Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?»
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen.»
En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.»
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?»
Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios.»
Palabra del Señor
Comentario
No sé si te pasa a vos pero a mí me da mucho consuelo saber que Jesús Resucitado se apareció muchas veces a sus discípulos, como decía el Evangelio del domingo, que fuimos desmenuzando en estos días: «Esta fue la tercera vez». Si fue la tercera vez, es porque necesitaban volver a verlo, necesitaban convencerse de una vez por todas que era Jesús, y necesitaban convencerse de su misión, como nos pasa a vos y a mí. ¡Cuántas veces Jesús se nos manifestó y, sin embargo, volvemos a la pesca de nuestros proyectos, volvemos a lo nuestro!, y nos olvidamos que nuestra vida tiene sentido si nos entregamos a él, que nuestra vida solo tiene sentido si somos pescadores de hombres, si formamos familia para dar hijos al mundo para que sean santos, si nos consagramos al Señor en el sacerdocio, en la vida consagrada, religiosa, si somos laicos comprometidos, si transformamos este mundo por medio del amor. Solo así tiene sentido y por eso me da consuelo saber que Jesús se me aparecerá una y mil veces más para decirme: «Acá estoy, despertate. Volvé a tu vocación inicial, a tu llamado inicial. Acordate que yo te pedí que seas pescador de hombres, que yo te pedí que me sigas». Y por eso, como a Pedro, se nos sienta al lado, nos da de comer y nos dice: «¿Me amás más que estos? Si me amás, seguime. Pero solo me podrás seguir verdaderamente si sos humilde». ¡Qué lindo el Evangelio del domingo!
Pero bueno, estamos en sábado. Llegamos al final de esta semana, del discurso del Pan de Vida en el que Jesús después de ir rodeando el tema, por decirlo así, de presentarse como el Pan, como el alimento del mundo, finalmente terminó diciéndolo directamente, sin vueltas: «Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día». Les aseguro que me quedaré con ustedes para siempre, hasta el fin de los tiempos, nos dijo. Me quedaré realmente para que puedan alimentarse de mí, para que puedan encontrarme resucitado en cada misa, en cada sagrario, en cada lugar donde se adore la Eucaristía. Me quedaré especialmente ahí, para que también me encuentren en todos lados. En cada lugar donde haya amor, ahí estaré yo. Estaré también en cada persona, estaré también en vos, en cada corazón que crea en mí.
Como cada sábado, la propuesta es, de alguna manera, mirar para atrás, repasar un poco la semana, lo que nos haya parecido más significante, lo que te haya gustado más o bien meditar el de hoy, que de alguna manera es el cierre de toda la semana y ayuda comprender todo lo que venimos escuchando.
Después de oír a Jesús toda esta semana diciendo que él es el Pan de vida, diciendo que para dejar de tener hambre hay que alimentarse de él, que para dejar de tener sed en esta vida hay que ir hacia él, hay que creer en él, también diciendo explícitamente que hay que alimentarse de su Cuerpo y de su Sangre, ¿qué pensamos? ¿Qué te sale decir? ¿Qué te sale responderle hoy a Jesús desde Algo del Evangelio? ¿Te sale decir lo que le dijeron los que no creyeron? ¿Es duro este lenguaje? ¿O te sale decir lo de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios»? Escuchar a Jesús que dice sin ningún problema: «¿También ustedes quieren irse?», también nos tiene que llevar a nosotros a sincerarnos, como dijimos al comienzo de la semana, a purificar nuestra fe de tanta contaminación que puede tener. ¿Creemos o no creemos en esto? No hay muchos caminos ante la verdad de la Eucaristía, o creer en sus palabras, creer en que él quiso quedarse como alimento en cada Eucaristía o no creer y pensar que es simbólico, pensar que no es para tanto, pensar que es una exageración, que es incluso un invento de la Iglesia.
Jesús no presiona a nadie, pero sí invita a que nos decidamos. «¿También ustedes quieren irse?».
¿Qué queremos hacer? ¿Qué querés hacer? ¿Creer y seguir caminando o dudar y quedarte quieto esperando más milagros? El continuo gran milagro de Jesús en esta tierra, en este momento, es el de la Eucaristía. Es su presencia silenciosa en cada templo, en cada sagrario, en cada corazón que lo recibe. ¿Por qué esperamos algo más? ¿No será que nos falta fe y no lo reconocemos? Muchas veces me dicen: «Padre, yo no voy a misa o no voy mucho a la Iglesia, pero tengo fe, amo mucho a Dios». Ahora… me pregunto, y sin juzgar porque a todos nos pasó alguna vez: si tuviéramos realmente fe en Jesús, si tuviéramos fe en que se quedó siempre en la Eucaristía y que está realmente ahí, ¿no iríamos corriendo a estar con él y a recibirlo? Seamos sinceros. A todos nos falta fe, nos falta purificar nuestra fe y poder decirle a Jesús con sinceridad: «Señor, ¿a quién voy a ir?, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna». Quiero creer, quiero sincerarme y decirte que no quiero ir a otro lado, pero al mismo tiempo necesito fuerza para seguir. Hay que pedir que él nos lo conceda, no te olvides lo que nos dijo: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede».