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V Miércoles de Cuaresma

Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él:

«Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres.»

Ellos le respondieron: «Somos descendientes de Abraham y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir entonces: “Ustedes serán libres”?»

Jesús les respondió: «Les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado. El esclavo no permanece para siempre en la casa; el hijo, en cambio, permanece para siempre. Por eso, si el Hijo los libera, ustedes serán realmente libres. Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham, pero tratan de matarme porque mi palabra no penetra en ustedes.

Yo digo lo que he visto junto a mi Padre, y ustedes hacen lo que han aprendido de su padre.»

Ellos le replicaron: «Nuestro padre es Abraham.»

Y Jesús les dijo: «Si ustedes fueran hijos de Abraham obrarían como él. Pero ahora quieren matarme a mí, al hombre que les dice la verdad que ha oído de Dios. Abraham no hizo eso. Pero ustedes obran como su padre.»

Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución; tenemos un solo Padre, que es Dios.»

Jesús prosiguió: «Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían, porque yo he salido de Dios y vengo de él. No he venido por mí mismo, sino que él me envió.»

Palabra del Señor

Comentario

Tirar piedras y esconder la mano, decíamos que es de algún modo de cobardes, porque, en definitiva, tirarle piedras a los demás, a los que pecan, es una gran hipocresía, porque todos somos pecadores. Por eso la actitud de Jesús y la intención de lograr que todos arrojen las piedras, pero no a la mujer, sino al piso, es la actitud que debemos incorporar vos y yo, en nuestras vidas. No es necesario apedrear a nadie, no es necesario acusar a los demás, porque haciendo eso no solucionamos los problemas de este mundo, al contrario, los aumentamos. ¿Qué habrá sentido esa mujer rodeada de hombres deseosos de apedrearla? ¿Qué habrá sentido esa mujer al sentir que aquel que podía condenarla, el único que tenía autoridad, Jesús, la defendió de los hipócritas sin corazón? ¡Cuidado! No hagamos lo mismo, porque a nosotros no nos gustaría ser acusados y apedreados. ¡Cuidado! Vos y yo no estamos exentos de caer, somos tan débiles como todos, somos capaces de caer en lo más bajo, si no fuera por la ayuda de Dios; sin embargo, a este mundo le encanta acusar y apedrear. Le encanta mostrar los defectos ajenos y burlarse de ellos. Nosotros no debemos obrar de la misma manera.

Algo del Evangelio de hoy parece ser toda una hoja de ruta para la vida, o por lo menos las primeras palabras. Ser fieles a las palabras de Jesús nos hace sus discípulos, conocer la verdad y ser libres. Fácil de entenderlo, por lo menos parece, pero muy difícil de vivirlo. O dicho al revés, podría ser algo así: ser libres nos hace conocer la verdad que llega a nosotros por labios de Jesús, de sus palabras. Es por eso que en la medida que seguimos siendo fieles a escuchar la Palabra de Dios de cada día, en la medida que nos dejamos cuestionar por lo que Dios continuamente nos enseña, en la medida que nos animamos a seguir insistiendo y preguntarnos qué nos dice el Padre cada día; vamos experimentando una libertad interior que es fruto de ir conociendo la «verdad de Dios», la verdad de nuestra propia vida, de la vida que nos rodea y, especialmente, a Jesús, que es la Vida. Por ahí te pasó en algún momento de la vida, después de escuchar y meditar mucho la Palabra de Dios. Por ahí te pasó y te olvidaste y por eso es bueno volver a escucharlo. Por ahí no te pasó y deseas que te pase.

El desafío siempre es permanecer, permanecer fieles, insistir, luchar, no dejarse vencer. Lo más difícil en la vida, y mucho más en la fe, en lo espiritual, es la fidelidad, es la permanencia, es la de seguir a pesar de todo, aun cuando no sentimos nada, cuando parece que no pasa nada y no tiene sentido. Lo más difícil para un sacerdote es ser fiel, en no claudicar, no pensar que parece que lo que hace no tiene sentido. Lo más difícil para vos que estás casado, casada, es seguir, es apostar una vez más al amor, es volver a confiar que se puede seguir amando, que es necesario elegir una y otra vez. Solo el que es fiel ama verdaderamente, solo el que ama en serio es discípulo de Jesús y solo el que va descubriendo la verdad de su vida, con lo bueno y lo malo, es libre para decidir amar en todo momento.

Mientras tanto, somos de algún modo esclavos, esclavos que nos vamos yendo de la casa del Padre, y queremos dejar de ser hijos, de vivir esa alegría profunda de estar siempre como hijos. El que cree que es libre por dejar de lado la verdad de lo que Dios pide, lo único que logra es ser más esclavo. Es el engaño del hombre que se cree libre, que hace y deshace lo que se le antoja, sin discernir la voluntad de Dios, pensando que es libre, pero en el fondo es esclavo de sí mismo y de sus pasiones, que no puede controlar. El que aprende a ser libre obedeciendo es el que más disfruta de ser hijo de Dios. Le gusta ser hijo y escuchar, no tiene problema en permanecer con su padre, no se cree niño por estar con su padre. Obedecer a Jesús, a sus palabras, no produce hombres sin pensamiento propio o marionetas, sino al contrario.

Las palabras de Cristo van haciendo de nosotros hombres y mujeres que se dan cuenta que siempre se necesita un límite y una guía para poder crecer, que la libertad no se contrapone con lo frágil, con lo débil y que es más libre aquel que se da cuenta que no lo puede todo, que no todo puede controlarlo, queriendo que se escuchara a Jesús día a día. Permanecer fiel a sus palabras, tratar de vivirlas, cumplirlas, insistir en que no hay nada más gratificante que ser libre, pero que al mismo tiempo se es libre cuando uno entrega su voluntad a la de Jesús que nos enseña la «Verdad». Toda una hoja de ruta para la vida de cada uno de nosotros.