«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»
Palabra del Señor
Comentario
La Palabra de Dios sigue y seguirá haciendo de las suyas, como decimos a veces, en miles de corazones esparcidos por todo el mundo, gracias a la gracia de Dios. Vos y yo deberíamos evangelizar siempre, cansándonos, pero sin esperar resultados, aunque de tanto en tanto nos haga bien el saber que lo que hacemos hace bien a otros. Porque una cosa no quita la otra. Si las obras que realizamos no son nuestras únicamente, sino que son de Dios principalmente o las empezamos por el pedido de él, no hay poder humano que pueda derribarlas, al contrario, crecen más allá de nuestros esfuerzos y deseos y nunca morirán, aunque por un momento vayan tomando tonalidades o colores distintos sin perder su esencia, según las etapas de nuestra vida y de la historia. Así sucede con la Iglesia. Y, por el contrario, si las obras son puramente nuestras, sin ningún discernimiento previo, tarde o temprano se irán apagando con el paso del tiempo.
No nos olvidemos que fuimos creados para el cielo, porque por nuestras venas del espíritu corre la savia de la vid que es Jesús, circula en nuestras venas su propia sangre que dio su vida por nosotros. Él nos dio el mandamiento nuevo, del amor, ¿te acordás, el domingo?: «Ámense, pero como yo los he amado», no se amen así nomás. No sean como son ustedes, diríamos nosotros, que empiezan a amar cuando conocen, o lo que es peor, dejan de amar a alguien cuando lo conocen porque en el fondo no les gusta como es. ¡Yo soy distinto!, nos dice Jesús. Yo amo y conozco, conozco amando. En realidad, en Dios no hay distancias, no hay un antes y un después. Él es siempre eternidad, siempre presente, y por eso nos ama conociéndonos y nos conoce amándonos. Y no le da ningún rechazo conocernos, al contrario, nos ama más y más.
Por eso hoy en Algo del Evangelio podemos dar un paso más y escuchamos que nos dice: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer». El Padre es el buen viñador, el que está siempre deseando que demos frutos, que nuestra vida aporte algo a la vida de este mundo que está tan falto de amor. Es el Padre que sabe esperar, pero que al mismo tiempo quiere que demos frutos. Exige, pero con amor, porque conoce todo lo que podemos dar y a veces no damos por ser egoístas y cómodos. Para él no somos inservibles nunca, no sos inservible, sino que siempre servimos para algo. Somos sarmientos. Somos las ramas de la planta, y desde nosotros es de donde brotan las hojas, los zarcillos y los racimos de uvas. Por eso no podemos dar frutos separados de la planta, es imposible. Cuando estamos separados, no servimos para nada, porque en realidad sin Jesús no podemos hacer nada que dé frutos de santidad. Sí podemos hacer muchas cosas para este mundo que busca su gloria, incluso ser muy exitosos, podemos colaborar mucho en la Iglesia, ser reconocidos, aplaudidos, ser queridos por muchos, podemos decir que trabajamos para él, pero si sus palabras no permanecen en nosotros, si no amamos como él ama, de nada nos servirá.
¡Cuánta falta de fecundidad en nuestras comunidades por no hacer las cosas como las hace Jesús, por no trabajar con él y desde él, en la comunión de su Iglesia! Cuando nos desgastamos haciendo «cosas» por los otros, pero no haciendo lo que él nos pide, finalmente no damos frutos. A veces pienso si en la Iglesia somos conscientes de la energía y el tiempo que perdemos trabajando por él, pero secos de corazón, secos de la savia de Cristo. Creo, con el riesgo a equivocarme, que en ciertas tareas de la Iglesia estamos muy mundanizados y realizamos nuestras obras de evangelización sin discernir si es o no la voluntad del Padre. Y lo que no debemos olvidar es que, si lo que hacemos no lo hacemos con la certeza de que es lo que Jesús desea, de nada sirve hacerlo, por más supuesto éxito que aparentemos lograr.
¿Cuántos proyectos, cuántas acciones pastorales, cuántas cosas hicimos alguna vez o hizo la Iglesia que hoy están muertas por no haber realizado la voluntad del Padre? ¿Cuántas estructuras pastorales, grupos, movimientos, comunidades, congregaciones hoy están en vías de extinción por no estar trabajando unidos a la vid?
En el fondo es lo de Pablo: «…aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregar a mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada». Lo que nos une vitalmente a Jesús, es el amor que él nos entregó desde la Cruz, su Espíritu, el amor que él nos da y nos permite amar como él. La clave no es hacer muchas cosas buenas, si no hacerlas como él las haría, con su amor. Solo así daremos frutos de santidad. Todo lo demás, todo lo demás, aunque todos lo reconozcan, quedará en la nada, no me sirve para edificar el Cuerpo y el Reino de Cristo.
Cuando nos toque partir de este mundo, nos guste o no, tengamos ganas o no, Jesús no nos preguntará cuántas cosas hicimos; cuántos nos aplaudieron; cuánto dinero reunimos; cuántos templos construimos; cuántos títulos acumulamos; cuánto nos quisieron, cuánto nos amaron, sino cuánto amamos, cómo amamos… Si amamos, si buscamos el bien de los otros, y no primero el nuestro. Solo el que está unido a Jesús, el que permanece con él, puede dar esos frutos tan duraderos. ¿Queremos ir al cielo?, seguro que lo querés. ¿Queremos empezar a vivir el cielo en la tierra?, amemos como Jesús nos ama. Ese es el camino. ¿Sabemos qué será el cielo? Amor eterno, amor verdadero, entrega total y desinteresada, alegría eterna. ¿No te dan ganas de empezar a vivirlo acá en la tierra?