• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

XVIII Domingo durante el año

Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?».

Jesús les respondió: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello».

Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado». Y volvieron a preguntarle: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo».

Jesús respondió: «Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo». Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.

Palabra del Señor

Comentario

El domingo pasado recordemos que Jesús hacía el milagro de la multiplicación de los panes, era un signo mediante el cual nos invitaba a darnos cuenta que él venía a saciar el hambre del mundo y esos hombres no se dieron cuenta del verdadero hambre que tiene el ser humano. Es verdad, les dio de comer en ese momento, pero finalmente sus estómagos pidieron más, como nos pasa a nosotros y no nos damos cuenta que ese más que necesitamos no solamente es el pan material, sino el pan del amor. Hoy, podríamos decir en este domingo –en el que espero que hayas empezado muy bien, para vivirlo en familia– y el día del Señor, estos hombres siguen buscando a Jesús, y Jesús, al encontrarlos, habla con ellos y les hace, de alguna manera, un reproche y les da en el fondo una enseñanza. Por eso hoy te propongo, me propongo, tres momentos de oración o de reflexión:

Primero, que podamos reconocer cuál es nuestro «hambre», cuáles son –entre comillas– «nuestros hambres» mal saciados, que a veces orientamos mal nuestras ansias profundas de felicidad; segundo, que descubramos a Jesús como el Pan de Vida y qué significa definitivamente eso, y por último una anécdota que nos puede ayudar a comprender lo que hoy nos enseña Algo del Evangelio.

Démonos cuenta de que muchas veces comemos y bebemos mal, a veces nos cae mal la comida porque comemos apurados, porque nos alimentamos de cosas que no tenemos que comer, porque comemos cosas que nos hacen mal, porque no sabemos dominar nuestras ansiedades, porque incluso no masticamos bien. Algo que es bueno y nos hace bien nos puede caer mal porque no comemos bien. Lo mismo pasa con la bebida; fijémonos si a veces no nos excedimos, si tomamos mal, apurados, o si tomamos bebidas que, en definitiva, nos hacen perder el control. Bueno, ese desorden que tenemos en el comer y en el beber muchas veces, porque no sabemos orientarlo, es de alguna manera la imagen, el espejo de un desorden más profundo que tenemos en nuestro interior, el de no saber alimentarnos de las cosas que nos hacen bien al espíritu.

¡Tenemos hambre de felicidad, tenemos hambre de Dios!, pero andamos picoteando, como se dice, comiendo de acá para allá, saciando nuestro hambre en donde no tenemos que buscar o buscamos mal a nuestro buen Dios, queremos a veces un Dios a nuestra medida y a nuestros caprichos.

Imaginemos que esto nos pasa en nuestro interior y por eso nos podemos preguntar: ¿Qué clase de hambre estamos saciando mal? ¿En dónde estamos buscando y no nos damos cuenta de que estamos haciendo mal las cosas? Estamos trabajando por las cosas que perecen y tienen vencimiento –por decirlo así–, y no estamos poniendo el corazón en lo importante. Fijémonos que por ahí nos está pasando eso, y eso es lo que no nos hace bien y finalmente no nos sacia, sino que al contrario, nos provoca más hambre, pero un hambre que finalmente nos deja vacíos, no un verdadero hambre de Dios.

Y ante este problema que se nos presenta continuamente en la vida –y aunque nos sintamos lejos o cerca de Jesús como nos pasa muchas veces–, él nos viene a dar una solución profunda. Hoy nos viene a invitar y a decirnos con mucho amor: «Yo soy el Pan de Vida». ¡Descubrí eso, descubrilo, descubrí que el Padre me envió para eso! «Yo soy el Pan bajado del cielo»; no como el maná que comieron nuestros antepasados, no como el maná y lo que vos comés en esta tierra, sino que Yo soy el alimento, el mejor alimento, el que te colma, pero al mismo tiempo te sacia, provocándote hambre de más, pero un hambre sano y profundo, de alegría, de paz y de amor. Eso es lo que yo vengo a traer.

¿Y cómo nos alimentamos de este Pan que es Jesús, que es una persona que nos habla, que nos escucha, que está presente, que está viva? Bueno, nos saciamos fundamentalmente en la Eucaristía –eso creo que lo sabemos–, a través de los sacramentos. Nos saciamos y comemos de este Pan también por la Palabra de Dios que escuchamos cada día, nos saciamos por la oración, por nuestra comunicación interior con nuestro Padre, con nuestras visitas al Santísimo.

También nos alimentamos con el amor, el amor humano que nos rodea, que nos dan y que damos a los demás, especialmente a los más necesitados, cuando descubrimos que Jesús está ahí, en los que no fueron tan favorecidos como nosotros, en los enfermos, en nuestra conciencia cuando nos habla. Por eso, nunca nos sintamos lejos, aunque lo estemos, porque siempre podremos alimentarnos de él, incluso cuando nos estemos perdiendo lo mejor, que es la Eucaristía. Y si te sentís cerca practicando la fe, fíjate si no estás comiendo por costumbre, sin hambre, o estas recibiendo a Jesús con poca hambre de corazón.

Y la anécdota es la que me pasó una vez durante una misa mientras estaba predicando; un hombre que estaba en el primer banco, que parecía tener una dificultad psicológica –me acuerdo– o psiquiátrica, me interrumpió durante el sermón y me dijo: «Padre, ¿qué dijo?». Yo había dicho una frase de san Pablo y le dije: «San Pablo dice esto…», no me acuerdo bien qué, pero él me dijo: «¡Ah, bueno! Gracias, padre». Rompió todos los esquemas y me interrumpió. Después se acercó a la comunión, se arrodilló para recibirla y yo seguí dando la comunión y él permaneció ahí de rodillas hasta el final; y me acerqué y le dije: «¿Qué necesitás, qué pasó?», y me dice: «Nada. Padre, quiero más, quiero más». Le dije: «No. Está bien, no te preocupes, ya con una comunión tenés a todo Jesús en tu corazón».

Cómo me enseñó ese hombre, un hombre limitado, con problemas –limitado para mi mirada–, que no sabía mucho supuestamente de Dios ni de teología, pero sí sabía que en la Palabra y en la Eucaristía estaba el gran alimento de su vida. «¿Qué dijo, padre? ¡Quiero más!», me contestó al final.

¡Ojalá que tengamos esa actitud!, que trabajemos por las cosas que no perecen, que trabajemos por el verdadero alimento que es nuestro buen Jesús, que sacia nuestra vida. Trabajemos hoy por eso y digámosle a Jesús: «Dame siempre de ese Pan, que yo me alimente de vos mismo en todo momento. ¡Quiero más, Jesús! ¡Quiero más!».

Ojalá que hoy todos los que escuchemos este audio tengamos más hambre de Jesús porque, si vamos a él, jamás tendremos hambre y, si vamos a él, veremos como hará una gran obra en nuestra vida, como lo viene haciendo.