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II Jueves durante el año

Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea. Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón. Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara.

Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo. Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.

Palabra del Señor

Comentario

Ayer decíamos que Jesús nos quería enseñar a mirar el corazón y no las apariencias, que es él el que mejor saber mirar nuestra vida y la de los demás. Por eso, nosotros tenemos que aprender a callar lo antes posible las voces interiores que nos hacen juzgar rápidamente todo, ya sea para alabar o para criticar, esas voces interiores en forma de pensamientos o sentimientos que después terminan siendo palabras que se vuelcan hacia afuera. Palabras que también son miradas, silencios, gestos, palabras que terminan manifestando lo que tenemos adentro y son canal de comunicación hacia los otros.

La mirada de Jesús es la mejor, porque es la verdadera, es la que mira con verdad, y por eso si no aprendemos a mirar como él, difícilmente podamos hacer de nuestra fe algo vivo, algo distinto a lo que dice y siente todo el mundo. ¿Cuándo vamos a aprender los cristianos a mirar de esa manera, a despojarnos de la mirada superficial, mundana? ¿Cuándo vamos a aprender a que tenemos que cuidarnos entre nosotros, a que no tenemos que juzgarnos, a que no podemos criticarnos más? ¿Cuándo vamos a aprender que no podemos pretender nada de Dios si no somos capaces de hacer lo que él hace por nosotros?

Una vez, una señora mayor me conmovió en una charla y me dijo algo así: «Padre, yo cuando rezo el Padrenuestro, lloro (por adentro pensé: ¡Qué tierno! Ojalá pudiera yo también rezarlo así), pero –siguió diciendo– lloro al decir las palabras “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, porque yo no puedo perdonar a alguien que me hizo mucho mal, y si no puedo perdonar, ¿cómo voy a decir esas palabras?». Una sinceridad maravillosa y una gran conciencia de esa cierta incoherencia interior que vivía, pero al mismo tiempo una lección de fe para todos, para vos y para mí; una lección de amor, de deseo de amar, de deseo de perdonar en serio. Porque no es que no quería perdonar, ¡no podía!, no podía; y como no podía, sufría por no poder, por sentir que, de algún modo, engañaba a Dios. ¿Pero en realidad lo engañaba? Yo creo que no, esa mujer de algún modo ya estaba perdonando, al querer ella buscaba ese perdón. El querer es poder de alguna manera, ya el querer es un empezar a perdonar. ¡Lo demás vendrá con el tiempo y con la gracia! «Dios mira el corazón», Dios mira lo que nadie ve; él no mira como miramos nosotros y eso es lo que nos tiene que dar mucha paz.

En Algo del Evangelio de hoy dice algo muy particular: «Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto». Ya hablamos de esto en algún otro audio, pero justamente habíamos dicho que íbamos a seguir con el tema, porque es importante y, además, tiene algo de enigmático y extraño. ¿Cómo es eso de que Jesús no quería que sepan lo que hacía? ¿Cómo se entiende que Jesús pida que no digan lo que era inevitable, o sea, el bien que hacía y por lo tanto quién era?

Muchas veces, en distintas escenas del Evangelio, ante personas curadas o liberadas, e incluso antes los demonios, Jesús manifestaba claramente que no quería que supieran quién era. Parece que le gustaba andar como en secreto. Algo extraño para nuestra mirada bastante preocupada por el «qué dirán», algo extraño para nuestro corazón que le gusta un poco ser visto, que le encanta que se conozcan las cosas que hace, como si fuera que se miden por la opinión y la mirada ajena.

¿Por qué Jesús entonces no quería que se difunda las cosas que hacía o quién era? Algo tiene que ver con esto que venimos hablando. Porque él quería y, al mismo tiempo, quiere enseñarnos a no mirar las apariencias, sino el corazón. Lo que más hace sufrir a Jesús es que nos quedemos con las apariencias de lo que hizo y no con su corazón. Él no pretendía ser un «milagrero», aunque hacia milagros; no quería ser un simple «sanador» del montón, aunque sanaba; Jesús no quería, no quiere ser «la solución», aunque nos da soluciones; no quería vivir de la apariencia, sino que deseaba mostrarnos su corazón, quería que nos enamoremos de su corazón.

Él quiere que lo amemos por lo que es y no únicamente por lo que nos da, por lo que hace por nosotros. Por eso prohibía que le hagan «propaganda» al estilo del mundo, que le gusta las promociones distorsionadas. La propaganda finalmente lo único que exalta es lo que las personas hacen y eso a la larga hace muy difícil que veamos lo que las personas son.

¿A qué Jesús andamos siguiendo? ¿Por qué estilo de Jesús nos estamos apretujando: por el que nos da lo que le pedimos como niños caprichosos o por el que nos da su corazón y nos invita ir hacia él? ¿A qué Jesús predicamos en la Iglesia, en los trabajos, en las familias, en los amigos: al que quiere la gente o al Jesús real, el que no quiso ser como una famoso de este mundo? Qué difícil es esto, qué difícil es despegarse de esa imagen de Dios. Pero bueno, junto al evangelista Marcos vamos hacia ahí, vamos intentando conocerlo realmente. ¿Quién es Jesús para vos? ¿Quién es Jesús para nosotros?