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IV Sábado de Pascua

Jesús dijo a sus discípulos:

«Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto.»

Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta.»

Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.

Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.

Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré.»

Palabra del Señor

Comentario

En este sábado llegamos al final de la cuarta semana del tiempo pascual. Espero que estés disfrutando de escuchar la Palabra de Dios, especialmente del evangelio de San Juan que es una delicia y que seguiremos disfrutando durante todo este tiempo. Alguna vez me dijeron: “Padre, me estoy volviendo adicto a la Palabra de Dios”. Sé que suena fuerte decirlo así, así me lo dijeron, y obviamente es una manera de expresar algo más profundo, las palabras no alcanzan cuando hay que decir algo muy grande; pero qué lindo sería que podamos realmente sentir y comprender que no deberíamos pasar ni siquiera un día sin escuchar la palabra de Dios, la palabra que Él quiere dirigirnos cada día, al corazón, a lo más profundo. Sería una linda “adicción” que no nos haría mal. En realidad, deberíamos decirlo bien, la palabra de Dios tiene y quiere ser nuestro deleite, nuestro deseo verdadero, que atraiga, que cautive, vamos juntos así, sigamos transitando este camino maravilloso de profundizar el mensaje más lindo que podemos experimentar.

Sin embargo, vivimos en un mundo que a veces se burla de los sanos “excesos con Dios”. Nos pueden llegar a decir fanáticos por estar mucho con Él. Podemos ser “fanáticos” de cualquier cosa en esta tierra y nadie se va a escandalizar, ahora… si sos “fanático” de Dios, de Jesús, parece una exageración, ¡pareces un “fanático” se dice!, o sea alguien que no piensa, que no piensa por sí mismo. Obviamente, Jesús no quiere fanáticos, Dios Padre no quiere mascotitas, no quiere esclavos, sino que quiere hijos, pero hijos en serio, que tengan en su corazón solo una linda y única obsesión, enamorarse de Él. Me gusta mucho esta oración de un jesuita, que volví a leerla en estos días después de mucho tiempo: “¡Enamórate! Nada puede importar más que encontrar a Dios. Es decir, enamorarse de Él de una manera definitiva y absoluta. Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación, y acaba por ir dejando su huella en todo. Será lo que decida qué es lo que te saca de la cama en la mañana, qué haces con tus atardeceres, en qué empleas tus fines de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que rompe tu corazón, y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud. ¡Enamórate! ¡Permanece en el amor! Todo será de otra manera” Bueno, una linda y sabia manera de enamorarnos de alguien es sentarse a escucharlo. Eso es lo que proponemos cada día.

Algo lindo que podemos pedir es esto, Algo del Evangelio de hoy es una buena oportunidad para animarse a pedir y pedir: “Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré.» Pidamos creer, pidamos enamorarnos de Jesús, pidamos confiar y tener fe, creerle a Él. Es posible vivir distinto, es posible creer que conocer a Jesús es conocer a Dios Padre. No necesitamos que nos muestren nada, no necesitamos como a Felipe que nos muestren más que a Jesús. “¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.” Nuestro Padre del Cielo, aquel que todos anhelamos en nuestro interior, aquel que todos anhelan, aunque no se den cuenta, es el que se manifestó en Jesús, en todo lo que hizo y dijo. Por eso escuchar a Jesús es escuchar a nuestro Papá del Cielo y no deberíamos esperar nada más. La fe sencilla y simple es la que no necesita ni espera nada más que las palabras del Hijo, de Jesús, porque tiene una certeza profunda que nada podrá quitarle. Es entendible, como le pasó a Felipe y a los discípulos, que a veces esperemos más, que necesitemos manifestaciones más visibles, por decirlo de algún modo, sin embargo, en la medida que crecemos en la fe en realidad nos vamos “conformando”, por decirlo de alguna manera, con menos, que, en el fondo, es más. El que pretende más de lo que Jesús da, es el eterno insatisfecho, el niño caprichoso que no se conforma con lo que tiene, y por lo tanto al pedir más se pierde lo que tiene. En cambio, el que sabe que Jesús lo es todo, que su palabra lo es todo, que la Eucaristía es todo, que el perdón es todo, tiene todo porque no pretende lo que no puede alcanzar y acepta lo que Jesús quiere darle, y aunque pueda por momentos aspirar a más, cosa lógica y que ayuda, se alegra con el ritmo de Dios, con su pedagogía y su paciencia.

Que María nos ayude a enamorarnos más, cada día más de lo que vale realmente la pena, de Jesús y de su obra, de sus palabras, de su corazón y por medio de Él, del Padre. “¡Enamórate! ¡Permanece en el amor! Todo será de otra manera” Es lo que desea María de nosotros, hoy y siempre. El gozo de María es que, gracias a ella, descubramos más y más el amor de Jesús; el gozo de Jesús es que, gracias a su amor, descubramos el del Padre. Pidamos eso en su nombre que Él nos lo concederá.