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XVII Lunes durante el año

Jesús propuso a la gente otra parábola:

«El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas.»

Después les dijo esta otra parábola:

«El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa.»

Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.

Palabra del Señor

Comentario

Si la palabra de Dios fuese tan sencilla como a veces parece, no haría falta explicarla tanto, ni todos los días. Si como dicen algunos, Jesús habló tan simple y sencillo que no es necesaria tanta vuelta, no haría falta estar explicando desde hace dos mil años todo lo que nos dijo y dejó como enseñanzas. En realidad, las dos cosas son verdad. Jesús habló utilizando ejemplos sencillos, como las parábolas que escucharemos estos días, pero al mismo tiempo, lo sencillo y lo simple necesita ser explicado porque lo simple y sencillo a veces es lo más difícil.

Pero… ¿cuál es entonces la dificultad? La dificultad la tenemos nosotros, no Jesús. Jesús no hizo las cosas difíciles para que a nosotros se nos complique. Sino que el vino a hacer las cosas fáciles, pero paradójicamente al común de los mortales se les hace difícil lo fácil. O también, nos cuesta muchísimo profundizar y entonces nos quedamos con la superficie de las cosas, mientras nos perdemos un abismo de riqueza. Las parábolas tienen esta aparente contradicción, lenguaje sencillo, ejemplos simples, pero verdades profundas y grandes, difíciles a veces de comprender. Vamos a intentar bucear en estos días para descubrir un poco más los misterios del Reino de los Cielos.

Las mismas parábolas de hoy, de alguna manera tienen algo que ver con lo que venimos diciendo. Lo pequeño, la semilla de mostaza, se hace inexplicablemente grande y termina cobijando a otros animales y lo casi invisible, la levadura en el pan, es la que le da forma y sabor a la masa. Y mientras nuestro espíritu busca lo grande y visible, y mientras la misma cultura de hoy quiere cultivar en vos, en mí y en tus hijos, que mejor lo grande y espectacular, Jesús vuelve una y otra vez a decirnos: “No te dejes engañar por tus pensamientos y por el pensamiento ajeno, la cosas no valen por el tamaño, la cantidad o por lo que aparentan, fijate en la naturaleza, hasta la misma naturaleza nos enseña la verdad de la vida” Tan sencillo y simple, pero tan difícil de comprenderlo y vivirlo.

¿Qué nos han enseñado en nuestras familias? ¿Qué enseñamos en nuestras escuelas e incluso en nuestros colegios católicos? Casi sin darnos cuentas enseñamos lo contrario. Enseñamos que parece ser que triunfa lo más grande, prevalece lo que se ve mejor ante un modelo que nos impusieron, que lo que le da sabor a la vida es lo que el mundo etiqueta como mejor. ¿Es posible que lo hagamos? Si lo hacemos. “Tenés que ser alguien en la vida” le decimos a nuestros hijos, como si todavía no lo fueran.

“El que se saca mejor nota es el mejor, el abanderado, el destacado” como si fuera que una simple nota exterior puede decirnos lo que vale una persona. Y así mil ejemplos más. ¿Por qué no empezamos a enseñar que la grandeza de la vida no pasa por lo grande a la vista de los demás, sino por lo pequeño que ve solo Dios? ¿Por qué no empezamos a enseñar que todos somos grandes ante los ojos de Dios y que lo demás no importa tanto? ¿Por qué no empezamos a enseñar que muchas cosas que hacemos en la vida actúan como la levadura en la masa, que hace mucho sin que nadie la vea? ¿Quién cuando come un pedazo de pan dice “que rica levadura”? Sin embargo, nosotros no terminamos de convencernos que el aplauso y el reconocimiento por lo que hicimos no nos hacen más y mejores, sino que lo que nos debería regocijar es que lo hicimos y por qué lo hicimos.

Dejemos que hoy el Reino de Dios, su amor en nosotros, actúe silenciosamente y desde lo pequeño. Intentemos hoy por un momento dejar de pensar que tenemos que hacer cosas grandes y vistosas. Dejemos de transmitir eso a nuestros hijos, ellos ya son grandes y ya nos dieron mucho.