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XVII Domingo durante el año

Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos».

Él les dijo entonces: «Cuando oren, digan:

Padre, santificado sea tu Nombre,
que venga tu Reino,
danos cada día nuestro pan cotidiano;
perdona nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos
a aquellos que nos ofenden;
y no nos dejes caer en la tentación».

Jesús agregó: «Supongamos que algunos de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: “Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle,” y desde adentro él le responde: “No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos”.

Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.

También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.

¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?

Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!»

Palabra del Señor

Comentario

«Señor, enséñanos a rezar, enséñanos a orar, Señor, que en este domingo podamos desear verdaderamente aprender cada día más lo que significa orar, la necesidad que tenemos de orar». Qué lindo imaginar esta escena en la cual supongo que los discípulos al ver a Jesús, se habrán emocionado y conmovido al verlo rezar, al verlo elevar su corazón y su mirada al cielo, para hablar con su Padre. Que esta imagen nos ayude a nosotros también para que en este domingo, día del Señor, en el cual disponemos un poco más de nuestro corazón para elevarlo hacia Él, podamos decirle desde lo más profundo de nuestro corazón: «Señor enséñanos a orar, necesitamos aprender a orar una vez más». No basta con «repetir» palabras, no basta con «decir» el Padrenuestro.

No basta con decir las cosas sin saber lo que estamos diciendo, sin experimentar lo que estamos diciendo de la boca para afuera, y mucho menos sin vivirlo. La oración es la respiración de nuestra alma, es la respiración del cristiano que quiere día a día escuchar a su Padre y hablarle. La oración es diálogo. La oración es, como decía Santa Teresita, «la elevación de nuestro corazón al cielo», un suspiro del alma, una mirada desde lo más profundo de nuestro corazón, para decirle a nuestro Padre: «Padre, queremos que tu nombre sea santificado». Queremos que tu nombre sea conocido en todo el mundo, que hasta el último rincón de la tierra, los hombres te conozcan de una vez por todas, para que tu Reino finalmente triunfe en los corazones de tantas personas, en los nuestros, que muchas veces se dejaron invadir también por la maleza y por la cizaña que también habita en este mundo.

«Danos el pan de cada día». «Señor, ayúdanos a perdonar», así como perdonas nuestros pecados, porque nosotros queremos perdonar. Queremos pedirte que esta oración nos ayude a desear perdonar a aquellos que nos ofendieron y nos ofenden. «Y nunca nos dejes caer en la peor tentación». La tentación de pensar que no somos hijos tuyos, la tentación de vivir como seres autónomos, pensando que somos nosotros los que nos damos la vida a nosotros mismos, ¡no!, no permitas que caigamos en esta tentación, en la tentación del olvido de que tenemos un Padre.

La tentación de vivir en este mundo casi como huérfanos, sin darnos cuenta que el Padre nos tiene siempre en sus manos de cada día más lo que significa orar, la necesidad que tenemos de orar». Qué lindo imaginar esta escena en la cual supongo que los discípulos al ver a Jesús, se habrán emocionado y conmovido al verlo rezar, al verlo elevar su corazón y su mirada al cielo, para hablar con su Padre. Que esta imagen nos ayude a nosotros también para que en este domingo, día del Señor, en el cual disponemos un poco más de nuestro corazón para elevarlo hacia Él, podamos decirle desde lo más profundo de nuestro corazón: «Señor enséñanos a orar, necesitamos aprender a orar una vez más».

No basta con «repetir» palabras, no basta con «decir» el Padrenuestro. No basta con decir las cosas sin saber lo que estamos diciendo, sin experimentar lo que estamos diciendo de la boca para afuera, y mucho menos sin vivirlo. La oración es la respiración de nuestra alma, es la respiración del cristiano que quiere día a día escuchar a su Padre y hablarle. La oración es diálogo. La oración es, como decía Santa Teresita, «la elevación de nuestro corazón al cielo», un suspiro del alma, una mirada desde lo más profundo de nuestro corazón, para decirle a nuestro Padre: «Padre, queremos que tu nombre sea santificado».

Queremos que tu nombre sea conocido en todo el mundo, que hasta el último rincón de la tierra, los hombres te conozcan de una vez por todas, para que tu Reino finalmente triunfe en los corazones de tantas personas, en los nuestros, que muchas veces se dejaron invadir también por la maleza y por la cizaña que también habita en este mundo. «Danos el pan de cada día».

«Señor, ayúdanos a perdonar», así como perdonas nuestros pecados, porque nosotros queremos perdonar. Queremos pedirte que esta oración nos ayude a desear perdonar a aquellos que nos ofendieron y nos ofenden. «Y nunca nos dejes caer en la peor tentación». La tentación de pensar que no somos hijos tuyos, la tentación de vivir como seres autónomos, pensando que somos nosotros los que nos damos la vida a nosotros mismos, ¡no!, no permitas que caigamos en esta tentación, en la tentación del olvido de que tenemos un Padre. La tentación de vivir en este mundo casi como huérfanos, sin darnos cuenta que el Padre nos tiene siempre en sus manos.

Señor desde Algo del Evangelio de hoy queremos pedirte que «nos enseñes a orar» y a pedir lo importante. Enséñanos que nuestro Padre del Cielo no nos negará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidamos. Es lo mejor que podemos pedir. Pidamos como el amigo insistente de la parábola de hoy. Seamos insoportables, seamos cargosos, seamos inoportunos con Dios, que es nuestro Padre.

«Señor, danos el Espíritu Santo». Sabemos que si nosotros, que somos malos y egoístas y aun así les damos a nuestros hijos lo que nos piden: cómo nuestro Padre del Cielo no nos dará su mismo Espíritu para darnos vida, para enseñarnos a comunicarnos con Él, para darnos sus dones. El don de la paz, de la alegría, de la serenidad, de la paciencia, del consuelo de todo lo que necesitamos para vivir en este mundo como verdaderos hijos de Dios.

A veces el Evangelio no hay que analizarlo demasiado. A veces la Palabra de Dios es para rezar. Por eso todos los días trato de decir: «Recemos con el Evangelio de este día». Recemos con Algo del Evangelio en el cual Jesús nos enseña a orar. Arrodillémonos hoy en algún momento mirando al cielo y digamos otra vez: «Señor, enséñanos a orar». Y después de decir esto, saquemos desde lo más profundo de nuestro corazón la mejor oración, la oración más grande y sagrada que tenemos en nuestra vida cristiana, que es el Padrenuestro.

«Padrenuestro que estás en el cielo, danos tu Espíritu Santo, danos lo mejor que podemos pedirte y lo mejor que podemos tener, porque si tenemos tu Santo Espíritu, en realidad lo tenemos todo».

Que tengamos un buen domingo y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.