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III Lunes de Pascua

Después de que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos.

Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?»

Jesús les respondió: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello.»

Ellos le preguntaron: « ¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?»

Jesús les respondió: « La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado.»

Palabra del Señor

Comentario

Comenzamos una nueva semana, una nueva semana de Pascua en donde ya no escucharemos relatos de las apariciones de Jesús a sus discípulos, pero sí relatos en donde la Palabra de Dios quiere de alguna manera despertar nuestra fe, que está un poco adormecida muchas veces, reavivarla, animarla, quiere llevarnos también a la purificación de nuestra fe, de nuestra mirada sobre cómo es realmente Dios. Purificarla de todo lo que la aleja del verdadero rostro del Padre, del que nos vino a mostrar Jesús y no el que nosotros sin querer muchas veces hacemos a nuestra medida.

Y continuando con el Evangelio de ayer, domingo, entre tantas cosas lindas, recuerdo la expresión del discípulo amado: «¡Es el Señor!» –¿te acordás?–, al darse cuenta que aquel que les hablaba desde la orilla y les había pedido que tiren la red a la «derecha» era Jesús Resucitado. ¿Qué fue lo que les ayudó a reconocer la presencia de su amigo? ¿Qué es lo que nos ayuda a nosotros hoy a reconocer que Jesús está en la orilla de nuestra vida y nuestro corazón cada día? El clic, como decimos hoy, o lo que les permitió reconocerlo fue la pesca milagrosa, fue el experimentar que al obedecer sus palabras todo se hizo fecundo, aun cuando ya habían hecho mil intentos por pescar. En sus corazones se deben haber despertado un sinfín de recuerdos y momentos que habían vivido con él, desde el día en que lo conocieron, a orillas del mismo lago, hasta los momentos más íntimos en los que les abrió su corazón.

Ahora, lo que podríamos preguntarnos también es: ¿por qué no lo reconocían? ¿Por qué tuvieron que revivir esa pesca milagrosa para darse cuenta que era el Señor? Las razones pueden ser variadas, pero una de ellas es simplemente porque no le habían obedecido, porque se habían olvidado de sus palabras y su amor, porque habían vuelto a sus trabajos olvidándose de lo que Jesús les había pedido o profetizado, que serían pescadores de hombres. Lo mismo nos pasa a nosotros… dejamos de reconocer a Jesús en nuestra vida, que está siempre, cuando nos olvidamos de todo lo que hizo por nosotros y nos dedicamos una vez más a nosotros mismos, a nuestros caprichos y proyectos, a lo que se nos antoja, y no a lo que él nos pide.

Durante estas semanas vamos a escuchar fragmentos del capítulo 6 del Evangelio de san Juan, el llamado Discurso del Pan de Vida. Un discurso que Jesús da a sus discípulos y a una multitud que lo había seguido después de la milagrosa multiplicación de los panes. Hay que seguirlo de a poquito, desmenuzarlo para poder disfrutarlo, no adelantarse. La Palabra de Dios en definitiva es como una comida, para que nos guste más hay que saborearla de a poco, masticar mucho y sentir el gusto de lo que comemos. Si se come de golpe con ansiedad y no se mastica, o se traga sin masticar, la comida puede caer mal y además no nos alimentamos bien, eso lo sabemos. Para asimilar bien la comida es necesario tomarse tiempo y masticar bien, saborear lo que se nos da. Lo mismo tenemos que hacer con la Palabra de cada día o por lo menos con un texto en esta semana. Bueno, en este caso la Iglesia nos facilita las cosas porque escucharemos un texto que tiene su propia unidad, pero durante varios días, nos va a ayudar.

Imaginemos la escena de Algo del Evangelio de hoy: después de haber multiplicado panes para más de cinco mil personas y de que sus discípulos lo vieran caminar sobre las aguas. ¿Quién no se hubiera entusiasmado de andar cerca de ese gran hombre? Comida gratis y abundante para todos y mucha sabiduría, comida para todos sin excepción. Sin embargo, cuando van a buscar otra vez a Jesús, cuando se ponen en camino y cruzan todo el lago para encontrarlo de nuevo, reciben esta respuesta dura y directa: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse».

Un golpe duro de Jesús para aquellos que habían navegado kilómetros para poder verlo y estar con él.

Les dijo en definitiva: «Ustedes no me buscan porque interpretaron lo que hice, porque ven detrás de la multiplicación de los panes algo más profundo. Ustedes me buscan en el fondo para saciar sus ansias, su hambre, pero no el hambre espiritual, sino el hambre del cuerpo. Ustedes piensan solo en lo material». Como siempre, ante palabras duras del Evangelio podemos tomar la postura de enojarnos y sorprendernos, o bien sincerarnos y hacer el camino del reconocimiento para ver si en esto que escuchamos no hay algo que nos cale profundo. Jesús no se enoja porque lo están buscando. En el fondo él quiere que estemos con él, pero quiere que seamos sinceros y reconozcamos nuestras motivaciones y verdaderos deseos.

Y nosotros… ¿por qué buscamos a Jesús? ¿Qué es lo que buscamos cuando lo buscamos? O mejor podríamos empezar por el principio… ¿buscamos a Jesús? ¿Somos capaces de andar kilómetros para estar con él, aunque sea para pedirle algo material? La sinceridad allana los caminos, la sinceridad con nosotros mismos y con él, nos ayuda a crecer mejor y creer bien, porque en definitiva «la obra de Dios es que nosotros creamos», la obra de Dios es que ustedes crean, pero que creamos como él nos enseña a creer.