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Solemnidad de Santa María Madre de Dios

Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.

Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.

Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.

Palabra del Señor

Comentario

Empezamos un nuevo año, un nuevo año de la mano de Jesús y de María. Más de dos mil años desde que el Hijo de Dios llegó al mundo y se hizo hombre para quedarse entre nosotros. La historia de la humanidad no está ajena a lo que pasó hace más de dos mil años, aunque muchos no lo quieran reconocer. Aunque a muchos no les importe o se olviden, Jesús está y estará entre nosotros hasta el fin de los tiempos. Él estuvo junto a nosotros en el año que pasó y estará con nosotros en este año que empezamos juntos. Esa es la certeza de la fe, aunque no sepamos lo que pasará. Todo será distinto si estamos con él, si nos dejamos amar por él, si nos jugamos por él.

En este año que comienza pidamos al Señor que nos bendiga y nos proteja. Tomando lo de la primera lectura de hoy del libro de los Números: «Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro ante ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz». Todos tenemos que pedir esto para nosotros, para nuestras familias, para nuestras comunidades, para nuestros países, para la Iglesia, para el mundo entero. «Que el Señor nos muestre su rostro y nos conceda la paz». Esta es la oración de bendición que todos debemos desear para los otros, para los que no tienen paz, para los que la perdieron, para los que se les escapó de la mano la felicidad por buscarse a sí mismos. Nosotros podemos pedirla para nosotros, para todos los que escuchan día a día la Palabra de Dios y para aquellos que no la tienen; es lo mejor que podemos pedir.

Mientras tanto, pasan muchas cosas en nuestras vidas, en la vida de la Iglesia, en la vida del mundo. Mientras tanto, el mundo sigue su curso como yendo hacia «quién sabe dónde». Lo mismo le pasó de algún modo a María en Algo del Evangelio de hoy. Mientras ella había dado a luz a su hijo, los pastores iban a verla, los pastores contaban lo que escuchaban. Igualmente fueron los llamados «Magos de Oriente». Y María, mientras tanto, ¿qué hacía? Dice la Palabra: «Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón». Mientras tanto, mientras vivía el misterio más grande que podamos imaginar (conservar su virginidad y ser madre de Dios al mismo tiempo), ella conservaba y meditaba, guardaba y reflexionaba todo en su corazón. Hay cosas que nos tocan vivir que no tenemos tiempo para «digerirlas», como se dice, y por eso hay que guardarlas. Hay que conservarlas para poder meditarlas después más tranquilos, para poder rumiarlas mientras el tiempo no puede detenerse, mientras nosotros no podemos detenernos por una cosa o por la otra.

Esto le pasó también a María: un embarazo milagroso, una familia sagrada, un hijo de su vientre que también era Dios. Pero además María vivió cosas muy difíciles: la incomprensión de lo que Dios le pedía, el intento de abandono de su futuro esposo, el tener que dar a luz en un lugar indigno, el tener que huir a Egipto al poco tiempo de haber nacido su hijo por miedo a que Herodes lo mate, el tener que volver a su tierra natal por caminos y situaciones difíciles, el vivir en un pueblo sencillo y pobre durante toda su vida, el haber sido víctima de los comentarios ajenos y tantas cosas más que ni imaginamos.

Lo bueno y lo malo viene junto en la vida. Así es la vida de María también, de José y de Jesús. Así es nuestra vida. Demasiado como para poder comprenderlo todo en un día. Por eso, mientras la visitaban los pastores y le contaban «todo lo que habían oído hablar del niño», ella guardaba con cuidado todas las palabras para poder recordarlas y volver a pasarlas por el corazón. Recordar significa volver a pasar por el corazón aquello que hemos vivido para poder sacar fruto, tanto de lo bueno como aquello que también fue difícil.

Terminando un año y comenzando otro, es lindo pedirle este don a María –madre de Dios y madre nuestra–, pedirle saber guardar, custodiar lo vivido, para después poder meditar, recordando, rumiando tantas gracias vividas en este año, tantos regalos de Dios que a veces nos han pasado de largo sin darnos cuenta.

Recordar para agradecer. Sí, darle gracias al Señor por haber caminado junto a nosotros este año, darle gracias por todo y en todo.

Recordar también para aprender. Sí, para saber cuál es el camino correcto la próxima vez, para saber lo que Dios quiere en situaciones semejantes, para ser más fieles a su seguimiento.

Recordar para confiar. Sí, para poder confiar más y poner el año que estrenamos en sus manos. Porque hemos experimentado que nunca nos suelta la mano a pesar de todo, que nos acompañará y seguirá acompañándonos como lo hizo siempre, en este año que termina.

Recordar para pedir. Sí, pedir y suplicar porque no sabemos lo que nos pasará a veces, porque también nos reconocemos débiles y temerosos y necesitamos su presencia y su gracia en nuestras vidas.

«Que el Señor nos bendiga y nos proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre nosotros y nos muestre su gracia. Que el Señor nos descubra su rostro y nos conceda la paz».