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X Lunes durante el año

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:

«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.»

Palabra del Señor

Comentario

Alguna vez, alguien recién convertido, uno de esos que Jesús «atrapa» a mitad del camino de la vida, uno de esos corazones tocados por el Espíritu Santo, por un Dios que no cansa de obrar y obrar a lo largo y ancho del mundo, comentaba en grupo sus sensaciones desde que estaba siguiendo a Jesús más comprometido y decía algo así: «Desde que estoy en el Camino, desde que sigo más de cerca a Jesús, no paro de sorprenderme, es como estar subiendo una montaña, es como cuando llegas a una cima y pensás que es la última, y de repente ves otros picos más, subís esa otra cima que aspirás y aparecen muchos más… nunca dejás de maravillarte y sorprenderte, cuando subís a la montaña». Lo mismo pasa con Jesús. ¿Te pasa eso alguna vez de alguna manera, en el camino de la fe? ¿Te pasa? Es lo que deseo que nos pase a todos, a vos y a mí, a vos escuchando, a mí predicando y escuchando, escuchando y predicando. Debemos pedir que nunca dejemos de maravillarnos, nunca dejar de sorprendernos de un Jesús que viene a saciar nuestra sed y nuestra hambre, que no pueden saciarse con cualquier cosa, sino que solo con él.

Empezamos esta semana, queriendo subir a la montaña, te propongo, una montaña tras otra, un pico tras otro, escuchando el llamado Sermón de la montaña del Evangelio de Mateo. Durante casi tres semanas escucharemos estos maravillosos capítulos 5, 6 y 7 de este Evangelio. Este sermón, Jesús lo comienza con las famosas y ya conocidas, pero al mismo tiempo poco profundizadas, bienaventuranzas, y durante este tiempo aprenderemos a ser hijos de Dios, será un tiempo maravilloso en donde Jesús nos abrirá su corazón para que aprendamos a vivir como él, a ser hijos del Padre.

Por eso te propongo disponernos y disfrutar mucho de estas palabras que nos acompañarán. Así como Jesús subió a la montaña, se sentó y sus discípulos se acercaron quedándose junto a él, de la misma manera nosotros podemos subir simbólicamente la montaña para estar junto con él.

Él sube a la montaña para que nosotros subamos tras él, para que salgamos de nosotros mismos, nos sentemos a su alrededor y empecemos a escuchar estas palabras que salen de un corazón de Hijo, que siente como Hijo, que vive como Hijo, y que quiere transmitirnos esa vida de los hijos de Dios a cada uno de nosotros. Las bienaventuranzas son, de algún modo, el rostro de Jesús; son en realidad las promesas que nos hace para que podamos vivir como él. Podríamos preguntarnos: ¿Cuál es la clave de las bienaventuranzas? ¿Cuál es la clave para poder comprenderlas? Porque no dejan de tener algo enigmático o de difícil comprensión. La clave de las bienaventuranzas, la clave para comprenderlas es el mismo Jesús, porque él las vivió primero, porque él es el Maestro para vivirlas.

En Algo del Evangelio de hoy se las menciona a todas, por eso podemos hacer un repaso, comparándolas con Jesús. ¿Quién es el «pobre de espíritu» ?: Jesús. ¿Quién es el «manso de corazón» ?: Jesús. «Aprendan de mí –nos dijo– que soy manso y humilde de corazón». ¿Quién es el que «llora» ?: Jesús lloró sobre Jerusalén por amor, por su amigo Lázaro. Jesús también es el que siempre tuvo «hambre y sed de justicia», cuando dijo a la samaritana: «Dame de beber», ¿y qué le pedía?: Justamente en ella, en esta mujer, le pedía a toda la humanidad, el amor.

También Jesús dijo en la Cruz: «Tengo sed», ¿sed de qué?: De nuestro amor, del tuyo y del mío. Jesús también dijo: «Yo tengo una comida que ustedes no conocen», el hambre de Jesús es hacer la voluntad del Padre. «Bienaventurados también los misericordiosos». Jesús es el Pastor misericordioso que carga sobre sí a la oveja y si se le pierde, va a buscarla.

¿Quién es «limpio de corazón» sino Jesús?, que tiene un corazón puro, que transparenta la imagen del Padre. «Felices los que trabajan por la paz». Por eso Jesús pacificó todas las cosas con la sangre de su Cruz por medio del amor. Él es «perseguido por causa de la justicia», quién más que él.

Por eso, si Jesús vivió primero las bienaventuranzas, pidámosle que nos ayude a poder vivirlas nosotros. Nos propone su propio ejemplo, su propia vida, nos propone vivir como su corazón: «Bienaventurados los que viven como Yo», podríamos decir. «Bienaventurados los que viven como mi Corazón enseña».

Cada bienaventuranza tiene una promesa, por eso cada una dice: «Felices… porque ellos poseerán, ellos serán saciados, ellos alcanzarán misericordia». Son promesas que el Padre nos hace a todos. Así tenemos que empezar a vivirlas, no como nuevos mandatos o mandamientos que brotan desde afuera, sino como una promesa que nos dará la felicidad del cielo.