• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

V Domingo de Pascua

Después que Judas salió, Jesús dijo:

«Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto.

Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes.

Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros.»

Palabra del Señor

Comentario

En este domingo, día del Señor, te propongo y me propongo con este gran Evangelio, que imaginemos, que ensayemos, por decir así, en nuestra oración personal, en algún momento que tengamos algo así como un diálogo entre Jesús y nosotros, entre Jesús y vos. Como una especie de cuestionamiento ante estas palabras y también una disposición de escuchar lo que él nos quiera decir, que, por supuesto será muy distinto para cada uno, pero hay que animarse a preguntarle a la Palabra, en definitiva, al mismo Jesús, ¿qué es lo que nos quiere decir, con lo que cada día podemos escuchar?

Por ejemplo, podemos imaginar que le decimos a él ante estas palabras que parecen casi como una utopía, casi como imposibles: «Jesús, no puedo, en serio que no puedo hacer lo que me pedís. Siento que pedís demasiado, parece como que no te das cuenta que soy de “carne y hueso”, débil, frágil, pecador. ¿Cómo es posible que yo pueda amar como vos?, ¿cómo es posible que pueda amar como Dios nos ama a cada uno de nosotros? Es imposible, es imposible que pueda amar como vos, Señor. ¡Otro mandamiento más, Señor, otra carga más para llevar!».

Y, por otro lado, pensar que Jesús nos puede responder esto, por ejemplo: «En realidad, ¿sabés qué, hermano mío, hermana mía? No podés porque seguís sin entender. Seguís pensando el Evangelio y mi Palabra desde tu lógica pobre y débil. No podés porque pensás que vas a poder justamente por tus propias fuerzas, seguís pensando que esto es “cosa tuya”, que “el amor es cosa tuya”». ¿Y si te lo digo de otra manera? ¿O te lo digo de otra forma? Por ejemplo: «Amá porque yo te amo, no solo porque te lo pido. Amá porque yo te amé primero, incondicionalmente, sin que nadie te pida nada a cambio. Si querés amar solo porque te lo pido, seguirás intentando amar de algún modo como “cosa tuya”. Y esto no es “cosa tuya”, es mía. “El amor procede de Dios, del Padre”. El amor yo te lo entrego a vos para que vos puedas darlo a los demás».

Creo que esta especie de diálogo que intenté ensayar, por decirlo de alguna manera, nos puede ayudar a pensar realmente qué es lo que Jesús nos quiere decir en Algo del Evangelio de hoy. El amor de Cristo, el amor de Dios, no es «cosa nuestra», es «cosa de él», en realidad es cosa de todos, pero, en realidad también es él mismo. Él es el amor que se nos da. Ese es el gran misterio de la vida cristiana. No es algo que tenemos que hacer porque nos lo pidió el mismo Señor, sino que es algo que tenemos que descubrir que ya tenemos y tenemos que darlo a los demás.

«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado», decía san Pablo. Ese espíritu que nos dio el amor que es el mismo Dios, es el que tenemos que entregar a los demás. En cada sacramento, por ejemplo, pero especialmente en la Eucaristía, Jesús se nos da completamente. Especialmente en cada domingo, nos da el amor que después nos pide que demos a los demás, para que los otros vean que es posible amar de una manera distinta, de la que ama todo el mundo y en ese amor poder ver al mismísimo Dios. El amor que recibimos por la fe. El amor que recibimos porque Jesús nos amó, es el amor que tenemos que entregar a los otros, a nuestro prójimo para que ellos vean que realmente Dios ama a los hombres.

¿No es distinto pensarlo así? ¿No te hace bien pensarlo así? Esto quiere decir que en verdad, Jesús nos pide algo que en realidad antes nos lo dio él mismo. Él pide que amemos porque su amor está en nosotros, aunque no nos demos cuenta. Solo podemos amar como él porque él nos amó, nos ama y nos amará siempre. Por eso podemos rezar con las palabras de san Agustín en este día y decirle a Jesús: «Señor, dame lo que me pides y pídeme lo que quieras. Señor, dame lo que me pides y pídeme lo que quieras». Repetí conmigo esta frase: «Señor, dame lo que me pides y pídeme lo que quieras».

Si querés que ame como vos amaste, dame ese amor, Señor. Y eso es verdad. Dios nos dio su amor para que nosotros nos demos cuenta que tenemos una fuerza a veces incontenible, para poder amar como jamás hubiésemos podido imaginar. Y eso es lo que lograron tantos santos y tantas personas en esta vida que hicieron lo que parecía imposible. Solo aquel que cree que esto es verdad. Solo aquel que cree que Dios nos da su amor es capaz de amar a todos los que tiene a su alrededor.

Ojalá que, en este día santo, en este día domingo podamos vivir este mandamiento que no es una carga más, sino es un faro en el camino, un faro que brota y que ilumina de nuestro corazón para que nos demos cuenta que, el amor procede de Dios, nosotros lo único que tenemos que hacer, es abrirnos para que llegue a los demás. Es sacar los obstáculos para que él pueda amar en nosotros.