S. « ¿Eres tú el rey de los judíos?»
+ «Tú lo dices»
C. Le respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud:
S. «No encuentro en este hombre ningún motivo de condena.»
Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
S. « ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»
C. Por tercera vez les dijo:
S. « ¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad.»
C. Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.
C. Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía:
+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»
C. Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.
C. Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó:
+ «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.»
C. Y diciendo esto, expiró.
C. Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:
S. «Realmente este hombre era un justo.»
C. Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.
Palabra del Señor
Comentario
Celebramos hoy el Domingo de Ramos y de Pasión. Así se llama a este domingo, día en el que Jesús entra a Jerusalén subido en un burrito para después, de a poquito, subirse a la cruz, por amor a nosotros, ese será el trono definitivo en donde él subirá para reinar en nuestros corazones, los corazones de miles y miles a lo largo de la historia, eso reviviremos en esta Semana Santa que hoy comenzamos.
Se dice Domingo de Ramos y de Pasión porque son dos misterios unidos, la entrada mesiánica, como se la llama –y por eso la rememoramos con la procesión y la bendición de los ramos–, y la culminación en el Calvario –por eso leemos la Pasión; este año, toca la de san Lucas–. Elegimos algunos fragmentos de la Pasión nada más para meditar, porque es larga y no nos daría el tiempo. Jesús es el Mesías, sí, el Mesías aclamado por el pueblo, por muchos. Pero es el Mesías distinto, el que no encaja con la lógica de este mundo, con la lógica humana del poder y de la fama; «al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres», como dice san Pablo.
Empezamos esta Semana Santa, la más santa de todas, la semana destinada a vivir lo mismo que Jesús, a que revivamos en nuestro interior lo mismo que él vivió. No entramos a la Semana Santa para ver como una «una película», para pasar por arriba lo que pasó hace casi dos mil años, queremos entrar todos juntos para revivir en nuestro corazón lo que realmente pasó, lo que sigue pasando en la humanidad, junto a Jesús. Jesús lo hizo por vos, lo hizo por mí. Él quiere que podamos hacerlo con él y por él. Nosotros debemos «bajarnos del caballo de nuestro orgullo» y subirnos al burrito de la humildad, nosotros también tenemos que asumir que la cruz, el dolor, el sufrimiento es y serán parte de nuestra vida y que solo con la humildad y el amor se pueden vencer y se puede iluminar nuestra vida y la de los demás. Ese es el camino de los que viven resucitados, de los que queremos vivir la pascua, del cristiano que vive y quiere una vida nueva. Acordémonos de esta frase del Evangelio: «Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo, pero si muere, da mucho fruto».
En un momento del relato que acabamos de escuchar de Algo del Evangelio de hoy, Pilato dice así: «Como ven, este hombre no ha hecho nada para que merezca la muerte». Reconocía la bondad de Jesús y, al mismo tiempo, no se jugaba por ella, por él. Pilato termina entregándolo. Nada, absolutamente nada, había en Jesús que mereciera pasar por lo que pasó. Sin embargo, lo pasó y lo aceptó. No murió por casualidad, no se entregó «sin querer», sino que se entregó queriendo, sabiendo, buscando morir por vos y por mí, por todos los hombres.
También el texto relata lo que dijo el llamado «buen ladrón» al otro ladrón: «Nosotros sí merecíamos morir, pero él no». ¿Por qué entonces tiene que morir lo bueno, el que no hace nada malo, el que busca el bien? ¿Por qué tiene que triunfar la maldad, aparentemente, la injusticia en este mundo?
La fiesta de hoy, que celebramos este domingo, nos muestra el colmo de la maldad del hombre versus el colmo del amor de Dios. Sabemos que finalmente ganó y triunfó el colmo del amor de Dios, que ganó por mucho, aunque no parezca, aunque hoy sintamos que el mal sigue triunfando.
Así es como ganó Jesús, acallando los gritos de la maldad de nosotros con abrazos de amor, de silencio, de paciencia, de perdón. La multitud gritó que lo crucifiquen y Jesús terminó entregando su espíritu y gritando: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Así es nuestro Dios, no como el dios de nuestra soberbia que quiere tantas veces ganar pisoteando a los demás, mostrándoles poder.
Así te invito y me invito a que entremos en esta Semana Santa, la más santa de todas, la más especial. Para que podamos juntos «bajarnos del caballo de nuestro orgullo» y subirnos al burrito pequeño de Jesús y podamos experimentar lo mismo que nuestro Salvador, caminando hacia la cruz, por vos y por mí, por todos.