Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados.
Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: «Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto.»
El les respondió: «Denles de comer ustedes mismos.» Pero ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente.»
Porque eran alrededor de cinco mil hombres.
Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: «Háganlos sentar en grupos de cincuenta.» Y ellos hicieron sentar a todos.
Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirviera a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.
Palabra del Señor
Comentario
Una imagen de la escena de hoy, una vivencia nuestra, y una respuesta de Jesús; eso es lo que te propongo para Algo del Evangelio.
Una imagen de la palabra de Dios: gente con “hambre”. Jesús se da cuenta, percibe el hambre de la gente, y la quiere saciarla, quiere utilizar a sus discípulos para saciar esa hambre. Esa imagen de la palabra de Dios, esta realidad que Jesús percibió, también se debe transformarse en una vivencia nuestra, en algo que debemos descubrir: nosotros también tenemos hambre…, y no hambre de pan, aunque sea verdad que algunos sufren hambre en serio, por las injusticias de este mundo.
Cuando tenemos hambre, sentimos un “vacío” en el estómago, incluso sentimos como nos cruje o hace ruido pidiéndonos alimento; bueno, esa vivencia corporal tiene que ser de alguna manera, algo que nos ayude a pensar en nuestro “hambre espiritual”, en esa hambre de algo más grande y que a veces no nos damos cuenta, aunque muchas veces nos cruje el corazón por la falta de amor y de Jesús. Cuando Dios no está en nuestra vida, también sentimos hambre, sentimos un vacío, y cuando sentimos ese vacío, tenemos que darnos cuenta de que nos falta algo que no puede saciarse con cualquier cosa; que solo puede saciar el amor de Dios.
Cuando experimentamos hambre física; el estómago nos cruje y ese crujido nos hace buscar alimentarnos, no podemos vivir sin alimentarnos. Así como escuchamos esos crujidos de nuestra panza, también podemos experimentar otro tipo de “crujidos”, los crujidos de nuestra vida, los del corazón, que nos hacen darnos cuenta de que nos falta algo más grande y profundo. Esos “crujidos” pueden ser un dolor, una caída fuerte, un pecado, una angustia, una desesperación, un abandono, una tristeza; todo este tipo de vivencias nos hacen darnos cuenta de que nuestra sensación de hambre es mucho más profunda y que a veces buscamos saciarla con alimentos perecederos y no el alimento que da la Vida Eterna. Por eso hoy, en el día de la Eucaristía, el día del Cuerpo y la Sangre de Cristo; tenemos que percibir que es Jesús quien viene a saciarnos, el que viene a darnos lo que realmente necesitamos.
Él les dice a sus discípulos: “Denles ustedes de comer”; también a nosotros. Somos los que tenemos que dar de comer a los demás y saciarlos del hambre que tienen, y al mismo tiempo eso nos sacia a nosotros. El amor, no se compra ni se vende, es gratuito, y sacia al que lo recibe y al que lo da. El hambre verdadero no se soluciona “comprando” cosas, el hambre verdadero de nuestra vida, solamente puede saciarlo Jesús.
Por eso hoy celebramos la Fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor, que se quedó con nosotros para saciar los vacíos más profundos de nuestra vida.
Esta solemnidad exalta, alaba, se alegra y se maravilla del misterio más grande de la fe: “Este es el misterio de la fe”, -decimos en la misa-, “Anunciamos tu muerte y proclamamos tu Resurrección hasta que vuelvas”, contestamos. ¿Qué sería de nosotros, sin la Eucaristía?… Sin la Eucaristía, sin el Cuerpo y la Sangre del Señor presente realmente en nuestra vida; no habría Iglesia, no seríamos nada, no podríamos nada, ¿Para qué nos reuniríamos hoy en nuestros templos?; sólo nos puede convocar y reunir: Él. Nos reunimos por Él y en Él. Él hace la Iglesia día a día, con su amor, entregándose siempre, sin condiciones. Aunque vos y yo no nos demos cuenta, aunque a veces lo tenga en mis ljlj y aun así no me dé cuenta. Incluso sabiendo que muchas veces no lo valoramos ni los fieles, ni nosotros los sacerdotes; no terminamos de comprender… Si supiéramos, si comprendiéramos realmente con el corazón, que Él está ahí en la Eucaristía; ¡cómo nos emocionaríamos!
Sin embargo, a veces lo traicionamos, lo cambiamos por cualquier cosa; queremos “comprar” esa hambre con otras cosas; con nuestros caprichos, con un partido de fútbol, con la pereza, por egoísmo. ¡Cuánto amor nos falta Señor!, ¡perdónanos hoy, en este día, nuestra falta de amor! Podemos reconocerlo; sin darnos cuenta a veces, nos pusimos en el centro, pusimos excusas del tipo de: “si lo sentimos o no”, “no siento ir a Misa”, “no me gustó”, “no me gusta esto o lo otro”. ¿No será que a veces nos ponemos en el centro, y por eso no terminamos de saciarnos nunca? No terminamos de comprender…
“Danos Señor la gracia de proclamar con firmeza y alegría, que sos el centro, sos el centro de la vida de la Iglesia y sos el centro del mundo; en ese pedacito de Pan. Y por eso, hoy te sacamos a las calles; para alabarte, para adorarte, para reconocerte vivo y presente, y para decirte: Señor: vivimos por Vos, gracias a Vos y queremos vivir por Vos, para Vos y para los demás. Queremos descubrir, que ese vacío que a veces sentimos, que esos “crujidos” del corazón, solamente pueden saciarse, arrodillándonos frente a tu Presencia real, y también “arrodillándonos”, por así decirlo; ante el amor de los demás, por amor a los demás.
Tenemos que amar a los demás, porque también estás ahí; te adoramos en la Eucaristía, para poder amarte en los que tenemos a nuestro alrededor.