Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.
Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.
No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá.
Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.
Palabra del Señor
Comentario
La alegría de escuchar la Palabra de Dios cada día debería ser como ese sustrato, esa tierra fértil que permite que la Palabra de Dios finalmente dé fruto. Si no escuchamos con alegría, con deseos lo que el Señor quiere decirnos cada día, finalmente la Palabra de Dios termina siendo semilla que cae en tierra que no da fruto. Por eso, una vez más abrí el corazón, llénate de alegría por poder escuchar al Señor. Mucha gente no lo puede hacer, pero mucha gente sí lo está haciendo al mismo tiempo. Cuando perdemos la mirada, cuando perdemos el foco de saber que somos unos privilegiados al escuchar la Palabra de Dios, podemos caer en el pesimismo, en la falta de ánimo, en el desgano. ¡Alégrate, alégrate de que estás escuchando la Palabra de Dios! ¡Alégrate de que podés también transmitirla a alguien!
En estos días, alguien me dijo: «Padre, yo envío la Palabra de Dios a cinco mil personas». Casi me caigo sentado. «¿Cómo cinco mil personas?». «Sí, a treinta grupos de WhatsApp». Bueno, es una maravilla imaginar lo que podemos lograr si nos transformamos en instrumento de Dios. Hay que enviar, hay que preguntar también, si el otro quiere recibir, pero también hay que enviar y probar. Son muchísimas las personas que me cuentan también que se dan cuenta que desean la Palabra de Dios cuando por ahí se olvidan a la mañana o por ahí tardan un poquito, y las personas les dicen: «Te olvidaste, te olvidaste de mandarme el audio». Bueno, ahí se nota cómo hay tanta sed del Señor. Por eso, si querés seguir colaborando con nosotros para difundir la Palabra de Dios, no te olvides que tenemos una página web (www.algodelevangelio.org), donde podés ver los modos de recibir la Palabra de Dios, bajándote que la aplicación que tenemos para dispositivos Android, también bajándote la aplicación de Telegram y meterte en nuestro grupo @algodelevangelio y en recibirla por WhatsApp. ¡No le aflojes!, seguí ayudándonos a que la Palabra de Dios toque el corazón y llene de alegría a tantas personas.
San Matías fue el último de los apóstoles, el elegido para reemplazar a Judas, el traidor, que después de muerto dejó su lugar vacío, por decirlo así. Se tuvo que completar el número de los Doce, que era necesario que sean doce. Y creo que siempre la fiesta de un apóstol nos ayuda para refrescar en nosotros esta verdad fundamental que no podemos olvidar y es con lo único que quiero que nos quedemos de Algo del Evangelio de hoy: no somos nosotros los que elegimos al Señor, sino que él nos eligió a nosotros. Así lo dice hoy claramente, le dice a todos sus discípulos en la última cena y a todos nosotros hoy, a vos y a mí: «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes». No podemos olvidar jamás esto, porque cuando olvidamos esto, somos nosotros los que nos ponemos por delante de él, sin darnos cuenta. Cuando nos olvidamos de esta verdad, en vez de seguir nosotros al Señor, sin querer nos seguimos a nosotros mismos o seguimos a otras personas o pretendemos que los demás nos sigan a nosotros; o incluso peor, pretendemos que Dios nos siga a nuestro propio ritmo. Y en esto caemos cuando, en el fondo, nos dejamos llevar por el activismo en nuestras cosas de cada día.
Cuando caemos en el hacer por el hacer cosas –incluso por el Señor–, cuando nos olvidamos de escucharlo, y entonces olvidamos esta verdad: es él quien nos eligió a nosotros y por eso, por habernos elegido, él nos da la capacidad de dar frutos, y que esos frutos sean duraderos. Cuando nos desprendemos de esta verdad, cuando caemos en el personalismo, en el «yoísmo», diríamos, en pensar que somos nosotros los autores de nuestra salvación y de la salvación de los demás, es cuando cometemos este error y no damos frutos o nuestros frutos no son duraderos. Todos nuestros cansancios y a veces en el servicio tanto de la Iglesia como de las cosas que elegimos para dar a los demás, tienen que ver con esto de olvidarnos. Nos desgajamos de esta gran verdad.
Si frenamos hoy para ir terminando el tiempo pascual, nos serenamos y volvemos a escuchar de Jesús que nos dice: «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes», eso seguramente nos dará serenidad y paz, nos va a poner en el lugar donde nos tenemos que poner y nos va a hacer a acordar que él nos eligió a nosotros, ese mismo –el que dio la vida por cada uno de nosotros– y, al mismo tiempo, por eso nos pide que nos amemos los unos a los otros, como él nos amó.
Matías fue elegido así por puro amor, por pura gratuidad. Nosotros también en nuestro bautismo fuimos elegidos gratuitamente sin que nos pregunten, recibimos la fe como don, recibimos el conocer a Jesús gracias a nuestra familia, a tantas situaciones que se nos fueron presentando en la vida. No desaprovechemos esta oportunidad, porque conocer a Jesús da todo y no quita nada, seguirlo da todo y no quita nada. Aunque muchas veces nos cueste, aunque cueste sudor y lágrimas, siempre es mejor seguir a Jesús que andar perdido en este mundo o caminar a la deriva pensando que somos nosotros los artífices de nuestra felicidad.
Demos gracias al Señor porque nos eligió, como a Matías, demos gracias porque nos dio la fe, demos gracias porque nos dio la vida y porque la dio por nosotros, y pidámosle que complete en nosotros la obra que él mismo comenzó.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.