«Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia.
Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes; si fueron fieles a mi palabra, también serán fieles a la de ustedes. Pero los tratarán así a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me envió.»
Palabra del Señor
Comentario
En este sábado, una vez más, rezamos con el Evangelio. ¡Cuántas veces habrás escuchado que digo así: «Recemos con el Evangelio»! No debemos olvidar por qué lo digo, por qué digo recemos con el Evangelio. Porque si no interiorizamos lo que escuchamos, porque si no hacemos un esfuerzo para darnos cuenta qué es lo que nos dice personalmente a cada uno de nosotros, finalmente es una lectura, una escucha como cualquiera de tantas que tenemos en el día.
Rezar con el Evangelio significa entrar en diálogo con esa Buena Noticia, porque eso significa Evangelio. Se me ocurrió hoy volver a refrescar esto que parece una obviedad pero que no siempre es así, porque por ahí vos te sumaste a escuchar hace poquito, por ahí estás escuchando hace mucho, pero te olvidaste. Todos necesitamos volver a escuchar que hay que rezar con el Evangelio. Yo simplemente hago un comentario que a veces puede llegar un poco más, un poco menos, que a veces a vos te puede decir algo muy concreto, pero a otro no. ¿Sabés cuánta gente escucha el Evangelio día a día? Yo no, así que tampoco te lo puedo decir. Son muchísimas personas de tantos países distintos, de toda condición social, de toda vivencia de fe distinta, incluso sé que escuchan estos audios personas que no son de nuestra misma Iglesia, de Iglesias separadas o incluso de otras religiones. Por eso, cada palabra que yo pueda decir puede aportar algo a algunos y a otros no tanto, pero lo importante es que vos y yo hagamos este ejercicio: rezar con el Evangelio, preguntarte a vos mismo qué me estará diciendo en este momento.
Y los sábados siempre nos ayudan, porque creo que es un día en el que se puede hacer una recapitulación, volver atrás y darnos cuenta que estuvimos desmenuzando también el Evangelio del domingo, ¿te acordás?, en donde el Señor nos daba el mandamiento del amor, donde nos animaba en realidad a darnos cuenta que gracias a su amor nosotros podemos amar y que incluso gracias a su amor podemos darnos cuenta que amamos poco y que no tenemos la fuerza para amar como él nos ama, pero justamente él nos introduce en este río de amor que proviene del Padre. Pasa por él, se derrama sobre nosotros con el Espíritu Santo y nosotros podemos transmitirlo a los demás. Cada vez que amamos como Jesús ama, cada vez que amamos como él nos ama, estamos siendo participes de la divinidad o estamos llevando la divinidad, que es amor, a los demás. ¡Qué locura! ¡Qué linda locura! Y por eso cuando amamos, sentimos ese gozo tan profundo, porque en realidad estamos siendo instrumentos del amor de Dios. Por eso terminemos esta semana no diciendo «yo no puedo amar así». ¿Cómo que no podemos así? Si a vos te están amando así, si a vos y a mí nos aman de esa manera, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nos aman y vienen a habitar en nosotros. Nosotros simplemente tenemos que dejarnos amar y ese impulso nos tiene que llevar a amar a los demás. Hoy no te olvides que podés amar a los demás como Jesús te amó.
Sin embargo, desde Algo del Evangelio de hoy, vemos también la otra cara, que el mundo nos puede odiar. Jesús le dijo a sus discípulos: «Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí». ¡Qué misterio!, este del odio hacia Jesús. ¿Por qué el mundo de ese tiempo, por qué tantas personas de ese tiempo odiaron tanto a Jesús? ¿Por qué lo llevaron a la muerte? ¿Por qué buscaron hacerle el mal? ¿Por qué el bien no puede a veces triunfar en este mundo? ¿Por qué a vos y a mí a veces también nos odian por hacer el bien? ¿Por qué en tu familia, también en la mía a veces no nos comprenden? ¿Por qué el mundo que nos rodea o la mentalidad del mundo que se olvida de Dios le molesta tanto el amor, la verdad, el bien y la belleza? Bueno, es difícil poder responderlo, pero no podemos olvidar que hay alguien que busca hacer el mal, que hay alguien que busca hacer que los hombres no sigan el camino de Dios. Y ese alguien es aquel que pedimos en cada Padrenuestro que el Señor nos libre: «Líbranos del malo».
¿Sabías que en realidad en la traducción del Padrenuestro debería ser «líbranos del malo»? O sea, hace referencia al mal espíritu, a ese ángel que renegó del amor de Dios y prefirió hacer la suya, como decimos. Quiso ser como Dios y no pudo. Ese es Satanás, el príncipe de este mundo, el «padre de la mentira» que siembra cizaña en los corazones de tantos hombres y hace que, en definitiva, contradigan al bien supremo, que es el mismísimo Dios. Por eso si te persiguen, si te odian, no te preocupes. A Jesús le pasó lo mismo.
Nosotros tenemos que dedicarnos a hacer el bien hasta el final. Tenemos que dedicarnos a hacer el bien pase lo que pase, sabiendo que nosotros no somos más grandes que nuestro Señor, sino todo lo contrario. Como somos sus servidores, a nosotros también nos perseguirán, incluso te digo algo que puede sonar duro, pero que, si lo vemos con los ojos de la fe, es así. A veces si nos rechazan o nos odian aquellos que no pueden soportar el bien, es un signo de que estamos en el buen camino. Si el mundo nos quiere demasiado, si el mundo nos aplaude mucho, incluso la misma Iglesia, es señal de que por ahí no estamos haciendo las cosas como las haría Jesús.