Después que los cinco mil hombres se saciaron, en seguida, Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida, mientras él despedía a la multitud. Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar.
Al caer la tarde, la barca estaba en medio del mar y él permanecía solo en tierra. Al ver que remaban muy penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de largo.
Ellos, al verlo caminar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar, porque todos lo habían visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló enseguida y les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman.» Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó.
Así llegaron al colmo de su estupor, porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida.
Palabra del Señor
Comentario
Ya estamos llegando al final del tiempo de Navidad, este tiempo tan lindo en el que intentamos descubrir y admirarnos del Dios con nosotros, de ese niño que nació para darnos todo, por amor. En breve, empezaremos el tiempo llamado ordinario, el tiempo común de la Iglesia, donde empezaremos a meditar la vida pública de Jesús.
La Iglesia nos regala hoy un evangelio para meditar qué es lo que el Señor nos quiere enseñar, contemplar un poco el modo de actuar del Señor para poder llevarlo a nuestra vida. Si uno se pone a pensar, en la Palabra de Dios, no hay relatados muchos episodios en donde se muestra a Jesús navegando con sus discípulos en el mar –por decir así–, descansando, contemplando la naturaleza, donde diga que los discípulos estaban remando y que Jesús estaba con ellos disfrutando. Y uno puede pensar: «¿Será que no pasó nunca? ¿O pasó y no está contado?» Yo creo que es lindo pensar que sí, pasó. En tres años de vida pública, de amistad junto con sus discípulos, habrá habido un montón de momentos en los que seguramente disfrutaron de este mar de Galilea navegando, aunque siempre lo hicieron mientras Jesús iba de acá para allá trabajando. Pero, ¿y entonces por qué no está contado? Porque en el evangelio están contados los episodios de la vida de Jesús que nos quieren ayudar a experimentar y asimilar la salvación de Dios, a experimentar la salvación que Jesús vino a traernos; por eso, están contados estos momentos en los cuales el Señor aparece como para tranquilizar, aparece en momentos de tormenta. Él aparece en momentos en los que los discípulos están remando.
Entonces, por un lado, creo que hay que pensar eso, que la vida no es siempre esto. La vida no es siempre penosa o remar y remar y no sentir nada de Dios, no sentirlo al mismo Jesús. Pero, por otro lado, tenemos que pensar que está contado justamente para tranquilizarnos y ayudarnos en los momentos en los que sí nos pasa eso, porque parte de nuestra vida es así.
Y bueno, pensemos, y te propongo, en tres cosas de Algo del Evangelio de hoy.
Primero, ver cómo Jesús obliga a los discípulos a mandarse solos, diríamos. Jesús los obliga a que se adelanten. Él a veces «nos obliga a andar solos», aunque siempre estamos acompañados con otros hermanos, con otros discípulos. Nos manda solos al mar de este mundo para que aprendamos también a manejarnos, para que aprendamos también a confiar, a remar –a remar contra el viento en contra que tenemos–, pero siempre sabiendo que nunca deja de estar a nuestro lado, aunque a veces parece que no lo estaba, aunque a veces no lo sintamos. Y esto es lo segundo, este mundo muchas veces se nos vuelve en contra. Tantas cosas que se nos vuelven en contra: nuestras propias debilidades, nuestros propios pecados que arrastramos –y parece que remamos y remamos y no avanzamos–, las mismas cosas del mundo que se nos presentan como atrayentes y nos hacen pensar que es lo más fácil, nuestra propia familia, nuestros propios dolores, tristezas, problemas, la falta de salud, de trabajo y tantas cosas más. Tantas cosas que se nos vuelven en contra. Bueno, muchas veces tenemos que remar en contra, y se nos vuelve muy difícil y penoso. Y eso nos pasa a todos. No estamos solos. Aunque pensemos que estamos solos en la barca, siempre tenemos que tener la certeza de que estamos con alguien.
Jesús mandó a los discípulos en grupo. Siempre tenemos a alguien para ayudarnos a remar. Siempre tenés a alguien de tu familia, siempre tenés algún amigo, siempre algún sacerdote conocido. Siempre tenés alguien que podés mirar y que está remando con vos. No pienses nunca que estás solo. Jesús «nos obliga» a andar solos, a remar solos para que aprendamos, para que maduremos; pero, en realidad, tengamos la certeza de que nunca remamos solos.
Y lo último, lo tercero, Jesús aparece solo, y solo para calmarnos, solo para tranquilizarnos, para hacernos perder el temor. Él se aleja, pero para que nos demos cuenta de que siempre está. De alguna manera se esconde, se hace como un fantasma, pero en el fondo él siempre está.
«Tranquilícense, soy yo; no temas». Él está siempre. Mirá a tu alrededor. Parece que cuando remás estás solo, pero levantá la cabeza que tenés a alguien que te quiere ayudar, y por supuesto tenés a Jesús, que se sube a la barca de tu vida, de nuestra vida, a la barca de la Iglesia, a la barca de lo que te está pasando para tranquilizarte. Si estás así, mirá a tu alrededor que vas a ver que siempre hay una posibilidad para pedir ayuda.
Que el Señor hoy nos consuele, que nos ayude a seguir remando y nos ayude a seguir caminando en las dificultades de esta vida.