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I Jueves de Cuaresma

Jesús dijo a sus discípulos:

«Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.

¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!

Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.»

Palabra del Señor

Comentario

Decía el Evangelio del domingo –tan sintético, tan conciso, pero tan profundo– que, «mientras Jesús estaba en el desierto, vivía entre las fieras y los ángeles le servían». Me gusta utilizar esta imagen de Jesús siendo servido por los ángeles y, al mismo tiempo, viviendo entre las fieras, como una imagen de lo que en realidad también es nuestra vida. Podríamos decir que nuestra vida también es un andar por el desierto, es una Cuaresma, que vamos caminando y nos va llevando hacia la tierra prometida, como le pasó al pueblo de Israel. Y en ese camino, en ese desierto, en ese lugar de prueba donde nos reconocemos, donde probamos nuestra fidelidad, vivimos entre las fieras. Jesús también dice –¿te acordás en otro pasaje del Evangelio? – que «los envió como ovejas en medio de lobos». El mundo, de algún modo, se transforma como una fiera ante nosotros, ante los que creemos, ante lo que queremos ser: luz y sal de este mundo que vive con tan poco sabor (el sabor del amor) y con tan poca luz (la luz de Jesús). Pero al mismo tiempo… Y la buena noticia es que los ángeles le servían. Los ángeles también nos sirven. Dios se sirve de un montón de personas, situaciones, de la misma Iglesia para ayudarnos a transitar este desierto tan difícil, tan doloroso a veces, para tantas personas de este mundo que no encuentran a veces un lugar de paz, su paz en el corazón. Por eso no nos desanimemos, los ángeles nos sirven, aunque no los vemos. Aunque no los sentimos en este momento, te está sirviendo un ángel. La Palabra de Dios es un ángel para tu vida y para la mía. Siempre sirviéndonos para que encontremos el rumbo, para que hagamos la voluntad del Padre.

Pero vamos a Algo del Evangelio de hoy. Imaginemos esta situación: que de golpe y casi como por un milagro, todos nos pongamos de acuerdo para hacerle al otro, a los demás, todo lo que soñamos que nos hagan a nosotros mismos. Se pueden dar muchas situaciones, pero resumiendo, podríamos casi asegurar que entre todos nos haríamos bien. Porque, en definitiva, en situaciones normales todos deseamos cosas buenas para nosotros mismos y por eso si le hacemos a los demás lo que deseamos que nos hagan a nosotros mismos, podríamos decir que casi sería un mundo ideal. Ahora… para eso deberíamos aprender a reconocer nuestros propios deseos, a reconocer lo que nos pasa, y así animarnos a hacerle lo mismo a los otros.

En general, criticamos de los demás, reprochamos a otros, cosas que deseamos o de las que adolecemos. «Dime qué críticas y te diré qué deseas», podría ser un dicho. Cuando criticamos mucho algo malo que alguien nos hizo, por contraste tenemos que descubrir que deseamos que nos hayan hecho lo contrario, que deseamos que nos hagan el bien. Esto es obvio. Es el alimento de nuestra alma porque todos queremos ser queridos, ser amados y por eso andamos por ahí, por este mundo, mendigando el amor de alguna manera, pidiéndolo, y a veces criticando a los que no nos aman como quisiéramos. Ahora…hoy y siempre Jesús quiere librarnos de meternos en esa calle sin salida, de esa actitud circular que no logra otra cosa que encerrarnos en nosotros mismos y no nos deja, finalmente, crecer. Vivir añorando que todos nos hagan lo que nosotros deseamos y mientras tanto perder el tiempo y no aprovecharlo para hacer lo mismo a los demás, es un callejón sin salida. Es una cuestión de sentido común. Si aprovecháramos ese tiempo que usamos en hablar de los demás, en entristecernos, para rezar y pensar en cómo hacer el bien a los otros, en cómo hacer para no devolver con la misma moneda, en cómo hacer e ingeniárnosla para no entrar en los juegos de venganzas que a veces nos atrapan… Bueno, si hiciéramos eso, no solo seríamos mucho más felices que ahora, sino que haríamos mucho más felices a los demás. Porque en definitiva ahí está la felicidad, en lograr la felicidad también de los otros.

La frase final del Evangelio de hoy es la regla de oro para ser un cristiano en serio, para vivir para los demás y no para nosotros mismos y también es la frase que nos ayuda a entender bien la primera parte del Evangelio. ¿Qué tenemos que pedir? ¿A quién tenemos que buscar y llamar? El peligro de interpretar mal estas palabras puede hacer que, en vez de ser palabras de aliento y consuelo, se puedan transformar en palabras de desazón y desconfianza. ¿Por qué digo esto? Porque…Te hago esta pregunta: ¿Todo lo que le pedimos al Padre él nos lo tiene que dar? ¿Tan fácil es todo? ¿A qué se refiere? Tenemos que reconocer que se refiere principalmente a lo que venimos comentando. Pedirle al Padre sin desfallecer, sin cansarnos, esperando siempre que nos abrirá, lo que necesitamos, pero para ser buenos hijos y por eso buenos hermanos. Pedirle todo aquello que nos ayude a hacerle a los demás lo que nos gusta que nos hagan. Nuestro Padre del Cielo es el primer gran interesado en que todos seamos buenos hermanos y por eso nos enseña, por medio de Jesús, qué tenemos que pedir, buscar y llamar. Pedir ser hijos en serio, pedir ser hermanos de todos, no cansarnos de buscar y llamar para que renazcan en nosotros los sentimientos de Jesús. El Padre jamás niega su Espíritu a quienes se lo piden y es su Espíritu el que nos hace hijos y hermanos.

Imaginemos hoy esta situación, por ejemplo: todos arrodillados mirando al cielo, todos pidiendo que podamos y nos salga del corazón la gracia y la fuerza para hacerle a alguien hoy lo que siempre deseamos que nos hagan. Imaginemos que esto es posible y que el Padre del Cielo nos dará esa fuerza, nos dará lo que necesitamos. Aprendamos a pedir lo esencial, lo necesario, lo que da vida. «Todo lo demás, vendrá por añadidura».