstino y lo haré siempre en llamar a estos audios o a este proyecto o a esta comunidad grande de los que escuchamos la Palabra de Dios: Algo del Evangelio. Porque jamás podremos decirlo todo. Jamás puedo abogarme el derecho o la pretensión de pensar que, al comentar la Palabra de Dios, estaré diciendo todo y llegar a todos, a cada uno le llegará algo. Cada día, podré decir «algo». Cada día puedo decir «algo», y otros miles de sacerdotes en el mundo están diciendo «algo» más. Entre todos esos «algos», la Palabra de Dios resonará más en este mundo que lo único que hace es gritar, hacer ruido y construir sobre arena. Esa es la tarea de la Iglesia y de los sacerdotes, pero también la tuya. Vos también podés decir Algo del Evangelio, vos también sos «algo» de esta maravillosa misión que es transmitir la Palabra de Dios, con tus palabras, con tus silencios, con tus gestos.

Si ser cristianos tiene un poco de misterio, ni te cuento el ser sacerdote también. Muchas veces nos preguntan a nosotros: «¿Por qué sos sacerdote? ¿Cómo sentiste el llamado?». Medio riendo, pero también en verdad le contesto: «Pregúntale a Jesús». No es esquivar la respuesta, es aceptar que lo que soy lo soy por la gracia de Dios. Es verdad, yo dije que sí, pero es él el que llegó.  Como Algo del Evangelio de hoy, ¿por qué eligió a esos doce? ¿Por qué eligió a Pedro que lo «negó» y a Judas el «traidor»? Fíjate quién es el primero y el último de la lista: Pedro «el negador» y Judas «el traidor».

Dice el Evangelio: «Llamó a su lado a los que quiso». Ser sacerdote es también un gran misterio. ¿Por qué nos eligió a nosotros? No lo sé, realmente no lo sé y no lo sabré nunca, pero justamente esa es la razón por la cual me siento seguro, porque no lo sé. Estarás pensando: ¿Qué? ¿No es que uno está seguro cuando uno sabe las cosas? Y bueno, depende. En realidad, el no saber por qué se fijó en mí y no en otro, me da una certeza que nadie me puede quitar, me da una seguridad que ninguna ciencia y ningún ser humano me pueden dar. ¿Cuál? Que me eligió por amor, con amor, para darme amor, sin condiciones. Eso nos debería bastar a todos los sacerdotes. Eso le debería bastar a cada cristiano, ahí se resuelve el misterio. Todo lo demás, por qué y todo eso, se lo preguntaré algún día cuando tenga la dicha, si la tengo, de verlo cara a cara.

Cada sacerdote, como cada apóstol elegido por Jesús, dice «algo» de la Palabra de Dios, de Jesús. Cada sacerdote con su forma de ser, con sus dones, con sus debilidades, con sus caídas, con sus aciertos, con sus tristezas, con sus alegrías, con sus sufrimientos y sinsabores, con sus triunfos, con sus frustraciones; cada sacerdote muestra y mostrará «algo» del rostro de Jesús. Es cierto, el sacerdote siempre puede dar más, se le puede exigir más, pero… ¿hasta dónde? ¿Qué pretendemos a veces de los sacerdotes? ¿Pretendemos que sean nuestros salvadores? ¿Pretendemos que sean todos iguales y perfectos, que todos hagan lo mismo, como salidos en serie de fábrica? ¿Pretendemos que todos sean como el sacerdote que alguna vez me «señaló» a Jesús y yo admiro?

En realidad, deberíamos disfrutar y aprender de que todos los sacerdotes, aun el más pecador e indigno, con su vida, viéndola entera y no por partes, no a cuenta gotas, nos muestran «algo» de la vida de Jesús, nos señalan a Jesús que es nuestro salvador. Así lo quiso Jesús, así de fácil y misterioso. Si no nos convence, volvamos a escuchar, a releer la lista de los Doce; empieza por Pedro «el negador» y termina con Judas «el traidor». Vos, ¿de qué te pensas que estaban hechos estos hombres? ¿De otra cosa distinta a carne y hueso? No, eran de carne y hueso, y Jesús los eligió. Cualquier queja sobre el porqué nos eligió, dirigirse a Jesús. Ahí está el libro de quejas para los usuarios, él nos responderá. ¿Y qué nos responderá? Seguramente «porque quise, porque los amo, porque te amo». No te olvides que a vos también te eligió.

Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.

II Jueves durante el año

II Jueves durante el año

By administrador on 19 enero, 2023

Marcos 3, 7-12

Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea. Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón. Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara.

Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo. Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.

Palabra del Señor

Comentario

Una vez, una viejita muy sencilla me conmovió en una charla. Me dijo: “Padre, yo cuando rezo el Padrenuestro lloro (por adentro pensé ¡que tierno! ojalá pudiera yo también), pero lloro al decir las palabras “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” porque yo no puedo perdonar a alguien que me hizo mucho mal, y si no puedo perdonar, ¿Cómo voy a decir eso?” Una sinceridad admirable y una gran conciencia de la incoherencia interior que vivía, pero al mismo tiempo una lección de amor para mí, de deseo de amar, de deseo de perdonar en serio. Ya quisiera tener esa conciencia. Porque, no es que no quería perdonar, ¡no podía! no podía y como no podía, sufría por no poder y sufría por sentir que engañaba a Dios. En realidad, sufría la debilidad, no es que la elegía. A veces queremos, pero no podemos, por lo menos por el momento. ¿Pero en realidad lo engañaba a Dios? Para mí no, esa mujer ya estaba perdonando, ya el querer de alguna manera es poder, ya el querer es un empezar a perdonar. ¡Lo demás vendrá con el tiempo! Dios mira el corazón, Dios mira lo que nadie ve, Dios no mira como miramos nosotros y eso es lo que nos tiene que dar mucha paz. Jesús no mira y señala como los fariseos, que señalan para acusar, para regodearse del mal ajeno. Eso es lo que venimos escuchando estos días.

El fariseísmo mira lo externo y se olvida del corazón. El fariseísmo de nuestro corazón se queda con la cáscara de las cosas y se olvida que la cáscara puede estar fea, podrida, pero no siempre el corazón. El fariseo que llevamos dentro no puede ver más allá de la ley y no sabe aplicar o entender la ley en cada contexto, por eso la aplica a rajatabla en cualquier circunstancia olvidándose de las personas. El fariseo que nos acecha no ve personas amadas por el Padre, ve oportunidades para mostrar su capacidad de juzgar, no de amar.

En cambio, Jesús, es el juez misericordioso por excelencia que mejor nos conoce, y sabe de nuestras luchas, de nuestros silencios, de nuestros dolores, de nuestros intentos que fracasan, de nuestros deseos desordenados, de nuestros pecados no deseados pero cometidos, sabe todo, incluso más que nosotros, por eso solo él puede juzgarnos con verdad y amor. Él no nos señala como los fariseos, como los que tenemos a nuestro alrededor que por más buenos que sean, no nos conocen. Él nos abraza, nos quiere abrazar. ¿Para qué? Para curarnos, para sacarnos los “espíritus impuros” que nos atormentan, que no nos dejan ser libres, verdaderos hijos del Padre.

Al mismo tiempo, según algo del evangelio de hoy, Jesús no se deja “señalar” por cualquiera, no se deja “apretujar”, se deja señalar por aquellos que son humildes como Juan Bautista, no por los quieren manipularlo. No por los que quien utilizar mal su nombre. No se puede manipular a Jesús. No podemos usarlo para nuestra conveniencia. Ante los gritos de los “espíritus impuros” dice la palabra que: “Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto”.

¿Por qué Jesús no quería que se difunda las cosas que hacía? ¿Por qué Jesús no quería que digan quién era? Justamente por esto que venimos hablando. Porque Él quería y quiere enseñarnos a no mirar las apariencias sino mirar el corazón. No hay que señalar por lo externo. Lo que más hace sufrir a Jesús, es que nos quedemos con las apariencias de lo que hizo y no con su corazón. Jesús no quería ser un “milagrero” más, Jesús no quería ser un “sanador” del montón, Jesús no quería ser “la solución”, Jesús no quería vivir de la apariencia, sino que quiere mostrarnos su corazón, quiere que nos enamoremos de su corazón. Jesús quiere que lo ames, que lo amemos por lo que es y no por lo que hace. Por eso prohibía que le hagan mala propaganda, porque la propaganda lo único que exalta es lo que las personas hacen y hace muy difícil que veamos lo que las personas son.

Busquemos seguir a Jesús como Él quiere que lo sigamos. Pensemos a qué Jesús andamos siguiendo, a quién nos señalaron alguna vez. Recemos si verdaderamente al señalar a Jesús para que otros lo sigan, estamos señalando el corazón o la cáscara de nuestra fe.

II Miércoles durante el año

II Miércoles durante el año

By administrador on 18 enero, 2023

Marcos 3, 1-6

Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo sanaba en sábado, con el fin de acusarlo.

Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: «Ven y colócate aquí delante». Y les dijo: « ¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?»

Pero ellos callaron.

Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: «Extiende tu mano.» Él la extendió y su mano quedó sana.

Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con Él.

Palabra del Señor

Comentario

Hablando de señalar, pero del señalar infantil y soberbio como el de los fariseos, es bueno aclarar que se puede señalar de muchas maneras. ¿No? El señalar para acusar, para juzgar, para marcar el error, para encontrarle la quinta pata al gato, para buscarle el pelo al huevo, se puede hacer con todo el cuerpo y el corazón; con el dedo, con la mirada, con las palabras, con la indiferencia, con el pensamiento, con el silencio, con el corazón. Lo importante no es tanto el cómo, sino si ponemos o no el corazón al hacerlo. A todos nos acecha interiormente el deseo interior de juzgar, de creernos los dueños de la verdad, pero es muy distinto el llegar a decirlo o no, el llegar a expresarlo de alguna manera o no. La lucha puede ser continua, pero tenemos bastante de la batalla ganada si logramos evitar las miradas, palabras que manifiesten lo que realmente pensamos. Por las dudas, por si no te diste cuenta, no siempre es bueno decir todo lo que pensamos y sentimos, porque no todo lo que pensamos y sentimos es verdad o bien no siempre los demás pueden y están con disposición de escuchar todo lo que nosotros creemos que es bueno decir. Todo un arte para ir aprendiendo.

Bueno, Jesús evidentemente conoce todo. Los pensamientos y sentimientos de todos. Los tuyos y los míos. Y eso no es para temer, es para descansar y al mismo tiempo no ocultar. Algo del Evangelio de hoy muestra claramente que Jesús sabía lo que pensaban estos hombres, sabía que estaban esperando verlo “pisar el palito” para acusarlo, para atraparlo. De hecho el evangelio termina diciendo que “se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con Él” Se unieron a los seguidores de Herodes para matar a Jesús. Estamos en el capítulo 3 del evangelio, como verás, desde un comienzo Jesús encontró resistencia, desde el principio y al mismo tiempo que su fama crecía, lo “señaladores”, los que se creían dueños de la verdad, empezaron a organizar su muerte.

Los fariseos son terribles. No quieren saber nada con el bien que hace Jesús, y todo lo hacen “bajo apariencia de bien” ¿Por qué? Porque se creen los dueños de la verdad. Porque creen que solo lo que ellos piensan y sienten es verdad. Y esto se repite en todos lados y en muchos corazones. El fariseísmo es el cáncer silencioso de miles de personas religiosas. Pasa en muestras familias, amistades, trabajo, grupos de oración, comunidades, parroquias, movimientos, sacerdotes, obispos. No hace falta ser muy malo para tener un corazón pintado de fariseo intenso. El fariseísmo no nos deja ver el fondo de las cosas, no hace “señalar” sin conocer, o “señalar” conociendo, pero al fin y al cabo señalamos quedándonos en la periferia de las cosas.

Aprendamos a mirar con el corazón, el corazón y no las apariencias. Aprendamos a mirar el corazón propio y ajeno como lo mira Jesús, o sea con verdad y amor. El amor y la verdad son hermanas siamesas, si las separamos, una de las dos muere, o mejor dicho, se mueren las dos. Una muere con la otra. Nosotros nos creemos que vemos con verdad, pero la gran verdad es que no vemos bien porque no vemos con amor, nos falta mucho amor. El peor mal de nuestra vida es pensar que vemos y sentimos todo con verdad, pero nos olvidamos que sin el filtro del amor, sin el sostén del amor, la verdad a secas termina matando. Eso les pasaba a los fariseos, eso nos pasa a muchos sacerdotes que tiramos la ley por la cabeza de la gente sin pensar en ellos y ni siquiera la tocamos con el dedo, eso les pasa a los padres de familia que quieren educar sin amor, imponiendo, eso les pasa a los dirigentes que dirigen solo con su verdad y sin amor, eso le pasa a todo cristiano que se cree digno de juzgar y pararse encima de los demás olvidándose que la “ley está hecha para el hombre” y no al revés y que además, ese hombre tiene una vida, tiene un corazón que solo lo puede juzgar el que conoce verdaderamente, o sea Jesús. Como en el evangelio de hoy, Jesús se apena cuando nuestro corazón está tan duro que se anima a juzgar. Jesús le enfurece cuando actuemos como los fariseos.

Por eso, hoy qué lindo sería dejarse mirar con verdad y amor por Jesús. Solo Él sabe hacerlo y sólo dejándolo a Él que lo haga, seremos capaces de empezar a mirarnos bien y a mirar bien. A dejar de señalar mal, solo para acusar. Hagamos el esfuerzo hoy de no mirar las apariencias y por lo menos intentar mirar el corazón. Se puede, pero primero hay que dejarse mirar por Él.