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II Martes de Cuaresma

Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:

«Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.

Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar “mi maestro” por la gente.

En cuanto a ustedes, no se hagan llamar “maestro”, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen “padre”, porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco “doctores”, porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.

Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.»

Palabra del Señor

Comentario

No todo es desierto en la vida –decíamos–, gracias a las delicadezas de Dios. Tenemos muchos momentos de consuelo y paz que nos hacen revivir: esas serían lo que llamamos «las transfiguraciones». Son experiencias de Dios con nosotros, que Dios quiere tener con nosotros y que tuvo con nosotros, que nos deberían ayudar a levantarnos en los momentos donde no se siente nada del amor y parece que no vale la pena. No quiere decir que debemos vivir de rentas, como se dice, o sea, de lo recibido alguna vez por lo que invertimos, pero es verdad que a veces es necesario refrescar lo viejo, refrescar la memoria cuando «la cosa» se pone difícil.

Hay una frase popular que expresa una verdad, aunque no sea del todo verdad: «Dios aprieta, pero no ahorca». La verdad que no me gusta tanto, porque es una locura pensar que Dios hace lo que en realidad hacemos nosotros. Como que Dios está viendo ahí a ver a quién aprieta, a quién hace sufrir hoy. Dios no aprieta nunca y, obviamente, jamás ahorca. Pero sí podemos decir que a veces parece que las pruebas de la vida nos aprietan, que nos están por ahorcar, pero si sabemos buscar ayuda, en realidad nunca caeremos en sus garras. En realidad, es una frase popular que expresa la pobre imagen de Dios que tenemos.

Siempre hay oportunidades para volver a experimentar que Jesús está, que se nos manifiesta, que nos ama, que desea hacernos revivir con su amor, pero depende mucho de nosotros aprender a subir la «montaña» con él. La transfiguración de Jesús fue en una montaña, no fue en el llano. Signo de que Dios se muestra también cuando sabemos apartarnos de lo cotidiano, cuando caminamos con él y sabemos esperar y confiar.

Con respecto a Algo del Evangelio de hoy, es uno de esos días con frases bastantes lapidarias, especialmente para los que estamos con alguna responsabilidad dentro de la Iglesia. Es un llamado de atención para los que enseñamos la fe, pero también para los que la reciben. La soberbia del corazón se mete en cualquier corazón. No conoce fronteras ni puestos ni clases sociales y tenemos que aprender a percibirla, tanto en nuestro corazón para expulsarla como en el de los otros para evitar que nos haga mal.

Me pregunto: ¿Es posible que a veces la soberbia tenga tanta fuerza y que vivamos como si fuéramos los centros de este mundo? ¿Es posible que en realidad siendo tan poca cosa nos la creamos tanto? Vos dirás: «Bueno… no es para tanto, padre. No somos tan soberbios todos». Es bueno que cada uno se deje interpelar por las palabras de Jesús, las de hoy especialmente. La soberbia toma mil colores y tonos según la personalidad y la experiencia de vida de cada uno, y justamente el peor mal de la soberbia es que a veces no se ve a simple vista. Solo una luz desde afuera puede ayudarnos a iluminar nuestro corazón y hacernos dar cuenta lo centrado en nosotros mismos que estamos y cuánto nos enferma eso. No solo puede ser soberbio el engreído exteriormente, el que se lleva por delante todo, sino también puede ser soberbio el apocado y silencioso. La soberbia no es una cuestión de carácter fuerte, algo externo, sino que es algo que está muy arraigado en nuestro corazón.

Dije que la soberbia toma mil colores; ahora, en la Palabra de hoy, las palabras de Jesús son muy fuertes, especialmente hacia los que tenían una función en el pueblo de Israel, y sin miedo tenemos que trasladarlas al Pueblo de la Iglesia, específicamente a los ministros, a los que deben servir a otros. Cuando la soberbia ataca a los ministros de la Iglesia (obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados), aquellos que tienen funciones de guiar al Pueblo de Dios, ataca a la cabeza, y si la cabeza es soberbia, el Cuerpo se va enfermando también de este virus a veces muy imperceptible. También pasa en cualquier grupo, en cualquier comunidad. Sé que suena muy duro, pero creo que no hay que tener miedo en decirlo, especialmente nosotros los sacerdotes (me incluyo), de decir las cosas como son, pero con amor.

Cuando la soberbia se entremezcla con un cargo, con una posición eclesial, con una cuestión de poder, se puede transformar en una bomba de tiempo. «Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado». Estas palabras de Jesús, todos los sacerdotes deberíamos grabarlas en el corazón y ponerlas en nuestras «oficinas», escritorios, pero principalmente vivirlas y no escaparle al cambio si tenemos que hacerlo.

El problema no es solo del que manipula consciente o inconscientemente con su poder o del que le gusta el poder, sino también del que se deja manipular y le da más poder al que lo tiene. Muchas veces «la culpa –como se dice– no es sola del chancho, sino del que le da de comer». La soberbia se retroalimenta y no se extirpa del corazón hasta que Jesús no nos abre los ojos y nos ayuda a darnos cuenta cuánto tiempo perdimos por andar enfermos, pero sin síntomas, asintomáticos, como se dice.

No vamos a ser creíbles como Iglesia si no somos humildes. Sin verdadera humildad no hay evangelización profunda, no hay testimonio posible, duradero y eficaz. Sencillamente porque el que nos salvó, no se la creyó. Y si él no se la «creyó», ¿qué nos queda a nosotros?

Recemos hoy por los sacerdotes. Reza por mí, reza por los que tenés cerca, por aquellos que no se dan cuenta de su soberbia. Recemos por todos los que le toca servir, por aquellos que Dios eligió para ser humildes y, a veces, no lo son. Todos lo necesitamos.