Después de haber lavado los pies a los discípulos, Jesús les dijo:
«Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía. Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican.
No lo digo por todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice: El que comparte mi pan se volvió contra mí.
Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy.
Les aseguro que el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió.»
Palabra del Señor
Comentario
La certeza de la fe, la certeza de saber que nadie puede arrebatarnos de las manos de nuestro Padre es muchas veces lo que nos ayuda a seguir caminando. De alguna manera eso es lo que nos decía Jesús el domingo: «Mi Padre y yo somos uno». Y si nosotros estamos en sus manos, también somos uno con ellos, porque el Espíritu vive en nosotros. Estas verdades de fe que muchas veces olvidamos por el ajetreo de la vida cotidiana, por andar pensando demasiado en nosotros, son las que nos deberían mantener siempre en pie, aun cuando nos cansemos, aun cuando no sepamos qué hacer con las cosas que nos pasan, aun cuando veamos tanto mal. Nada podrá arrebatarnos de las manos del Padre, nosotros simplemente tenemos que dejar amarnos y, al mismo tiempo, dejar que brote ese amor que hay en nuestro interior. Porque si estamos en sus manos, si somos amados por la Santísima Trinidad, si el Espíritu de Dios está en nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Tenemos que amar como ellos, podemos amar como ellos, podemos amar como Dios.
Bueno, Dios quiera, y quiero creer que siempre es así, que tengamos un buen día, un día en el que podamos descubrir al Señor en todas las cosas y que todas las cosas nos hablen de él. Y para eso es necesario empezar el día escuchando lo mejor que podemos escuchar, la música que hace bien a los oídos del corazón, la música de la Palabra de Dios. ¡Ponela a todo volumen! ¡Poné la música de Dios a todo volumen!
Y también retomemos algo de lo de ayer: ¡Si tomáramos dimensión de que al escuchar a Jesús estamos escuchando al Padre, qué distinto sería, por ejemplo, nuestra relación con él, o nuestra manera de rezar! Muchas veces no sabemos rezar porque no sabemos escuchar. No sabemos detenernos y frenar un poco. No escuchamos porque no atendemos. En realidad, no sabemos con quién estamos hablando y tomar conciencia de que estamos hablando con el Padre, nos ayuda a rezar con el corazón, a prestar más atención.
Preguntando también se aprende: ¿A quién escuchamos cuando escuchamos a los demás? ¿A quién escuchamos cuando escuchamos a Jesús? ¿A quién recibimos cuando recibimos a los demás? ¿A quién recibimos cuando recibimos a Jesús? Escuchar a los demás con amor es escuchar a Jesús en los otros y escuchando a Jesús en los otros escuchamos al Padre. Escuchar es recibir y recibir es servir. Este es un poco la lógica del Evangelio también de hoy, continuando con la de ayer.
Hablando un poco vulgarmente es como una especie de cadena de favores. El Padre que envía a su Hijo para servirnos, para lavarnos los pies, para amarnos y dar su vida por nosotros y nosotros, que, si nos dejamos servir por Jesús, tenemos que experimentar que Dios es Padre y que ese Padre nos sirve y, al mismo tiempo, eso nos tiene que mover y ayudar a poder hacer lo mismo con los demás, porque «el servidor no es más grande que su señor». La lógica de Dios invierte la lógica del hombre que piensa que, por ser más grande, por estar más acomodado, por estar a un nivel de poder más alto, puede llegar a pensar que los demás tienen que servirlo, o que tiene algún derecho sobre los otros. Algo del Evangelio nos enseña que esto no es así. Casi que naturalmente pensamos que a medida que crecemos tenemos que ser servidos. Y por eso un jefe a veces se cree que tiene derecho a ser servido por sus empleados, y por eso a veces un sacerdote no entiende esta parte del Evangelio –como me puede pasar a mí o a un consagrado– y pretende que su pueblo y los fieles deben rendirse a sus pies, y por eso un padre de familia o una madre puede confundirse y pensar que sus hijos son para servirlo. Nada de esto es el mensaje de Jesús, porque nada de esto hizo Jesús. Todo lo contrario. Él vino a servir siendo el más grande. Vino a lavarnos los pies siendo el Maestro. Vino a perdonar siendo que no tenía pecado. Vino a morir siendo el inmortal. Seguro que a medida que escuchás esto que estoy diciendo pensás interiormente: «Esto ya lo sé, padre. Esto ya lo escuché muchas veces». Bueno… pero con saberlo no alcanza.
Si no escuchamos a Jesús otra vez que nos dice: «Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican», no seremos felices. No somos felices por saber cosas buenas, no somos felices por acumular sabiduría para nuestro orgullo personal y regocijo; no seremos felices por aprender nuestra fe y saberla explicar muy bien; no seremos felices por tener muchos títulos; no seremos felices por ganar un premio Nobel, sino que seremos felices si descubrimos que la felicidad está en practicar concretamente y cada día lo que Jesús hizo concretamente por nosotros y lo que hace cada día por nosotros.
Jesús sigue lavándonos los pies. Nos quiere despertar la conciencia para que de una vez por todas nos demos cuenta que «tenemos que devolverle el favor, el amor» amando y sirviendo a los demás. Hoy, sin esperar, sin soñar grandes cosas, en donde nos toque, ahora, en nuestras familias, en nuestro trabajo, en la vida cotidiana, hagamos lo que el Señor hizo por nosotros.