Jesús comenzó a recriminar a aquellas ciudades donde había realizado más milagros, porque no se habían convertido. «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y cubriéndose con ceniza. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.
Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. Porque si los milagros realizados en ti se hubieran hecho en Sodoma, esa ciudad aún existiría. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, la tierra de Sodoma será tratada menos rigurosamente que tú».
Palabra del Señor
Comentario
El doctor de la Ley que le preguntó a Jesús qué era lo que tenía que hacer para heredar la Vida eterna, en realidad, sabía perfectamente lo que tenía que hacer, solo intentaba poner a prueba a Jesús, para ver qué le contestaba, pero en el fondo, jamás pensó que el Maestro iba a responderle con una parábola para dejarlo «boquiabierto», fue demasiada sabiduría para un doctor de este mundo, para alguien que se creía sabio pero que, en definitiva, no lo era y que terminó siendo puesto en evidencia. La parábola del buen samaritano fue, para el doctor de la Ley y es para nosotros, un cachetazo a la hipocresía religiosa, a la falsa idea de una religiosidad fría y sin corazón, que es capaz, bajo apariencia de bien, de olvidarse de lo más esencial de la ley de Dios, del deseo de un Padre que quiere que tengamos compasión los unos por los otros. Sin compasión por el que sufre no hay religiosidad posible, en el fondo, no hay verdadera «ligazón» al creador, no hay enlace con el Dios de amor que predicamos y decimos amar
Eso intentó mostrar Jesús con esta maravillosa parábola que escuchamos el domingo pasado. El samaritano, esa clase de hombre que era despreciada por los judíos de esa época, fue el único que tuvo compasión. Lo mismo puede pasar hoy y pasa, muchas personas que, incluso dicen no creer, o no son cercanos a la Iglesia, pueden comportarse con más compasión por el que sufre, que muchos de nosotros, los cristianos, y eso es para pensar y también hacer un mea culpa.
Resulta raro y difícil escuchar de labios de Jesús un reproche, un reto, un enojo. Sin embargo, los hay en los Evangelios y no lo podemos ocultar y callar, Jesús lo hizo y sería de necios esquivar estas palabras de algo de Evangelio de hoy. ¿Qué hacemos como predicadores, los que nos toca vivir de la prédica? ¿Me pongo a hablar de otra cosa? No. Preferimos hablar de lo que Jesús nos dice hoy a todos. Porque no hay peor cosa que al escuchar el Evangelio, andar pensando que se refiere a otros, andar buscando a quien le cabe bien lo que hoy dice Jesús.
Al mismo tiempo, como decíamos ayer, no todo se comprende en el momento, la paciencia es necesaria en toda dimensión de la vida, y mucho más en el camino de la fe, donde lentamente vamos siendo enseñados por el Maestro divino, que es Jesús. Por eso, tranquilos. Estemos en paz. Como dice la misma Palabra de Dios en la Carta a los Hebreos: «Dios, en cambio, nos corrige para nuestro bien, a fin de comunicarnos su santidad.
Es verdad que toda corrección, en el momento de recibirla, es motivo de tristeza y no de alegría; pero más tarde, produce frutos de paz y de justicia en los que han sido adiestrados por ella» (Hb. 12, 10-11). ¿A quién le gusta ser corregido, a quién le alegra ser corregido? Solo al que alcanzó una sabiduría y santidad que le permiten descubrir en todo, la voluntad de Dios. Nosotros, simples cristianos que andamos luchando día a día la santidad, no podemos decir lo mismo, me parece.
Nos cuesta ser corregidos y mucho más a veces por Jesús, no solo porque toda corrección molesta, sino porque muchas veces tenemos una imagen desdibujada de él, una especie de hombre buenazo sin fuerza que habló solo de un amor sentimental y de la paz, olvidándonos de las otras dimensiones del amor, que también es el NO, la corrección, la lucha interior y exterior, el sufrimiento y tantas cosas más. Jesús ama plenamente y por eso nos quiere enseñar a amar plenamente.
Ayer nos exigía un amor por encima de nuestra familia. Jesús nos ama incondicionalmente y por eso tiene todo «el derecho» de entristecerse y reprocharnos nuestra falta de amor como lo hizo con estas ciudades, Corozaín, Betsaida y Cafarnaún, que nos representan a todos nosotros, que vivimos llenos de dones, que recibimos tantas gracias y milagros en nuestra vida. ¿Estás seguro de que el reproche de Jesús no es como una caricia al alma? ¿No pensás que el reproche de Jesús se puede trasformar en una palabra al oído, llena de paciencia, una palabra de ánimo para que, de una vez por todas amemos y hagamos lo que Él desea de nosotros? ¿Alguna vez no les reprochaste a tus hijos la falta de amor? ¿Alguna vez como hijo, no te diste cuenta que amaste muy poco a tus padres en comparación con lo que ellos te amaron?
Si sos adulto, ¿No te pasó alguna vez que se te cayó la cara de vergüenza al ver todo el amor que tantos seres queridos te dieron y darte cuenta lo poco que lo hemos correspondido? A mí sí, muchas veces. Jesús nos ama infinitamente más de lo que podemos imaginar. Qué lindo que es pensar que nos puede reprochar con amor y dolor. No nos demos el lujo de enojarnos. Pobre Jesús. Tanto amor hacia nosotros y tan poco correspondido. ¡Pobre Jesús! ¡Si por lo menos hoy, vos y yo, hiciéramos algo más para demostrarle nuestro amor, aunque parezca poco! ¡Si por lo menos en este día hiciéramos lo posible para no ofendernos o entristecernos, por una corrección de amor! ¡Si por lo menos hoy aprendiéramos de las correcciones que nos ayudan a crecer!