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Fiesta de San Lorenzo

Jesús dijo a sus discípulos:

«Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.

El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.

El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.»

Palabra del Señor

Comentario

Nunca nos olvidemos al leer la Palabra de Dios o al escucharla que ella es fruto de la inspiración del Espíritu Santo. Él fue el que hizo que quede escrita para siempre y él es quien hoy nos ayuda a comprenderla, a interpretarla. Él es el que la hace presente y la hace viva en la vida de cada creyente que la escucha con fe. Porque si no, la Palabra sería «letra muerta». Sin la presencia del Espíritu es letra muerta. Él es el artífice y el que obra interiormente para que, al escucharla, podamos comprenderla, asimilarla y, al comprenderla, podamos amarla y vivirla. Eso es lo que tenemos que lograr todos lentamente: amar la Palabra de Dios, amar lo que Dios nos dice por medio del Espíritu Santo.

Alguien me dijo, una vez: «Padre, no sabés la dependencia que me generó la Palabra de Dios». ¡Qué lindo es escuchar eso una y mil veces! ¡Qué lindo escuchar cuando nos empezamos a enamorar, nos empieza a atraer y empezamos a tener ganas de escuchar la Palabra de Dios! ¡Qué lindo que es tener «buenas» dependencias… depender del amor de Dios, que nos habla siempre! Por eso, volvamos a escucharla si es necesario y para eso tenemos el audio. Invoquemos al Espíritu Santo, que es el que nos va a ayudar a realmente poder vivirla.

La alegría de un buen hijo es la de escuchar a su padre y a su madre, que le enseña, que le habla, que lo instruye, que lo guía. Por lo menos es la alegría de los primeros años de vida; después, nos vamos rebelando un poco, es verdad. La alegría del que tiene fe es la de desear escuchar lo que su Padre del cielo quiere y desea. Por eso hoy, mientras vamos caminando hacia el trabajo, repitamos algunas palabras de hoy. Mientras estamos trabajando en casa, repitamos esas palabras que nos tocaron el corazón. Terminemos el día también y, como síntesis, repitamos esas palabras que nos dan alegría. Que nuestra alegría hoy sea esta: no olvidar las palabras de Dios que nos quiere decir y que nos dice al corazón.

Y en Algo del Evangelio de hoy –en este día del mártir de san Lorenzo– en primer lugar, Jesús utiliza esta imagen tan linda de la semilla, tan sencilla y profunda. Por eso, hoy no hace falta agregar imágenes propias. Sería absurdo. En primer lugar, estas palabras de Jesús se refieren a él mismo. Él está anticipando lo que será su entrega en la cruz, su muerte y su resurrección: «Si el grano de trigo no muere, queda solo». Jesús quedó solo en la cruz, casi solo, pero hoy no está solo.

Si él no se hubiese entregado y no hubiese amado de la manera como nos amó, no hubiese transformado el mundo como lo transformó. Jesús no quedó solo. Esa aparente «derrota» en la cruz terminó siendo la victoria más grande de la historia por su resurrección, que dio mucho más fruto del que imaginamos. Él no tuvo apego a su vida y por eso la entregó por amor y, entregándola, les ganó la vida a muchísimos, a vos y a mí.

Entonces estas palabras que son de Jesús sobre sí mismo, por supuesto que también son para nosotros. También somos o debemos ser como «un grano de trigo». Tenemos que ser como este grano de trigo que muere y da fruto, que, si no caemos en la tierra y nos transformamos, quedamos solos. No dejamos nada en este mundo. Para nosotros, los cristianos, morir no es algo malo. Morir, en realidad, es transformarse. No me refiero a morir en cuanto a nuestra muerte natural, sino al morir cada día, a esa entrega cotidiana de nuestra vida en cada cosa que hacemos –así como san Lorenzo entregó su vida por Cristo–, morir para nosotros, morir a nuestro egoísmo para transformarnos en personas que amen, que se entreguen. Pero incluso la muerte natural también para nosotros no será la muerte, será transformación. Mueren en realidad los que no tienen fe, los que ven solo esta vida terrenal. Nuestros seres queridos que partieron de este mundo no están «muertos», porque Dios es un Dios de vivos. Tu madre, tu padre, tu hijo o tu hija que ya no están no podemos decir que «se llamaban», creo, sino que se llaman, se siguen llamando. Siguen siendo ellos.

Morir en la vida diaria, a veces, se trasforma en «callar» algo que queremos decir y era mejor no decirlo o decirlo distinto, como alguna crítica que queremos hacer, algún juicio, algún pensamiento. Morir es renunciar a nuestro egoísmo para servir a alguien. Morir es regalarle una mirada, una sonrisa, a ese pobre con el que te cruzás y que no tenías ganas de mirarlo o frenar y darle algo de tu amor, algo de lo que tenés. Morir es escuchar también a tu marido, a tu mujer, servir a tus hijos. Morir es dedicarle más tiempo a la oración, en vez de perderlo en tantas otras cosas.

Morir… tantas maneras de morir tenemos en nuestra vida. Pero acordémonos, no es algo malo. Morir es transformarse, morir es dar frutos y si no, nos quedamos solos. Nos encerramos en nosotros mismos y nos quedamos solos. Nos encerramos en nuestros planes y en nuestros proyectos y nos quedamos solos. Pero cuando nos entregamos, empezamos a ganar cosas, empezamos a ganar corazones de otras personas, se nos ensancha el corazón, «corremos el alambrado del campo», como se dice. Tenemos más horizonte.

Hoy intentemos morir un poco más a nosotros mismos. Y mejor no matar a nadie con nuestras actitudes. No matemos a nadie con nuestra mirada, con nuestros pensamientos, con nuestros prejuicios. No matemos a nadie, mejor transformémonos un poco nosotros y demos vida a los demás.