Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón.
Los judíos lo rodearon y le preguntaron: «¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente.»
Jesús les respondió: «Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas.
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa.»
Palabra del Señor
Comentario
Ayer terminábamos pidiendo la gracia de ir aprendiendo a escuchar la voz del Pastor, de Jesús; y por eso decíamos que hay que dejarse guiar por él, hay que dejarse alimentar por él. Porque él vino a darnos vida y vida en abundancia; vida de la que nos hace bien –podríamos decir–, vida que quita el hambre y la sed de amor que todos tenemos en lo profundo de nuestro corazón. Mientras tanto nosotros como ovejas tenemos que ir aprendiendo a escuchar su voz, aprender a comer de los buenos pastos, a no meternos en cualquier corral, a no creerle a cualquier pastor que se dice o se cree pastor.
¿Alguna vez te preguntaste esto? ¿Alguna vez conociste a alguien al cual nunca escuchaste? Me refiero a conocer profundamente, a conocer en serio, que implica amar; porque solo el que escucha, conoce; solo el que conoce, ama. Y no me refiero a escuchar solo con los oídos, a oír –podríamos decir–, porque en realidad hablando en sentido amplio, escuchamos con todos los sentidos de nuestro cuerpo. Porque el escuchar implica estar abiertos a recibir desde afuera lo que la realidad nos aporta en las personas y en las cosas, y lo que Dios nos dice a través de las personas y acontecimientos. Por eso incluso un sordo puede escuchar muy bien porque no se escucha solo con los oídos, sino también con la vista, el tacto, el gusto o el olfato; en definitiva, se escucha profundamente con el corazón y son los sentidos los que nos abren a la realidad, o es el corazón también el que procesa y sintetiza todo lo que se recibe y sabe dar la razón de ser de lo que se percibe con los sentidos.
¿Vos crees que vas a poder conocer y seguir a Jesús sin escucharlo? No se conoce a quien no se escucha, decíamos. Somos ovejas de Jesús si en realidad aprendemos a escuchar su voz en todo lo que hacemos; si no, mientras tanto, somos ovejas de otra cosa –aunque estemos en el mismo rebaño–; somos ovejas de nosotros mismos, somos ovejas de una ideología, somos ovejas de cualquier otra cosa…
No hay duda de que para Jesús somos sus ovejas, él mismo lo dice: «Mis ovejas…»; esa es la primera palabra linda que tenemos que escuchar desde Algo del Evangelio de hoy. Somos sus ovejas y nada podrá arrebatarnos de sus manos, de las manos del Padre, aún cuando nosotros creamos que estamos «afuera», nunca estaremos afuera, porque gracias a él estamos dentro, gracias a que él nos ganó con su Sangre y con su amor para siempre, para toda la eternidad.
Parte de la Palabra de hoy es del Evangelio del domingo que escuchamos, en donde Jesús no solo nos dice que estamos en sus manos, sino que, de alguna manera, él nos puso en las manos de su Padre, porque el Padre y él son uno. Por lo tanto, si Jesús nos abrazó con su amor, quiere decir que el Padre nos abrazó. Si estamos en las manos de Jesús, estamos en las manos del Padre. No hay duda. Eso nos da una certeza que nos permite sentirnos siempre amados, siempre protegidos, aunque a veces humanamente nos sintamos solos, aunque a veces la gente nos deje de lado, aunque a veces incluso nuestros seres más queridos no nos amen como quisiéramos, siempre estamos siendo amados y sostenidos por el Padre. ¡Qué linda noticia! No te olvides, estás siendo amada en este momento, estás siendo sostenida en este momento por el amor de Dios; si no, no estarías escuchando su Palabra.
Por eso, vuelvo a lo anterior. La clave en esta vida es ir aprendiendo a escuchar, a escuchar al Pastor, a Jesús, y a escuchar a Jesús en los demás. Él es el cordero degollado pero que está vivo y, sin embargo, también es el Pastor, en realidad es el Pastor porque Jesús primero fue cordero. Primero, él aprendió a escuchar la voz del Padre y, finalmente, se convirtió en nuestro buen Pastor.
El que no sabe escuchar, el que no sabe ser buena oveja, no sabe amar porque en realidad no sabe detenerse, no sabe frenar un poco para reflexionar, no sabe mirar a los ojos a los demás, no sabe dejar de hablar para dar tiempo, no sabe lo que es esperar, no sabe lo que es olvidarse un poco de sus caprichos por un momento, no sabe lo que es cargar con dolores ajenos, no sabe sufrir por el otro, no sabe sufrir por amor. El que no escucha no ama bien y solo ama en profundidad el que escucha mucho más de lo que pretende hablar. Se escucha al pastor en todo, en el silencio y también en el ruido de la cuidad, en la soledad y en la compañía de los demás. A Jesús se le escucha en un templo, pero también se le escucha en los demás y en las cosas que nos van pasando. Ese es el gran desafío: no encerrar a Dios en ningún lado y así poder encontrarlo en todos lados.
Este día sería lindo que nos preguntemos todos: ¿somos ovejas que estamos en el rebaño del Buen Pastor aprendiendo a escuchar? ¿Escuchamos a Jesús en el silencio de un momento de oración personal? ¿Escuchamos la voz de Jesús en los que nos rodean y con sus vidas nos cuestionan la propia? ¿Escuchamos la voz de Padre en la corrección fraterna del otro? ¿Escuchamos a Jesús que nos conmueve ante el dolor ajeno, ante el sufrimiento de los que son desechados por los demás? Ahora, mientras estás viajando o empezando el día, mientras hacés lo que tenés que hacer, te propongo que hagas también la prueba y que intentes escuchar…
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.