«El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él.»
Judas -no el Iscariote- le dijo: «Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?»
Jesús le respondió: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.
Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.»
Palabra del Señor
Comentario
Buen lunes, buen comienzo de semana. Una semana más en este tiempo pascual para seguir pidiéndole al Señor que nos ayude a experimentar dónde realmente podemos encontrarlo, en qué aspectos de nuestra vida el Señor está presente. En realidad, por la fe deberíamos decir que está siempre, en todo momento y en todo lugar. Sin embargo, desde nuestro lado, desde nuestra pobre mirada tenemos que seguir buscándolo, tenemos que seguir yendo a esos lugares, a nuestras «galileas», como se dice, a ese lugar de origen donde el Señor nos llamó alguna vez y nos invitó a seguirlo, pero por el olvido y por las cosas de la vida lo hemos dejado de ver.
Por eso, nos hace bien también retomar el Evangelio de ayer, domingo, en donde el Señor hablaba de la gloria. «Ahora el Hijo del hombre –decía Jesús– ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él». Inmediatamente, después de que Judas salió, o sea, de que Judas se decidió a entregarlo, Jesús habla de su gloria. Por eso la hora de Jesús es el momento de su entrega. Llegó la hora de entregarse y la entrega de Jesús es su gloria. ¡Qué paradoja que a veces nos cuesta tanto entender a este mundo que busca la gloria por otro lado, por otros caminos!; busca la gloria en el éxito y en donde todos nos aplaudan, donde todos seamos reconocidos. Sin embargo, la gloria de Jesús es el momento en el que es entregado y comienza a vivir su pasión. Bueno, continuaremos con esto en estos días, porque nosotros también tenemos nuestros momentos de gloria, en donde el Señor se manifiesta especialmente cuando nos entregamos.
Algo del Evangelio de hoy nos propone una locura para la razón, una locura para nuestros corazones que a veces se resisten a creer un poco. Nos propone traernos el cielo a la tierra, el cielo al corazón, quedarse en nuestro corazón hasta que nos llegue el día de poder gozar de su presencia. ¿No te parece una locura? ¿Tenías interiorizada esta verdad de fe tantas veces olvidada? «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él». El que ama empieza a vivir el cielo en la tierra, en el corazón, porque el que ama «le hace un lugar» en el corazón al mismísimo Dios, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. ¿Nos damos cuenta de esta gran verdad? ¿Nos damos cuenta de que cuando amamos en realidad estamos siendo lo que debemos ser, estamos abriéndole las puertas al que nos creó para que encuentre un buen lugar para seguir amando? Demasiada densidad de verdad para un lunes a la mañana. Sí, despertate. Sí, cree que esto es así. Dejá de mirar el tráfico por un momento…. Dejá de preparar el desayuno… Dejá tu café, tu mate por un instante. Dejá tu celular, tu móvil. Dejá de hacer lo que pensás que es más importante hacer ahora. Volvé a escuchar esto: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él». Sí, así, es así, es verdad. No es metáfora, es realidad. Es la realidad de los que aman de verdad, es la realidad de los santos que amaron de un modo único y cambiaron el mundo para siempre, es una realidad que puede ser nuestra si creemos verdaderamente.
Por otro lado, Jesús nos dijo que él nos prepararía un lugar en la casa de su Padre, bueno… nosotros podemos hacer lo mismo con él. Amar, vivir su mandamiento del amor, dejar que él ame en nosotros es la mejor manera de empezar a vivir el cielo en la tierra y de no tenerle miedo a lo que vendrá y mucho menos a la muerte, es la mejor manera de vivir la vida «con los pies en la tierra, pero con los ojos en el cielo». El que vive así, quiere ir a cielo, pero no para escaparle a esta vida tan linda o porque no tiene corazón, sino porque sabe que nada de lo amado en su vida se perderá, sino todo lo contrario, todo cobrará un mayor sentido, todo se renovará y alcanzará su plenitud, eso que todos buscamos.
Me acuerdo cuando en un entierro una vez una mujer me dijo: «Padre, cuando celebras una misa de entierro, me dan ganas de morirme». ¿Sabés en qué sentido me lo dijo? Me dan ganas de ir al cielo.
Yo le dije: «Mejor decime “me dan ganas de ir al cielo”». Pero esta mujer sentía eso: ganas de ir al cielo. Y para ir al cielo, hay que morir.
El que vive así, simplemente y sencillamente, disfruta de los pequeños cielos terrenales que son como una imagen del que vendrá. ¡Qué lindo es encontrar personas que disfrutan de los pequeños cielos de cada día, del pequeño cielo que acarreamos en el alma y nos da fuerza para esperar el definitivo, el que jamás se terminará! Vos, escuchando todo esto… ¿qué pensás? ¿Qué se te cruza por la cabeza? ¿Todavía seguís haciendo eso que te tiene distraído? ¿Todavía no te alcanza el corazón y la cabeza para comprenderlo? Bueno, es entendible, tenemos que despertarnos, tenemos que permanecer más tiempo, con más amor, con Jesús… que siempre permanece con nosotros.