Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo.
Se acercaba la fiesta judía de las Chozas. Cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también él subió, pero en secreto, sin hacerse ver.
Algunos de Jerusalén decían: «¿No es este aquel a quien querían matar? ¡Y miren como habla abiertamente y nadie le dice nada! ¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es.»
Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó:
«¿Así que ustedes me conocen y saben de dónde soy? Sin embargo, yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen. Yo sí lo conozco, porque vengo de él y es él el que me envió.»
Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él, porque todavía no había llegado su hora.
Palabra del Señor
Comentario
¡Qué difícil es comprender el corazón de nuestro Padre del Cielo! Muchas veces pretendemos que Dios sea como nosotros queremos ser. Sin embargo, si sos padre o madre, ¿no harías lo mismo que la parábola que escuchamos el domingo? ¿No recibirías a tu hijo que se fue con los brazos abiertos y le harías una fiesta? Sin embargo, si pensamos como hijos, muchas veces tenemos la gran tentación de pensar que el padre fue injusto, que no debería haber hecho eso, que debería haberle reprochado al hijo el haberse gastado todos los bienes, que debería haberle mostrado su indignación para que aprenda. Pero bueno, Dios no es como nosotros queremos que sea, sino que es así, es Padre misericordioso y desea que vivamos como hermanos. En definitiva, cuanto más Hijo de Dios somos, como hermanos nos comportamos y, al contrario, cuanto menos hermanos somos, cuanto menos nos comportamos como hermanos, es un signo de que no somos tan hijos como creemos ser. Por eso sigamos pidiéndole al Padre que nos ayude a pensar y sentir como él. Que nos ayude a no indignarnos cuando él recibe a un hermano que se fue, cuando él abre los brazos para también recibirnos a nosotros porque tantas veces nos vamos; en definitiva, el cielo será la fiesta de los hijos con el Padre y para eso tenemos que empezar a prepararnos acá en la tierra.
Hace unos años hubo un martirio de unas monjitas Misioneras de la Caridad, en un país llamado Yemen, en Asia; y también con esas cuatro monjitas murieron varios ancianos que intentaron defenderlas, ancianos que ellas mismas cuidaban. Sí, aunque parezca mentira, ayer, hoy y mañana seguirá habiendo personas que mueren por Cristo, hijos de Dios que mueren por odio, ese odio que existirá hasta el fin de los tiempos. No es ciencia ficción, no son películas, no son historias que te estoy contando solo del pasado, cuentos para creer, sino que es una realidad. Así como buscaban matar a Jesús en Algo del Evangelio de hoy y finalmente sabemos que lo lograron, así también muchos siguen queriendo matar a Jesús, al Bien, a la Belleza, a la Verdad, a la justicia, en definitiva, al Amor. ¿Y sabés por qué mataron a estas hermanas? Porque las acusaban de hacer proselitismo cristiano. ¿Qué sería eso? Bueno, las acusaban de que ellas buscan hacer cristianos casi como un club, sumar miembros al club. Porque para algunos, en definitiva, amar es hacer proselitismo y la Iglesia no está llamada a hacer proselitismo. Por lo tanto, esa acusación fue falsa, era falsa porque esas hermanitas lo único que buscaban era amar, como debemos buscar vos y yo. ¿Y qué pasa mientras tanto? Bueno, todo sigue igual, como siempre; mientras tanto, el mundo calla, calla porque no le conviene, calla porque le temen a la verdad, los medios de comunicación informan lo que les conviene. Callan también porque es más lindo hablar de los problemas que a ellos les gusta hablar, callan porque es incómodo para unos comunicadores decir que hay gente que se animan a dar la vida por amor, es demasiado compromiso para un mundo que prefiere pasar de largo ante un pobre, mientras algunos derrochan miles en su egoísmo escandaloso. Calla porque no les conviene hablar del amor de unas hermanitas llenas de amor para dar, llenas de vida para donar. Calla porque dar la vida por un ídolo o por un equipo de fútbol, por una profesión, por salvar una especie en extinción, por un éxito pasajero, es un signo de heroísmo; sin embargo, dar la vida por Jesús y por sus hermanos, es fanatismo, es exageración. ¿Para qué tanto? ¿Vale la pena tanto? El mundo y los medios hablan de lo que les conviene y obviamente el amor verdadero no vende tanto, no da mucha ganancia, no da poder. Sin embargo, estas hermanitas que te cuento y tantos mártires silenciosos del día a día, nos enseñan que el Evangelio no es ciencia ficción, no es mentira, sino que se vive día a día y que vivirlo nos lleva a ir dando la vida, como lo hizo Jesús. Jesús no se dejó matar, sino que fue él mismo a morir, que es muy distinto.
Hoy, sin embargo, dice claramente que «quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él, porque todavía no había llegado su hora». No era el momento y además él no murió por casualidad, murió porque quiso, porque lo eligió por amor. Como estas hermanitas, como tantos cristianos, no murieron por accidente, como sin querer, murieron porque en realidad ya estaban dando su vida. Su vida estaba al servicio de la vida de otros. Si no hubiesen estado amando, no las hubieran matado. Cuando uno elige dar la vida de a poco, no es sorpresa que la muerte sea una consecuencia de la forma de vivir. Parecerá duro y fuerte lo que voy a decir, pero es del Evangelio muy de Jesús: ¡el amor nos va matando, nos va quitando la vida del cuerpo!; pero lentamente nos va dando otra vida, la Vida eterna, vida que no se perderá, que se gana, que se transforma, que nos resucita. Si elegimos amar y entregarnos, preparémonos para morir, y morir para un cristiano no es malo. Morir por amor a los demás, a tus hijos, a tu marido, a tu mujer, a los más abandonados de la sociedad, es la clave de la felicidad. No dejemos que nos quiten la vida, sino seamos nosotros los que la entreguemos, como estas cuatro hermanitas, como tantos cristianos que día a día dan la vida por amor a Cristo.