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V Lunes de Cuaresma

Jesús dirigió una vez más la palabra a los fariseos, diciendo: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida.»

Los fariseos le dijeron: «Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale.»

Jesús les respondió: «Aunque yo doy testimonio de mí, mi testimonio vale porque sé de dónde vine y a dónde voy; pero ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy.

Ustedes juzgan según la carne; yo no juzgo a nadie, y si lo hago, mi juicio vale porque no soy yo solo el que juzga, sino yo y el Padre que me envió.

En la Ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo doy testimonio de mí mismo, y también el Padre que me envió da testimonio de mí.»

Ellos le preguntaron: «¿Dónde está tu Padre?»

Jesús respondió: «Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre.»

El pronunció estas palabras en la sala del Tesoro, cuando enseñaba en el Templo. Y nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora.

Palabra del Señor

Comentario

Jesús nos dirige una vez más la palabra a todos nosotros, a los que quieren escuchar y a los que no escuchan tanto, a los que se entusiasmaron escuchando con frescura alguna vez, pero ahora ya perdieron el fervor, como a los que están escuchando con entusiasmo la Palabra cada día, porque recién empiezan a escuchar. Es bueno volver a decirlo siempre: No es sensato pensar que se puede ser cristiano serio (y no lo digo por la cara, sino por la manera de encarar la vida) si no se escucha la Palabra de Dios cada día, si no nos tomamos en serio lo que Dios Padre nos dice día a día por medio de su Hijo y de lo que nos pasa cada día. Por eso hoy te propongo volver a resucitar los deseos de escuchar a Dios, si estaban caídos, volver a convencernos que es necesario, que hace bien, que alegra el alma, que conforta el corazón escuchar y poner en práctica las enseñanzas de Jesús. Si estás amaneciendo, amanecé con la Palabra de Dios; si estás desayunando, desayuná palabras de Dios, cortá el ayuno del sueño con palabras de Dios; si estás yendo a trabajar, no dejes de «trabajar» tu relación con tu Padre escuchándolo a él; si estás viajando, «viajá» con lo que Dios sueña para vos que sos su hijo, su hija, soñar no cuesta nada; si estás triste, dejate acompañar por Jesús porque él sabe lo que te pasa, dejate consolar porque así se te irá la tristeza; si estás feliz, alégrate con él que también disfruta de la felicidad de sus hermanos; si estás sufriendo, sufrí con él y no te encierres pensando que el dolor se va ocultándolo. Volvamos todos juntos en esta última semana de Cuaresma a acompañar todo lo que hacemos con las palabras de Jesús que dan vida y salvan, porque iluminan.

No me cansaré de decirlo, pero ¡qué maravillosa, qué impresionante la escena del Evangelio de ayer, del domingo! Es conmovedor volver a repasar por el corazón ese momento único en el que Jesús evita que unos «acusadores», acusen a una pobre mujer destrozada por su pecado, devolviéndole su dignidad y sus deseos de cambiar. Para contemplar límpidamente esta escena, debemos tirar nuestras piedras al piso, no se puede ver bien si tenemos las manos atadas y el corazón aferrado a algún deseo de apedrear a alguien que consideramos que se lo merece. ¡Imaginemos si todos debiéramos tirarnos piedras entre nosotros por los pecados que cometemos en la vida! ¡Imaginemos la cantidad de heridas que tendríamos, o que habríamos hecho a los otros, si nos diéramos el lujo de «hacer justicia» por mano propia, tirando piedras a los que no se comportan como Dios quiere! ¡Qué desastre! ¡Menos mal que Jesús evita y quiere evitarnos esa fea tarea de andar condenando a los otros! Que su Palabra nos transforme el corazón y nos ayude a comprender esta enseñanza que es la esencia de su mensaje.

En Algo del Evangelio de hoy nos dice Jesús a todos: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida». Yo soy el que te permite ver lo que al final de cuentas vale la pena ver. Vemos día a día miles de cosas. Nos creemos que vale la pena ver todo lo que se nos presenta por el camino, a veces andamos deseosos de ver y ver, pero en realidad vale la pena ver cuando vemos con los ojos del corazón, con ojos de fe y solo ve con fe aquel que se deja iluminar por el que nos da la fe, por Jesús, que es la luz. La fe nos permite ver a Jesús, pero al mismo tiempo Jesús nos da la fe porque él es luz y la fe es luz para la vida. Parece un trabalenguas, pero es así. En definitiva, todo nos viene de él, nosotros solo tenemos que pedir y pedir más fe. Pedir con fe tener más fe y creer que es verdad todo lo que nos enseña, que es verdad que dejarse iluminar por él es tener vida y que la vida que viene de Jesús cambia todo, y lo cambia en serio. Es así, creamos y confiemos.

Jesús es luz y nos da vida cuando nos levanta de nuestros pecados y no nos condena, cuando nos anima seguir caminando a pesar de nuestro pasado, cuando nos da fuerzas para perdonar lo que parecía imperdonable, cuando nos hace ver con otros ojos a ese que no podíamos ver, cuando nos ayuda a descubrir en lo peor lo mejor, cuando nos ayuda a creer que la muerte es solo un paso, que ya veremos algún día a nuestros seres queridos, cuando en medio del desastre nos hace ver casi sin querer un milagro oculto a los demás.

Es así, creamos, y sigamos a Jesús, sigámoslo mientras lo escuchamos, solo es cuestión de confiar y todo empieza a verse distinto, todo empieza a revivir, porque él es luz y la luz da vida.