Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
Palabra del Señor
Comentario
Lentamente, después de haber escuchado las Bienaventuranzas, las promesas del Padre para que seamos felices, esas promesas que vienen del cielo, iremos poco a poco –así como se desgaja una cebolla capa por capa hasta llegar al corazón– desgajando el Sermón de la montaña, en el que nuestro Maestro nos irá mostrando su corazón para enseñarnos lo que significa ser hijos, cómo llegar a ser hijos del Padre. Y eso lo irá haciendo mostrándonos, como dije, su corazón y mostrándonos nuestro corazón, para que sepamos quienes somos realmente; será como un espejo donde nos veremos reflejados.
Te aseguro que durante estas semanas vas a disfrutar muchísimo la Palabra de Dios, de estas palabras de Jesús desde la montaña. La montaña es signo de que esta sabiduría no es sabiduría humana, sino que es sabiduría que viene de lo alto, del cielo y viene a iluminar nuestras vidas, a darle sentido, a mostrarnos la verdad. Por eso, volvé a recargar las pilas, la batería del corazón para escuchar verdaderamente. Si dejaste de escuchar la Palabra de Dios, volvé a escucharla. Si estabas escuchando en piloto automática, volvé a conectarte. Si venías escuchando con el corazón, seguí de esa manera.
Muchas veces no podemos ser lo que queremos ser, porque en realidad –¿sabías qué?– no sabemos lo que ya somos. Muchas veces vivimos en un eterno querer ser alguien distinto de lo que ya somos y nos olvidamos de lo que ya somos. Muchas veces privilegiamos en nuestras vidas el hacer antes que el ser. Esto nos pasa mucho. Nos cuesta muchísimo reconocernos a nosotros mismos y por lo tanto no terminamos de querernos bien, no terminamos de dar frutos en nuestras vidas. Como discípulos, como cristianos también puede pasarnos esto. Creemos que ser buenos cristianos es simplemente «hacer cosas buenas», hacer muchas cosas por los otros, ser buenos, como se dice. Es verdad, pero no toda la verdad o es parte de la verdad. Cosas buenas pueden hacer, incluso hacen muchísimas personas, gente de bien hay por todos lados. Son muchas las personas buenas en este mundo que hacen y viven para los demás, incluso personas que no creen en nada. Nosotros hacemos cosas buenas seguramente, pero ¿no será que hacemos en realidad porque ya somos de algún modo buenos? Entonces… ¿cuál es el distintivo de un cristiano? ¿Nos distingue algo de los demás, nos debería distinguir algo? ¿Qué es lo que Jesús dice que debe vivir un discípulo de él? El Sermón de la montaña que empezamos a escuchar ayer nos irá dando la respuesta poco a poco a esta gran pregunta. Te vas a sorprender. Te lo aseguro. Este Sermón es el corazón del Evangelio porque es el corazón de Jesús. Voy a insistir muchísimo en esta idea durante estos días. Hay cosas que hay que repetirlas mucho para que queden grabadas para siempre.
Recuerdo que conocí en profundidad o empecé a meterme en profundidad en el Sermón de la montaña y las Bienaventuranzas cuando entré al seminario en mi primer ejercicio espiritual, y para mí fue como descubrir algo nuevo, que nunca había escuchado. Había ido a misa toda mi vida, pero jamás había escuchado estas palabras de Jesús con tanta atención y jamás alguien me las había explicado con tanta claridad y sabiduría como el sacerdote que dio ese primer retiro en el seminario. Agradezco siempre que se haya cruzado en mi vida para abrir los ojos del corazón. Vos y yo somos sal y luz. Nosotros, los que escuchamos a Jesús, los discípulos de él, dice Jesús que ya somos sal y luz.
Estas palabras no están dirigidas a todos, sino a los discípulos, a los que estaban más cerca de él. Si te considerás discípulo entonces, seguidor, seguidora de él, ya sos sal, ya sos luz. Jesús no nos dice: ustedes serán sal, ustedes deberán ser luz, sino que nos dice que ya lo somos. No dice: deben serlo, tienen que serlo. Ya somos sal, ya somos la sal que sala el mundo, ya somos la luz que ilumina el mundo. Tenemos todo para ser sal y luz.
La pregunta es: ¿estamos salando? ¿Estamos siendo lo que debemos ser? ¿Estamos iluminando? ¿Para qué salamos e iluminamos? Salamos e iluminamos para que los demás –dice Jesús– den gloria al Padre. Eso es lo que nos debe distinguir. No hacemos cosas buenas para ser buenos ante los demás, porque es lindo hacer cosas buenas porque nos hace sentir bien. Debemos hacer obras buenas para que los demás descubran que son hijos del Padre, para que descubran que son niños ante Dios y que dependen de ese Padre, que es Dios. Somos sal que sala pero que no se ve, una vez que se mezcla con la comida deja de verse, pero le da ese toque de exquisitez que nadie puede explicar. Somos luz que ilumina pero que en realidad somos iluminados; la luz nos la da el mismo Dios. Somos hijos del Padre que descubrimos la maravilla de ser hijos y vivimos en medio de un mundo que no quiere depender mucho de él. Nosotros con nuestras vidas queremos que el mundo descubra que es una maravilla sentirse y ser hijos de Dios, es lindo ser dependientes del Padre, es lindo vivir como hermanos.